5

Media hora después se apeaba del taxi en Campo Belo, frente a la puerta principal de las instalaciones del Grupo de Operaciones Especiales. Viéndolo desde fuera, nadie diría que allí dentro entrenaban los fornidos efectivos del cuerpo policial mejor preparado de Brasil. Los mismos agentes que se enfrentaban a los cárteles de la droga; en ocasiones, también los mismos que, tras ganar la batalla, se encargaban de gestionar en la sombra las redes de narcotráfico que dejaban huérfanas los cabecillas caídos.

No tardó en verse sentada frente a la mesa del investigador. Ceniza milenaria, un frasco de cristal que en su día tuvo aceitunas y ahora servía para guardar bolígrafos con el capuchón mordisqueado, goterones de café sobre los expedientes que rebosaban papeles clasificados. El cubículo de un hombre de acción obligado a lidiar con demasiada burocracia. Detectó un elemento nuevo: cogido con grapas en la pared junto a la «Oración de las Fuerzas Especiales» había un folio garabateado con mil colores, sin duda la obra de arte de un niño pequeño.

Baptista mostraba un aspecto más rudo que el primer día, quizá porque el trabajar a horas intempestivas le hinchaba la vena del cuello y tensaba los músculos que abultaban bajo el polo negro. Mika echó en falta el olor a jabón que desprendía la vez anterior, recién duchado.

—Hoy no ha tenido partido —murmuró.

—¿Por qué lo dices?

—Por nada.

—Nadie habla por nada, garota.

No pudo evitar pensar en la charla que acababa de tener con Adam en el garaje del helipuerto.

El agente Wagner no les acompañaba para mecanografiar la declaración, por lo que el propio Baptista recolocó el teclado amarilleado de su PC y se acercó a la pantalla arrugando la nariz mientras hacía clic con el ratón.

Para desesperación de Mika pasó un rato leyendo un documento de Word, como si necesitase recordar los temas que iban a tratar. Por fin deslizó la mano por su cara fatigada y dijo:

—Joder, leona, blanco y en botella: leche.

—Estupendo, investigador. Me parece una conclusión digna del más sutil Sherlock Holmes.

—No hace falta ser Sherlock Holmes para descubrir tu papel en esta historia. Hasta una sobrina de tres años de Watson se daría cuenta.

—¿Cuenta de qué?

—La versión femenina de El último samurái corretea por los tejados de la favela en la que asesinan a un narco y dos días después se va a una fiesta evangélica en la que el muerto es… ¡el mismísimo Ivo dos Campos! ¿De verdad quieres que crea que ha sido casualidad? Ya te dije por dónde me paso yo las casualidades.

Mika se tomó unos segundos para meditar.

¿Habría descubierto Baptista su conexión con Adam?

Puede que incluso las cámaras los hubieran captado juntos… Reconstruyó los hechos: cuando abandonaron la zona del catering y salieron al escenario antes de los discursos, lo hicieron por separado; ella buscó un hueco junto a la mesa del técnico de sonido, en el lateral más alejado de la tarima, donde se ubicaron las personalidades; y para cuando Adam regresó de entre el público para abrazarla ya llovían semillas, por lo que todas las cámaras estarían enfocando al cielo… ¿A qué estoy jugando?, se reprochó. Seguro que el investigador tiene toda la información y me está poniendo a prueba. Era el momento de decir la verdad. Le estaba dando la oportunidad de contarlo todo desde el principio: la carrera en el deportivo por la favela; el abrazo al pastor minutos antes de que cayera fulminado…

—No tengo la culpa de haber escogido mal mis visitas turísticas —fue lo que salió de su boca.

Ella misma se sorprendió de su frialdad. Ya estaba hecho.

Sólo quedaba huir hacia delante.

—Vaya…

—¿No recuerda que yo estaba en este mismo despacho mientras asesinaban al maderero en plena selva? Se empeña en relacionarme con el día primero y el día tercero de esta serie, pero en medio se le quiebra el patrón.

—No te las des de listilla. Conste que te lo digo con cariño, pero no estás en disposición de chulearme.

