Después de las cuatro

—La otra está buena.

—¿Cuál?

—La de azul.

—Esperá que me la tapa el punto.

—¿No la viste cuando entró?

—Ahhh, sí… ¡Ya sé cuál es! Es una potra infernal esa hija de puta.

—¿Cuál decís vos? ¿La flaca? —se atrevió el Ale.

—¿Flaca? Pobre de vos. Vos no sabés el lomazo que tiene esa mina. ¡Si yo la conozco! Había un tiempo que se la caminaba el Paragua. Pero ¿sabés una cosa?, no se la pudo garchar. El Paragua mismo me la contó.

—¿No? Ese Paragua no sirve ni para tirar flit.

—Parece que cuando el Paragua quiso ir a los bifes, la mina andaba con un problema ajoba, y no podía…

—¿En dónde?

—En el pesebre. Y no podía.

—¿En el pesebre?

—Sí.

—¿Y ni siquiera la puerteó?

—No sé, querido, el otro no me contó tanto. Vos sabés que el Paragua es muy discreto. Es incapaz de quemar a una mina.

—Pero ahora, esa flaca… —documentó el Ale— anda entreverada con un pendejo y no da bola.

—¿No da bola? —desafió el Zorro—. ¿Vos te creés que a nosotros solos nos gusta cojer?

—Sí, macho. Pero está en otra esa mina. Anda en la blanca. Se fuma…

—Yo lo conozco al pendejo —terció Ricardo—. Vendía biyuta en la rambla, en Barcelona. Yo lo encontré ahí.

—Andará en otra, será muy cheta, muy fina, pero viene acá como cualquier otra, querido… Qué te parece.

—No da bola, Zorro, no da bola… —desestimó el Ale—. Está en nena bien…

—Vos dejá, vos dejá que ya va a venir al pie —entrecerró los ojos el Zorro.

—La otra va al frente —apuntó Ricardo.

—¿Cuál? ¿La gordita?

—La que está fumando.

—Tiene su buena pinta de guerrera —dijo el Ale.

—La dagor y la alta son del grupo de la Zulema. Todas ex combatientes de la peña del Motu. Se castigaban ahí. Y también en la «Salamanca», cuando era del loco Cacique.

—Pero están en difíciles.

—La única que vale media puteada es la flaca.

—La flaca es un avión.

—La alta tiene una histeria encima. Yo me acuerdo de la peña del Motu. Se pescaba cada pedo que había que llevarla alzada.

—¿Esta no es la que le tiró con un sova al Trapito?

—No, ésa fue la Lucy, una noche que llegó chiva porque le había dado la cana al Julito con la otra, la Renga…

—La que cantaba «Te recuerdo, Amanda…»

—Esa… ¡Cómo rompía las bolas con esa canción!

—Ahora…, te digo que para cojerse a la gorda ésa… hay que tenerle asco a la pija…

—Mucha carne pa’ dos huevos.

—Che… Y el que está en la barra con la Mariela, ¿quién es?

—Pedrito, gil.

—¿Pedrito? ¿Y de qué la va? ¿Está en churro ahora?

—Se hace el lindo.

—¿Está trabajando en ese palo? Lo va a agarrar el Vasco, lo va a cagar a sopapos.

—¿Qué? —se interesó el Ale—. ¿El Vasco anda con la Mariela?

—¿Eh? —se sorprendió el Zorro por la ignorancia—. Hace mucho.

—No… Pero con Pedrito no pasa nada —tranquilizó Ricardo—. «Perdomo» le dicen, es vareador. Además, al Pedrito ya no se le para. Se le arrodilla.

—«Oreste Berta» le dicen. Prepara las minas y se las corre otro.

—Sin embargo vos lo escuchás hablar y es Roger Vadim.

—¡Uh! Pedro es otro como el Carmelo. Si le ponés ficha te tiene hasta la noche contándote las minas que se piroba.

—Sin embargo, engancha —defendió el Ale—. No te vayas a creer.

—¡Pero se coje cada bicho, hermano! —se tomó las manos el Zorro. Se ha cojido cada cosa…

—Y bueno…

—Cagamos, abrieron la jaula… —el Zorro estaba mirando hacia la puerta. Había entrado un grupo semipatético de cuatro mujeres.

—Huy…, la puta que lo parió, se está incendiando la isla…

—Dios querido —meneó la cabeza el Zorro—. ¿Y vos decías que venían lindas minas acá?

—La de negro no está mal —condescendió el Ale.

—¿Cómo podés ser tan hijo de puta, Ale? Si esa mina está bien, yo soy Catherine Deneuve.

—No te digo que esté bien, nabo. Te digo que no está mal.

—Yo la conozco a esa mina —informó Ricardo—. Viene muy jodida del comedor.

—¿Sí?

—Se ríe, parece el Tolo Gallego. Le faltan como tres dientes de ajoba.

