Los asistentes corrieron frenéticamente a entregar los coches a los invitados que salían en tromba de la casa. Sterling se apoyó en un pilar del porche, empeñado en oír las reacciones de los que partían.

—¡Qué espectáculo!

—Que les devuelvan el dinero. Ya pondré yo los dos millones de esa ala —dijo una señora mayor.

—Me ha recordado la película Tira a mamá del tren. Es lo que esos dos están pensando ahora mismo, me juego algo —dijo con sorna el marido de una miembro de la junta.

—Al menos la comida era buena —terció alguien.

—Os habéis fijado en que no han vuelto a pisar Valonia desde que se fueron. Y no me extraña.

—Has visto la pinta que tenía la madre, ¿eh?

Sterling advirtió que los dos senadores estaban gritando a sus respectivos ayudantes mientras salían de allí. Probablemente les preocupaba que pudieran aparecer en la prensa amarilla por haber acudido a la fiesta de unos mafiosos, pensó Sterling. Si supieran lo que Junior piensa hacerle a ese pobre hombre… Estaba impaciente por montar en el coche de Nor y Billy y oír sus comentarios sobre todo lo que había sucedido.

Un invitado, que sin duda se había endosado tantos vodkas como grappa la madre de los Badgett, empezó a cantar el «Cumpleaños feliz» en valonio, pero no tenía la partitura marcada fonéticamente y pasó a hacerla en inglés. Se le sumaron otros invitados, a quienes tampoco les iba ni les venía.

Sterling oyó a uno de los criados preguntar a alguien si su coche era un monovolumen. ¿Qué será eso?, se preguntó Sterling. Momentos después el ayudante regresaba montado en uno de aquellos pequeños camiones. Ah, entonces es eso, pensó Sterling. ¿Qué significará monovolumen?

El monovolumen de Billy estaba aparcado en la parte de atrás. No quiero que se me escapen, pensó Sterling. Dos minutos después, cuando aparecieron Nor y Billy cargados con su equipo, él ya estaba en el asiento de atrás.

Por las caras que ponían, era evidente que estaban muy preocupados.

Sin decir palabra, cargaron el coche, montaron y se sumaron a la cola de vehículos que enfilaba ya el camino particular. No abrieron la boca hasta que estuvieron en la carretera. Entonces Nor preguntó:

—Billy, ¿tú crees que decían en serio lo de quemar ese almacén?

—Seguro que sí, y tenemos suerte de que no sepan que lo hemos oído.

Oh, pensó Sterling. El abogado de los Badgett —¿cómo se llamaba? Sí, Charlie Santoli— os ha visto salir del despacho. Si se lo cuenta a los hermanos, estáis listos.

—Todo el rato tengo la impresión de que ya había oído esa voz, la que dejó el mensaje en el contestador —dijo Nor despacio—. ¿Te has fijado en el acento, Billy?

—Ahora que lo dices, sí —concedió él—. Pero pensaba que el tipo estaba tan nervioso que no le salían las palabras.

—No era eso. Quizá tiene algún defecto de pronunciación. Yo creo que ha estado alguna vez en el restaurante. Ah, si pudiera recordar quién es, podríamos ponerle sobre aviso.

—Cuando lleguemos al restaurante, telefonearé a la policía —dijo Billy—. No quiero utilizar el móvil.

El resto del trayecto lo hicieron en silencio.

Sterling compartía su nerviosismo en el asiento de atrás.

*****

Eran casi las nueve cuando entraron en Nor's Place. El local estaba atestado. Nor trató de saludar a la gente sin entretenerse. En el mismo momento, ella y Billy divisaron a uno de sus viejos amigos, Sean O'Brien, inspector retirado, que estaba sentado a la barra.

Billy y Nor se miraron.

—Vaya pedirle que se siente con nosotros. Él sabrá lo que hay que hacer —propuso Billy.

Con una sonrisa forzada, Nor fue a sentarse a su mesa de siempre. Desde allí podía supervisar el negocio y saludar a su clientela. Sterling se sentó con ella en la misma silla que había ocupado unas horas antes.

Billy se acercó a la mesa acompañado de Sean O'Brien, un tipo fornido de cincuenta y tantos años, con una buena mata de pelo castaño entrecano, unos ojos despiertos y una sonrisa simpática.

