Al llegar a su casa, Nor se relajó en el jacuzzi, se lavó y secó el pelo y, con vistas a echar un sueñecito, se puso un pijama. Pero la llamada telefónica de Billy cortó de raíz toda posibilidad de dormir.

Con un nudo en la garganta, escuchó lo que Billy le contaba de su conversación con «un representante de Empresas Badgett».

—He llamado a Rich Meyers, el agente del FBI, y le he dejado un mensaje. Después he llamado a Sean, pero tampoco estaba. No quería llamarte a ti, mamá, para no preocuparte, pero tienes que saber lo que está pasando.

—Naturalmente, Billy. Bien, esa gente ha averiguado, no sé cómo, que nosotros estábamos allí escuchando. Quizá tienen cámaras ocultas.

—Quizá. O alguien nos vio salir del despacho.

Nor se dio cuenta de que estaba temblando.

—¿Sabes quién era el que te llamó?

—No dijo su nombre, pero creo que podría ser el tipo que nos dijo lo que teníamos que cantar cuando llegamos a la mansión.

—SÍ, me acuerdo de él. Un tipo nervioso, con cara como de soplón.

—El mismo. Bueno, tengo que irme. Tomaré el tren de las tres a Manhattan.

—Ten cuidado, Billy.

—Deberías decir «Rómpete una pierna».[1]

—Es verdad.

—Bien, mamá, hasta luego.

Como un autómata, Nor devolvió el auricular a su sitio. Antiguamente había trabajado en un club nocturno cuyo dueño se había retrasado en sus pagos a gente parecida a los Badgett. La primera advertencia había sido partirle una pierna, y lo que, por lo visto, no se le había ocurrido a Billy era que el tipo había hablado de Marissa. ¿Pensarán utilizarla los Badgett para convencemos a Billy y a mí?, se preguntó Nor angustiada.

Marcó el número de Sean O'Brien, sin muchas esperanzas de dar con él. O'Brien sabía muchas cosas de los hermanos. Quizá él pudiera decirle cuál iba a ser su siguiente movimiento. Nosotros ya hemos prestado declaración, pensó. Aunque quisiéramos, ¿cómo podríamos echamos atrás?

Sabía la respuesta: no era que no pudiesen echarse atrás, sino que no iban a hacerlo.