Sol 4

Tu peor enemigo es tu mejor maestro

—¿Sigues ahí?

—Sí, Elena.

—Te has quedado callada.

—Perdona, ¿qué decías?

—Tu retiro espiritual —repitió su amiga con voz cansina.

«Espiritual» —repitió Olivia para sus adentros con sorna—. No se le ocurría ningún adjetivo menos adecuado para definirlo.

—Ha pasado una semana y todavía no me has explicado nada —continuó Elena.

«¿Una semana?» —pensó—. «¿Sólo una semana?». El recuerdo de Can Ferran y de todo lo que había ocurrido ese fin de semana era ya una película borrosa en su mente. Pensaba en ello y le parecía algo irreal, como si lo hubiera soñado. Desde entonces habían pasado muchas cosas, todas malas. A cuál peor…

—¿Me vas a adelantar algo por teléfono o me vas a obligar a invitarte a un café esta mañana?

—Imposible. Tengo un día horrible, no voy a poder escaparme de la oficina en toda la mañana…

Aquello era cierto. Desde que Malena estaba al frente de Venus Práctica, Olivia tenía la sensación de trabajar más y avanzar menos. Debía consultarlo todo con ella y hacer varias propuestas de cada proyecto. Cualquier decisión se dilataba en el tiempo mucho más de lo necesario y, como resultado, la producción mensual de libros se había reducido a la mitad.

—No tendrás que hacerlo. Yo iré a tu despacho. Tengo audiencia con el mismísimo Max Costa dentro de dos horas.

—¡Qué me dices! —exclamó sorprendida Olivia.

—Me llamó ayer —contestó Elena emocionada—. Dice que quiere hacerme una propuesta.

—¿Una propuesta?

—¡Sí! Quizá de matrimonio… —bromeó Elena antes de soltar una carcajada.

—Suena potente.

Olivia deseó sentir la misma emoción que su amiga pero, por algún motivo, no conseguía librarse de la sensación de que se aproximaba un gran desastre.

Antes de colgar, Elena le preguntó por Carlos. No sabía nada de él desde antes del retiro. Olivia se sintió culpable por no tener una respuesta actualizada y precisa sobre su amigo. Hacía días que no le llamaba. Después de su indigestión, Carlos había amanecido el segundo día en el Montseny como nuevo. Los vómitos y mareos habían remitido por completo y no entendió la insistencia de Olivia por irse de aquel lugar antes del almuerzo. Quedaba un día más de curso y Carlos quería recuperar el tiempo perdido con Malena.

Olivia no se atrevió a contarle la verdad. No quería remover más sus sentimientos y temía herir los de su amigo, así que se inventó una excusa poco convincente sobre una vecina que le había llamado al móvil y una fuga de agua en su piso.

Dos días después había tenido lugar la tercera conferencia de Sunman en el Hotel Claris. De no haber sido una editora profesional, Olivia habría fingido una terrible indisposición para no enfrentarse a ese momento: Jon, Javier, Malena y Max juntos en la misma sala. Ni siquiera tuvo el valor de invitar a sus amigos, como en las ocasiones anteriores. El tema de la charla tampoco le seducía en absoluto: «Vive el ahora». Ya había tenido bastante con las explicaciones que le había avanzado su autor en primicia.

Se sentó en la última fila y no se acercó a Jon hasta el final de su discurso, más por cortesía que por un interés real. Una versión distante del gurú sorprendió a Olivia. No esperaba un saludo efusivo, pero tampoco la frialdad con la que se dirigió a ella en esta ocasión. Malena, en cambio, estaba radiante y amable con ella. Esta vez incluso insistió para que se uniera a ellos en la cena.

Con dos tantos anotados en su marcador —Venus Práctica y Jon Sunman—, Malena había dejado de considerar a Olivia su rival. Ya no había motivos para retarla o humillarla. Después de todo, la victoria había conseguido humanizarla; tal vez incluso sentía algo de lástima por ella. Esa idea le produjo náuseas. Prefería mil veces el desprecio de Miss Marvel que la compasión de la dulce Malena.