—Felices fiestas, Nor —empezó, e inmediatamente presintió que algo andaba mal—. ¿Qué ocurre? —preguntó de sopetón mientras tomaba asiento.

—Los hermanos Badgett nos habían contratado para una fiesta que daban esta tarde —empezó Nor.

—¿Los hermanos Badgett? —O'Brien arqueó una ceja, y escuchó con atención lo que le contaban sobre el mensaje en el contestador automático y la respuesta de Junior Badgett.

—La voz me sonaba —dijo Nor—. Estoy segura de que ese hombre ha venido aquí alguna vez.

—Los federales llevan años tratando de cazar a esos dos, Nor. Son más escurridizos que un pescado en aceite de oliva. Dos auténticos criminales. Si era una llamada local, no me extrañaría que mañana los periódicos hablen de un almacén consumido por el fuego.

—¿Podemos hacer algo para impedírselo? —preguntó Billy.

—Yo puedo avisar a los federales, pero esta gente casi no da abasto. Sabemos a ciencia cierta que tienen gente apostada en Las Vegas y Los Ángeles. Ese mensaje pudo venir de cualquier parte, pero independientemente de eso, el almacén no tiene por qué estar en esa zona.

—Yo no sabía que los Badgett eran tan mala gente —dijo Billy—. Uno oye rumores, pero que yo sepa tienen concesionarios de coches y de yates…

—Sí, poseen una docena de negocios legales —dijo O'Brien—. Es su manera de blanquear el dinero. Haré algunas llamadas. Los federales querrán tenerlos bajo vigilancia, pero esos tipos nunca se ensucian las manos.

Nor se frotó la frente. Parecía preocupada.

—Ya sé por qué me sonaba esa voz. Un momento. —Hizo señas a un camarero—. Sam, dile a Dennis que venga. Tú ocúpate de la barra.

O'Brien la miró.

—Es mejor que nadie sepa que oísteis esa conversación.

—Confío plenamente en Dennis —dijo Nor.

La mesa se está llenando, pensó Sterling. Tendré que levantarme. Notó que alguien apartaba la silla y se puso en pie de un salto. No quería que Dennis se sentara en su regazo.

_… y, Dennis, estoy segura de haber oído esa voz aquí en el restaurante —concluyó Nor minutos después—. Tenía un acento especial. Sí, pudo ser cosa de los nervios, pero he pensado que quizá viene de vez en cuando y charla contigo en la barra.

Dennis negó con la cabeza.

—No se me ocurre quién puede ser. Pero hay una cosa: si ese Badgett hablaba en serio cuando decía lo de quemar un almacén, a ese tipo le va a cambiar el acento de golpe.

Todos rieron nerviosos.

Tratan de utilizar el humor para disimular que están muy inquietos, pensó Sterling. Si los hermanos Badgett son como los ha pintado O'Brien, y si Nor y Billy han de testificar sobre esa llamada… Pobre Marissa. Estaba tan contenta hoy.

O'Brien se levantó.

—He de hablar por teléfono —dijo—. ¿Puedo usar tu despacho, Nor?

—Desde luego.

—Tú y Billy venid conmigo. Quiero que os pongáis al teléfono y expliquéis exactamente lo que habéis oído.

—Yo vuelvo a la barra —dijo Dennis, retirando la silla.

Si yo estuviera vivo, esa silla me habría aplastado el dedo gordo, pensó Sterling.

—Nor, creía que tú y Billy ibais a hacer una actuación especial esta noche —dijo un cliente de una mesa cercana—. Hemos venido solo para oíros cantar.

—Descuida —dijo Nor sonriendo—. Dentro de quince minutos estamos aquí.

*****

En el despacho, O’Brien telefoneó a su contacto del FBI, y Nor y Billy contaron lo que habían oído casualmente. Después, Nor se encogió de hombros.

—Esto es lo que hay. A menos que pueda recordar a quién pertenece esa voz, yo no les sirvo de nada.

Sonó el móvil de Billy.

—Es Rissa —dijo mientras miraba el código de la llamada. Su expresión se serenó—. Hola, nena… Acabamos de llegar… No, no hemos visto la piscina ni la pista de bolos… Bueno, yo no diría que son como los Soprano.

—Yo sí —murmuró Nor.