—Tampoco percibo mucho respeto por su parte.

—Piensas que soy tu cazador, leona, y no te falta razón. Pero también soy tu protector. Los narcos de…

—Va resultar que es usted bipolar.

Baptista meneó la cabeza.

—Si sigues con esta actitud…

—¿Qué actitud? ¿Por qué me ha hecho venir cuando sabe que es físicamente imposible que yo ajusticiase al maderero?

—Sé que tú no lo hiciste. Pero ¿qué me dices de tus amigos? Creo que entre todos formáis un buen equipo.

—¿Qué amigos?

—Por favor, no insultes a mi inteligencia.

—¿Se refiere a los Boa Mistura? ¡Si son un colectivo artístico!

—Pues yo creo que son mucho más que eso. Un grupo de creativos, jóvenes, socialmente comprometidos y sobre todo muy activos. O sea, con un perfil más que coincidente con los integrantes del… FLT.

—¿Cómo?

—El Frente de Liberación de la Tierra.

—Ya conozco la organización. ¿Está pensando en serio que forman parte de ella?

—Salta a la vista. Son un grupo que…

—¡Ellos no tienen nada de agitadores, todo lo que hacen es limpio y…!

—¡Deja que termine, joder! —le cortó dando un golpe en la mesa—. Un grupo, decía, que llega a una favela para pintar las calles con mensajes simbólicos de amor y belleza y orgullo y no sé qué coño más la misma semana que se montan los follones no menos simbólicos de la estrella y el arcoíris y la lluvia. Además, curiosamente escogen a la misma favela donde tú, su amiga del alma y más letal que una tortuga ninja, apareces justo cuando asesinan al capo de la droga. Dime que todo eso de venir a pintar fachadas no suena precisamente a eso, a una fachada simulada para ocultar vuestros verdaderos objetivos.

—Esto es increíble. Todo lo que sale de su boca son patrañas, una detrás de otra. Baje a sus calabozos o donde quiera que lo tengan y pregúntele al líder del FLT, a ver qué le dice él.

—Vaya, esto sí que no lo esperaba. Acabas de autoinculparte.

—¿Qué?

—¿Cómo sabes que hemos cogido a su líder? Me temo que esa información todavía no se ha hecho pública.

Efectivamente. ¿Qué había ganado con ese comentario? No estaba acostumbrada a mentir, y menos aún a la policía. Debía calibrar mejor sus movimientos. Ahora tenía que revelar su fuente, lo que implicaba dar más detalles de la charla que había mantenido en bambalinas del escenario con el multimillonario… y con el propio pastor ajusticiado. Sería mejor no mencionar a este último.

—Antes de que diera comienzo el evento de São Sebastião, don Gabriel Collor reveló que…

—Espera, espera. ¿Te refieres al Gabriel Collor que estoy pensando? ¿Al ultrarricachón de la Collor Corporation?

—Sí.

—No me jodas que estaba allí y que además hablaste con él. Ésta sí que es buena.

Nuevo error. Baptista no tenía constancia de su presencia. Ahora seguiría esa línea de investigación y, ya sin ningún género de dudas, acabaría descubriendo su relación con Adam Green.

Esto va de mal en peor…

—Gabriel —retomó, hablando de él como si lo conociera de toda la vida para recobrar cierta credibilidad— me contó que los servicios de inteligencia seguían la pista del FLT después de haber capturado a su líder en el escenario del segundo asesinato. Por eso estoy al tanto.

Baptista la miró a los ojos y mudó a un tono cargado de gravedad.

—Puede que a mí te me escapes, pero el Comando Brasil Poderoso acabará encontrándote y te hará sufrir más de lo que tu mente no brasileña pueda imaginar.

Mika se quedó muda. Tal vez se estaba equivocando al considerarle un enemigo. Aun cuando había decidido no hablarle de Adam, estaba claro que no convenía cerrarse en banda. Un enfrentamiento personal con el investigador pondría las cosas aún más difíciles.