Javier también había fichado por el equipo vencedor. Desde aquel fin de semana no había vuelto a llamar a Olivia y, en cambio, había escrito varios e-mails a Malena, uno de ellos con la traducción del siguiente sol. Lo sabía porque la propia Malena se los había reenviado a ella. ¿Por qué actuaba así Javier? Para Olivia era un misterio. Pensó que tal vez seguía molesto por lo del contrato y por haberse visto obligado a asistir a aquel extraño curso de Tantra. Después de haber compartido aquel ejercicio y de haber desnudado una parte de sus almas, pensó que algo había vuelto a cambiar entre ellos… Pero por lo visto, todo seguía igual que antes de aquel retiro, y el desencuentro continuaba siendo una constante entre ellos.

Lo que ocurrió el domingo, después de su marcha, también era un misterio para Olivia. Tal vez Javier y Malena habían formado pareja en algún ejercicio tántrico y eso les había acercado… O quizá no había entendido que la propia persona que le obligaba a estar en aquel lugar, huyera precipitadamente y sin despedirse. O tal vez…

Olivia decidió dejarse de conjeturas y escribirle un mensaje. No quería alimentar más malentendidos o sentimientos confusos. De alguna manera empezaba a importarle mucho lo que Javier pudiera pensar de ella.

Para: «Javier Soto» jsoto@gmail.com

de: «Olivia Rojas» orojas@venusediciones.com

Asunto: Una copa en El Séptimo Cielo

Hola Javier,

Espero que estés bien. Siento haber desaparecido de forma precipitada del curso de Sunman. Me gustaría explicártelo con calma, si quieres. ¿Qué tal una copa en El Séptimo Cielo? Creo que el pianista es muy malo… pero dicen que los cócteles son los mejores de toda Barcelona. ;-)

Olivia.

Dudó unos instantes antes de enviarlo y, cuando lo hizo, un cosquilleo extraño recorrió sus tres primeros chakras. Después, trató de concentrarse de nuevo en su trabajo.

La risa fresca de Jon la distrajo de sus pensamientos. Levantó la vista de la pantalla y pudo ver su cabeza rubia asomando tras el respaldo de una de las sillas de cebra del despacho de Malena. Tenían la puerta abierta. Esa imagen comenzaba a ser habitual desde hacía unos días. Lo que no era tan frecuente es lo que ocurrió a continuación.

—¿Tienes un momento?

Olivia no le había visto salir del despacho de Malena y se sobrecogió por la sorpresa de aquella voz.

—Claro.

Jon dejó caer sobre la mesa de Olivia una copia impresa de los capítulos traducidos hasta el momento de su libro.

—Necesito que me expliques qué es esto.

Antes de bajar la mirada a aquellos folios garabateados con cientos de correcciones en rojo, Olivia se fijó en el semblante serio de Jon. Estaba molesto. Su rostro, transfigurado por el enfado, no le pareció en aquel momento tan bello como siempre. Sintió un escalofrío.

—Es tu libro —respondió Olivia con voz serena—. Son los primeros capítulos traducidos de Los siete soles de la felicidad.

—No, esto no es mi libro…

—¿Qué quieres decir?

Sus cálidos ojos azules eran ahora gélidos y amenazantes. Era evidente que algo no iba bien.

—Pues que parece mi libro, pero no lo es. ¿Quién ha corregido esta porquería, Olivia?

Jon la miró con impaciencia esperando una explicación que Olivia no parecía conocer.

—Yo misma he repasado y editado cada página traducida… No entiendo…

—Desde luego que no entiendes. ¡No has entendido nada!

Olivia sintió cómo sus mejillas se encendían ante aquella reacción desproporcionada. ¿No le había gustado la traducción? ¿Había detectado algún fallo importante? En cualquier caso, no había razón para enfadarse tanto; todavía se encontraban en las primeras fases de edición, quedaban varias correcciones hasta dar por definitivo el texto.

—¿Cuál es el problema, Jon? —preguntó Olivia con voz firme.

Intuía en aquel enfado un reproche más profundo. Algo que se escapaba de la simple queja de un trabajo, en su opinión, impecable. Y no estaba dispuesta a dejarse vapulear de esa manera.

On m’a volé la poésie.[1]

Olivia no supo qué responder.

—Dime exactamente qué es lo que no te gusta y lo miramos con calma.

—Acabaría antes si te dijera qué me gusta… Eso si consigo dar con algún párrafo que sea fiel a mi discurso.

