Sol 3

Vive el ahora

Olivia se levantó aquel sábado optimista y llena de energía. Estaba impaciente por disfrutar de su fin de semana de «retiro espiritual». Cierto era que esas dos palabras unidas no sugerían nada emocionante, evocaban más bien sosiego o aburrimiento, pero asociadas a Jon Sunman la idea no podía parecerle más excitante. Aunque la sombra de Javier planeaba sobre su cabeza, no se le ocurría mejor plan para intentar desterrarlo de sus pensamientos.

Carlos llegó puntual con su impresionante Escarabajo negro último modelo y le pasó la ruta de la web Viamichelín a su copiloto. Olivia ojeó aquellas páginas confusa, sin entender cómo podría ella guiar a Carlos hasta la meta con aquellos papeles.

—¿Qué es esto? ¿Un jeroglífico? —dijo arqueando una ceja.

—Sólo tienes que leerlo en voz alta —rio Carlos.

Olivia sabía por experiencia que sujetar un mapa o la ruta de un viaje era la forma más segura de cargar con las culpas cuando se perdieran; sin embargo, trató de estudiarse con detenimiento aquellas indicaciones.

—Tranquila, hasta Sant Celoni lo tengo controlado. Puedes relajarte un buen rato.

Olivia suspiró aliviada y se propuso disfrutar del viaje. Carlos había preparado una selección de música para el trayecto y tras acoplar su iPod al reproductor de música del coche, los dos canturrearon alegremente canciones de moda mientras dejaban atrás la ciudad.

Más tarde, mientras Carlos conducía pensativo, Olivia le leyó algunos datos sobre la zona del Montseny y una leyenda que había junto al itinerario impreso.

El heredero de una rica masía del lugar contemplaba las oscuras aguas de un lago cuando, de repente, apareció una mujer desnuda de impresionantes ojos verdes y melena rubia. Los jóvenes se enamoraron y la ninfa accedió a casarse con la promesa de que nunca le recordaría su condición de mujer de agua. Durante años fueron muy felices, tuvieron dos hijos y la masía prosperó. Pero un mal día, en el que una tormenta amenazaba con arruinar la cosecha, la mujer ordenó segar el trigo todavía no maduro. Al final, no hubo tormenta y cuando el marido regresó a casa y vio tal desastre exclamó con ira: «¡Mujer de agua tenías que ser!». Se arrepintió de sus palabras nada más pronunciarlas, pero ya era tarde: la mujer de agua huyó hacia el lago sin que su esposo pudiera detenerla. Jamás volvió a verla, pero cada noche la ninfa iba a la habitación de sus hijos y los acariciaba y besaba dulcemente. Antes de marcharse, dejaba caer unas lágrimas brillantes que, a la mañana siguiente, se convertían en diamantes de gran valor. Y así fue cómo, pese a la tragedia, la casa se enriqueció aún más durante mucho tiempo.

—Mujer de…

Carlos miró un segundo el pelo y los ojos oscuros de Olivia, tan distinta al ser de agua que describía la leyenda, y acabó la frase.

—… tierra tenías que ser.

—Te equivocas, yo soy de fuego… —bromeó Olivia—, como las brujas.

Olivia sonrió y se perdió unos instantes en el paisaje que ahora sustituía al asfalto gris de la autopista. La comarcal que se adentraba en el parque del Montseny serpenteaba la montaña con continuas curvas y pendientes rodeadas de árboles y valles verdes.

Poco a poco, a medida que ganaban altura, hayedos, castaños y robles comenzaron a teñir el ambiente de tonos otoñales. El sol brillaba con fuerza y la detonación de ocres, naranjas y rojizos de las hojas, mezclada con el verde chillón del musgo y el plateado de los troncos, transportó a Olivia al mundo mágico de las leyendas de aquel paraje. Durante unos segundos, incluso creyó que alguna hada, ninfa o ser del bosque saldría a su encuentro.

El coche marcaba una temperatura exterior de siete grados; pero a Carlos no le importó que Olivia bajara el cristal. Tanta curva empezaba a marearla. El aire helado que entraba por la ventanilla hizo que sus mejillas se encendieran y su espíritu se sintiera libre y vivo.

Sin apartar la mirada de la carretera, Carlos la sacó de su ensimismamiento con una pregunta:

—¿Paramos a tomar un café?