—Ya que estoy aquí le ayudaré en todo lo que esté en mi mano —accedió, cambiando de estrategia y pasando a mostrar su mohín más sumiso.

El investigador rescató una colilla del vaso de poliestireno del último café y consiguió prenderla a pesar de que se había humedecido. Le arrancó una calada larga, expulsó el humo hacia el cartel de NO FUMAR y dijo:

—Dispara.

—Usted es el de la pistola.

—Está bien, te haré una pregunta muy concreta que sólo admite una respuesta igual de concreta.

—De acuerdo.

—Si no cumples el trato, te bajaré de inmediato a una celda y pediré una orden de arresto preventivo.

—Que sí, que sí.

El investigador se tomó unos segundos más. En el pequeño despacho pareció hacerse un vacío momentáneo.

—¿Eres la asesina del Génesis?

—¿Qué demonios es eso?

—¡Error! Voy a tener que detenerte.

—¿Cómo que error?

—Las únicas respuestas posibles eran sí o no.

—Pero ¿qué dice? ¡Es la primera vez que oigo esa bobada!

Baptista analizó su furia. Seguro que era eso lo que pretendía, sacarla de su zona de confort para estudiar cada movimiento espontáneo de su rostro —ojos, boca, frente— con la rigurosidad de un polígrafo. Mika trató de no exteriorizar sus reacciones, pero debió de exhibir todo un catálogo de matices al recordar algo que mencionó el pastor Ivo dos Campos cuando bajó a compartir la lluvia de cacao con sus fieles. Extasiado, recitó unos versos del Antiguo Testamento sobre la tierra cubriéndose de semillas.

—Pues no sé qué habrás estado haciendo desde que se cepillaron al evangelista —comentó Baptista—, porque no se habla de otra cosa desde Río hasta Taiwan. El asesino del Génesis por aquí, el asesino del Génesis por allá. ¡Menudo gancho comercial para las televisiones! ¿Quieres que la enchufe? Seguro que siguen a vueltas con eso.

—He tenido que venir desde São Sebastião. Por eso no me había enterado.

—Y antes de que te telefonease, ¿qué hacías? Ya habían pasado unas horas desde que ocurrió todo.

Mika tragó saliva y, con ella, la explicación.

—¿Por qué en lugar de acusarme una y otra vez no me pone al día de esa historia bíblica? Así estaremos los dos en igualdad de condiciones para continuar esta apasionante charla.

Baptista rió su aplomo. Estaba claro que no iba a dejarse intimidar. Volvió a meter la colilla en el vaso y abrió una página de internet en la que seleccionó un texto que leyó con voz solemne:

Al principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra estaba informe y vacía; la tiniebla cubría la superficie del abismo, mientras el Espíritu de Dios se cernía sobre la faz de las aguas.

—Así comienza el libro del Génesis —murmuró Mika.

—Bien lo sabes tú; como también sabes que el mundo se encuentra ahora en el mismo punto que al principio de los días: envuelto en tinieblas. Nuestra civilización apesta, todo es oscuridad.

Ella le escuchaba con estupor no fingido. Confiaba que Baptista detectase su desconcierto y comprendiese que no tenía nada que ver con esos versículos. Pero el investigador comenzó un relato en el que daba por hecho que Mika conocía tan bien la palabra de Dios que raro sería que no la llevase tatuada en el omóplato.

—En este estado de decadencia hacéis aparición tú y tus amigos y montáis una primera acción que es fiel reflejo del primer día de la creación. Ocasionáis un apagón y, en mitad de la oscuridad, encendéis una estrella que se abre paso preconizando un «Nuevo Génesis».

Giró la vista hacia la pantalla y carraspeó antes de seguir leyendo:

Dijo Dios: «Exista la luz». Y la luz existió. Vio Dios que la luz era buena. Y separó Dios la luz de la tiniebla. Llamó Dios a la luz «día» y a la tiniebla llamó «noche». Día primero. Génesis 1, 3-5.