Si había una persona que conocía bien su discurso, esa era ella. Había revisado cada frase, cada palabra, cada coma de la traducción. Conocía toda su obra, los términos que empleaba… ¿Cómo podía estar diciéndole aquello? Pensó que lo más razonable era no discutir con él; se quedaría con las correcciones y las revisaría con calma.

Antes de dar la conversación por acabada, se recordó a sí misma que debía ser amable y se esforzó en esbozar una sonrisa convincente.

—No te preocupes, Jon. Revisaré tus correcciones y te pasaré una nueva versión.

Jon suspiró y se alejó de allí con paso ligero. Antes de desaparecer tras la puerta, se giró hacia Olivia, se atusó el pelo y abrió la boca para emitir una frase que no llegó a salir de sus labios. Ajena a su intento de disculpa por haber sido tan duro, Olivia pensó en la facilidad del gurú para transformarse de ángel en demonio, en tan sólo unos días.

Después se encerró en el baño y rompió a llorar. Las lágrimas brotaron de sus ojos en un torrente incontrolable. No intentó frenarlo; necesitaba sacar fuera toda su frustración. Se sentía tan desdichada… Buscó consuelo en alguna frase de ánimo de su archivo personal, pero ningún pensamiento positivo logró animarla. Había luchado mucho por Los siete soles y por tener a Jon Sunman en Venus Ediciones, y todos sus esfuerzos se volvían contra ella. Era injusto. Muy injusto. Para colmo, Malena se llevaba los honores, el premio de Venus Práctica, y ella sólo broncas, fracasos y el desprecio del hombre al que admiraba.

Lloró por Sunman, por el gurú que no era, por el hombre en el que había depositado sus fantasías, sus anhelos de acercarse a un maestro, un ser puro, un sabio… Sin su máscara, Jon ya no brillaba con la misma fuerza. Seguía siendo un hombre carismático y atractivo, capaz de enamorar a cualquier mujer sólo con mirarla, pero Olivia se sentía cada vez más inmune al hechizo de aquellos ojos azules.

Se lavó la cara en un intento de recomponerse y se dirigió de nuevo a su mesa. Allí encontró un sobre de la imprenta dirigido a su atención. No esperaba nada; sobre todo porque desde que Malena estaba al frente de Venus Práctica, era ella quien recibía ese tipo de materiales. Lo abrió con curiosidad. Era una prueba de color de la portada de Los siete soles de la felicidad. También había un CD con el original y un documento con el visto bueno de Malena.

Dejó escapar un suspiro de admiración. Sencillamente era brillante. Carlos había conseguido sacarle partido a la descabellada idea de Malena y el resultado era asombroso. El trazo sinuoso de una mujer desnuda brillaba en el centro de la portada rodeada de siete potentes soles. Recordaba un poco a los cuadros de Murillo o Ribera, pero sólo en la composición; el trazo sinuoso y los colores vivos la alejaban del estilo barroco y le daban un aire de modernidad muy llamativo. Olivia sabía que era una buena portada y que, por sí sola, sería un buen reclamo. Haría brillar, sin duda, a Los siete soles de la felicidad en las mesas de novedades de cualquier librería.

Volvió a guardarlo todo en el sobre con una mezcla de emoción y decepción. Se alegraba del buen trabajo de su amigo, pero le embargaban sentimientos contradictorios. Por un lado, ese era el libro por el que ella había luchado tanto; por otro, ya no estaba tan segura de desearle éxito.

Después de eso, se dispuso a revisar las correcciones de Jon. Al leer la primera línea, Olivia se dio cuenta enseguida de que aquella no era la versión que ella había entregado a Malena. Alguien había hecho una corrección de estilo muy poco acertada, había cambiado frases, confundido conceptos y «robado la poesía» al original de Sunman. Pero ¿quién? La respuesta era clara: Malena. Lo había hecho con la intención de lucirse y demostrarle a Jon que ella debía ocuparse de todo para que funcionara. Ciertamente no había ni una sola errata, la corrección era impecable, pero, al no estar familiarizada con la terminología de los libros inspiradores y del propio Sunman, había cambiado el sentido de las palabras y alterado el discurso del gurú.

Cada frase era una interpretación errónea, un auténtico despropósito y Olivia no pudo reprimir la risa en varios párrafos. Pensó en llamar a Javier y explicárselo todo. Era el único capaz de ver el lado cómico y reírse con ella de las correcciones de Malena; sin embargo, comprobó que su e-mail seguía sin respuesta y no se atrevió a marcar su número.