A Olivia le pareció muy buena idea. Había visto varias masías y restaurantes por aquel camino, así que en cuanto divisaron el cartel de una casa rural detuvieron el coche. Carlos sacó una polaroid del imponente caserón antes de llamar a la puerta.

—Lo siento —les dijo la señora que acudió a abrirles—. Sólo servimos desayunos a las personas alojadas en la casa.

A Olivia le llamó la atención la elegancia de aquella mujer. A pesar de rondar los setenta, llevaba unos zapatos de tacón de esparto muy altos, uñas de porcelana y un elaborado pero discreto recogido en el cabello.

—Perdone —preguntó Carlos—, ¿puede decirnos cómo llegar a Can Ferran?

La mujer se quedó un momento pensativa con el ceño fruncido. Olivia interpretó aquel gesto como una señal de que todavía se encontraban muy lejos de su destino, o que se habían equivocado de camino; sin embargo, finalmente añadió:

—Está aquí al lado, a poco más de un kilómetro siguiendo esta misma carretera… Pero pasen, en ningún sitio desayunarán mejor que en Can Matagalls.

Olivia y Carlos siguieron a aquella señora con una sonrisa en los labios. Antes de acomodarles en el gran salón, les mostró su mejor habitación y un precioso jardín interior. El hecho de que se alojaran en la masía vecina había despertado en aquella mujer el deseo de complacerles y mostrarles las ventajas de su casa.

Ya sentados en el salón de estilo rústico y paredes de piedra, Olivia acercó sus manos a la enorme chimenea que tenía a su lado. Otras dos parejas desayunaban en aquel momento y Olivia no pudo evitar fijarse en una chica de tez muy blanca y larga melena rubia con la mirada perdida en los troncos llameantes del hogar. Parecía muy joven. Sus rasgos eran finos y muy bellos, y a Olivia le pareció la viva encarnación de una ninfa de agua.

—¿De qué va el tercer capítulo?

—¿Cómo? —preguntó Olivia focalizando su mirada de nuevo en Carlos.

—Jon Sunman. El tercer sol. He visto que lo traías impreso.

—Ah, sí. Habla sobre la importancia de vivir el presente, de disfrutar el momento y evitar sentimientos que nos paralizan, como la culpa, la vergüenza o la preocupación.

Carpe diem. Vive cada día como si fuera el último —reflexionó Carlos.

—Eso es. Jon dice que cuantos más días increíbles acumules, mejor será tu vida. Porque tus días son tu vida en miniatura. Y si hoy vives de forma apasionada, valiente y divertida… los días construirán semanas, las semanas meses, los meses años… Y esa será tu vida.

—¿Crees que este curso irá de algo parecido? Ojalá se trate de divertirse y pasarlo bien.

—No tengo ni idea —reconoció Olivia. Lo sabía casi todo de él, incluso que había vivido en la India varios años formándose en la Multiuniversidad de Osho. Sin embargo, lo que menos podía imaginar era el contenido real de aquel taller de fin de semana.

—O quizás hagamos algún tipo de meditación zen, con ayuno y voto de silencio incluidos —bromeó Carlos—. ¿Te imaginas un fin de semana con el gran sabio de este siglo y sin poder abrir la boca?

Olivia pensó que Carlos exageraba con aquella definición de Sunman, sin embargo, dejó escapar unas carcajadas al imaginarse la situación.

Las risas debieron molestar a la pareja de al lado porque el acompañante de la ninfa de agua se acercó a su mesa al momento.

—Perdonad —dijo con una sonrisa y ofreciendo su mano—. Me llamo Félix Santos y no he podido evitar escuchar vuestra conversación. Me ha parecido que hablabais de Sunman.

Olivia y Carlos se presentaron y asintieron, aunque algo cohibidos por saberse escuchados.

—¿El gurú americano hace un curso en el Montseny?

—Sí —confirmó Carlos.

—Colaboro con la revista Cuerpomente y estoy seguro de que pagarían muy bien este reportaje.

—Me temo que no hay plazas libres —contestó Olivia algo preocupada por la posibilidad de llegar al curso con un periodista que no había sido invitado.

—No importa. Me acercaré con vosotros. No pierdo nada por intentarlo.

En aquel momento, la chica rubia reclamó su atención diciéndole algo en francés.

—Ella es Claire, mi novia. Es suiza. No habla español. Hace tres días que llegamos a esta masía y se aburre. Ojalá admitan a una pareja más en el curso, no tiene ni idea de quién es Sunman, pero seguro que le encanta el plan.

