Tu vida está en tus manos
A Olivia no le importaba que en vísperas de Navidad no hubiera más de tres títulos en imprenta; o que el libro de Jon Sunman hubiera sufrido un retraso considerable. Venus Práctica no era responsabilidad suya. Ya no. Tal vez por eso le incomodó que Max Costa la citara en su despacho aquella mañana. Si tenía que pedir explicaciones por la mala gestión del sello, no era con ella con quien debía hablar.
Resignada, repasó su agenda en busca de temas para tratar con él. Al pasar las páginas, lo primero que llamó su atención es que hacía semanas que no escribía su frase de programación. Esa que anotaba cada lunes en su agenda y se repetía a modo de mantra. Durante un tiempo se había vuelto adicta a esa técnica. Escogía concienzudamente la frase de la semana y la recitaba en voz bajita cada vez que se acordaba. Creía en el poder de los pensamientos y en su capacidad para atraer los sueños… Entonces, ¿por qué había dejado de pensar en ello? Su vida no era ni mucho menos perfecta: seguía sola, su mejor amiga no le hablaba, su trabajo estaba en punto muerto, el hombre del que se había enamorado pasaba de ella… Y, sin embargo, por primera vez en su vida sentía que llevaba las riendas de su destino y que todo eso cambiaría en breve. Confiaba en su suerte.
Ya no era la Olivia quisquillosa y controladora de meses atrás, la que se tomaba a sí misma demasiado en serio, incapaz de relajarse ante los imprevistos. Ahora fluía con los acontecimientos, no se hundía por los fracasos y defendía su espacio. Recordó su pequeña venganza: el episodio del sol borrado con Photoshop de la portada, y una sonrisa pícara iluminó su cara.
Tampoco era la Olivia insegura, sin más vida social que las reuniones del «comité de crisis» con sus dos amigos. Desde hacía algún tiempo le pasaban cosas interesantes, se había vuelto incluso deseable a los ojos de varios hombres. Recordó su cita con Éric, las insinuaciones de Jon, la pasión con Javier… y otra sonrisa, esta vez agridulce, se dibujó en su rostro.
Javier. El recuerdo de aquella noche en El Séptimo Cielo hizo que se estremeciera de nuevo. Olivia le había llamado al día siguiente para explicarle por qué no le había esperado hasta el final de su actuación. No quería más malentendidos ni falsas suposiciones, así que le contó la verdad. Le dijo que Jon se había encontrado muy mal, que fue incapaz de decirle en qué hotel se hospedaba y que no había tenido más remedio que llevárselo a su casa y cuidar de él toda la noche…
Javier había escuchado su relato, al otro lado del teléfono, con atención y casi en silencio, intercalando monosílabos amables del tipo: «Claro», «Ya», «Sí»; y frases comprensivas como: «No te preocupes», «No pasa nada», «Otro día será…». Pero lo cierto es que la versión de Olivia no había por dónde cogerla. Un tipo como Jon, ¿borracho por tres copas? ¿Tanto como para olvidar incluso su hotel? En un descanso de su actuación, los había visto agarrados a la salida de El Séptimo Cielo. Para él estaba muy claro. Intuía lo que Olivia sentía por Jon desde hacía tiempo, desde aquella cita en el Foravent cuando una foto del gurú marcada con un corazón cayó de su agenda… En todo ese tiempo, se había hecho la ilusión de que tal vez sus sentimientos hubieran cambiado, sobre todo a raíz de lo sucedido entre Jon y Malena, y se hubiera decantado por él. Pero ya no sabía qué pensar. Sus besos y sus miradas decían una cosa, sus actos decían otra.
Habían pasado dos semanas desde aquella noche en El Séptimo Cielo. Durante ese tiempo, no se habían visto. Se habían cruzado varios e-mails de trabajo, relacionados con el libro de Sunman. Olivia había aprovechado uno de ellos para decirle abiertamente que le apetecía verle y que podían quedar alguna tarde; pero Javier había sido tajante al respecto, amable pero tajante. Alegaba tener mucho trabajo. Olivia sabía que era cierto; tenía que entregar la traducción completa de Los siete soles de la felicidad en pocos días, así que no se atrevió a insistir. Pero, después de quince días de intenso trabajo, el libro de Jon estaba acabado y en manos de este para que lo revisara antes de entrar en imprenta. A Olivia no se le ocurrió mejor excusa para escribir a Javier y proponerle una cita. En eso estaba cuando la secretaria de Max le llamó avisándola de que el señor Costa la esperaba en su despacho.
—Malena está desbordada.
Olivia escuchó esa frase con distancia. Aunque Max esperaba algún comentario suyo, no era el tipo de afirmación que necesariamente exigiera una respuesta, así que optó por el silencio.
—Demasiada responsabilidad para una sola persona. Con Venus Noir su gestión ha sido siempre brillante, pero Venus Práctica le queda grande; ha sido incapaz de coger el testigo de Boix…
Respiró hondo para tragarse las palabras que no quería pronunciar. Al hacerlo, Olivia aspiró también el agradable perfume a maderas especiadas de su jefe.
—La campaña de Navidad se ha ido al traste —continuó Max.
Olivia recordó las palabras de Ricardo: «Malena no tardará en meter la pata, y tú, en lugar de ocultar sus deficiencias tendrás que esmerarte en que resalten más. Entonces, el sello volverá a tus manos».
Tal vez era el momento de desahogarse y explicar su incompetencia, su desidia por unos libros que no le interesaban. Podía contarle cómo sus obras de lujo se adelantaban siempre a la edición de cualquier libro práctico o cómo los libros de Olivia, una vez editados por ella, se frenaban en la mesa de Malena, pendientes de una mirada que nunca llegaba o, en el mejor de los casos, que empeoraba con correcciones totalmente disparatadas. Podía haberle dicho muchas cosas… pero Olivia no dijo nada.
Había sido decisión del propio Max poner a Malena, y no a ella, al frente del sello. Si su gestión había sido tan desastrosa, antes de buscar su apoyo, tendría que empezar reconociendo su propio error.
—No dices nada.
—¿Qué puedo decir?
—Que Malena no tiene ni idea de cómo gestionar Venus Práctica y que me equivoqué al confiar en ella…
—No soy quién para juzgar a nadie.
—Sin embargo, ella no ha tenido escrúpulos para hacerlo contigo…
—¿Qué quieres decir?
—Me dijo que Los siete soles se había retrasado por culpa de tu mala edición.
Olivia sintió cómo su cara se encendía de pura rabia.
—¿Eso dijo?
—Sí.
—Y que Jon Sunman estaba muy enfadado contigo.
—¡No fue así! Yo no hice esas correcciones disparatadas, ¡yo no me cargué su libro!
—Lo sé Olivia.
—¿Lo sabes?
Olivia se preguntó cómo podía saberlo si Malena era su único filtro, pero Max le sacó de dudas enseguida.
—Jon me lo explicó todo.
—¿Jon?
—Sí, después de que tú le enviaras tu versión corregida de Los siete soles de la felicidad, me envió un e-mail alabando tu trabajo. Estaba muy contento con el resultado. Me explicó todo lo sucedido. También dijo que eres un sol y que no debía permitir que nadie te eclipsara. Se refería a Malena, claro.
—Qué amable… —dijo Olivia pensando en las palabras de Jon.
—Por suerte su libro ya está en imprenta y, si todo va bien, llegará a las librerías a finales de este mes. Nos perdemos parte de la campaña navideña, pero llegamos a tiempo para Año Nuevo y Reyes.
—Es perfecto.
—Gracias Olivia —dijo Max—. Gracias por tu paciencia. Sé que has trabajado muy duro en este libro y que no ha sido fácil con Malena.
—Lo importante es que ya se está imprimiendo —dijo Olivia—. Y que pronto los sie…
Olivia se detuvo al recordar que no eran siete, sino seis, los soles que brillarían en portada.
—¿Pasa algo Olivia?
Si quería salvar el libro de Jon debía actuar rápido; pero ¿cómo hacerlo sin delatarse? Por otro lado, la culpa recaería sobre Malena. Aquella había sido su particular venganza, ¿estaba segura de querer librarla de su justo castigo?
—Nada… que será un éxito seguro.
