Sean O'Brien había trabajado veinte años en el departamento de policía del condado de Nassau. En ese tiempo había aprendido que podía recibir llamadas de madrugada si surgía alguna novedad importante en el caso que él estuviera llevando.
Cuando el teléfono sonó a las tres y cuarenta minutos, Sean se despertó al instante y contestó.
Tal como esperaba, era Nor.
—Sean, acabo de hablar con Dennis, Ha conseguido el nombre del hombre que buscamos, y estoy totalmente convencida de que no se equivoca.
—¿De quién se trata?
—Se llama Hans Kramer. Vive en Syosset y tiene una empresa de software informático. De vez en cuando viene al restaurante.
—Bien, Nor. Pondré manos a la obra.
Totalmente despierto ya, Sean se sentó en el borde de la cama. Estaba a solas en la habitación. Su esposa, Kate, trabajaba en el turno de noche de la sala de pediatría del hospital local. Era enfermera.
Su primera llamada fue a la comisaría de Syosseto Había la posibilidad de que ellos conocieran a Kramer.
Resultó una suposición correcta. Nick Amarerro, el teniente que estaba de servicio, sabía muy bien quién era Kramer.
—Un buen tipo. Lleva viviendo aquí unos veinte años. Estuvo un tiempo en la junta de urbanismo. Hace un par de años llevaba el puesto de la Cruz Roja. Tiene una empresa de software.
—¿Sabes si tiene algún almacén?
—Sí. Compró unos terrenos en la zona de la autopista donde había aquellos moteles de mala muerte. Construyó un bonito complejo con una oficina y un almacén.
—Me he enterado de que van a prenderle fuego. Algo que tiene que ver con un préstamo que le hicieron los hermanos Badgett.
—Vaya. Nos pondremos en camino ahora mismo. Llamaré a la brigada de bombas y al cuerpo de bomberos.
—Voy a telefonear al FBI. Luego hablamos.
—Un momento, Sean —le cortó el teniente—. Me está llegando algo gordo por la radio.
O'Brien supo, antes de que Amaretto volviera a ponerse al teléfono, que era demasiado tarde. Las instalaciones de Kramer ya estaban ardiendo.