Olivia estuvo a punto de objetar que un retiro espiritual no era el mejor remedio contra el aburrimiento, pero no quería parecer impertinente y se limitó a sonreír a Claire. Como si la escena no fuera con ella, la chica no varió en nada su semblante. De cerca su belleza impresionaba todavía más. Su mirada turquesa era tan irreal que Olivia pensó que quizá llevaba lentillas.

—¡No me puedo creer que estos se hayan apuntado por la cara! —protestó Olivia ya en el coche—. Pensarán que soy una listilla y que me he traído a un periodista para que haga publicidad extra del libro. Me dijeron que era algo muy íntimo y exclusivo, que sólo seríamos diez personas…

—No te preocupes tanto —dijo Carlos—. Ya sabes el morro que le echan los periodistas.

El ascenso por la montaña continuó varias curvas más y justo cuando empezaban a pensar que la señora de Can Matagalls había exagerado con la distancia, una torre de piedra apareció en el horizonte. Al momento Can Ferran asomó en la cima sobre un gran valle verde rodeado de robles y castaños.

Olivia divisó a Jon desde el coche recibiendo a sus invitados junto a la puerta. El sol hacía que su cabello emitiera destellos dorados y su figura, vestida de blanco inmaculado, resplandecía como si se tratara de un ángel imponente. La imagen sobrecogió a Olivia y su mente voló a la escena que había protagonizado con él en aquel pub irlandés. Después de revisar juntos el segundo capítulo, habían continuado la charla tomando algunas cervezas. El local era oscuro y muy ruidoso, y eso les obligaba a acercarse mucho para conversar. Los labios de Jon se movieron bajo su pelo hasta alcanzar su oreja.

—¿Quieres saber un secreto? —La brisa cálida de su aliento había erizado su piel—. Puedo sentir cómo late tu corazón.

—Eso es imposible, apenas puedes oír mi voz con este ruido —había contestado Olivia con voz dulce.

—Esta tarde, cuando entré en tu despacho ya sentía tus pulsaciones. Aquí. —Jon había colocado su mano sobre el nacimiento de su pecho para hacerla descender al instante—. Y aquí.

Olivia no sólo sentía su corazón latiendo con fuerza; su respiración se había vuelto pesada y su pecho se empujaba contra la palma de Jon cada vez que exhalaba el aire con dificultad. Los labios de Jon se aproximaron nuevamente a su oído. Olivia pensó que iba a susurrarle algo pero, en vez de eso, sus dientes se cernieron suavemente sobre el lóbulo de su oreja para acariciarlo después con un suave beso.

A Olivia le gustó aquel gesto, sin embargo, le embargó una especie de decepción por todo lo que estaba ocurriendo en aquel lugar público con su idolatrado gurú. ¿Acaso se estaba propasando y tratando de seducirla con dos cervezas? Sacudió esa fea explicación de su cabeza y la reemplazó por otra más romántica: Jon había conectado con su corazón, acompasando el ritmo de sus latidos con su mano…

Y justo cuando sus labios se encontraron y sus lenguas estaban a punto de presentarse, el agente de Sunman apareció en escena poniendo fin a aquel desconcertante beso. Olivia sabía que Jon esperaba a Éric Feliu, sin embargo, le sorprendió que los interrumpiera justo en aquel momento.

Después de que Jon se marchara con su agente, se quedó un rato más en aquel lugar, flotando en estado de ensoñación y repasando mentalmente lo sucedido.

Esta vez, en la entrada de Can Ferran, también Éric acompañaba a Jon. A medida que Carlos y Olivia se acercaban, los dos hombres miraron a la pareja sorprendidos. Después de saludarlos, a Olivia le pareció apreciar un gesto de alivio en sus rostros al presentar a Carlos como a un amigo. Sin embargo, antes de que pudieran comentar nada más, Félix y Claire se acercaron a ellos.

Olivia observó cómo la cara de Claire se enrojecía sin dejar de mirar indignada en dirección a Jon, y antes de que nadie pudiera comprender lo que allí sucedía, la mano de la ninfa de agua aterrizó con fuerza en la mejilla de Jon.

—¡Peter! C’est toi… Salaud!

Rápidamente, Jon y Éric se apartaron con aquella pareja y trataron de tranquilizar a Claire, que no paraba de gritar y agitar los brazos intentando golpear a Jon. Aunque ni Olivia ni Carlos hablaban francés, habían entendido a la perfección el insulto.