—Jon se ha ido unos días de viaje. Quería aprovechar las fiestas de Navidad para visitar a varios amigos que tiene por Europa. Volverá para Año Nuevo… justo cuando el libro esté en la calle. Habla con el departamento de prensa para que organicen una presentación por todo lo alto.
—Bien…
Olivia no sabía lo del viaje. Le extrañó que el propio Jon no se lo hubiera dicho; sobre todo porque apenas hacía dos días que había ido a verla a la editorial y habían estado charlando de los últimos capítulos.
Un silencio incómodo ocupó el enorme despacho de Max Costa, mientras este se perdía unos segundos en sus cavilaciones.
—Una cosa más, Olivia…
—¿Sí?
—El despacho de Ricardo Boix sigue vacío, ¿verdad?
Los ojos negros de Olivia se iluminaron.
—Ocúpalo. Es un desperdicio tener ese espacio libre.
—Eso significa que… —dijo Olivia sintiendo cómo el pulso se le aceleraba y sus manos empezaban a temblar.
—Eso sólo significa que puedes ocupar el despacho de Boix.
—Está bien… —contestó Olivia con cierta decepción.
—Olivia, soy un hombre de palabra. Te prometí dirigir Venus Práctica si conseguías un best seller.
—Así es.
—Pues demuéstralo. Si en tres meses Los siete soles de la felicidad entra en la lista de los más vendidos en el ranking estatal y agotamos la primera tirada en tres meses, tú ocuparás el puesto de Boix.
¿Tres meses? Le pareció un trato justo. ¡Eso estaba hecho! El libro de Sunman era el más esperado ese año en el panorama de la autoayuda.
Olivia agradeció a Max su promesa y le aseguró que así sería… Pero aún quedaba algo por resolver; con una portada defectuosa, lo más probable es que el libro acabara retirándose del mercado… Tenía que actuar rápido. Su futuro estaba en juego.
Max dio la reunión por finalizada; sin embargo, antes de salir de aquel despacho Olivia tenía algo más que aclararle a su jefe. No sabía muy bien cómo introducir el tema así que lo hizo sin tapujos.
—¿Estás pensando en contratar a Elena para Venus Infantil?
—¿Cómo?
Los ojos de Max la miraron fijamente.
—Elena es amiga mía y he pensado que tal vez necesites referencias.
—¿Hay algo que deba saber de ella que no se refleje en su currículum?
—¡Oh, sí! —dijo Olivia reflexionando unos segundos sus palabras.
«Que está soltera y coladita por ti» —pensó.
—Que es una mujer muy trabajadora… y muy luchadora. Imagina, es redactora jefe de dos revistas y ha tenido que subir ella sola a su hija…
—¿Y su marido? —dijo Max de forma distraída, sin levantar la mirada de unos folios que tenía sobre su mesa.
—No está casada.
Max levantó la cabeza sorprendido y miró a Olivia con atención.
—Bueno, pero está con el traductor, ¿no?
—No, Javier y ella no son pareja.
—Pero tú dijiste que estaban juntos… —dijo Max tratando de hacer memoria, remontándose tal vez a aquella primera conferencia en la que Javier se quedó al cuidado de Nora.
—No… Ha cuidado a su hija en alguna ocasión, pero nada más.
—Bien —concluyó Max con una sonrisa—. Si necesito alguna referencia más de Elena te lo haré saber… Pero creo que ya sé todo lo que necesito.
—Estoy segura —dijo Olivia sin poder reprimir una sonrisa.
Dos llamadas importantes. Olivia salió del despacho de Max con ese pensamiento. Tenía que llamar a la imprenta y hacer todo lo imposible por solucionar el tema de la portada. Sólo a ella se le podía haber ocurrido una idea así: ¡borrar un sol con Photoshop! Menudo desatino. La otra llamada era igual o más importante que esta. Javier. Tenía que felicitarle por su traducción y explicarle las últimas noticias: su posible ascenso, la presentación del libro para Año Nuevo… Le propondría una comida para celebrarlo. O mejor aún, una cena. Sí, una cena en un lugar especial y romántico. Pero eso sería después de solucionar el problema de la portada. Marcó el número de Ofiprint al tiempo que cruzaba los dedos.
—Lo que pides es imposible.
La voz del impresor sonó contundente.
—Tiene que haber alguna manera… —imploró Olivia.
—El libro ya está en máquinas. Si quieres corregir algo tendremos que parar la impresión. Eso implicaría un retraso de, al menos, tres semanas. Y, no te ofendas Olivia, pero en tal caso, necesitaré una orden firmada de tu jefa. Ella es quien autorizó esta cubierta.
—No puede ser…
—Lo siento.
—Está bien.
Olivia colgó resignada. Se sentía víctima de su propia trampa. Al borrar el sol nunca pensó que estuviera boicoteándose a sí misma y a su carrera profesional. Lo hizo en un acto impulsivo, para castigar a Malena por todas sus travesuras.
Después pensó en la ley del karma, según la cual «todo lo que hacemos, bueno y malo, tiene consecuencias en esta vida, o en próximas, según la intención de nuestros actos». Había intentado perjudicar a Malena y, al final, su mala fe se había vuelto contra ella como un implacable bumerán. Pero entonces, ¿por qué Malena conseguía librarse siempre del efecto de sus malas acciones? «Tal vez fue santa en otra vida y ahora, con su karma limpito, puede permitirse dos o tres vidas de fechorías». Esa idea le hizo sonreír. Después pensó que tal vez sus malas acciones revertían en otros aspectos de su vida. Podía ser una mujer atractiva y con éxito profesional, pero su vida privada no era perfecta. Después de un matrimonio fallido y muchas conquistas, el resultado de su ecuación era siempre el mismo: soledad. Tal vez por eso, en más de una ocasión, la había sorprendido ahogando en alcohol sus penas.
Olivia confiaba en la justicia cósmica. Había luchado mucho por ese libro y creía firmemente en que su recompensa llegaría. El universo haría lo posible para compensar sus esfuerzos. También pensó que tal vez podría equilibrar la balanza haciendo algo bueno por Malena… Pero desechó enseguida esa idea. Primero, porque no le apetecía nada favorecer a alguien que había actuado de una forma tan cretina con ella. Y segundo, porque no dejaba de ser un acto egoísta, lo hacía pensando en sí misma, y no estaba segura de que eso contara en cuestiones de karma.
En cualquier caso, lo que tenía que hacer era concentrarse en hacer bien su trabajo y pensar una solución para aquella portada. Recordó un principio budista que Jon citaba en su libro; decía algo así como que «el éxito es sólo una consecuencia, y no un fin, del trabajo realizado a conciencia y con modestia (…). Una persona arrogante y vanidosa jamás conocerá el éxito completo, porque la hostilidad de su entorno le amargará los beneficios que coseche».
Y en ese preciso instante de sus cavilaciones, una idea brillante iluminó su mente. ¡Tenía la solución! El plan perfecto para sacar todavía más partido a una portada defectuosa. ¿Defectuosa? Ya no. Exitosa. Esa era la palabra. Tenía que actuar con discreción y rapidez. Malena no podía enterarse. Tal vez su plan requeriría alguna pequeña trampa, algo sin importancia como falsificar la firma de su jefa, pero esta vez era por una buena causa y las repercusiones de su actuación serían muy positivas para todos.
Olivia marcó convencida de nuevo el número del impresor.
Esta vez la emoción hizo que su pregunta saltara de su boca antes incluso que el saludo de cortesía.
—¿Cuánto tiempo tardaríais en imprimir una faja?
—¿Una faja?
—Sí, esas tiras de papel que se ponen sobre las cubiertas con una frase alusiva al contenido o…
—Olivia, ya sé lo que es una faja —le cortó el impresor algo molesto—. Pero ¿estás segura de querer una faja en este libro? No es muy habitual en primeras ediciones.
—¿Cuánto tiempo tardarías? —insistió Olivia impaciente.
—Poco, tres días como mucho.
—¡Perfecto!
Antes de su segunda llamada importante, Olivia llamó a Carlos para pedirle el diseño de aquella faja. A su amigo le sorprendió el encargo, sobre todo porque no venía de Malena, a quien él creía ahora al frente de esas cuestiones. Sin embargo, Olivia le pidió que no lo comentara con Miss Marvel bajo ningún concepto.
