Supongo que ahí terminan las preguntas y los testimonios, pensó Sterling viendo que el personal del FBI estrechaba la mano de Nor, Billy, Dennis y Sean. Eran las once. El FBI había estado tomando declaración a los cuatro durante dos horas. Habían pedido incluso a Billy y Nor que dibujaran un plano mostrándoles cuál había sido su situación cuando oyeron la voz de Hans Kramer en el contestador automático y la orden de quemar el almacén.

—Señora Kelly, ¿está usted segura de que los Badgett no sospechaban que estaba en la habitación contigua al despacho? —preguntó de nuevo Rich Meyers, el investigador jefe, mientras recogía su maletín—. Ya le he explicado que si ellos saben que estaban escuchando, necesitarán ustedes protección con carácter inmediato.

—No creo que lo supieran. Por lo que me han contado de los Badgett, si ellos nos hubieran visto habrían renunciado a sus planes de incendiar el almacén. —Nor se ajustó la peineta que sostenía sus cabellos—. Bien, como se suele decir, estoy hecha unos zorros.

Mi madre también lo decía, pensó Sterling.

—Si han terminado conmigo, me voy a ir a casa, me meteré en el jacuzzi, y luego a dormir dos o tres horas.

—Muy buena idea —dijo Meyers—. Está bien. Nos pondremos en contacto con usted. Mientras tanto, siga con sus asuntos como de ordinario.

Es fácil decir eso, pensó Sterling. Por desgracia, las cosas son más complicadas.

Sean O'Brien se quedó apenas un minuto en cuanto se marcharon los federales.

—Os tendré informados —prometió.

—Dennis, ¿por qué no te tomas el día libre? —Sugirió Nor—. Pete se ocupará de la barra.

—¿Y perderme las propinas navideñas? Ni hablar. —Dennis bostezó—. Tengo que irme. Hoy tenemos otro grupo grande a almorzar, ¿sabes?

—No lo he olvidado —dijo Nor—. Pero tendrán que apañárselas sin mí, Hasta luego.

Cuando Dennis se marchó, Billy dijo:

—¿Propinas navideñas? De eso nada. Lo que pasa es que quiere estar cerca por si surge algún problema.

—Ya. ¿Vas a ver si duermes un poco, Billy? No olvides que esta noche tenemos otros dos pases.

—De momento miraré si tengo mensajes. Había quedado con un par de amigos para comer juntos esta semana.

Nor se dispuso a ponerse la chaqueta.

—Oír el mensaje de Kramer es la razón de que estemos en este lío. Una cosa habría sido impedir el incendio, pero la perspectiva de testificar contra esos dos me da miedo.

—Pero recuerda que ellos no saben que les oímos —dijo Billy poniendo en funcionamiento su contestador.

Sterling meneó la cabeza pensando en Charlie Santoli. A lo mejor, se dijo, no menciona que vio a Nor y a Billy. Pero teniendo en cuenta lo que ya sabía de los acontecimientos futuros, Sterling estaba seguro de que algo iría mal.

«Tiene dos mensajes nuevos», dijo la voz.

El primero era de un amigo que estaba organizando una comida para el día siguiente. «No hace falta que me llames, a no ser que mañana no te vaya bien». El segundo era del ejecutivo de la discográfica que le había ofrecido un contrato.

—Billy, hay novedades: resulta que Chip Holmes, uno de los peces gordos de la casa, va a venir a la ciudad. Dice que le encantaría charlar contigo hoy mismo. Se hospedará en el Saint Regis. ¿Quedamos para tomar una copa sobre las cinco y media? Dime algo.

—¿Por qué será que huelo a éxito? —dijo Nor cuando el mensaje terminó—. Chip Holmes, nada menos. Esto es estupendo, Billy. Si le gustas, vas a tener todas las puertas abiertas en esa compañía. Ya no serás otro cantante con posibilidades. Holmes invertirá lo que haga falta para darte publicidad.

—Que es justo lo que yo necesito —dijo Billy, mientras hacía un redoble con los dedos sobre la mesa—. No quiero tener un éxito y luego nada. Tú sabes mejor que yo cuántos tipos consiguen un número uno al principio de su carrera y luego acaban implorando una gala a los treinta y cinco años. He de admitir que para este negocio ya no soy un chaval.

—Sé lo que quieres decir, pero estoy segura de que lo conseguirás —le tranquilizó Nor—. Bueno, ahora sí que me marcho. Te veré esta noche.

Nor se volvió al llegar a la puerta.

—Siempre juro que no te daré consejos, pero no puedo evitarlo. Será mejor que salgas con tiempo para ir a Nueva York. Hay bastantes atascos con lo de las fiestas.

—Iré en tren —dijo Billy distraído, mientras cogía su guitarra.

—Buena idea.

Cuando Nor partió, Sterling volvió a sentarse en la butaca y estiró las piernas. BiIIy se puso a tocar y cantar lo que había escrito en un pedazo de papel pautado.

Está ensayando una nueva letra, pensó Sterling.

Suena optimista, pero con un ligero toque quejumbroso. Billy es realmente bueno. Yo siempre tuve buen oído para la música, recordó.

El teléfono sonó tres cuartos de hora después.

Billy contestó, escuchó un rato y luego dijo, nervioso:

—¿Llama de parte de Empresas Badgett? ¿Qué puedo hacer por usted?

Sterling se levantó al instante y de dos zancadas se situó al lado de Billy, con la oreja pegada al auricular.

Al otro extremo de la línea, Charlie Santoli se encontraba en su despacho, odiándose más y más con cada palabra.

—Soy un representante de la compañía. El motivo de mi llamada es que, como usted quizá sabe, los hermanos Badgett son personas filantrópicas y tienen un amplio programa de becas para niños de la zona. Les gustó mucho su actuación de ayer noche, y saben que usted tiene una hija pequeña.

Sterling vio que la frente de Billy se tensaba.

—¿Qué tiene que ver mi hija en todo esto?

—Su futuro tiene mucho que ver. Los Badgett entienden también que el futuro de usted como artista podría ser incierto. Les gustaría hacer una provisión de fondos para asegurarse de que Marissa pueda ir a un buen centro dentro de diez años.

—¿Y por qué querrían hacer una cosa así? —preguntó Billy, conteniendo la ira.

—Porque a veces alguien puede oír comentarios hechos en broma que, una vez repetidos, pueden tergiversarse. A los Badgett les sabría muy mal que eso pasara.

—¿Me está amenazando?

Por supuesto que sí, pensó Charlie. Ese es mi trabajo. Carraspeó un poco.

—Lo que le estoy ofreciendo es convertir a su hija en una de las beneficiarias de un fondo fiduciario de cien mil dólares. A Junior y Eddie Badgett les encantaría que usted aceptase. Por otro lado, les sentaría muy mal que repitiera comentarios hechos a la ligera que podrían ser mal interpretados.

Billy se puso en pie. El auricular chocó con la mandíbula de Sterling y le hizo parpadear.

—Oiga, representante de Empresas Badgett, quienquiera que sea, dígales a esos dos que mi hija no necesita ningún fondo fiduciario. Yo me ocuparé de su educación sin ayuda de ellos… y en cuanto a esos comentarios hechos «en broma» o «a la ligera», no tengo ni idea de qué me está hablando.

Colgó el teléfono, se hundió en el sofá y cerró los puños.

—Saben que les oímos —dijo en alto—. ¿Qué vamos a hacer ahora?