—Qué chica más rara… —dijo Olivia finalmente, mientras estiraba la cabeza para no perderse detalle de la escena.

Pero antes de que pudieran ver el desenlace de todo aquello, la mestresa de la masía salió a su encuentro y les invitó a entrar.

Aquella mujer parecía una réplica de la dueña de Can Matagalls; la misma elegancia y porte señorial, pero en versión dulcificada. Sin dejar de sonreír y asiendo a cada uno de un brazo fue mostrándoles la casa, una masía de dos plantas del siglo XVIII restaurada, pero que conservaba su estructura y materiales originales, con paredes de piedra y vigas y suelos de madera. Al igual que el entorno natural que rodeaba la casa, los espacios interiores invitaban a la calma y al descanso. Se componía de seis habitaciones dobles, una biblioteca, una amplia cocina con una enorme mesa de roble y un luminoso salón con chimenea. La habitación de Carlos y Olivia estaba situada en el piso de arriba y tenía baño propio.

Después de deshacer la maleta, los dos amigos se pusieron ropa cómoda y bajaron al recibidor. Una música suave les anunció que el curso había comenzado y la dueña de la casa les hizo una señal para que entraran en el salón.

La escena impresionó tanto a Olivia que durante unos segundos no pudo reaccionar. Un grupo de personas danzaba libremente por toda la sala, con los ojos vendados, siguiendo el ritmo de la música. Jon los divisó enseguida y les hizo un gesto con la mano para que se acercaran a él. Rápidamente y con suma destreza vendó los ojos de Carlos y le dijo algo al oído. Olivia no escuchó aquellas palabras, pero le sorprendió la facilidad con la que activaron algún resorte en Carlos para que inmediatamente se pusiera a bailar de forma enérgica.

La siguiente era ella, de eso no había duda, así que se acercó a Jon con resignación y dejó que este le apartara el pelo para anudarle la venda. Las manos de Jon estaban frías y Olivia tembló, no tanto por el roce delicado de sus manos, sino por lo que le esperaba a continuación.

Sintió el aliento cálido de Jon en su oído susurrándole estas palabras:

—No te pongas rígida y respira profundamente. Inhala por la nariz y exhala por la boca. Siente el poder de tu cuerpo, libera a la diosa que hay en ti.

Sin embargo, justo cuando Olivia se disponía a cumplir su orden, la música cesó. Ella agradeció su suerte y se quitó la venda aliviada, al tiempo que contemplaba cómo el resto de asistentes tomaba posiciones alrededor de la sala sobre mullidos cojines. En ese momento, Jon empezó a explicarles que aquel ejercicio había consistido en una meditación dinámica.

—Al danzar acallamos la mente y tomamos conciencia de nuestro cuerpo y, al activarlo, movemos también el entusiasmo, la pasión, las emociones… Me gusta empezar mis cursos así para eliminar vergüenzas y conectar con nuestra esencia más libre y salvaje.

Olivia pensó en lo mal que lo había pasado minutos antes con la perspectiva de tener que bailar al ritmo de unos tambores, y se sintió avergonzada. Era incapaz de dejarse ir, de abandonarse, de volar libremente. Su mente siempre precedía sus actos. La excepción, sin duda, se había producido la noche que pasó en casa de Javier, pero aquello había sido un error, producto de su confusión, animada por el whisky y…

—Durante este curso es importante que os centréis en el ahora —continuó Jon—. Aparcad durante unas horas los problemas y las preocupaciones y disfrutad de la magia de estar aquí.

Olivia sacudió la cabeza en un intento de liberarse de Javier. No quería pensar en él.

Mientras se acomodaba en un cojín de la sala imitando la posición del resto del grupo, se prometió a sí misma que aquel fin de semana intentaría ser menos rígida, quería experimentar, ser libre, tomarse menos en serio y dejar de lado sentimientos paralizadores como la culpa o la vergüenza.

Jon la miró mientras continuaba su discurso y, como si adivinara sus pensamientos, le dirigió una mirada cargada de comprensión y ternura.

Y en ese momento la vio. Vestida con una favorecedora túnica blanca y el pelo recogido con florecillas silvestres; Malena mantuvo su mirada desde el lado opuesto de la sala. Balbuceó algo entre dientes que Olivia no supo descifrar y, al momento, se acercó a su lado.