—Es una sorpresa —alegó.
—Está bien, ¿para cuándo lo necesitas?
—Para ayer —respondió Olivia citando la frase estrella del buen editor.
—De acuerdo —rio Carlos—, trataré de tenerlo para mañana.
—A propósito —dijo Olivia bajando la voz—, ¿cómo te fue con Miss Marvel en El Séptimo Cielo? Os vi bailando muy acarameladitos…
Una sonora carcajada hizo que Olivia se alejara unos segundos del auricular.
—Señorita cotilla, si quieres saber los detalles tendrás que esperar a la próxima reunión del «comité de crisis». Ahora no puedo entretenerme; tengo un encargo importantísimo… para ayer.
Aunque Carlos no le explicó nada de sus avances con Malena, su alegría delató mucho más que sus propias palabras.
—Está bien, esperaré… Aunque no sé si habrá reunión del «comité de crisis». Elena no me habla.
—¿Todavía estáis enfadadas?
—Ella.
—Ella y tú. Tú y ella. Sois como crías. A ver si habláis pronto y solucionáis esto de una vez.
—Tienes razón…
Olivia sabía que no debía dejar pasar más tiempo. Dos semanas era demasiado para ellas, que solían hablar casi a diario. Pero cuantos más días pasaban, más le costaba dar el paso.
Antes de colgar, le prometió a su amigo que llamaría a Elena esa misma semana. Después decidió bajar a desayunar. Necesitaba energía para afrontar la siguiente llamada del día.
Tal vez porque Gloria usaba las escaleras y Olivia el ascensor, y sus pasos se cruzaron de forma opuesta en el mismo instante, Malena pudo descifrar el misterio que le acechaba desde hacía algún tiempo.
A la autora no le importó esperar a su editora en la biblioteca. Mientras lo hacía podría acabar de revisar las galeradas de su libro sobre coaching mágico. De las trescientas páginas iniciales, se habían salvado la mitad; y ahora por fin entendía la insistencia de Olivia por resumir su libro. Sus palabras habían ganado en fuerza y contundencia. Se sentía satisfecha por el resultado, así que esta vez había preparado un suculento pastel de chocolate, el favorito de Olivia, para agradecer su esfuerzo.
Estaba de tan buen humor que no le importó la intromisión de Malena. Pensó que tal vez quería prepararse un café en la Nespresso o que el aroma de su tarta casera la habría arrastrado hasta allí. Sin embargo, las palabras de la rubia sofisticada la dejaron descolocada durante unos segundos.
—Tú eres adivina, ¿verdad?
Mientras Gloria buscaba la respuesta adecuada, Malena se acomodó a su lado en una silla y se anticipó con otra pregunta.
—¿Echas las cartas?
—Puedo leer el futuro de varias formas. El tarot es una de ellas.
—Necesito saber quién me envía estas fotos —dijo Malena sin más preámbulos. No quería que Olivia la sorprendiera utilizando a su autora para una consulta personal, así que optó por la vía rápida. Cuanto más clara y directa fuera, antes tendría su respuesta.
Depositó con sumo cuidado las diez polaroids que había recibido. La última le había llegado esa misma mañana con una pregunta en el dorso, escrita con un rotulador indeleble color plata: «¿Sabes quién soy?».
Gloria cogió las fotos y las fue pasando una a una, observándolas con atención. Aparentemente no tenían nada que ver entre sí. Eran retratos de cosas variadas e inconexas: un cielo, una rosa, la mesa de un despacho… Sin embargo, Gloria era una mujer inteligente y tardó muy poco en resolver aquel enigma.
—La respuesta no está en mis cartas…
Malena dejó escapar un suspiro de decepción.
—Está en tus fotos. ¿Has oído hablar de la magia del caos?
—No.
—Viene a decir que incluso dentro del caos hay un orden. Y dentro de este orden encontramos la respuesta que buscamos. ¿Entiendes?
—No.
—Veamos, estas fotos aparentemente no tienen nada en común, ¿verdad?
—Verdad.
—Excepto tal vez una cosa… ¿Sabes qué es? —preguntó Gloria arqueando las cejas.
Malena reflexionó unos segundos antes de contestar.
—¿Qué las envía la misma persona?
—¡Exacto!
Malena sonrió feliz por su ocurrencia. Sin embargo, se impacientó de nuevo al ver que Gloria daba la conversación por finalizada y volvía a centrarse en las páginas de su libro.
—Eso ya lo sabía, lo que quiero saber es quién las envía…
—Para llegar adonde tú quieres, tienes que seguir observando el orden.
Malena ordenó las fotos por fechas. Había apuntado detrás de cada una el día exacto que las recibió. Ese era el único orden que se le ocurría.
Gloria le pasó un folio en blanco y un lápiz antes de explicarle su cometido.
—Anota en este papel lo que aparece en cada una de tus fotos.
Malena se acomodó mejor en la silla y empezó a escribir, como una niña aplicada, lo que veía en sus polaroids. A pesar de ser imágenes muy sencillas, todas ellas tenían una magia especial. Eran fotos a color, pero una especie de neblina las teñía de un extraño tono sepia. Aunque Malena pensó que ese efecto era obra de un artista, la realidad era mucho más prosaica: los carretes estaban caducados.
Gloria marcó con rotulador fluorescente la inicial de cada palabra:
—¿Ves algún tipo de orden en estas palabras?
Las observó detenidamente unos segundos antes de decir:
—Algunas iniciales están repetidas.
—Chica lista.
Malena cogió el lápiz y tachó las iniciales repetidas: La M, de mesa y muro, y la V de ventana y violín.
C M A M R L V V O S
—¡Carlos!
—Ya tienes tu respuesta.
—¿Carlos?
Malena arrugó la nariz un instante. Después repasó mentalmente los Carlos que conocía. Volvió a mirar las polaroids en busca de más pistas y separó dos del resto. La mesa de su despacho era una prueba de que ese Carlos pertenecía a su elenco de colaboradores. La otra foto delatora era un ojo. ¿Sería el ojo de Carlos? Lo miró atentamente y recordó al momento esa mirada. Alguien le había mirado así no hacía mucho en un bar de copas… ¡Carlos! ¡El diseñador de la portada de Los siete soles! La foto del sol también era una pista.
Recogió sus fotos y salió de la biblioteca sin despedirse siquiera. Una sonrisa iluminaba su rostro. Gloria no se lo tuvo en cuenta. De hecho, no se percató de su ausencia hasta minutos más tarde. Estaba demasiado concentrada en sus correcciones.
Carlos.
Al principio no pudo evitar cierta decepción. No era el prototipo de chico en el que ella solía fijarse. Hubiera preferido a alguien con la masculinidad de Max o con el atractivo felino y misterioso de Javier… Sin embargo, el aspecto retro de Carlos, con aquellas gafas negras de pasta y el pelo escalado hacia un lado, también tenía su qué. Era un chico culto, refinado y con gustos similares a los suyos en materia de arte y literatura. La noche anterior, en El Séptimo Cielo, le había confesado incluso que guardaba los libros de Venus Noir como si fueran tesoros… A Malena le había gustado la forma insegura de sujetarle por la cintura cuando bailaron aquella pieza de jazz. Tampoco le desagradó que sus pies torpes tropezaran con los de ella en más de una ocasión. ¿Significaba aquello que estaba empezando a cansarse de los tipos duros y que ahora le gustaban los chicos sensibles y algo inseguros como Carlos? Desde luego aquel juego de ingenio le había gustado mucho. No estaba acostumbrada a que un hombre se tomara tantas molestias en conquistarla. De hecho, casi siempre era ella la que tomaba la iniciativa, la que seducía, la que elegía. Quizá precisamente por eso, porque hacía malas elecciones, su vida sentimental había sido siempre un desastre. Esta vez ella era la elegida, la seducida. Y la idea le encantaba. Tal vez, para darle un giro positivo a su vida, debía cambiar el perfil de hombre del que se enamoraba. Si es que eso era posible… Hizo la prueba de fuego al imaginarse un beso con él. ¿Y? Una agradable llama prendió en su corazón.
