En lenguas humanas

Lo último que diré sobre estos hechos es que aquellos husihuilkes llegaron con bien a su tierra. Los Pastores del Desierto no dejaron ver ni sus siluetas en el horizonte. El viaje no les ocasionó más penurias que las previsibles en tan largo camino. Y tal vez, gracias a los animales que llamaron con cabellera, unas cuantas menos.

Apenas atravesado el Pantanoso, la columna que venía desde Beleram comenzó a mermar porque muchos fueron tomando desvíos hacia sus aldeas. El primer grupo tomó un atajo al oeste para llegar a Hierbas Dulces. Después se apartaron los habitantes de las aldeas altas. Un poco más al sur, se despidieron los que debían atravesar Paso Olvidado: gente de la otra ladera de las Maduinas, y de linajes rivales.

Por eso, cuando el Halcón Ahijador pasó volando sobre ellos, Piukemán vio menos de la mitad de los que habían regresado.

—¡Vieja Kush, ven aquí! ¡Apúrate! —la llamaba como si también ella pudiera verlos llegar.

—¿Qué pasa, hijo mío? —preguntó una revieja, con arrugas nuevas y los ojos de siempre.

Piukemán hacía fuerza con su cuerpo, intentando que el Ahijador volviera sobre su vuelo.

—¡Vuelve, vuelve! —el Ahijador estaba volando en círculos—. ¡Baja! ¡Baja que no alcanzo a distinguirlos!

—¿De qué hablas, Piukemán? —preguntó Kush.

—¿Qué está viendo con los ojos del pájaro, abuela? —Wilkilén no quería que su hermano empezara con esos gritos que le daban miedo. Pero Piukemán estaba sonriendo.

—Han vuelto —dijo.

Kupuka vio pasar por el cielo al Halcón Ahijador:

—¡Baja! —le pidió—. Baja para que el muchacho pueda vernos.

Pero el Halcón Ahijador estaba sonriendo.

—Muy bien. Si tú no quieres bajar, tendré que seguirte —se lamentó el Brujo—. Tengo una deuda con Piukemán.

Se fue Kupuka tras el Halcón:

—Ustedes sigan adelante. Yo los alcanzaré.

Era día de sol en Los Confines.

—Corre, Wilkilén —dijo Vieja Kush—. Avisa a los vecinos que nuestros guerreros están de regreso, y diles que desparramen la noticia. Mientras tú lo haces, amasaré pan nuevo. Espero que algunos lleguen pronto a comer.

Era noche de estrellas en Los Confines. Y la casa de Kush olía a pan de maíz.

—Alguien se acerca al nido del Halcón —susurró Piukemán despacito, para no sobresaltar al ave.

Vieja Kush y Wilkilén se le acercaron, con miedo de saber quién era y quién no. Juntos, Piukemán y el Ahijador miraron el rostro del anciano.

—Es Kupuka —susurraron.

Era el amanecer en Los Confines, y el pan estaba dispuesto. Kush, Piukemán y Wilkilén esperaban junto al nogal que marcaba la mitad del camino entre la casa y el bosque. Piukemán sintió temblar el alma revieja:

—Abuela, dime quiénes son los que llegan.

—Ni tu padre, ni tus hermanos varones.

—Es Kuy-Kuyen y el hombre pequeñito —dijo Wilkilén—. Es el Brujo. Y traen animales que tienen como mi pelo cuando Vieja Kush me desarma las trenzas.

Vieja Kush tomó del brazo a Piukemán y avanzó por el camino que Wilkilén ya estaba corriendo.

—Bienvenida Shampalwe —dijo.

Kuy-Kuyen miró al Brujo de la Tierra pidiendo ayuda. La anciana debió enloquecer de la pena de no ver regresar a todos los que amaba.

—Porque espero que ése será su nombre —continuó diciendo Vieja Kush, con las manos en la cintura de su nieta.

Había mucho que preguntar y responder.

—Me marcho —Kupuka se negó a entrar a la casa—. Si entrara a aquel nido, comería pan hasta hartarme y luego me echaría a dormir por siete soles…

—¿Y qué te impide hacerlo? —preguntó Kush.

El Brujo de la Tierra respondió con su risa de cabra.

—Un día regresaré. Y espero que para entonces haya aquí muchos niños, además de esta Shampalwe que Kuy-Kuyen ha traído consigo. Espero, también, que todos ellos me teman lo suficiente —Kupuka tomó a Piukemán por los hombros: El día que regrese, tú ya no tendrás miedo de volar.

El Brujo de la Tierra se marchó. Alguien detrás de él, lo hubiese visto llegar a su cueva en cuatro patas.

Después, Vieja Kush repartió el pan.