—Bueno, ¿qué idea sacaste después de hablar con el cantante ese? —preguntó Eddie.

Se encontraba de pie detrás de Junior, el cual, como un juez a punto de dictar sentencia, estaba muy erguido ante su mesa de despacho.

—No muy buena. —A Charlie le sudaban mucho las manos. Quería disimular sus nervios, pero no podía—. Le ofrecí a Billy Campbell la beca para su hija y le expliqué que os disgustaría mucho que ciertos comentarios hechos en broma pudieran tergiversarse.

—Está bien, está bien, todo eso ya lo sabemos —interrumpió Eddie—. Y él, ¿qué te respondió?

La respuesta no se hizo esperar.

—Que os dijera que ya se ocupaba él de la educación de su hija, y que sabe a qué os referís con eso de comentarios hechos en broma o a la ligera. Después me colgó.

Charlie sabía que no podía suavizar la reacción de Billy a su llamada, que si lo hacía, los hermanos se darían cuenta. El hecho de que Eddie estuviera haciendo las preguntas era una señal de que iban a pasar a la segunda fase. La coacción, y si eso no funcionaba…

—Lárgate de aquí, Charlie —ordenó Junior—. Me das aseo. La culpa de esto es tuya. —Miró a su hermano e hizo un gesto con la cabeza.

Charlie salió deshecho de la oficina. Billy Campbell y Nor Kelly iban a recibir un aviso de que más les convenía callar. Dios mío, pensó, haz que se tomen en serio la advertencia. Luego meneó la cabeza, abatido.

Maldijo una vez más el día en que los hermanos Badgett se habían presentado en el bufete que entonces tenía en Queens para pedirle que los representara como abogado en la compra de una cadena de lavanderías. Yo necesitaba el trabajo, pensó, y no hice todas las preguntas que habría tenido que hacer. En realidad, no quería saber las respuestas. Ahora ya las sé.