Tras su almuerzo, Olivia se dirigió a la editorial con las pilas recargadas. Después de su ocurrencia para salvar la cubierta de Los siete soles de la felicidad se sentía optimista y con ánimos para afrontar el resto del día. Cuando la recepcionista le informó de que hacía media hora que Gloria la esperaba en la biblioteca, se llevó una mano a la boca en un gesto de preocupación. ¡Se había olvidado de ella!
—Tranquila cariño —le dijo Gloria recibiendo las disculpas de Olivia con un fuerte achuchón—. Es lógico que olvidaras nuestra cita.
—¿Ah sí?
—No habíamos quedado —dijo soltando una carcajada.
Olivia respiró aliviada. Por un momento se había sentido realmente mal por hacer esperar a una de sus autoras predilectas.
—Quería que fuera una sorpresa. Te he traído algo.
El agradable olor a chocolate y canela de su tarta favorita iluminó la cara de Olivia.
—¿Tienes tiempo para tomarte un café?
—Claro. Y para probar un trocito de esa tarta, también. —Tragó saliva.
Todavía le quedaba mucho día por delante, mucho trabajo, y compartir un ratito con Gloria siempre le hacía sentir de mejor humor.
—Baraja española o Tarot de Marsella —le preguntó Gloria mostrándole los naipes para que eligiera.
—Tarot de Marsella.
A Olivia le encantaba ese ritual. Mientras saboreaban una porción de pastel casero, extraía una carta al azar y escuchaba la particular interpretación de Gloria. No eran pocos los autores esotéricos que, en más de una ocasión, le habían ofrecido leerle la mano, las cartas, los números, los astros e, incluso, el iris; pero Olivia siempre se resistía. No quería conocer su futuro. Era curiosa por naturaleza pero ¡qué gracia tenía la vida si sabía lo que le iba a ocurrir! Además, el tema de la videncia y la adivinación le producía cierto respeto y algo de temor.
El discurso de Gloria, en cambio, le divertía. Sus predicciones, más que sentencias o augurios, eran consejos cargados de sabiduría y humor.
Esta vez, sin embargo, Olivia sintió un estremecimiento al sacar aquella carta. Era la imagen de un esqueleto, con una guadaña en las manos, arando una tierra de cuerpos mutilados.
—L’arcane sans nom —dijo Gloria con voz misteriosa.
—La muerte… —susurró Olivia.
—No pongas esa cara. Esta carta no siempre es negativa.
—¿No siempre?
—Quiero decir que es una carta de cambios, de transformación, de inicio de algo nuevo.
—Ya…
—Olivia, sólo cuando una parte de nosotros muere, puede renacer otra nueva…
—Tienes razón —dijo Olivia esta vez pensando en sus palabras.
—Para dar entrada a cosas nuevas, primero hay que limpiar y vaciar, hay que «matar» todo aquello que no nos gusta de nuestra vida… Hay que tomar las riendas de nuestra propia felicidad.
—«Tu vida está en tus manos» —dijo Olivia citando el sexto sol de Sunman.
—Exacto. Y no es más que un espejo de tus pensamientos más recurrentes. Estos actúan como potentes imanes y atraen todo aquello que está en la misma frecuencia. Si piensas que tu vida es un desastre, y te regodeas en ello, sólo atraerás desastre. De esta forma podrás seguir quejándote y vibrando en la misma frecuencia. Pero, del mismo modo, si sientes que tu vida está llena de cosas maravillosas y agradeces tu suerte, atraerás cosas buenas.
—Es la ley de la atracción universal, ¿verdad? —preguntó Olivia.
—Sí, algo así.
—Pide y se te concederá.
—Bueno, como toda ley tiene sus reglas.
—¿Mis deseos no son órdenes para el universo? —dijo Olivia sonriendo—. Me estás diciendo que hay límites… ¿No puedo pedir lo que quiera?
—Hay que pedir de forma responsable, niña caprichosa —la regañó Gloria de forma divertida—. En realidad, sí puedes, pero has de tener en cuenta tres cosas.
—Soy toda oídos.
—Primero, debe ser un deseo puro, con raíces en el corazón. Ha de ser algo que quieras de verdad, que desees de una forma sincera y con mucho amor.
—Está bien.
—Segundo, tus deseos no pueden ir en contra de nadie. No puedes desear algo que te favorezca a ti pero que perjudique a otra persona.
—Claro, eso sería ir de mala fe… y ya sabemos cómo actúa la ley del karma —dijo Olivia muy convencida de sus palabras.
—Y tercero, no puede ir en contra de la voluntad de otra persona. Si tu deseo implica a alguien más, y no es compartido, no funcionará.
Olivia pensó en Javier. Deseaba de corazón atraerlo a su vida, tenerlo cerca, compartir muchas cosas con él… Pero estaba claro que, si su deseo no era recíproco, ya podía hartarse de pedirlo al universo. Esperaría una señal de él, algo más determinante que la atracción física de sus cuerpos y la pasión de sus besos… Que había química entre ellos era algo que no podía negarse. Pero ¿la quería de verdad? ¿Sentía algo parecido al cosquilleo en el alma que experimentaba ella cada vez que estaban cerca? Eso ya no lo tenía tan claro.
Antes de irse, Gloria le entregó a Olivia las correcciones de su libro, le dio otro achuchón y se despidió guiñándole un ojo.
—Suerte en tu nueva vida.
La nueva vida de Olivia empezó aquella misma tarde con el traslado al despacho de Boix. Mientras recogía sus cosas y las metía en una enorme caja de cartón, Malena se acercó a ella con cara de preocupación.
—Olivia…
Olivia entendió al momento por dónde navegaban sus pensamientos y no pudo reprimir un comentario irónico.
—No te preocupes Malena, no me han despedido.
—¡Qué susto! —dijo Malena sinceramente llevándose una mano al pecho.
A Olivia le gustó aquella reacción. Le pareció sincera. Sin embargo, intuía que su alegría no se debía tanto a una preocupación real por ella, sino por sí misma. Sin Olivia a su lado, difícilmente podría sacar adelante los dos sellos.
—¿Qué haces recogiendo tus cosas, entonces?
—Me traslado al despacho de Ricardo.
La cara de Malena palideció.
—Significa eso que…
—Significa que Max me ha dado permiso para ocupar su despacho vacío, nada más.
—Ah, vale —dijo Malena dejando escapar un suspiro de alivio antes de reaccionar y sopesar las consecuencias de aquella decisión.
La mirada de Malena se dirigió al pequeño habitáculo de cristal que, durante más de diez años, había ocupado Boix, e hizo una radiografía mental de sus proporciones. Después, abrió la puerta, entró en él, y empezó a recorrerlo de punta a punta, colocando un pie seguido del otro.
—Este despacho tiene, al menos, cinco pies más que el mío —dijo Malena cruzándose de brazos.
—¿Y?
Olivia no daba crédito a lo que estaba viendo y escuchando.
—A ver, no es nada personal Olivia. Pero no es serio. De entrada, no tiene mucha lógica que una editora júnior tenga despacho. Pero que encima sea más grande que el de su jefa…
—Si quieres te lo cambio —contraatacó Olivia divertida.
El despacho de Malena podía ser medio metro más pequeño, pero el estilo que destilaba, con su mobiliario de diseño y las estanterías de acero, no tenía nada que ver con aquella estancia impersonal.
—Tendré que hablar con Max —dijo Malena ignorando el comentario de Olivia.
—Claro, habla con él y, de paso, invéntate alguna calumnia más. La última casi te sale bien… Suerte que Jon se lo contó todo a Max.
El rostro de Malena enrojeció. No esperaba que Olivia se enterara y ahora se sentía avergonzada. Si había hecho creer a Max Costa que ella era la culpable del retraso de Los siete soles de la felicidad y del enfado de Jon, no era por algo personal. Sencillamente, no había tenido más remedio; su profesionalidad estaba en juego y no podía permitirse perder la confianza de quien había creído en ella para dirigir los dos sellos.
En el fondo sabía que Venus Práctica no era para ella, ¡ni si quiera le interesaban los temas!, y que Olivia estaba más preparada que ella para estar al frente. Pero admitir algo así desde el principio hubiera sido demasiado humillante.