—Sí, cantamos lo de siempre… —Billy se rió—. Pues claro que hemos estado sensacionales. No paraban de pedimos más. Escucha, NorNor se pone un momento, y luego te vas a la cama. Hasta mañana. Un beso muy grande.

Le pasó el móvil a Nor y se volvió a O'Brien.

—Ya conoces a mi hija, ¿verdad?

—Claro. Yo pensaba que era la dueña de esto.

—Ella cree que sí.

Nor dio las buenas noches a Marissa y compuso una sonrisa triste mientras cerraba el teléfono y se lo pasaba a su hijo. Luego miró a O'Brien.

—Me pregunto si ese pobre hombre que pedía más tiempo para devolver un préstamo tendrá una familia que mantener.

Billy le rodeó los hombros con el brazo y le dio un achuchón.

—Estás cansada, mamá, y siento decirlo, pero tu público espera…

—Lo sé. Hemos de salir. Dame un minuto para que me arregle el maquillaje.

O'Brien se metió la mano en el bolsillo.

—Tomad mi tarjeta. Si se os ocurre algo nuevo, llamadme a cualquier hora. Le daré otra a Dennis.

*****

Hacia las nueve y media, cuando Nor y Billy empezaron su actuación, no había una sola mesa libre en el restaurante. Hicieron dos pases de media hora, uno a las nueve y media y otro a las once, para la parroquia noctámbula.

Son muy profesionales, pensó Sterling. Nadie diría que algo les está preocupando. En cuanto terminó su actuación, Nor se metió en su oficina llevando consigo los libros de reservas de los dos años anteriores. Sterling se sentó con ella mientras Nor repasaba la lista de nombres pronunciándolos en voz alta.

En varias ocasiones se detuvo a repetir un nombre, luego meneaba la cabeza y seguía leyendo. Está intentando ver si le viene a la cabeza el nombre del tipo cuya voz oyeron en casa de los Badgett, pensó Sterling.

La expresión de Nor era cada vez más ceñuda.

Al rato miró su reloj y se levantó de un salto, abrió el bolso y sacó su polvera. En unos segundos se había empolvado ligeramente la cara, retocado los ojos y los labios. Se quitó la peineta y agitó la cabeza para soltarse el pelo. Sterling se quedó muy asombrado de ver la destreza con que retorcía sus largos mechones y se los volvía a subir para prenderlos de nuevo.

—Cualquiera sale con esta pinta —dijo en voz alta—, pero el espectáculo debe continuar.

Pero si estás guapísima, quiso protestar Sterling. Eres una mujer muy hermosa.

Nor soltó un rápido suspiro al llegar a la puerta, pero momentos después era toda sonrisa mientras se detenía en cada mesa para intercambiar unas palabras con la clientela.

El restaurante está lleno, notó Sterling, y es evidente que son todos habituales. Están encantados de poder hablar un momento con Nor. Caramba, se le da muy bien. La oyó preguntar por la madre de uno, por las vacaciones de otro; luego felicitó a una pareja que acababa de fijar la fecha de su boda.

El Consejo Celestial no podrá decirle que no prestó atención a los demás, pensó Sterling. De eso no hay duda. Lástima que yo no fuera más como ella.

Billy estaba conversando con un hombre y una mujer en una mesa al fondo. Sterling decidió sintonizar. Espero que no venga nadie más a la mesa, pensó mientras se sentaba en una silla vacía. Al enterarse de qué iba la conversación, Sterling arqueó las cejas. Aquellas personas eran ejecutivos de la discográfica Empire y querían firmar un contrato con Billy.

El hombre estaba diciendo:

—No creo que haga falta que te diga la clase de artistas que llevamos. Hemos estado siguiéndote la pista, Billy, y tienes mucho gancho. Te ofrecemos un contrato por dos discos.

—Me siento muy halagado y, la verdad, la perspectiva es muy interesante, pero tendréis que hablar con mi agente —dijo Billy, radiante.

Trata de disimular que está entusiasmado, notó Sterling. Es el sueño de todo cantante joven: firmar con una compañía discográfica. Menudo día.

*****

Los últimos rezagados salieron del restaurante a las doce y media. Nor y Billy se sentaron a la barra con Dennis mientras éste terminaba de limpiar.

Nor levantó un vaso:

—Dicen que trae mala suerte brindar con agua, pero me vaya arriesgar. Por Billy y su nuevo contrato.