—¿No ves? Ni siquiera para una tirada de goma.

—Te digo que la más pasable es la veterana —opinó Ricardo.

—Tiene como mil años, hermano —desaprobó el Zorro—. Ya no es veterana de Vietnam, ésta. Es de la Guerra con el Paraguay, querido. Ésta le cebaba mate a Solano López.

—¿Y la Turca? ¿No te gusta?

—¿Cuál? —buscó el Zorro.

—La turca que está con el Víctor.

—¡Es de cuarta esa mina, Ricardo! ¿Vos me tenés bronca a mí? ¿Vos viste los ojos que tiene, que son como dos huevos duros? Parece que le hubieran pegado un golpe en la nuca, pobrecita. Y… ¿vos la viste de abajo? ¿Vos la viste bien de abajo? ¿Sabés lo que son los tobillos? Así son… —el Zorro encerró entre los dedos índice y pulgar de ambas manos un círculo de unos 20 centímetros de diámetro—. Así. Parece un elefante. Dejame.

—La que está hecha un bagallo es la Beatriz, ¿la viste? —Ricardo bajó la voz—. Está allá chamuyando con el Pipa.

—Estaba buena esa pendeja.

—Sí, hermano, pero ya no es una pendeja.

—Está muy derrumbada esa mina ahora. Yo la veía el otro día en La Florida. Un escracho.

—Se le han caído las gomas, las gambas flaquitas.

—Estuvo en cana, creo.

—¿En cana? —se alarmó el Ale.

—Política.

—Che, Zorro —alertó el Ale—. La que te ficha es la gorda.

—¿Qué gorda? —se alteró el Zorro, buscando con la vista.

—No mirés, gil. La gorda que está con Víctor.

—¿La de la mesa de saldos?

—No seas hijo de puta.

—¿La que está con la Turca?

—Sí. Marquetea.

—¿Por qué no te vas a la puta madre que te reparió? —el Zorro agachó la cabeza y se frotó la frente, como escondiéndose.

—Yo te aviso, nabo —se rio el Ale—. Está mirando desde hoy.

—¿Vos te imaginás lo que debe ser esa gorda en bolas? —frunció la cara el Zorro—. Con este lorca, toda transpirada…

—Despertarte a la mañana y verla al lado tuyo… —aportó lo suyo, Ricardo.

—Es como encamarse con uno de esos japoneses que hacen esa lucha… ¿Cómo se llama?

—Sumo —se rio Ricardo.

—Eso… Como si te querés cojer a uno de esos ponja luchadores de sumo.

—Bueno… —acordó el Ale—. Yo te advierto que la mina te está fichando.

—Vos dejame que yo estoy laburando —guiñó un ojo el Zorro.

—¿Dónde? ¿Dónde estás laburando? —silabeó Ricardo.

—Allá, en la mesa de la tapuer.

—¿La flaca? —se admiró Ricardo.

—La flaca.

—¿Juna, Zorro? ¿Te juna? —se puso nervioso el Ale.

—Está en estrella ¿viste? Se hace la boluda —informó, apenas abriendo la boca, el Zorro—. Pegó un par de revoleadas de bocho para acá. Pero está en estrella.

—Es muy boluda esa mina, Zorro —dijo el Ale.

—Para inteligente estoy yo, Ale. ¿O te creés que la quiero para que me explique el quilombo de Afganistán?

—Lo que pasa es que hay muchos gavilanes jugando ahí. Mucho tiburón.

—Vos dejá.

—A mí… —casi anunció el Ale—… Vos dirás lo que quieras… A mí la Turca me gusta…

—Hacé tu vida, querido —fue comprensivo el Zorro—. Pero tenés que estar muy regalado.

—Es que al Ale se le cayeron varios timbres este mes —explicó Ricardo.

—Y andá —apuró el Zorro. El Ale hizo un gesto escéptico.

—¿Sabés qué pasa? —Ricardo se inclinó sobre la mesa—. El viejo guardabosques del Víctor te la va a amarretear. Te la amarretea Víctor.

—¡Ah, sí! —coincidió el Ale—. Es un viejo guardabosques ese viejo puto. Ni come ni deja comer.

—Es como el perro del hotelero —bostezó el Zorro.

—Del hortelano, nabo.

—Del hortelano, del hotelero… Mirá vos si me voy a poner ahora a ver de quién carajo es el perro. Tenés cada idea vos, Ale.

—¿No te gusta la mano a vos, Zorro? —el Ale le guiñó un ojo a Ricardo—. Yo con la Turca y vos me hacés gamba con la gordita.

—¿Ah sí? ¿Y por qué no buscás también un marinero para que venga y me rompa el orto? Pegame con un martillo en los dedos también, querido. ¡Este tiene cada idea!

—La gorda te sigue escrachando.

—Huy… Llegaron las chicas de la Misericordia, muchachos… —anunció Ricardo.