O tal vez no. Su habilidad para dirigir Venus Noir le avalaba. Ese toque de distinción que conseguía con sus libros no era algo al alcance de cualquiera. La propia Olivia hubiera fracasado en algo así. No tenía ni idea de cómo gestionar los derechos de aquellos libros de lujo y gran formato… Entonces, ¿por qué se suponía que ella sí debía saber de libros de autoayuda? Al principio la ambición de ampliar sus dominios había hecho que se sintiera feliz; pero después de semanas de quebraderos de cabeza, meteduras de pata y retrasos, casi deseaba volver a su situación anterior… Observó cómo Olivia colocaba sus cosas en el despacho de Boix y se dio cuenta de que aquello era más que una posibilidad. Sólo un sádico le hubiera concedido ese despacho sin una intención real de promocionarla. Además, era lo más justo. Se lo había ganado a pulso.
Malena admiraba su tesón, su capacidad de trabajo, sus esfuerzos por conseguir un best seller como el libro de Sunman… Y, en el fondo, sabía que no era rival para ella: sus colecciones eran demasiado distintas para competir entre sí. Tal vez los libros de Malena eran menos comerciales, pero daban prestigio a la firma y, como eran obras muy caras, bastaba con vender unos cuantos para amortizar la inversión.
Por todo ello, quizás había llegado el momento de enterrar el hacha de guerra y reconocer a Olivia como colega. Sin duda, era lo más práctico. Y también lo más inteligente. Ahora que Max sabía que había jugado sucio, no descartaba una posible represalia. Y en tal caso, siempre era preferible no sumar enemigos y contar con el apoyo de Olivia.
—Sí, hablaré con Max… —dijo Malena ayudando a Olivia a colocar algunos libros en la estantería vacía—. Este despacho está hecho un asco. No le vendría nada mal una mesa y sillas nuevas.
Olivia sonrió extrañada. Imposible saber si Malena planeaba algo nuevo o le mostraba por fin su apoyo. Pero tampoco le importaba. En sus manos sólo estaba preocuparse de su trabajo, hacer las cosas bien. Era el único antídoto que conocía contra el veneno de Malena y, de momento, le había funcionado.
Después de unas horas, el despacho de Boix era de nuevo habitable. Olivia experimentó una sensación extraña al ocupar la silla de quien había sido su jefe durante una década. Muchos recuerdos acudieron a su mente y no pudo evitar una sonrisa al verse reflejada en el cristal de la puerta. Sus pensamientos activaron en ella el impulso de llamar a Ricardo y explicarle la situación. Ocupar su despacho no era garantía de nada, había que esperar a que saliera el libro de Sunman y se vendiera toda la edición en tres meses…, pero se sentía optimista y quería compartir con él sus ilusiones.
Nadie descolgó el teléfono al otro lado de la línea y Olivia tuvo un mal presagio. Hacía casi dos semanas que no se veían. Se dijo a sí misma que no había nada de qué preocuparse al recordar que el viernes anterior se había marchado de viaje a Roma, con su novia, para disfrutar de un fin de semana romántico. El tratamiento había sido un éxito y, tras superar su enfermedad, Ricardo se estaba dedicando a disfrutar de la vida. Sí, eso era. Tal vez en aquel momento estaría cenando con su hija o su novia en algún restaurante bonito de la ciudad.
¿Cenar? Eran casi las nueve y Olivia seguía en Venus. El sonido de sus tripas reclamando un tentempié hizo que por fin despegara la mirada del ordenador y se decidiera a apagarlo, no sin antes comprobar, por enésima vez, que no había ningún mensaje nuevo de Javier. Al final no le había llamado. Lo había intentado, antes de trasladarse a su nuevo despacho, pero después de descolgar y colgar el auricular un par de veces y de sentir su pulso acelerado, decidió enviarle un mensaje. Al menos así no tendría que enfrentarse a una negativa de forma tan directa.
Para: «Javier Soto» jsoto@gmail.com
de: «Olivia Rojas» orojas@venusediciones.com
Asunto: cena en Bembi
Hola Javier,
Los siete soles ya está en imprenta. Tu traducción ha quedado perfecta y Jon está muy contento con el resultado.
¿Te gusta la cocina india? Me gustaría mucho invitarte, si te apetece, a un restaurante muy bueno. Se llama Bembi. Así podríamos celebrar el fin de esta aventura.
Un beso,
Olivia
Si Olivia hubiera sabido que tres minutos después de apagar su ordenador, entraría un mensaje de Javier, hubiera aguantado un ratito más en su silla y no se hubiera ido a casa con la frustración de sentirse ignorada.
Por su parte, Javier no estaba muy seguro de la interpretación que debía hacer de aquel e-mail. Por un lado le estaba invitando a cenar. Y eso de por sí ya implicaba un grado mayor de intimidad que un simple almuerzo. Sin embargo, las últimas palabras de aquel mensaje no le habían pasado por alto. «Celebrar el fin de esta aventura». ¿A qué se estaba refiriendo exactamente? Tal vez esa cena era la forma de cerrar capítulo, de poner punto final a todo lo ocurrido entre ellos. Quizás al iniciar una nueva aventura con Jon Sunman, quería dejar las cosas claras con él. Aunque si se trataba de eso, no era necesario que se tomara la molestia de invitarle a una cena. No necesitaba explicaciones ni excusas. Todo estaba claro. Muy claro. Le parecía extraño que una mujer como Olivia no viera lo obvio: que Jon era un farsante, que su discurso no era más que una repetición del pensamiento de otros gurús y que había jugado con ella y con Malena. Pero no le tocaba a él quitarle la venda. Aun así no quiso ser descortés y aceptó su invitación.
Para: «Olivia Rojas» orojas@venusediciones.com
de: «Javier Soto» jsoto@gmail.com
Asunto: cena en Bembi
Olivia,
Me alegra que estéis contentos con la traducción. Será un placer cenar contigo y celebrar el fin de esta aventura. Avísame cuando tengas el libro impreso y concretamos el día.
Un abrazo,
Javier
Al salir de la editorial, Olivia decidió dar un paseo hasta su casa. Las luces de Navidad le recordaron que faltaba una semana escasa para los días clave y todavía no había comprado ningún regalo. Aunque tampoco había mucho que comprar. No tenía familia en Barcelona y ese año había decidido pasar las fiestas en la ciudad. Sus padres, que desde hacía más de quince años vivían en Las Alpujarras, regentando un negocio de artesanía, habían decidido pasar esas fiestas en Tenerife con unos amigos. Por supuesto, habían insistido a su única hija para que los acompañara, pero a Olivia no le sedujo mucho el plan de pasar esos días en un lugar extraño con amigos de sus padres que ni siquiera conocía. Tuvo que convencerles para que no cambiaran de planes por ella y la esperaran en Granada como cada año. A Olivia le apetecía verles, pero bien podría ir en cualquier otro momento. Aunque entendía esas fiestas como algo familiar, la idea de pasarlas sola en esta ocasión le pareció un plan perfecto. En el fondo era algo que siempre había deseado: desaparecer del mundo durante esos días y encerrarse en casa. Podría descansar, leer y avanzar con algunos trabajos de la editorial.
De camino a su casa, bajando por Numancia en dirección a Sants, le pareció ver a lo lejos la figura inconfundible de Jon Sunman. Aceleró el paso para encontrarse con él. Quería agradecerle su intervención con Max. Gracias a él, su jefe había empezado a confiar en ella y a reconocer su trabajo. Le pareció que giraba a la altura de Berlín, pero cuando alcanzó ese punto le perdió de vista. Buscó su cabeza entre la gente, que a esa hora deambulaba animada bajo las luces navideñas en un ambiente prefestivo, pero no vio ningún rastro de su melena rubia. Por un momento dudó de su visión. Tal vez se lo había imaginado. Recordó que Max le había dicho esa misma mañana que estaba de viaje por Europa, visitando a varios amigos; así que lo más probable es que se hubiera confundido…
Tenía hambre. Mientras caminaba los últimos metros que la distanciaban de su casa, repasó mentalmente su nevera. Recordó unos yogures caducados y poco más; hacía días que tenía pendiente la compra, pero llegaba tan tarde a casa que siempre encontraba el súper cerrado. Finalmente decidió entrar en Zuppa, un pequeño restaurante italiano situado a dos manzanas de su casa. Mientras esperaba mesa, se acomodó en la barra y se entretuvo hojeando un periódico del día. Lo hizo como siempre, empezando por el final. Tras leer la entrevista de la contra, en la que salía un cocinero vasco hablando de las virtudes de las flores en la cocina de mercado, Olivia se saltó de un plumazo deportes, ocio y economía, y aterrizó directamente en las páginas centrales color sepia del diario. La foto de una chica conocida llamó su atención. Al principio pensó que se trataba de una actriz o modelo famosa, una de esas tantas que, aunque su rostro le resultaba familiar, jamás retenía el nombre. Sin embargo, el recuerdo de aquel fin de semana en el Montseny ubicó enseguida el rostro de aquella hermosa chica. Era Claire. La ninfa de agua.
