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São Paulo, en la actualidad

El viento soplaba vigoroso durante la maniobra de aproximación al helipuerto de São Paulo, pero el piloto posó el aparato con suavidad sobre la H pintada en la azotea. Bajaron directos al garaje del rascacielos y caminaron en silencio hasta la plaza donde aguardaba el deportivo que Adam se veía obligado a pasear por una cuestión —eso decía— de fidelidad al fabricante, buen cliente de Creatio.

¿Será igual de comprometido con todo lo que integra su particular universo?

Pensaba en ella misma.

Adam se apresuró a abrirle la puerta del copiloto con su habitual caballerosidad, pero Mika declinó la invitación.

—¿Seguro que no quieres que te lleve a algún sitio?

No quería contarle que había quedado con el investigador Baptista. Ni siquiera había mencionado su existencia (aunque tal vez el Gran-Hermano-Adam-Green ya se había informado por sí mismo).

—Prefiero ir sola.

—Es peligroso andar por ahí de madrugada.

—Cogeré un taxi.

—Deja al menos que te saque hasta la calle.

—Subiré la rampa a pie y así podré estirar los gemelos. Esos miniasientos del helicóptero me han dejado las piernas agarrotadas. —Compuso una mueca de dolor—. En serio, no te preocupes. Iré mirando al cielo.

Adam le dedicó un gesto de suspicacia.

—Sólo por si acaso —siguió ella—. No estoy acostumbrada a que me lluevan encima semillas de cacao.

Sopló hacia arriba para apartar el flequillo y le clavó sus ojos verdes. Ninguno daba el paso de irse. En el garaje reinaba un silencio de caverna, salpicado de gotas envueltas en un inquietante eco.

—¿Seguro que estás bien?

No era una pregunta trivial encaminada a rellenar un silencio incómodo.

—La verdad, bastante impresionada por lo que le ha pasado al pastor. Acababa de hablar con él y parecía tan…

—¿Tan santo?

—Sólo había que ver cómo le miraban sus fieles. Pero…

Volvió a interrumpir la frase. Esta vez Adam se tomó más tiempo antes de completarla.

—Pero por algo habrá engrosado el grupo de ajusticiados.

—Quiero pensar que se lo merecía, aunque no era del estilo de los anteriores.

—No creo que quepan categorías de maldad, pero les iba a la zaga. Se enriquecía con el dinero de la fe, esquilmaba a los pobres a base de prometerles la vida eterna. El poder y el dinero eternos, eso era lo único a lo que Ivo dos Campos aspiraba. Apuesto a que, ahora que ha muerto, las redacciones de los medios echarán humo buscando fuentes de información sobre sus tramas de corrupción y las cuentas que tenía en paraísos fiscales. Espera un par de días y verás qué jugosas portadas.

¿Por qué siempre ha de haber algo oculto detrás de lo que mostramos a los demás?

—De todas formas, algunos lo habrán considerado un castigo excesivo.

—¿Y en el caso de los otros dos?

—Supongo que también.

—Un pastor corrupto que roba a los más pobres, un narcotraficante que convierte a niños de ocho años en adictos al crack para utilizarlos como siervos y un maderero que está aniquilando la selva amazónica con fines crematísticos. Tres tumores: de corazón, de cerebro y de pulmón. ¿No es legítimo extirparlos para sanar el resto del cuerpo?

Mika vio que la estaba provocando, al igual que hizo el martes, cuando visitó Creatio y la empujó a soltar su discurso sobre los daños colaterales. Estaba claro que Adam disfrutaba con aquel juego; y, por qué no admitirlo, ella también. Siempre le había gustado entrar al trapo cuando se tocaban temas espinosos, incluso en las sobremesas caseras más apacibles, y no estaba dispuesta a cerrar la boca delante de la persona a quien más deseaba impresionar.

—Sólo digo que mucha gente piensa que la sociedad no debe ponerse a la altura del delincuente, que ha de intentar curar el miembro enfermo en lugar de extirparlo. Y, por qué no, también está la visión de los cristianos, en cuanto a que cada vida es sagrada porque viene de Dios. Pero no hace falta meterse en cuestiones morales o religiosas. Muchos detractores de la pena capital lo son por meros efectos prácticos: ni es más barata que la reclusión perpetua, dado que hay que contar con los costes de repercusión social que acarrean las siempre cuestionadas ejecuciones; ni es disuasoria para los transgresores potenciales, ya que sigue habiendo delitos. Y desde luego no respeta las garantías jurídicas mínimas. Un veredicto erróneo es irreparable.

—No está mal para un aparcamiento de madrugada.

—No haber preguntado. He vivido con mi padre en algunos países que aplican la pena capital un día sí y otro también y más de una vez hemos hablado de ello. Además ¿qué esperabas? ¿Qué te diera la razón sin más?

—¿De qué razón hablas?

—Por lo que has dicho antes, pareces apoyar sin fisuras estas ejecuciones.