En realidad sí había otra persona capaz de entenderla, capaz de reírse de todo aquello e, incluso, de aconsejarle algo descabellado: Ricardo Boix. De repente sus palabras cobraron sentido: «La vida es un juego y no pasa nada por hacer trampas de vez en cuando. Si quieres ganar esta partida, debes ponerte a la altura de tu rival y jugar sucio».

Y Olivia supo exactamente lo que debía hacer.

No podía dejar que el libro se publicara con las correcciones de Malena; Jon las había visto a tiempo y lo más probable era que incluso las hubiera comentado con ella. Por supuesto, Malena había dejado que pensara que Olivia era la culpable. No en vano, él la había conocido desde el principio como la única editora de su libro. Pero lejos de indignarse por la traición de Malena, sonrió al idear su particular venganza: la portada.

No era una experta del diseño, pero se defendía con el Photoshop lo suficiente para llevar a cabo su plan. Sacó el CD del sobre y lo introdujo en su iMac. Una sonrisilla maliciosa iluminó su cara ante la idea de lo que estaba a punto de hacer: abrió la portada con el programa, seleccionó la herramienta «borrar» y ¡voilà! uno de los siete soles desapareció al momento de la pantalla.

Después grabó el documento en un nuevo CD y lo introdujo en otro sobre junto con la prueba de color y el visto bueno de Malena. El plan era perfecto. Nadie se molestaría en mirar el contenido del CD con la aprobación escrita de la editora jefe.

Los siete soles se habían convertido en seis. Un error sutil pero importante al mismo tiempo. Por fallos menores se habían retirado tiradas enteras del mercado, y Olivia sabía que una errata en portada de ese calibre suponía un gran desprestigio para toda la edición.

Comprobó que el despacho de Malena estaba vacío y dejó el sobre en su mesa. Después se sintió extrañamente excitada. Hacer trampas no era habitual en ella. Era una mujer de principios y procuraba actuar siempre de manera honesta, pero con aquella pequeña venganza, de alguna manera, sintió que estaba haciendo justicia.

Trató de concentrarse de nuevo en la corrección de un libro inspirador de haikus que debía entregar a imprenta ese mes. Después de leer varios de esos poemas japoneses de tres versos y sin rima, que captan la belleza de un instante, se le ocurrió uno a ella:

Almas desnudas

Crepitar de los troncos

Ojos de gato

Si aquellos tres versos contenían un momento perfecto para ella, estaba claro cuáles eran sus sentimientos hacia el traductor. Había tardado en darse cuenta y quizá ya era demasiado tarde… Pero la idea de que Javier podía ser el hombre de su vida cobraba cada vez más fuerza en su cabeza. Trató de concentrarse de nuevo en el trabajo, pero la confirmación de que no había ningún mensaje en su correo electrónico hizo que resoplara de decepción.

Se acercaba la hora de comer y Elena seguía sin dar señales de vida. Sentía curiosidad por la propuesta de Max Costa, pero también quería desahogarse con su amiga y ponerle al corriente de todo lo ocurrido con Jon y Javier. La esperó hasta las dos y media. Antes de irse a comer, le envió un SMS con las coordenadas del café en el que estaría esperándola mientras comía algo.

Cuando la vio, Javier acababa de tomar un atajo entre la Diagonal y Capitán Arenas. Serían las tres del mediodía. Se dirigía a Cúspide a recoger un encargo después de toda una mañana de gestiones y entregas de trabajo. Caminaba distraído, sumido en sus propios pensamientos, sin fijarse especialmente en la gente que avanzaba apresurada por la calle en hora punta. Se detuvo un momento para contestar una llamada de móvil y, justo cuando levantó la vista, la vio. Supo que era ella antes incluso de verle la cara.

Estaba sentada en la terraza de un café, junto a una de esas estufas exteriores de butano, leyendo un periódico y a punto de darle un bocado a un sándwich. Su pelo oscuro, la delicadeza con la que pasaba las páginas y sus pies menudos cruzados elegantemente por los tobillos la delataron. Le dijo a su amigo que le llamara más tarde y guardó el móvil en el bolsillo de su abrigo. Durante unos segundos se deleitó contemplando la escena.

