La sala de espera estaba repleta de recién llegados que trataban de adaptarse al nuevo entorno. El ángel había recibido orden de colgar un enorme rótulo de NO MOLESTAR en la puerta de la sala de conferencias. Había ocurrido varias veces que ciertos altos ejecutivos, nada habituados a esperar, habían exigido una entrevista cuando el ángel les daba la espalda.
En la sala, el Consejo Celestial estaba siguiendo las actividades de Sterling con gran interés.
—¿Os habéis fijado en lo triste que parecía cuando Marissa ni siquiera notó su presencia en el restaurante? —Dijo la monja—. El pobre estaba muy afligido.
—Era una de las primeras lecciones que queríamos que aprendiese —afirmó el monje—. Durante su vida, muchas personas le pasaron desapercibidas, demasiadas. Las miraba sin verlas.
—¿Os parece que Heddy-Anna aparecerá pronto por nuestra sala de espera?, —preguntó el pastor. Les ha dicho a sus hijos que se estaba muriendo.
La enfermera sonrió:
—Ha utilizado un truco de manual para hacer que sus hijos vayan a verla. Está fuerte como un toro.
—Pues no me gustaría vérmelas con ella en el ruedo —comentó irónico el torero.
—Ese abogado está en un verdadero apuro —dijo la santa que le había recordado a Pocahontas—. A menos que tome una decisión drástica, cuando le llegue la hora no va a poder hablar con nosotros.
—El pobre Hans Kramer está desesperado —observó la monja—. Los hermanos Badgett no tienen piedad.
—Su sitio está en el calabozo —sentenció el almirante.
—¿Lo habéis oído? —dijo la reina, perpleja—. Van a prender fuego al almacén de ese pobre hombre.
Los santos se quedaron callados y reflexionaron tristemente sobre la inhumanidad del hombre para con el hombre.