Su mirada saltó al momento a la noticia que acompañaba aquella foto. Un escalofrío recorrió su cuerpo mientras se perdía en las líneas de aquel terrible suceso.
Muere, en extrañas circunstancias, la hija del empresario suizo Gilles Touzé
El cadáver de Claire Touzé fue hallado en la madrugada de ayer en la playa de la Barceloneta. Una joven pareja que paseaba por la playa de la ciudad condal encontró el cadáver y alertó a la Policía. A pesar de que, según fuentes policiales, la mujer no presentaba signos de violencia, hay indicios de que puede tratarse de un homicidio y se trabajará esta hipótesis. A las 8.45 de la mañana el juez ha permitido el levantamiento del cadáver ante varias decenas de curiosos y periodistas.
Claire Touzé había sido una cotizada modelo hasta que se retiró hace siete años. Fuentes cercanas a la familia afirman que, en los últimos tiempos, había tenido problemas personales. Por otra parte, no es la primera vez que la desgracia se cierne sobre la familia Touzé. Hace unos años el marido de Claire Touzé murió en un accidente de avioneta.
Claire tenía 32 años y, actualmente, no se le conocía ninguna actividad profesional. La familia ha declinado hacer cualquier tipo de declaración. En los próximos días se fijará la fecha de la autopsia.
Olivia cerró el diario. Tenía un nudo en la garganta y un deseo apremiante de romper a llorar. Apenas había conocido a esa mujer, pero, de alguna manera, se sentía vinculada a ella. Sabía su triste historia: sus años de reclusión en aquel sanatorio, su romance con Jon… Recordaba también su particular venganza al estrellar aquella avioneta en la que murió su marido infiel. En aquella ocasión poco le importó su propia vida. El azar quiso que sólo sufriera unos rasguños, pero bien podría haber muerto víctima de su locura. ¿Y si esta vez se trataba también de un suicidio? Tal vez el rechazo de Jon le había provocado un nuevo episodio de demencia. Después de aquel encuentro en el Montseny, en el que Claire reaccionó de forma agresiva contra el gurú, Olivia no sabía si habían vuelto a verse o no. De lo que sí estaba segura era de que Jon mentía al negar que la conocía. En sus delirios la había llamado repetidas veces. «Lo siento mucho Claire», había dicho en francés, «Yo no quería hacerlo…». ¿A qué se estaba refiriendo?
El miedo se apoderó de sus pensamientos arrastrándolos hacia una versión atroz. ¿Y si Jon era el responsable de su muerte? ¿Y si después de todo el gran Sunman no era más que un asesino? Claire conocía su pasado, su historia real y toda la farsa que se había montado alrededor del gurú. Su vida estaba en sus manos. Y Jon lo sabía. La ninfa de agua era una amenaza; podía desenmascararlo y cargarse su carrera con sólo unas declaraciones.
Una parte de ella se negaba a creerlo. Ella le conocía bien. Había leído toda su obra. Le admiraba. Era un hombre sabio, un hombre bueno… ¿Un asesino? Imposible. Claro que, según Éric, Jon también era un perturbado. Y cualquier cosa podía esperarse de una mente que había llegado incluso a creerse la reencarnación de Cristo y Buda.
Olivia se estremeció de repente y sintió el impulso de salir de aquel restaurante. La carta del arcano sin nombre cruzó su mente. Ya no tenía hambre, sólo una sensación de mareo y náuseas. Pagó la Coca-Cola que había pedido y se excusó al rehusar la mesa que le ofrecían. Lo único que quería era llegar a su casa y meterse en la cama. Quería dormir y no pensar en nada. El cielo estaba negro y amenazaba tormenta. Atravesó Cruz Cubierta al tiempo que escuchaba un trueno. El tráfico de peatones era más denso en esta calle, iluminada por enormes guirnaldas de luces, y se dejó arrastrar por la corriente humana.
Al cruzar un callejón, tuvo la extraña sensación de que alguien la seguía y apresuró la marcha. Las carcajadas de un grupo de jóvenes, ataviados con gorros de Papa Noel resonaron en el aire, a pocos pasos de ella, e instintivamente se dio media vuelta para mirarlos. Lo hizo con tal rapidez que pudo captar el destello de un movimiento apresurado; alguien escondiéndose en un portal lejano. De nuevo, le pareció la figura de Jon y sintió miedo. ¿Por qué la seguía? Tal vez sabía que ella conocía su historia, su relación con Claire, sus delirios. Pero ¿cómo? No tenía mucho sentido pensar que Éric le hubiera puesto las cartas sobre la mesa; lo último que le interesaba a su agente era incomodarlo y cargarse el trabajo promocional de su libro en Barcelona. ¿Entonces? Quizás el propio gurú dudaba de lo que podía haber revelado en sus delirios la noche que durmió en su casa. Olivia le dijo que había llamado a Claire en sueños… pero ¿y si creía que había confesado algo más y su editora sabía más de lo que debía?
El pulso empezó a latirle con fuerza en el cuello y su respiración se volvió rápida y pesada. En aquel momento se escuchó el estruendo de otro trueno, esta vez más cerca, y unas cuantas gotas comenzaron a salpicar la acera. En unos minutos la calle estaba desierta y la lluvia aumentó su cadencia.
Aunque lo más lógico era buscar refugio en algún portal, Olivia aceleró el paso cada vez más, hasta echar a correr. Estaba asustada, pero podía pensar con claridad suficiente para saber que no debía ir a su piso. Jon sabía dónde vivía. La piel se le erizó al imaginárselo allí esperándola. Tampoco podía ir a casa de Elena; lo último que quería era poner a su amiga y a su hija en peligro. Recordó que Carlos se había ido a un congreso de diseñadores y no volvía hasta el día siguiente.
Los pasos de Olivia se encaminaron de nuevo hacia la calle central de Cruz Cubierta. Gimió aliviada al ver la lucecita verde de un taxi entre el tráfico y alzó su brazo para detenerlo. Una vez segura en su interior, su boca se anticipó a sus pensamientos soltando de carrerilla la dirección del único lugar donde le apetecía esconderse.
Javier no era mucho de sorpresas. De modo que cuando Olivia llamó al interfono de su casa anunciándole que subía, se sintió contrariado. No es que no quisiera verla, al revés, se moría de ganas por tenerla cerca; pero esa forma de aparecer y desaparecer a su antojo le hacía sufrir más de la cuenta. Le recordaba a una incómoda ducha escocesa. Ahora frío, ahora calor. Ahora sí, ahora no. Ahora tú, ahora el gurú… Si ya se había decidido por Jon, ¿a qué venía esa visita?
Resignado, repasó rápidamente el salón. No estaba arreglado, pero tampoco hecho un desastre. Había libros desperdigados sobre su mesa de trabajo y dos tazas de café a medias. Sobre el sofá reposaban algunas prendas y varios periódicos atrasados. Con un gesto rápido recogió la ropa y la metió en la lavadora.
Al abrir la puerta enseguida se dio cuenta de que algo iba mal. Olivia estaba empapada por la lluvia, tenía las mejillas encendidas y el rostro desencajado. La hizo pasar preocupado.
—¿Qué ha pasado?
A Olivia empezó a temblarle el labio inferior.
—Claire ha muerto —consiguió articular antes de que las lágrimas se apoderaran de ella.
Javier no tenía ni idea de quién le hablaba; pero la vio tan afectada que sintió el impulso de abrazarla. Le ayudó a quitarse el abrigo mojado y la estrechó con fuerza entre sus brazos.