Olivia.

Pensaba en ella en aquel instante —a decir verdad, no había pensado en otra cosa en los últimos días—, así que se sorprendió al ver su deseo materializado a escasos metros de él. Todavía no había tenido el valor de llamarla. Después de aquel retiro en el Montseny y de imaginarla en brazos del gurú, necesitaba poner en orden sus sentimientos. Su corazón era torpe; se había vuelto a equivocar en su elección. Y ahora estaba pagando las consecuencias. Imposible quitársela de la cabeza. Imposible evitar también el dolor de quererla y no tenerla.

Lo cierto es que cuanto más la conocía, más se enamoraba. Le gustaba la Olivia fuerte y segura, la que tenía las ideas claras y defendía su punto de vista con firmeza. Adoraba a la Olivia vulnerable y tímida, quien despertaba en él ternura y un instinto de protegerla. Se sentía a gusto con la Olivia soñadora y divertida, la que se reía de sus fracasos y le hacía sonreír con sus ocurrencias. Hasta la Olivia más testaruda y repelente le gustaba…

Sin embargo, el corazón de ella también había elegido. Y desgraciadamente para él, Jon Sunman era el afortunado. Imposible competir con el gran maestro. La cara de fascinación con la que Olivia seguía sus conferencias, su mirada embelesada cada vez que él hablaba, eran un reflejo del amor que sentía por el gurú.

Ignoraba cómo había acabado el curso tántrico, pero podía imaginarlo: Jon y Olivia juntos. El domingo se levantó temprano y se fue antes del desayuno; no quería presenciarlo. No sabía que ella había hecho lo mismo pocas horas después. Desde entonces, su único contacto con la editorial había sido a través de Malena, reclamándole la traducción del siguiente sol.

Olivia.

Conforme se iba acercando, sintió cómo su pulso se aceleraba. Sin embargo, cuando estaba a punto de alcanzarla, vio llegar a su amiga Elena por el extremo opuesto y desistió de su idea. Las dos amigas se abrazaron efusivamente y Javier sintió que estaba de más en aquella escena. Giró sobre sus pasos y siguió su camino.

—Te lo dije… Ese gurú no me gustó nunca. No es de fiar.

Olivia no recordaba que su amiga le hubiera prevenido nunca contra Jon, pero no dijo nada. En lugar de eso, negó con la cabeza.

Después de explicarle a Elena lo ocurrido con Jon y cómo se había sentido durante aquel fin de semana, veía las cosas desde otra perspectiva y era capaz de entender mejor lo sucedido.

—No es eso… Lo que pasa es que no es para mí. Su idea de vivir el momento, de ser feliz, no es la mía. Creí que entendía su discurso, que compartía su visión de la vida. Y estaba equivocada. Usamos las mismas palabras, pero hablamos idiomas muy distintos.

—No te entiendo —dijo Elena después de pedir un refresco al camarero.

—Es difícil de explicar.

—Yo creo que es muy sencillo. Jon Sunman es un farsante. Fue todo amabilidad mientras pensó que podía conseguir algo de ti: una buena edición de su libro y tal vez meterte en su cama… Pero ¿qué hace cuando las cosas se tuercen y no salen como a él le gustaría? Pataleta. Algo más propio de un niño que de un ser evolucionado. Por no mencionar el tema Tantra. Para un maestro tántrico, el sexo es mucho más que un «aquí te pillo, aquí te mato», y a ti, por lo que cuentas, no tardó ni diez minutos en quitarte las bragas en ese cobertizo idílico.

—¡Elena!

Olivia sabía que su amiga tenía razón en parte… Pero, por algún motivo, todavía no estaba preparada para aceptarlo. Hasta hacía unos días había sido su gurú, su maestro, el hombre de sus sueños… y le costaba mucho reducir todo aquello a un simple farsante.

—Es la verdad. Tuviste suerte de que ese tal Éric acudiera en tu rescate… Y de que, en aquel momento, Malena estuviera esperando en el banquillo.

Las dos rieron ante la ocurrencia de Elena.

—Y pensar que yo volví a su encuentro…

—No te culpes por ello. Tampoco hubiera pasado nada. Una noche de sexo con un hombre como Jon, en un lugar como aquel, tampoco es una experiencia para traumatizarse.