Mika recordó la estrella que prendió sobre el rascacielos al poco de aterrizar en São Paulo. Solitaria en la negrura, como aquella primera estrella del universo que también brilló en el vacío sin que nadie pudiera verla. En este caso había sido diferente; millones de personas contemplaron su luz. Bella y épica como un nacimiento. Como el nacimiento de un nuevo universo. ¿Cómo no se dio cuenta de que se trataba de un acto simbólico?

—Por eso escribió «Big Bang» sobre la fotocopia de mi pasaporte —musitó Mika—. Usted sí que dio en el clavo desde el principio…

No había vuelto a pensar en ello. En su anterior visita a las dependencias policiales, cuando Baptista se ausentó al despacho contiguo para ver la retransmisión del arcoíris de humo que acompañó al asesinato del maderero, la dejó sola en el despacho y ella se atrevió a curiosear su propio expediente. «Big Bang», eso es lo que el investigador había escrito. ¡Qué intuitivo! Al final iba a ser cierto que el rudo brasileño tenía algo de Sherlock Holmes.

—¿Cómo cojones sabes eso? —preguntó despacio Baptista.

Mika regresó de golpe de su ensimismamiento.

—¿Qué?

—Eso que has dicho del Big Bang. Eran notas mías. ¿Cuándo las has visto?

Se dio cuenta de que había vuelto a meter la pata. ¿De verdad había sido tan estúpida de pensar en voz alta?

—Supongo que usted lo mencionó el otro día.

—¡Joder, está claro que tengo que andarme con cuidado contigo! ¡Hurgaste en mis papeles! —Soltó una risotada nada alentadora—. ¡Tendrás valor!

—No quería espiar…

—Mejor no digas nada más —le cortó de forma despectiva—, que me dan ganas de meterte ahora mismo en esa celda.

—No quiero que piense que…

Baptista la taladró con la mirada. Mika bajó la suya y calló.

—El caso es que aquella primera acción creadora del Nuevo Génesis vino acompañada del primer asesinato —retomó el investigador—: Un indeseable narcotraficante que exhibisteis por las redes sociales cual trofeo o, más bien, cual muestra ejemplarizante, con la leyenda #DíaPrimero mientras la estrella iluminaba su favela, su caído reino de taifas. ¡Grande, garota! ¡Bien pensado!

—Efectivamente, todo cuadra —admitió Mika—. Pero eso no quiere decir que yo haya intervenido en esa trama.

—Sigamos con el repaso a la Biblia:

Dijo Dios: «Exista un firmamento entre las aguas, que separe aguas de aguas». E hizo Dios el firmamento y separó las aguas de debajo del firmamento de las aguas de encima del firmamento. Y así fue. Llamó Dios al firmamento «cielo». Día segundo. Génesis 1, 6-8.

Sonrió antes de seguir sus deducciones, remarcando las primeras palabras:

—Y-entonces-llegáis-tú-y-tus-amigos y el segundo día dibujáis en el cielo su símbolo más popular, un arcoíris. El mismo que, según el libro del Génesis, creó Dios tras el diluvio universal como muestra de su benevolencia y promesa de que el cielo siempre augura un futuro mejor.

Mika escuchaba fascinada. No era capaz de decir nada.

—Lo que más me gustó fue que dibujaseis ese arco celeste sobre el pulmón de selva cuya progresiva aniquilación está provocando la muerte por asfixia del propio cielo, sin capa de ozono, azotado por el cambio climático. He de reconocer que esta alegoría también estuvo bien pensada, sin duda que sí.

—Y al mismo tiempo —comentó Mika, como si la cosa de pronto hubiese dejado de ir con ella—, se lleva a cabo el asesinato del maderero responsable de la deforestación, sellado con la leyenda #DíaSegundo.

—Escoges bien a tus víctimas, de lujo. Pero no nos desviemos. A ver cómo sigue la palabra del Señor…

Dijo Dios: «Júntense las aguas de debajo del cielo en un solo sitio, y que aparezca lo seco». Y así fue. Llamó Dios a lo seco «tierra» y a la masa de aguas llamó «mar». Y vio Dios que era bueno. Dijo Dios: «Cúbrase la tierra de verdor, de hierba verde que engendre semilla, y de árboles frutales que den fruto según su especie y que lleven semilla sobre la tierra». Día tercero. Génesis 1, 9-11.