—¡Olivia! No sabía que vendrías… Pensaba que a ti no te iban este tipo de cosas —dijo Malena esforzándose por mantener la sonrisa.

Olivia se preguntó a qué «tipo de cosas» se refería, pero tardó muy poco en averiguarlo.

—«Amor tántrico y vergüenza sexual» —leyó atónita en un letrero situado junto a la chimenea. Conocía esa filosofía oriental. Sabía que para el Tantra el sexo es una manera de alcanzar el éxtasis espiritual. Pero todo aquel discurso, en boca de Jon, le sonaba extraño. Si bien era cierto que había fantaseado con la idea de que el gurú dominara esas técnicas, lo último que se había imaginado es que impartiera clases para grupos reducidos. Durante un instante se sintió incómoda y deseó no estar allí.

Carlos, en cambio, se mostró encantado con el giro de los acontecimientos. Se había imaginado un fin de semana mucho más aburrido, con meditaciones en posición de loto, ayuno y charlas de superación personal, y aquello rebasaba con creces todas sus expectativas. Además, la presencia de Malena lo hacía todavía más excitante.

—El sexo no es algo que hacemos o tenemos, es lo que somos —comenzó Jon con voz profunda y seria—. Y cuando manchamos de vergüenza nuestro impulso sexual estamos manchando de vergüenza lo más profundo de nuestro ser. A través del Tantra podemos recuperar nuestra naturaleza sensual, el fuego y la inocencia del deseo, y entrar en comunión con el universo.

Después de aquellas palabras, Jon les pidió que se emparejaran con alguien del sexo opuesto.

Olivia se dio la vuelta confiada esperando encontrar a Carlos junto a ella. Todavía no sabía qué clase de ejercicio tántrico le esperaba, pero al menos la presencia de su amigo le proporcionaba cierta seguridad. Por eso, no pudo evitar una punzada de rabia al descubrir a Carlos formando pareja con Malena.

Olivia se resistió a rastrear la sala en busca de algún candidato libre. Por lo que había podido comprobar al entrar, había unos cuatro hombres, bastante mayores que ella. La idea de que alguno de ellos la escogiera activó en Olivia un instinto de protección y rápidamente se sorprendió buscando algún chico de su edad que, al menos, no le desagradara. Todos estaban emparejados. Durante unos segundos se sintió marginada y traicionada por su amigo; como cuando era pequeña y la dejaban para el final al formar equipos antes de un partido. A pesar de que su mejor amiga era la capitana, Olivia era patosa y pequeña y, por tanto, un lastre para el equipo de voleibol. Esta vez se preguntó qué cualidades negativas habrían detectado en ella los hombres del curso para dejarla sola.

La respuesta la entendió enseguida al ver la complicidad y alegría con la que se trataba aquella gente. Estaba claro que habían acudido en pareja. Malena era la única persona que había ido sola y, por eso, había accedido gustosa a emparejarse con Carlos. No sólo porque era el chico más joven y atractivo del curso; sino también por el golpe de efecto que tenía sobre su compañera de trabajo.

Olivia apreció una sonrisa burlona y triunfal en su rival y se sintió triste. ¿Por qué disfrutaría tanto humillándola? Sin embargo, la mueca de satisfacción de Malena viró en rabia cuando observó cómo Jon le tendía la mano a Olivia convirtiéndola así en su compañera de ejercicio. Habían creído que el gran gurú se quedaba al margen de los ejercicios, que su función era guiar a los alumnos, pero al ser impares no tenía más opción que participar en ellos.

Aquel gesto hizo que Olivia se sintiera la reina del baile. Los ojos azules del gurú se detuvieron unos instantes en los de ella explicándole sin palabras que aquella situación le agradaba. Jon vestía ropa cómoda, pantalones anchos y camiseta de algodón blancos. Olivia admiró cómo aquellas finas prendas se ceñían a su cuerpo y resaltaban su bronceado, y se sintió afortunada por ser la elegida de aquel hombre tan atractivo.

Mientras explicaba el ejercicio en voz alta, pidió a Olivia que se tumbara en el suelo. Había dispuesto unas esterillas a lo largo de la sala y todas las chicas siguieron el ejemplo de Olivia. Se arrodilló junto a ella y le pidió que cerrara los ojos.

Jon explicó que el cuerpo está dividido en siete chakras o centros de energía sutil y que el Tantra busca que todos ellos vibren en armonía. Les dijo que ese ejercicio estaba pensado para desbloquearlos y activar su energía.