Tal vez Elena tenía razón y Olivia daba demasiada importancia a cuestiones relacionadas con el amor o el sexo, pero si de algo se alegraba profundamente era de no haber acabado la noche en aquella cabaña en brazos de Jon.

—Eso sí, tienes que hablar con Carlos y explicárselo todo, Olivia. Empieza a estar muy colado por Malena.

—Lo sé, pero no sé cómo hacerlo…

Eran casi las cuatro y el cielo empezaba a ennegrecerse. Amenazaba tormenta. Olivia debía volver a la editorial, pero no tenía ningunas ganas. No quería ver a Malena, ni a Jon.

—Descartado el gurú —continuó Elena—. Javier gana votos en tu corazón, ¿no es así?

—Haces que suene fatal.

—Ya lo sé, tontita, yo siempre aposté por él y creo que tu corazón también…

Olivia abrió la boca para decir algo, pero no encontró palabras que pudieran expresar, ni remotamente, lo que sentía, así que volvió a cerrarla.

Después, Elena le explicó su reunión con el jefe de Olivia. Max Costa tenía intención de abrir una nueva colección de libros infantiles y quería conocer la opinión de Elena sobre algunas cuestiones.

Elena estaba absolutamente fascinada por él. Max le había escuchado con la atención de quien cree tener delante a toda una autoridad en la materia. Durante la reunión había tomado notas sobre los gustos infantiles, las tendencias, los hábitos de los más pequeños, y se había interesado por las opiniones personales de Elena, por sus preferencias…

—¿Te ha ofrecido algo concreto?

—Me ha preguntado si trabajaría para Venus Ediciones —dijo distraídamente Elena mientras apuraba su Coca-Cola.

—¿Cómo editora?

—Pues no lo sé… No me ha quedado muy claro. No he prestado mucha atención a eso…

Olivia se asombró de que su amiga no mostrara ningún tipo de emoción sobre ese asunto. Max Costa estaba pensando en abrir una nueva colección infantil. Por algún motivo, se había interesado en Elena. Tal vez incluso le ofreciera dirigir el sello… ¿Y ella «no había prestado mucha atención a eso»?

—Estaba tan guapo que a veces perdía el hilo de lo que me decía.

—Eres incorregible —dijo Olivia poniendo los ojos en blanco.

—Y, ¿sabes qué? Quizás estoy loca, pero también me ha parecido que me miraba de un modo especial.

—Estoy segura.

—Después me ha preguntado por Javier y por Nora. ¿No es extraño? Quizá piensa que es su canguro…

Olivia recordó que para Max, Javier era el marido de Elena y se sintió mal por haber alimentado esa idea. No se lo desmintió cuando pudo, y ahora esa cuestión alejaba cualquier posibilidad de Elena con Max.

—No, en realidad… piensa que es su padre.

—¡¿Cómo?!

—Y tu marido…

Olivia le explicó a su amiga lo ocurrido en la primera conferencia de Jon, cuando no tuvo más remedio que dejar a Nora con Javier. Le explicó que había dejado que creyera que era su padre para que no pensara que ella era una irresponsable al llevar a una niña a un lugar así… y que después no había sabido cómo sacarle de su error.

—¡Joder, Oli! No me lo puedo creer. Han pasado semanas desde entonces… Sabes lo mucho que me interesa Max, ¿por qué no le dijiste la verdad?

—No creí que tuvieras muchas posibilidades con él.

Olivia se arrepintió al momento de su comentario patoso.

—¿Insinúas que soy «poca cosa» para un hombre como Max?

—¡Claro que no! Quise decir que…

—No digas nada —dijo Elena cortante.

—Yo… No pensé…

—Es cierto, ¡no pensaste! O, al menos, no en mí. ¿Cómo has podido ser tan egoísta? Dejaste que Max creyera que Javier es mi marido porque para ti era más cómodo así. Y en cuanto a Carlos, ¿a qué esperas para llamarle y explicarle lo de Malena y Jon? Es tu amigo. Merece que le digas la verdad. Te acompañó al curso para que no fueras sola. Dices que te sabe mal por él, pero ¡es mentira! Eres una cobarde y una egoísta. Lo que te preocupa es pasar un mal trago tú. ¡Qué más da los sentimientos de tus amigos si tú puedes estar tranquila!, ¿no es así?