—Lo siento mucho…
Olivia murmuró alguna cosa que él no consiguió entender. Tenía la boca pegada a su pecho y su voz sonaba entrecortada. La abrazó con más fuerza para consolarla.
—Desahógate si quieres… —dijo Javier con voz dulce y tranquilizadora mientras le acariciaba el pelo bañado por gotas de lluvia.
Ella siguió su consejo y dejó que varios sollozos sacudieran su cuerpo menudo, liberando así la tensión y el miedo que se habían apoderado de ella minutos antes.
Poco a poco, Olivia empezó a sentirse deliciosamente reconfortada y protegida en aquellos brazos. Un largo y profundo suspiro puso fin a su llanto al tiempo que cerraba los ojos y aspiraba el aroma a cítricos que emanaba de su cuello.
Javier se sentía adulado por el hecho de que hubiera acudido a él, pero no sabía qué decir para consolarla. No entendía la situación. No sabía quién era esa tal Claire y por qué Olivia parecía tan asustada. Por el momento se había limitado a abrazarla. Y, por la reacción de ella, aferrada a su abrazo, como si temiera que se le escapase, entendía que aquello era lo que necesitaba.
—No sabía a quién acudir —se disculpó Olivia cuando estuvo más calmada—. No podía ir a casa. Tenía miedo…
—¿Miedo? —contestó Javier separándola delicadamente y mirándola a la cara con extrañeza. Sus palabras sonaban como un galimatías—. ¿Qué está pasando, Olivia?
Olivia dudó un momento antes de seguir hablando. No quería implicar a nadie más en aquella historia. Además, no tenía pruebas de nada y sabía que sus palabras sonarían demasiado confusas. Ni siquiera ella estaba segura de sus propias conjeturas.
Javier respetó su silencio y desapareció un instante. Al rato volvió con una toalla. Se la ofreció para que se secara un poco, pero al ver que no dejaba de temblar le sugirió que se diera una ducha caliente.
Olivia aceptó con una sonrisa. Sentía el frío en los huesos y no podía frenar el castañeteo de sus dientes. Nada le apetecía más que quitarse la ropa mojada y darse un baño.
Se metió en la ducha y dejó que el agua caliente apaciguara todos sus temores. Aquel piso ejercía un curioso efecto sedante sobre ella. El olor a limpio y el orden lograban calmarla de un modo especial. De no ser por la inquietante presencia de Javier, que mantenía todos sus sentidos alerta, hubiera cedido al deseo de dejarse vencer por un sueño reparador.
Javier había dejado un albornoz y algo de ropa limpia y planchada sobre la pila del lavabo. Se llevó aquellas prendas a la cara y aspiró su agradable aroma; olían a Javier. Después, se anudó con gracia unos pantalones de algodón, ajustándolos a su cintura con varias vueltas para no pisárselos, y se abotonó la camisa a juego de aquel pijama. Tenía una pinta extraña con esas prendas, pero a Olivia le gustó la imagen que le devolvió el espejo de aquel minúsculo baño. Se secó el pelo con una toalla y salió descalza al salón.
Sonaba una música triste de jazz. Oyó un ruidito de tazas en la cocina y, mientras esperaba a su anfitrión, se dejó engullir por su cómodo sofá. Subió sus pies desnudos sobre él y se tapó con la manta de cuadros escoceses. La figura del gato japonés con la patita rota la observó desde la estantería y Olivia no pudo reprimir una sonrisa. Después, el lamento de un saxofón y el tintineo de las gotitas contra el cristal la acompañaron unos instantes hasta los brazos de Morfeo.
Minutos después, de regreso al mundo de vigilia, otros ojos de gato la observaban con curiosidad.
—¿Estás bien?
—Sí —dijo Olivia con una sonrisa mientras se reincorporaba—. Javier, perdona que me haya presentado así en tu casa…
—Baila conmigo —le pidió él a media voz, levantándose y extendiendo la mano.
Olivia se levantó y avanzó en silencio hasta sus brazos. Cerró los ojos y acomodó la cabeza en su pecho. Su corazón latía con lentitud y fuerza, al compás de las notas de aquel saxo. Se sentía ligera, casi incorpórea. Pensó en la angustia que había vivido momentos antes y se rindió a la perfección de aquel instante: bailando descalza, con la lluvia de fondo, en brazos del hombre al que amaba. Se sorprendió a sí misma estrechándose más contra su cuerpo. Una súbita timidez hizo que se retirara un poco, pero la mano firme de Javier sobre sus riñones la incitó a acercarse aún más. Después, esa misma mano ascendió deslizándose por su espalda para cerrarse con delicadeza sobre su nuca. Sus ojos se encontraron y se sonrieron con la mirada. Javier le echó la cabeza hacia atrás y, con la mano aún en su nuca, la besó con dulzura. Esta vez no fue un beso hambriento o exigente, sino dulce y suave. Olivia cerró los ojos y saboreó aquellos labios. De repente, deseó más y arqueó las caderas hacia él, notando la prueba de su deseo dura contra su vientre.
Javier la deseaba de una forma casi dolorosa. Le sorprendió lo sexy que le quedaba su viejo pijama y las ganas que tenía de quitárselo. Deseaba tomarla en brazos y llevarla a su dormitorio, desnudarla lentamente y hacer el amor con ella, acariciar su piel sedosa, besar su carne tibia… Su presencia despertaba en él sentimientos encontrados. La Olivia que había llamado a su puerta esa noche, vulnerable y asustada, le incitaba a abrazarla y protegerla, a acunarla en sus brazos y besarla con dulzura. La otra Olivia, en cambio, la de los besos de fuego, la que arqueaba sus caderas y se acoplaba a su erección con respiración jadeante… esa le volvía loco. Cuando la tenía cerca, cuerpo con cuerpo, perdía la cabeza por el deseo apremiante de hundirse en ella. La deseaba y la amaba. Y aquella certeza le recordó otra todavía más importante: aquella mujer no era para él.
La canción había terminado.
Olivia sintió una profunda decepción cuando Javier se separó de ella con delicadeza y se refugió de nuevo en la cocina. Al momento regresó cargado con una bandeja. Depositó dos tazas y unas galletas de canela y jengibre en una mesita auxiliar, y se sentó de nuevo junto a ella. Olivia recordó que no había cenado y se comió una con entusiasmo, y luego otra. El sabor especiado del té negro también la reconfortó al instante.
Javier le explicó que su abuela las hacía artesanalmente y se las enviaba cada año por Navidad. Después le contó historias de cuando era niño y le ayudaba a prepararlas. Le gustaban tanto que no podía esperar a que se enfriaran y se pasaba todas las fiestas con el estómago revuelto.
Olivia rio de buena gana y agradeció su esfuerzo por distraerla. Hablaron de las Navidades y de los planes de cada uno. A Olivia le avergonzaba un poco reconocer que las pasaría sola, encerrada en casa, así que pasó de puntillas por ese tema y mencionó un posible viaje. La imagen de Jon paseando de la mano con Olivia por las calles iluminadas de alguna ciudad europea cruzó la mente de Javier.
Acabaron con el plato de galletas y con la segunda taza de té. Se hizo un silencio. En el exterior, una lluvia torrencial lo cubría todo. Olivia se sentía muy a gusto; el jengibre y el té habían creado un calor agradable en su interior. Ya no tenía frío, ni miedo. Sus ojos se encontraron con la mirada felina de Javier y pidieron sin palabras que se acercara, que la abrazara de nuevo, que la besara…
Su petición no tuvo la respuesta que esperaba.
—Es muy tarde… —dijo Javier desviando la mirada hacia el reloj de su muñeca—. Deberías descansar un poco.
Olivia reparó en la almohada y el juego de sábanas que Javier había dejado sobre una silla.
—Es un sofá cama muy cómodo —continuó con una sonrisa—, pero si quieres puedes dormir en mi cama… las sábanas son limpias de hoy.
—Yo…
—Yo dormiré en el sofá.
—No, no es necesario —dijo Olivia sin poder ocultar del todo su frustración—. Estaré bien aquí.
Javier no insistió y después de ayudarle a colocar las sábanas se despidió de ella con un «buenas noches».