—Tenéis que colocar las manos en cada chakra de vuestra pareja y realizar círculos en sentido horario para estimular la zona, o en sentido inverso para sedar. Empezaremos por el primero, en la zona sacra, y ascenderemos hasta la cabeza.

La voz cálida y cercana de Jon hizo que Olivia se sintiera curiosamente relajada. Sin embargo, sus sentidos se activaron en posición de alerta cuando las manos de Jon separaron ligeramente sus piernas para colocar una mano estratégicamente en su zona íntima. Una bola de fuego le subió hasta las orejas.

—El primer chakra está situado entre el ano y los genitales —dijo Jon moviendo sus dedos índice y corazón con suavidad por encima del pantalón de Olivia—. En él se activa la energía kundalini, la energía sagrada que nos conecta con el universo.

Olivia contuvo la respiración y todo su cuerpo se tensó ante aquella caricia invasiva. Jon lo notó y le dijo con voz dulce:

—Respira profundamente, inhala por la nariz y exhala por la boca. Destensa y visualiza un círculo rojo.

Olivia pensó que si unos meses atrás, cuando Jon Sunman sólo era una ilusión, alguien le hubiera dicho que se encontraría de esa guisa con su gurú del alma, no se lo hubiera creído. Esa idea le hizo reír. Una sonora e incontrolada carcajada escapó de su boca. Entonces ya no pudo parar. Sencillamente no podía controlar la risa.

Lejos de incomodarse ante aquella reacción, Jon explicó en voz alta que tanto el llanto como la risa son indicadores de bloqueos emocionales y que es bueno liberarlos. Después situó ambas manos a unos ocho centímetros por debajo de su ombligo y explicó:

—El segundo chakra es el del deseo sexual, el de la apertura. Si está bloqueado se manifiesta en forma de frigidez, apatía, dolencias sexuales…

Olivia trató conscientemente de controlar la risa, no quería dar ninguna señal de que pudiera tener problemas sexuales delante de Jon; sin embargo, la situación le parecía ahora tan cómica que tuvo que esforzarse despistando su mente con pensamientos tristes. Pensó en Ricardo Boix y en su cáncer de próstata. «¿Tendría bloqueado Ricardo el segundo chakra?», se preguntó. Este pensamiento le pareció gracioso tratándose de un hombre con una novia veinte años más joven, y de nuevo una carcajada escapó de sus labios.

Esta vez intuyó una expresión de fastidio en el rostro de Jon y se sintió mal. Lo último que quería era decepcionar a aquel ángel de melena dorada y ojos marinos, así que trató de relajarse mientras Jon continuaba masajeando el resto de sus puntos de energía. Cuando llegó el turno del cuarto chakra, situado en el corazón, Olivia sintió un calor agradable. Por primera vez en todo el ejercicio experimentó que la energía fluía entre su cuerpo y las manos del gurú, y un sentimiento de paz se apoderó de ella durante unos segundos.

Jon desplazó una de sus manos sobre su pecho y lo agarró de forma suave pero firme. Olivia sintió un escalofrío y se preguntó si aquella caricia formaba realmente parte del ejercicio o si tal vez se estaba propasando como aquella tarde en el pub irlandés. Las dulces palabras de Jon consiguieron tranquilizarla un poco…

—El chakra Anahatta está situado en el corazón y es el que nos da permiso para amar y ser amado. Es importante masajear bien este chakra, abrirlo para que el amor entre.

Después de recorrer el resto de chakras de Olivia: garganta, tercer ojo y cabeza, Jon pidió a los asistentes que volvieran a repetir el ejercicio esta vez en silencio y concentrados en la persona que tenían delante. En la segunda ronda logró tranquilizarse y ninguna carcajada escapó de sus labios. Se concentró en aquellas manos… Esta vez las caricias le parecieron todavía más inquietantes, como si buscaran otro tipo de reacción distinta a las que había explicado al iniciar el ejercicio. Cuando por fin se incorporó del suelo experimentó un ligero mareo. Sus ojos se cruzaron un momento, pero Jon apartó rápidamente su mirada azul para atender a dos parejas que se habían acercado hasta él para comentarle algunas dudas. Olivia se las ingenió para escabullirse rápidamente y buscar a su amigo Carlos.