Olivia empezó a sentirse realmente tensa. Sabía que se merecía esa regañina, pero le dolía mucho escuchar aquello en boca de su amiga.

—No sigas por favor… —le imploró.

—Madura, Olivia. Afronta la vida y sé consecuente con tus actos.

Las dos amigas se quedaron un minuto en silencio. Después, Elena dejó unas monedas sobre la mesa y se fue de allí sin despedirse siquiera.

En todos sus años de amistad, nunca se habían enfadado así. Olivia sabía que Elena era impulsiva y visceral. Estaba casi segura de que esa misma noche la llamaría para disculparse… pero sus palabras le habían hecho mucho daño. Quizá porque reconocía una parte de verdad en ellas.

Esa tarde Olivia recuperó el documento de Los siete soles de la felicidad anterior a las correcciones de Malena, repasó algunas anotaciones de Jon en su original y se dispuso a leer el cuarto sol traducido por Javier: «Tu peor enemigo es tu mejor maestro». No tuvo que esforzarse mucho para perderse en aquellas líneas. El trabajo consiguió mantener su mente ocupada e hizo que se olvidara de sus problemas durante unas horas.

La idea básica de aquel capítulo podía resumirse en tres enunciados:

1. Todos somos espejos para los demás. Cualquier cosa que podamos ver en otras personas, bueno y malo, lo tenemos en nuestro interior en mayor o menor medida.

2. A veces valoramos rasgos en otras personas porque creemos que nosotros no los poseemos, pero si somos capaces de verlos y apreciarlos en los demás es porque también los tenemos nosotros.

3. Las personas que más nos irritan nos están reflejando aspectos de nosotros mismos que no toleramos o que nos cuesta reconocer. Por este motivo, un enemigo se convierte en un gran maestro.

Olivia pensó en Malena y trató de reflejarse en su espejo. Pensó en lo que más le molestaba de ella y tres adjetivos acudieron a su mente: prepotente, egoísta y traicionera. Le sorprendió la facilidad con la que halló ejemplos concretos de esas tres «virtudes» en ella misma. Ella también había sido una prepotente al creerse preparada para dirigir Venus Práctica; había traicionado la confianza de Javier incluyendo una cláusula nueva en su contrato sin ni siquiera decírselo, y había sido una egoísta al anteponer su bienestar a los deseos de sus dos mejores amigos… Siguió rascando y salieron más y más ejemplos. Pero, lejos de sentirse mal por ello, se disculpó a sí misma y se prometió enmendarlo.

Después, recordó un aforismo en sánscrito publicado en alguno de sus libros inspiradores: «No hay nada noble en ser superior a los demás. La verdadera nobleza consiste en ser superior a tu antiguo yo».

Levantó la cabeza del ordenador y comprobó que Malena seguía en su despacho trabajando. Eran más de las ocho y estaban solas en la oficina. Tal vez Malena y ella no fueran tan distintas después de todo. Pensó en las cualidades que admiraba de ella y tampoco le resultó difícil reconocerlas en ella misma: tenacidad y autoexigencia. Después recordó el asunto de la portada y dudó unos instantes antes de decidir que continuaba con su plan. Al fin y al cabo, Malena había jugado sucio y necesitaba que alguien le hiciera de espejo.

Antes de irse, Olivia se acercó al despacho de Malena para despedirse. Sobre su mesa reposaba una botella benjamín de Freixenet. La encontró en una actitud relajada, con una copa de cava en una mano y con la mirada perdida en algo que sostenía en la otra. No era la primera vez que la descubría bebiendo a última hora del día y se preguntó si aquella práctica se habría convertido en un hábito.

Fijó la vista y vio que sostenía una polaroid. Reconoció enseguida el tipo de papel que utilizaba su amigo.

Malena se la mostró a Olivia. Era la foto de una rosa roja.

—¿No te parece una foto preciosa?

—Sí, es muy bonita, ¿de quién es?

—Mía.

—¿La has hecho tú?

—No, boba, me la han regalado.

—¿Quién?

—Ay —suspiró Malena—. Un admirador, supongo. Todavía no lo sé…

Olivia desvió la mirada hacia el panel de corcho que colgaba de una de las paredes de su despacho y vio cuatro polaroids más. En ese momento no entendió nada, pero adivinó en la mirada soñadora de Malena que la estrategia de Carlos —cualquiera que fuese—, estaba empezando a funcionar.