—Entonces llegamos mis amigos y yo… —se anticipó Mika.

—Llegáis tú y tus amigos y esparcís semillas de cacao sobre la tierra o, más bien, sobre los campesinos que ya no pueden cultivarla porque han sido expropiados en beneficio de las petroleras, los mismos que gastaban sus pírricos ahorros en financiar las arcas de ese predicador corrupto. Y, no contentos con eso, le dais matarile al figura y lo mostráis al mundo entero con la leyenda #DíaTercero.

—¿Por qué no aparca ya ese rollo? —estalló Mika—. ¡No hago más que repetirle que yo no he matado a nadie!

Baptista se inclinó sobre la mesa y le habló en tono confidencial.

—Para serte sincero, leona, la gente está contenta. Sobre todo con este último asesinato. Entre tú y yo, Ivo dos Campos era el peor de los tres. Aunque lo que no tiene desperdicio es el equipo que forman: un narco, un maderero sin escrúpulos y un predicador corrupto. Menuda panda, como para invitarlos a tu fiesta de cumpleaños.

—Yo no he matado a nadie —repitió.

—¡Qué te lo digo de verdad! —exclamó Baptista riendo—. Si el asesinato de hijos de puta no estuviera tan castigado en el código penal como el asesinato de una pobre monja de clausura, me pondría a aplaudir ahora mismo.

Mika notó que estaba perdiendo el norte. Necesitaba volver a tomar conciencia de dónde se encontraba. Miró a su alrededor: la insignia del Grupo de Operaciones Especiales de la Policía Metropolitana de São Paulo, ceniza, manchas de café, la oración del cuerpo de élite pegada con celo a la pared, el garabato de colores de niño pequeño, murmullo de voces y tecleos que llegaban de los despachos contiguos, en pleno funcionamiento a pesar de que era tan de madrugada que había dejado de ser tarde para empezar a ser pronto.

—¿Y qué voy a hacer mañana? —preguntó con sorna—. Dígame a quién me toca matar, porque tendré que ponerme rápido manos a la obra.

—Pues no lo sé. La madre naturaleza no me ha dotado con vuestra imaginación. A ver qué pone por aquí…

Dijo Dios: «Existan lumbreras en el firmamento del cielo para separar el día de la noche, para señalar las fiestas, los días y los años, y sirvan las lumbreras en el firmamento del cielo para iluminar sobre la tierra». Y así fue. E hizo Dios dos lumbreras grandes: la lumbrera mayor para regir el día, la lumbrera menor para regir la noche; y las estrellas. Día cuarto. Génesis 1, 14-16.

—Mmm… Creo que esto va del tiempo. Tictac, tictac. De los días y los años… —Baptista negó varias veces con la cabeza arrugando la nariz—. No se me ocurre nada. Os dejo la parte creativa a ti y a tus amigos.

—¿Puedo irme? Ya ve que no le he descubierto nada. Ha sido usted quien me ha informado a mí de la conexión bíblica.

El investigador respiró hondo, armándose de paciencia.

—Mira, leona, al principio creí que eras una simple sicaria contratada para matar a Poderosinho. Una más, como tantos otros ejecutores que he detenido o abatido en el pasado. Llegas a São Paulo, generas una reyerta en Monte Luz que parece una guerra civil, logras que por fin la policía pacificadora tenga una excusa para entrar con las tanquetas a limpiar la favela y, con todo ello, los promotores que te pagan disponen por fin de pista libre para iniciar una guerra diferente, la de la especulación. Eso, como te digo, lo he visto ya varias veces. Pero está claro que vuestro plan va más allá.

—¿Adónde va?

Realmente quería saberlo.

—Aún no sé cuál es la finalidad de todo este despliegue a lo Hollywood. Eso es lo que me preocupa, no saber ni dónde, ni cuándo, ni cómo va a terminar.