—Tu padre estaría muy orgulloso —dijo Dennis.

—Seguro que sí. —Nor alzó los ojos—. Va por ti, Bill, dondequiera que estés. Tu hijo ha triunfado.

Tengo que conocerle sea como sea, pensó Sterling. Vio un sospechoso toque de humedad en los ojos de los tres. Billy tenía más o menos la edad de Marissa cuando se quedó sin padre. Tuvo que ser una pérdida terrible para él y para Nor.

—Crucemos los dedos para que todo vaya bien —propuso Billy—. No quiero entusiasmarme antes de hora. Esperaré a que me manden la oferta por escrito.

—Lo lograrás —le aseguró Nor—. Pero recuerda que la próxima Navidad te quiero aquí, cantando conmigo.

—Claro, mamá, y sin cobrar —rió Billy.

—Tendrás que contratar a un guardaespaldas —dijo Dennis. Luego dobló un paño—. Listo. Esto ya está. Pareces cansada, Nor. Deja que te acompañe a casa.

—Mira, si viviera a un cuarto de hora de aquí, tal como me siento ahora mismo te tomaría la palabra. Pero por tres minutos que tengo hasta casa, prefiero que el coche esté delante de mi puerta mañana por la mañana. Pero podrías sacarme estos libros de reservas. Quiero seguir revisándolos un rato.

Le dio un beso a Billy en la mejilla.

—Buenas noches.

—Bien. Yo me voy arriba. No te pongas a mirar esos libros ahora, mamá. Necesitas dormir.

Se miraron el uno al otro.

—Lo sé —dijo Billy—. Mañana puede que sea demasiado tarde.

O sea que Billy vive aquí, pensó Sterling. Debe de tener un apartamento ahí arriba. Sería interesante ver cómo es la casa de Nor. Ha dicho que estaba a tres minutos en coche. Puedo ir dando un paseo. Se apresuró una vez más hacia el aparcamiento, esta vez detrás de Nor y Dennis.

Cómo ha bajado la temperatura en estas pocas horas, pensó. Miró hacia el cielo. Unos nubarrones empezaban a oscurecer la luna y las estrellas. Percibió un aroma a nieve en el aire. Yo era de esas personas que prefieren el invierno al verano pensó. Annie me tomaba por loco. A ella, nada le gustaba más que un día en la playa. Recuerdo que su familia tenía una casa en Spring Lake.

El coche de Nor era un precioso Mercedes. Yo tenía uno de esos, pensó Sterling, y en muchos sentidos este no se diferencia mucho del que yo conducía. Mientras Dennis dejaba los libros en el suelo de la parte de atrás y le abría la puerta a Nor, Sterling montó en el asiento delantero. Nunca me ha gustado viajar atrás, pensó. No te caben las piernas.

Nor cerró la puerta del conductor y se ajustó el cinturón de seguridad. Esto también se ha puesto de moda, pensó Sterling. Será que hay algún tipo de legislación al respecto.

Se acomodó el sombrero, sonriendo al acordarse de que al cabo de un año Marissa se reiría de él. Mientras arrancaban, se sobresaltó al oír murmurar a Nor en voz alta: «Mama Heddy-Anna. ¡Santo Dios!».

Sterling se sintió un poco culpable. Nor piensa que no hay nadie más, y es de esas personas que hablan solas. Yo también lo hacía, y me habría muerto de vergüenza si hubiera sabido que alguien me estaba espiando.

Pero no pasa nada porque yo he venido a ayudarles, se consoló. Afortunadamente Nor puso la radio y se entretuvo con las noticias hasta que llegaron…

La casa estaba al final de una calle sin salida, en un terreno bastante amplio. En cuanto la vio, Sterling tuvo la sensación de que era la casa ideal para Nor. Le recordó a una granja reformada. El exterior era de tablillas blancas con contraventanas negras. La luz del porche estaba encendida y arrojaba un fulgor cálido a la puerta principal.

—Gracias a Dios, por fin en casa —suspiró Nor.

Te entiendo muy bien, dijo Sterling en voz alta.

Luego puso los ojos en blanco. Menos mal que no puede oírme. Le podía haber dado un ataque.

No vaya quedarme mucho rato, se prometió a sí mismo mientras Nor buscaba la llave en el bolso, se apeaba del coche y cogía los libros de reservas.