—No deberían dejar entrar adolescentes acá, ¿no es cierto? —zumbó el Zorro.

—Qué buena pinta de puta tiene la del medio.

—¿Y la de atrás? Esa típica boca de chupapijas…

—Dios mío… Si te tira la goma esa mina no queda nada.

—La primera, che, la primera —el Zorro tomó a Ricardo del brazo—. Esa… iba a la peña del Bimbo en la época en que solían caer los trova, Miguelito, el Indio Pampa, y ésta andaba loca detrás del Pampa, no sabía que el Pampa tragaba la bala.

—¿Qué? ¿El Pampa se sentaba en el pelado?

—¿Que si se sentaba en el pelado el Pampa? Trolo del año uno.

—Y la otra, la enanita, parece muy recatada, muy modosita, pero vos sabés cómo va al tefren…

—Tiene pinta de guerrera —aprobó el Ale.

—Tiene más partidos jugados que Ángel Labruna. Kilómetros de verga se habrá tragado esa mina. Va al frente como una loca.

—Y viejo… —condescendió el Zorro—. Si con esa raca no vas al frente, ¿qué podés esperar? Si con semejante napia, enana, no vas al frente, ¿qué podés esperar?

—No es narigona. Es que ella viene muy atrás.

—Si se queda sentada… —redondeó el pensamiento, el Zorro— esperando que se la atraquen, está en la lona. Ahí ella tiene que ir para adelante, manotear algún nabo, manotearse un ganso ¿eh?, ¿eh?

—O quedarse piola hasta que la peña quede bien de última y, cuando ya no queda nadie, por ahí algún borracho se la piraba. Es la única que le queda a la pobre mina. Total, después de las cuatro de la matina, si es mujer, mejor.

—Cagaste, Zorro… Cayó el machilongo —anunció el Ale.

El Zorro se puso serio.

—Perdiste —se apiadó Ricardo.

—¿Ese es el macho? ¿Ese es el macho de la flaca? —no lo quería aceptar, el Zorro—. ¿Quién te dijo que ése es el macho?

—Es el macho, loco. Ya la vi con ese pendejo una punta de veces en la arenera. Es el mismo pendejo que andaba con la butiquera.

—¿Qué butiquera? ¿La de las tetas?

—Esa.

—¿El mismo? —se asombró Ricardo—. Come bien ese hijo de puta.

—Y nosotros comiendo azotillo.

—Cocinando con grasa.

—¿No ves que se pira con él?

El Zorro no me contestó. Se quedó mirando hacia la puerta.

—¿Ya te vas? —pareció enojarse el Zorro.

—Y… ¿qué querés? No puedo aterrizar a las cinco de la matina como vos, viejo —Ricardo se había parado, arreglándose la camisa bajo el cinturón.

—Pero son las cuatro y media, nomás.

—Sí, pero tengo como media hora de viaje, Zorro. ¿Qué querés? ¿Que me caguen a pedos?

—Estás viejo, hermano. No podés salir más con nosotros.

—Mañana te veo. Mañana te veo, Ale.

Ale y el Zorro se quedaron un rato en silencio.

—¡Qué merca de mierda, hermano! —dijo el Zorro.

—¿No te gusta la mano con la gordita? —insistió, tanteando, Ale.

—Dejame —casi fue inaudible la voz del Zorro. Tenía los ojos rojos y estaba deliberadamente despeinado.

—De veras. Están regaladas, Zorro. Se fue Víctor, para mejor.

—¡Qué viejo guardabosques ése, eh!

—Yo me apunto la Turca y vos con la gordita. ¡Si está con vos, Zorro!

—Tengo sueño, Ale. Si yo también dentro de un rato me voy a apoliyar.

—No está tan mal la gorda. Está un poco fuerte por demás, pero no es un monstruo después de todo.

El Zorro depositó una mirada más prolongada sobre la mesa de la Turca y la gordita.

—Hay mucha desesperación ahí, Ale —dijo, poético y amargo.

—Te aseguro que si la ves caminando, no está mal.

El Zorro se quedó en silencio.

—Mirá, mirala ahora que se va al baño —indicó Ale—. Oíme, no es para tanto.

El Zorro se mordía una uña, inclinando la cabeza, haciendo un vago gesto aprobatorio.

—El culo parece un baúl —dijo.

—Pero… se la aguanta…

—Se la aguanta…

—Dejame a mí —dijo el Ale y se levantó, acomodándose el cinturón. El Zorro suspiró. Ale se acercó a la mesa de las chicas justo cuando la gordita volvía del baño. Ellas parecieron asombrarse, pero la Turca sonrió y le señaló al Ale la silla vacante. La gorda sonrió también y miró hacia la mesa del Zorro. El Zorro se acomodó el pelo, se puso de pie y caminó lentamente hacia esa sonrisa.