—Me encantaría ayudarle —dijo Mika con poquísima convicción—, pero no sé nada.

—Recuerda lo que te he dicho antes, tenemos nuevas pruebas de que la familia de Poderosinho va tras de ti. Han repartido entre sus esbirros fotocopias de tus tarjetas de visita como si fuera publicidad del McDonald’s, por lo que si yo no te pongo protección terminarás como una hamburguesa de ese garito infame. Te convertirán en un montón de carne picada y te arrojarán a un vertedero.

—Supongo que no resultará tan difícil ocultarme en una ciudad de veinte millones de habitantes.

—Eso es lo que tú te crees. El Comando Brasil Poderoso necesita dar un golpe de autoridad después de la reyerta de Monte Luz y no están reparando en gastos. Han puesto precio a tu cabeza. Tanto que quien te atrape tendrá suficientes reales como para hartarse de crack durante una década. Pero no pienses que todos tus perseguidores serán pandilleros drogados. Dentro de la red hay políticos, funcionarios de varios departamentos con acceso a registros públicos y… —dibujó un gesto incierto— también policías.

—¿Y qué tendría que hacer para conseguir esa protección?

—Colaborar.

—¿Cómo?

—Admite que eres la asesina del Génesis, al menos uno de los brazos ejecutores de tu banda, cuéntame adónde va a parar este tinglado y veré lo que puedo negociar con el fiscal. Si me das a tu equipo al completo, puedo conseguirte la inmunidad.

—¿Banda? ¿Equipo?

—Sé que formas parte de la trama, pero también sé que no eres la más significativa del grupo. Puede que hayas asesinado tú sola a esos cabrones, pero está claro que necesitas de un nutrido soporte para montar los espectáculos que acompañan a las muertes. Tiene que haber alguien que lleve la batuta y haya preparado este lío desde mucho antes de que tú aterrizaras en el aeropuerto de Guarulhos. Por eso te quiero proteger, porque necesito que me conduzcas hasta quien realmente parte el bacalao en tu organización.

Adam Green.

Sería tan fácil como pronunciar en voz alta esas dos palabras.

Es sólo un nombre. Dilo y todo habrá terminado…

—¿Por qué cree que, si lo supiera, le ayudaría? —le retó con una recuperada osadía—. En cualquier momento puedo coger un avión de vuelta a Europa, donde estaré libre de toda amenaza.

—Ni lo intentes. En cuanto salgas de aquí mandaré una alerta a todos los puestos fronterizos del país.

—No tiene nada en firme contra mí.

—¿Seguro?

—Sólo teorías absurdas y unas imágenes de televisión que me sitúan en un evento al que han acudido miles de personas. Por muy corrompido que esté su sistema judicial, jamás le concederán la orden.

Baptista rió.

—¡Que no tengo nada en firme, dice! Pero ¡si hasta hurgaste en mi expediente en cuanto di media vuelta! No sé cómo estará tipificado en el código criminal, pero yo lo llamo «espionaje». Era documentación clasificada, garota.

—¿Cómo lo probará?

—Está todo grabado.

—¿Está grabando esta conversación?

Baptista señaló el tigre cosido en el hombro de su uniforme.

—Este gatito no nació ayer.

Dio la vuelta a su móvil, que hasta entonces había permanecido boca abajo sobre la mesa, en cuya pantalla parpadeaba un piloto rojo.

Mika también habría querido lanzarse al suelo boca abajo. Todo se estaba complicando. Nuevas dudas. Adam Green… Dos palabras… Miró a los ojos a Baptista. ¿Quién le aseguraba que el investigador era de fiar?

—No soy su chica —concluyó—. Debería empezar a creer en las casualidades.

Baptista se frotó los ojos, asió el ratón y clicó con un movimiento acentuado de su dedo índice para cerrar el procesador de textos.

—Hemos terminado, entonces.

—¿Me va a detener?

La miró con una mezcla de hastío y compasión.

—Te voy a decir adiós. A decir adiós para siempre.

—¿Eso quiere decir que ya no me va a molestar más?

—Eso quiere decir que estás muerta.