Olivia le devolvió la sonrisa y se acomodó bajo las sábanas. Cerró los ojos esperando que el sueño venciera su batalla interior y se durmiera en pocos minutos; pero, media hora después, continuaba dando vueltas. No había acudido a su casa con el propósito de acostarse con él. Pero era evidente que había atracción entre ellos y ambos lo deseaban. Ya habían hecho el amor una vez. ¿Entonces? La hipótesis de que podía estar con alguien explicaba esas dos semanas de ausencia, su distanciamiento y el hecho de que ahora estuvieran en camas separadas. Ese pensamiento hizo que Olivia se entristeciera. La idea de haberlo perdido le hacía consciente de lo mucho que le gustaba. Se recordó a sí misma que se encontraba a escasos metros de él y pensó que era el momento de actuar. No arriesgaba nada por intentarlo. Tal vez su orgullo, pero le pareció algo demasiado insignificante tratándose del hombre al que amaba. Decidida, se levantó de la cama y se dirigió al dormitorio. Cerró la puerta tras de sí y se orientó por la pálida luz de una farola que se filtraba por la ventana.
La respiración acompasada de Javier delató su sueño profundo y Olivia se acomodó junto a él. Acostumbrada ya a la oscuridad, admiró la forma angulosa de su cara, el dibujo de sus gruesas cejas sobre sus párpados cerrados y sus labios bien perfilados. Levantó un poco las sábanas para comprobar que dormía desnudo cuando unos ojos de gato la miraron curiosos.
Olivia se quedó callada, su cuerpo inmóvil, hipnotizada por aquellos ojos, no supo qué decir para explicar su intromisión.
—Me has engañado —susurró finalmente muy bajito—. Ese sofá es muy incómodo.
Javier esbozó una débil sonrisa y continuó mirándola fijamente, sin decir nada.
—Lo siento… —dijo Olivia turbada y arrepentida de su iniciativa al ver que él no reaccionaba—. Siento haberte despertado.
—No te vayas… —le suplicó él con voz ronca.
Javier la detuvo cogiéndola del brazo y atrayéndola hacia él con delicadeza hasta acomodarla sobre su cuerpo. El contacto con su piel desnuda y caliente hizo que un suspiro incontrolado escapara de ella. Una sensación de placer la inundó cuando los labios de él recorrieron su cuello, y sus manos se colaron bajo el pantalón hasta sus nalgas. Aquella agradable caricia hizo que Olivia presionara por completo su cuerpo contra el de él. El deseo de librarse de las prendas que la separaban de su piel le animó a despegarse un momento e incorporarse. Lentamente salió de la cama y se quitó el pijama. Javier admiró su cuerpo desnudo en la penumbra de la noche y le tendió una mano para que entrara de nuevo.
Un segundo después sintió la sensación ardiente provocada por el contacto de su piel, cálida y suave. La abrazó y sus cuerpos se entrelazaron, una boca buscando la otra, las manos de ambos asimilándose sin prisas, recordando…
Javier se incorporó levemente y la observó con deseo. Tenía la cabeza inclinada hacia atrás, ofreciendo su cuerpo como un tesoro. Le pareció increíble tenerla así, completamente rendida al placer de sus caricias. Se fijó en sus pezones, convertidos en dos pequeños puntos tensos, y se inclinó sobre uno de ellos, trazando un círculo alrededor de él con la lengua antes de atraparlo con suavidad entre los dientes y aplicarle una delicada presión. Después lo saboreó con frenesí.
Olivia cerró los ojos y se abandonó al placer de aquellas caricias. Se sentía en llamas. Ardía. Él siguió explorando cada vez más abajo con ambas manos y con la boca. Repasó el contorno de sus piernas, tan suaves en ella, desde los tobillos hasta los muslos. Después le separó las piernas y deslizó dos dedos en aquel calor húmedo y resbaladizo. Olivia gimió. Lo hizo de tal manera que Javier se detuvo un instante, pero cuando fue a retirar la mano, Olivia se la agarró. Deseaba que continuara, lo necesitaba. Y cuando volvió a introducirlos hasta el fondo, con fuerza, se estremeció de placer. Se convulsionó y arqueó las caderas hacia él sin poder contenerse, sumida en un deseo febril. Sintió la cercanía de un orgasmo y suplicó:
—Por favor… Ahora.
Javier entró en ella con un impulso firme y seguro, hundiéndose en lo más profundo de su ser. El cuerpo de Olivia se retorció ante aquella abrasadora invasión y se aferró a su cuello. El corazón le latía con violencia. Los espasmos bullían rápidos y ascendentes. Javier los sintió y se hundió aún más, una y otra vez… hasta que el cuerpo de ella se convulsionó en un intenso orgasmo y un desgarrador gemido escapó de su garganta. En ese momento, Javier liberó toda resistencia, inspiró hondo y se abandonó a sus sentidos hasta explosionar y vaciarse, completamente satisfecho, en Olivia.
Después de una ducha, Olivia volvió a la cama enrollada en una toalla. Observó cómo Javier se levantaba y se perdía en el baño para hacer lo mismo. El sonido del agua la arrulló acompañándola hasta un sueño profundo.
Dos horas después, los ojos se le abrieron y se sintió desorientada. Estaba acurrucada entre los brazos de Javier y se incorporó un poco para verle la cara. Dormía con una sonrisa en los labios.
—Hola —susurró amodorrado al tiempo que abría los ojos y los entornaba para enfocarla.
—¿Te he despertado? —dijo ella.
—Sí. Y es la segunda vez que lo haces esta noche…
—Lo siento… —dijo ella antes de ver cómo su boca se torcía en una seductora sonrisa.
—No te preocupes. Te doy permiso para que me despiertes siempre que quieras… de esta manera.
—¿Siempre que quiera…? —preguntó ella vacilante.
—Sí. Siempre que quieras.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
Javier asintió con la cabeza y Olivia dudó un instante.
—¿Estás con alguien?
—No —contestó él extrañado por la pregunta.
Olivia respiró aliviada.
—¿Y tú?
Javier contuvo la respiración.
—Yo sí —contestó ella.
—Jon…
—¡Claro que no! —contestó casi indignada—. Me refería a ti…
Javier sonrió y la atrajo hacia sí, rodeándola con sus brazos y permitiendo que Olivia se acurrucara sobre su pecho. Hacía un buen rato que había dejado de llover y ahora el viento soplaba con fuerza, agitando los árboles de la acera y haciéndoles silbar de un modo extraño.
Una oleada de felicidad invadió a Olivia y sintió el deseo de besarlo. Se incorporó un poco y presionó su boca contra la de él. Fue una caricia tierna e íntima. Suficiente para despertar de nuevo el deseo en ella.
Esta vez Javier permaneció recostado mientras ella tomaba las riendas. Descendió por su cuerpo, besándolo, lamiéndolo, mordisqueándolo de forma provocativa y sembrándolo de caricias de fuego. Cuando llegó a su sexo, se lo encontró erecto, suave, duro y grueso. Olivia lo besó, lo lamió y sintió cómo crecía aún más. A continuación lo tomó con suavidad en su boca, caliente y húmeda, deslizándolo en ella con movimientos rítmicos.
Javier experimentó una sensación extraña, de placer absoluto. Obviamente, no era la primera mujer que le hacía algo así, pero la mezcla de dulzura y pasión que ponía en ese gesto hizo que la sangre le bombeara con fuerza y un escalofrío electrizante le recorriera la columna. Javier se dobló sobre ella, acariciándole con las manos la espalda hasta las caderas. Un hondo gemido retumbó en su pecho y su cuerpo se estremeció. Apartó a Olivia con delicadeza y la estrechó contra su cuerpo mientras se derramaba sobre ella y dos palabras escapaban de sus labios.
—Te quiero.
A Olivia le tembló el alma. Había deseado tanto escuchar esas palabras, que no pudo evitar que se le hiciera un nudo en la garganta. Javier sentía lo mismo que ella. Aquella declaración de amor había sonado tan real, tan sincera, que durante unos segundos retumbó en su cabeza como un potente eco. Te quiero, te quiero, te quiero… Olivia lo repitió mentalmente varias veces sin percatarse de que uno de ellos se alejaba del resto y escapaba libremente de sus labios.