Sterling alcanzó a Marissa justo cuando ésta estaba guardando los patines en su bolsa y corría hacia el coche. Al darse cuenta de que Billy iba a tratar de dormir unas horas, Sterling había ido a casa de Marissa para ver cómo estaba.

Llegó a tiempo de subir al coche con Roy cuando éste llevaba a Marissa a la pista de patinaje, acompañado de los gemelos. Encajonado entre los dos niños, Sterling tuvo que esquivar los manotazos que le venían de ambos lados. Le dolía un poco la mandíbula del golpe que había recibido con el teléfono mientras escuchaba la conversación entre Santoli y Billy, y con apenas un año, Roy Junior tenía ya un derechazo temible.

Pero son unos críos monísimos, concedió con cierta renuencia. Es fascinante ver cómo lo miran todo. Mi problema fue que no tuve hermanos. Quizá si hubiera tenido alguna experiencia con niños no habría querido evitarlos toda mi vida.

Se acordó de la vez en que fue padrino en un bautizo y el crío le había dejado la camisa perdida de baba. Aquel día estrenaba la camisa, además.

En el asiento de delante Roy le estaba diciendo a Marissa:

—Tengo entendido que la abuela quiere enseñarte a hacer pastel de manzana.

Menuda noticia, pensó Sterling, y vio que Marissa reaccionaba exactamente de la misma manera.

Sin embargo, la niña respondió educadamente:

—Sí, ya lo sé. La abuelita es muy simpática.

Roy sonrió.

—Yo querré probar al menos dos pedazos.

—Vale, pero no olvides que he de guardar uno para papá y otro para NorNor.

No es nada fácil ser padrastro, pensó Sterling solidario. Marissa siempre lo mantenía a raya. Si yo hubiera conocido mejor a Roy antes del año que viene, no me habría dado tanta prisa en juzgarle como un pelmazo.

Eso sí, conduce como un caracol con dolor de espalda. Sterling convino totalmente con lo que Marissa estaba pensando: «Pisa a fondo, hombre. Cerrarán la pista antes de que lleguemos».

Es como una Nor en pequeño, se dijo Sterling.

Cuando llegaron a la pista, Marissa dio las gracias a Roy por acompañarla, le dio un beso en la mejilla y saludó con el brazo a los gemelos antes de salir corriendo.

Sterling se acercó a Roy Junior y vio la expresión de sorpresa en la cara del niño. Nota mi presencia, pensó. Los dos están empezando a sentirla.

Los niños pequeños perciben mucho más lo metafísico. Lástima que eso se pierda con los años.

Alcanzó a Marissa y la escuchó hablar animadamente con sus amigas al borde de la pista.

La señorita Carr era la profesora que Sterling vería el año siguiente en el Rockefeller Center. Hizo sonar un silbato y diez niños, todos un par de años mayores que Marissa, salieron a la pista de hielo.

Varios de ellos lo hacían muy bien, pero Marissa destacaba por encima de todos. Es casi una profesional, pensó Sterling mientras la veía caer dos veces. Simplemente se levanta, se prepara y vuelve a ensayar el salto o la pirueta.

Más tarde, cuando los niños ya se habían quitado los patines, una de las chicas se acercó a Marissa.

—A mi hermana le han regalado el último single de tu papá. Me ha dicho que te pida si se lo podría firmar.

Marissa está radiante de orgullo, pensó Sterling mientras observaba divertido cómo ella trataba de aparentar indiferencia al decir:

—Pues claro. A mi papá le gusta firmar autógrafos para los amigos.

—¿Ha hecho alguna canción nueva? —preguntó la chica.

—Él siempre está componiendo.

—¡Pues dile que haga una sobre nosotras!

—Primero está escribiendo una sobre mí —rió Marissa.

Siete años y ya parece que tenga veinticinco, suspiró Sterling. Y tan cerca que está de verse separada del padre al que tanto quiere. Bien, he de irme. Miró por última vez a Marissa y luego abandonó la pista.

Ajustándose el sombrero, echó a andar hacia el piso de Billy. Tenía intención de acompañarle a su entrevista, y le hacía ilusión volver a estar en Manhattan.

Pero ya empiezo a saber moverme por Madison Village, pensó mientras sus pies pisaban la nieve, haciendo un ruido que solo él podía oír. Bien pensado, es un sitio muy bonito para vivir.