—No hay un solo centímetro cuadrado de este planeta que carezca de fisuras. Cualquier tesis tiene su réplica. Imagina que alguien pretendiera fundamentar la pena de muerte en razones de justicia. Podría acudir a la antigua ley del talión: «Vida por vida, ojo por ojo, diente por diente»; los pecados han de ser expiados y, por pura equidad, el delincuente debe sufrir una pena equivalente a su delito. Parece un razonamiento rotundo, pero cabría alegar en su contra que el talión no es un principio fundamental, que más bien pertenece al orden del instinto natural y que la ley no debe emular la corrompida naturaleza humana.

—Más bien debe corregirla.

—Exactamente. Otro posible argumento a favor: se ajusticia en ejercicio de la legítima defensa que la víctima no ha podido ejercer. Éste es aún más fácil de rebatir, ya que se presuponen unas intenciones que no pueden ser demostradas. ¿Y si la víctima, de haber podido expresarse, no hubiera reclamado venganza sino perdón? Podríamos continuar este ejercicio de toma y daca cuanto quisieras.

—Pero tú sigues sin decirme en qué equipo te encuentras más cómodo, si en el de los argumentadores o en el de los rebatidores.

—Ya me vas conociendo lo suficiente como para intuir que la soberbia que lleva aparejada el hecho de disponer de la vida de los demás me produce repulsa. —Mika no pudo evitar mostrar sorpresa ante una afirmación tan taxativa. No lo esperaba, después de lo que había visto… o creído ver. Adam hizo una pausa calculada y siguió—. Esto, naturalmente, analizado caso por caso.

Una nueva ventana.

—¿Por qué esta puntualización?

—Porque mi postura podría variar si estuviésemos hablando de un plan superior.

—¿Qué quieres decir con superior?

Adam se concentró durante unos segundos en una mancha de humedad del techo y añadió con firmeza:

—Además de la responsabilidad personal del delincuente, está la de la sociedad que ha generado a ese delincuente, el sistema que de un modo u otro lo ha creado. Imagina que esos ajusticiamientos estuvieran encaminados a castigar a la sociedad entera.

Mika sintió un estremecimiento. ¿Por qué no le preguntaba de una vez y sin ambages cuál era su implicación exacta en las acciones y las muertes que venían sucediéndose desde el lunes? Quizá fuera porque le amedrentaban las dos respuestas posibles. Temía la eventual «implicación total, soy el líder de una organización terrorista». Pero también temía escuchar algo así como «sólo soy una pieza tangencial» o incluso un «no tengo nada que ver». Aunque le costase admitirlo, le excitaba pensar que estaba con el único artífice de aquel estrambótico juicio final, una especie de Dios omnipotente. Al fin y al cabo, los principios de Adam eran parecidos a los suyos, con la diferencia de que él además tenía el valor de llevar sus ideas a la práctica.

—No estaría mal eso de darle unos azotes a nuestra decadente sociedad —bromeó, confiando que fuera él quien siguiera hablando—. Abajo los rascacielos. Todos de vuelta al Amazonas en taparrabos.

Adam se limitó a sonreír sin soltar prenda, por lo que fue ella la que continuó.

—En serio, soy la primera que piensa que nuestra civilización está subyugada por ese bucle insano de dinero y poder que infectó al pastor.

—¿Y qué haces al respecto?

Mika negó con resignación.

—Mi generación ha perdido capacidad para cambiar las cosas. Llevo años intentando ayudar en proyectos donde se cuestiona el mundo en el que vivimos. El 15M salimos a la calle pero ¿acaso teníamos una verdadera capacidad de influencia? Carecíamos de poder, porque también carecíamos de enemigos con rostro determinado. Antes el enemigo tenía nombre y apellido. Hoy, en el mundo globalizado, no sabes hacia dónde dirigir tus disparos para cambiar el sistema. Pero lo peor…

—¿Qué hay peor?

—Que yo misma formo parte de este sistema. Lloriqueo porque no encuentro mi trabajo ideal. Viajo al floreciente Brasil para encontrar un puesto en los rascacielos que se alzan entre las favelas. Me saca de quicio ver que obro así, pero ¿cuáles son las alternativas? ¿Aceptarlo? ¿Recluirme en un monasterio alejado del mundanal ruido?

¿Tienes tú otra alternativa?

—Ahora que me doy cuenta —indicó Adam—, aún no te has pronunciado.

—¿Cómo?

—No te hagas la tonta. Has teorizado con maestría sobre la pena capital y me has preguntado cuál era mi opinión. Pero ¿qué piensas tú? ¿Estás con los argumentadores o con los rebatidores?

Mika no quería errar la respuesta. Además, había llegado el momento de hacerse desear. Cogió la puerta que Adam aún mantenía abierta y la cerró definitivamente. Rodeó su cuello con los brazos y dijo a un centímetro de su boca:

—Yo ya no sé qué pensar de nada.

Le besó, dio media vuelta y se encaminó a pie por la empinada rampa hacia un São Paulo sumido en la negrura.