El día siguiente pasó rápido para Olivia. Javier no había contestado a su e-mail, ni Elena a sus llamadas, así que se concentró en el trabajo para no pensar. Era viernes y, al menos, tenía el aliciente de ver a Ricardo Boix.

Llegó puntual a su cita. Esta vez era Ricardo quien le esperaba en el hall de su edificio, sentado en el sofá de piel, mientras ojeaba un diario gratuito. Tenía mejor aspecto que la semana anterior e incluso le pareció que había ganado algún kilo. Llevaba una camisa blanca, una gabardina y un gorro de lluvia verde, estilo Woody Allen, y Olivia se preguntó si emulaba conscientemente al cineasta o si el gran parecido que guardaba con él le hacía pensar que le imitaba.

—¿Cómo está mi editora favorita?

—Muy bien —dijo Olivia tratando de fingir entusiasmo. Olvidaba que su exjefe la conocía demasiado.

—Por qué será que no te creo…

Olivia se encogió de hombros y dejó que Ricardo le atusara el pelo, como un adulto reprimiendo cariñosamente a una niña.

—¿Cómo estás tú?

—Estoy bien, Olivia. El tratamiento está funcionando y me siento optimista. Estoy planeando un gran viaje cuando todo esto acabe.

—Suena perfecto.

Mientras avanzaban en dirección a la clínica Teknon, Ricardo le puso al día de sus últimos acontecimientos familiares: las disputas con su hija adolescente volvían a ser habituales, así como los desencuentros con su joven novia.

—Todo ha vuelto a la normalidad. Se acabó la tregua que me concedieron en mis momentos bajos —reconoció riendo Ricardo.

Olivia puso toda su atención en las historias cotidianas que le explicaba Boix y sintió que el tiempo no había pasado. Siempre le gustó la manera que tenía de contarle su vida. Su sentido del humor hacía que cada historia, a pesar de las pinceladas dramáticas, pareciera una comedia de enredos. Olivia no podía evitar mirarle fascinada y abrir mucho la boca en determinados pasajes. Siempre le sorprendía y se preguntaba qué parte de ficción habría en aquellas narraciones.

Una lluvia fina les animó a acelerar el paso. Era principios de diciembre y algunas calles ya estaban decoradas con luces navideñas. De repente, las gotas se hicieron más densas y pesadas, y un ligero manto de aguanieve empezó a caer sobre sus cabezas. Olivia dejó escapar un suspiro de admiración y se esforzó por guardar esa imagen idílica en su archivo mental de momentos perfectos. Ricardo sonrió y los dos se miraron fascinados.

Esta vez le esperó en una cafetería cercana. Ricardo insistió en que no era necesario que entrara con él en el hospital. Apenas pasaron veinte minutos antes de que regresara.

—Qué rápido has vuelto. ¿Cómo te ha ido?

—Bien —contestó Ricardo con una sonrisa—. Todo está bien.

A Olivia le pareció extraño que tardara tan poco y que no hiciera ningún comentario de lo que le había dicho el médico, pero no quiso insistir. Sabía por experiencia que Ricardo sólo hablaba de lo que quería y cuando quería, y de poco servía ponerse pesada.

—¿Qué tal por Venus? —preguntó Ricardo expectante de que ella le pusiera al día de las últimas novedades.

Los ojos de Olivia brillaron al explicarle su travesura con la portada de Los siete soles de la felicidad. Al fin y al cabo había sido idea suya y pensó que su mentor se alegraría por los progresos de su discípula. Sin embargo, se limitó a asentir con la cabeza y a rascarse pensativo el mentón con la mano.

Después, Olivia se explayó hablando del desastre que había hecho Malena con las correcciones de Los siete soles de la felicidad y de lo impertinente y duro que había sido con ella Jon Sunman. Se sentía tan mal con todo lo ocurrido que no podía parar de hablar y lamentarse de su situación.

Ricardo la escuchó atentamente, pero en vez de unirse a ella con los descalificativos hacia Malena o Jon, esta vez se limitó a soltarle una frase de lo más enigmática.

—Sé amable con ellos, Olivia. Cada persona con la que te cruzas está librando una dura batalla.