Sterling fue hasta la puerta de la casa y admiró los arbustos ligeramente cubiertos de nieve.

Tan pronto como Nor abrió la puerta, desconectó la alarma y encendió la luz, Sterling comprobó que tenía además un gusto excelente. La planta baja era una única y muy amplia habitación de paredes blancas y piso de madera. Una chimenea elevada definía la zona de estar. Al lado de la misma, un altísimo árbol de Navidad decorado con bombillas en forma de vela. Las ramas inferiores llevaban sin duda la marca de Marissa. Adornos de papel hechos a mano, baratijas a parrilla y una docena larga de caramelos daban fe de la idea que la niña tenía del árbol navideño.

Sofás rehenchidos, enormes alfombras persas, buenos muebles de anticuario y cuadros de primera clase ocupaban el resto de la estancia. En conjunto, tenía un ambiente de intensa serenidad (si es que existe tal cosa, pensó Sterling).

«Un chocolate caliente», murmuró Nor mientras se quitaba los zapatos. Fue a la zona de la cocina, dejó los libros sobre la mesa y abrió el frigorífico. Como no quería correr, Sterling se entretuvo mirando los cuadros. Son de gran valor, pensó. Ojalá tuviera ocasión de poder estudiarlos a fondo. Le intrigó especialmente una escena de caza.

Sterling tenía ojo para el buen arte debido a sus años de especialista en herencias y testamentos. La gente, recordó, me decía que podría haberme ganado la vida como tasador.

Vio la escalera que iba a la segunda planta. Una ojeada rápida y vuelvo a bajar, se prometió a sí mismo.

El cuarto de Nor era el más grande. Había fotos enmarcadas en el escritorio, el tocador y las mesitas de noche. Eran todas personales y en muchas de ellas aparecía una Nor muy joven con el padre de Billy. Había como media docena de Billy con sus padres, empezando por cuando era un bebé. En la última, donde se los veía a los tres juntos; el niño debía de tener unos seis años.

Sterling asomó la cabeza al primero de los otros dos dormitorios. Era pequeño pero agradable, con el aspecto despejado de una habitación para huéspedes.

La tercera puerta estaba cerrada. La pequeña placa de porcelana decía EL CUARTO DE MARISSA. Al abrir la puerta, Sterling notó que se le hacía un nudo en la garganta. Esta niña va a perder muchas casas en este año que viene, pensó.

La habitación era encantadora. Muebles de mimbre pintados de blanco. Papel azul y blanco en las paredes. Colcha y cortinas blancas de ganchillo.

Una estantería con libros. Una mesa con un tablón para pegar notas.

Oyó los pasos de Nor en la escalera. Era momento de irse. Volvió a cerrar la puerta y se quedó mirando a Nor, que entraba en su habitación.

Un momento después, can el cuello de su trinchera subido y el sombrero calado hasta las cejas, Sterling salió a la calle y se puso a andar a paso vivo.

Tengo varias horas por delante, pensó. Billy ya estará dormido. Quizá podría ir a ver qué está haciendo Marissa. Pero ¿dónde vive ella exactamente?

Hasta ahora había estado muy ocupado, pero con todo el mundo listo para acostarse, se sintió un poco solo mientras vagaba por las calles tranquilas.

¿Y si contactara con el Consejo Celestial?, se preguntó. ¿O habrán decidido que no puedo cumplir la misión? En tal caso, ¿qué vaya hacer?

De repente algo atrajo su atención.

¿Qué es eso?

Un pedazo de papel caía del cielo. Dejó de caer cuando estuvo justo delante de él. Sterling lo cazó al vuelo, lo desplegó y se acercó a la siguiente farola para leerlo.

Era un mapa del lugar. La casa de Marissa y el restaurante de Nor estaban claramente indicados.

Una línea de puntos empezaba en un lugar marcado como «estás aquí» y daba instrucciones específicas. —«Cuatro manzanas al este… torcer a la izquierda y la primera a la derecha»— para llegar a donde vivía Marissa. Una segunda línea de puntos ilustraba el camino desde allí al restaurante.

Sterling alzó la vista y miró hacia la eternidad, más allá de la luna y de las estrellas. Gracias. Os estoy muy agradecido, susurró.