—Traidor —le dijo con fingido tono de enfado mientras seguían al resto del grupo en dirección a la cocina. Un aroma a guiso de montaña les recordó que era la hora de comer.

—Vamos Oli, no te enfades… Has hecho el ejercicio con el mismísimo Sunman. Deberías estar contenta.

—Y lo estoy —dijo Olivia poco convencida—, pero eso no justifica que me hayas cambiado por «Miss Marvel» a la primera oportunidad. ¿Qué tal ha ido el ejercicio?

Se estaba acostumbrando a llamar así a Malena. Le hacía incluso gracia porque le permitía hablar de ella sin que nadie supiera que se trataba de su jefa.

—Un poco extraño. No sabía dónde poner las manos… —reconoció Carlos.

Olivia sonrió ante aquella respuesta y se imaginó a su amigo nervioso durante el ejercicio, sin saber muy bien cómo activar los chakras de Malena, temeroso por la reacción de aquella mujer. Lo que no sabía era lo mucho que su jefa empezaba a gustarle.

La primera vez que envió una polaroid a Malena se pasó toda la noche sin poder dormir. Hasta el momento le había enviado tres. De haber sabido lo mucho que se asustó la destinataria al recibir la primera foto, aquella en la que aparecía su propia mesa de reuniones, y que estuvo a punto de llamar a la policía para denunciar que un loco la estaba acosando, habría desistido de su juego. Sin embargo, las dos siguientes lograron despertar en Malena un sentimiento extraño, una mezcla de curiosidad y expectación por saber cuál sería la siguiente instantánea y, sobre todo, quién se estaba tomando tantas molestias para llamar su atención. Para Carlos hubiera sido más sencillo probar con tácticas más ortodoxas como invitarla a cenar o al cine, pero intuía que si quería llegar al corazón de Malena, su superheroína, debía impresionarla de una forma menos convencional.

Acomodados en la enorme mesa de roble de la cocina, y mientras la dueña de aquel caserón les servía la comida, Olivia y Carlos se preguntaron qué habría pasado con la pareja que les había seguido desde Can Matagalls. Tras la bofetada, no habían sabido nada más de ellos y sentían una gran curiosidad por saber cuál había sido el desenlace de aquel suceso. Olivia había visto a Éric tratando al momento de consolar a Claire mientras su novio, el periodista, se disculpaba una y otra vez con Jon, quizá negociando al tiempo alguna posible entrevista.

En el otro extremo de la mesa, Jon charlaba animadamente con dos parejas y con Malena. En total eran diez comensales. Casi todos vestían prendas claras y cómodas, como las que utilizaba Olivia en sus clases de yoga. Se alegró de haber elegido el atuendo adecuado; sabía que ese tipo de ropa le favorecía, pero sintió que se había equivocado con el color, un naranja calabaza demasiado visible entre aquellos tonos discretos. Éric entró en ese momento y ocupó una de las dos sillas que quedaban libres, justo enfrente de Olivia. Se preguntó para quién sería la otra.

El agente de Jon parecía ausente. Olivia lo miró abiertamente. No había participado en el ejercicio y tampoco iba vestido como el resto de asistentes. Vestía unos vaqueros oscuros y un jersey de lana fina color mostaza. Adivinó que su misión allí no era disfrutar del retiro, sino encargarse de aspectos prácticos y de organización del curso. Era un hombre atractivo aunque no guapo; su rostro marcado por algún tipo de acné virulento en su adolescencia le confería un aspecto extraño. Además, y Olivia no sabía explicar exactamente por qué, había algo inquietante en él, algo que inspiraba cierto recelo. Tal vez porque sus ojos castaños lanzaban una mirada profunda y dura, y dosificaba con avaricia sus sonrisas. Con ella siempre había sido amable; no en vano le había vendido los derechos de Los siete soles de la felicidad por un anticipo nada competitivo tratándose de Sunman. Sin embargo, Olivia sospechaba que de una manera u otra trataría de cobrarse la diferencia que distanciaba su oferta de la del mejor postor.

—¿Qué ha pasado con Claire? —le preguntó Olivia.

—¿Cómo sabes su nombre?

—Nos la presentó su novio.

—¿Conocías a ese hombre?

—No… Coincidimos en una masía cercana mientras desayunábamos esta mañana, pero…

—¿Te han explicado algo? —le cortó Éric en seco.

—¿Algo? ¿A qué te refieres?

—Olvídalo.

—¿Olvidar qué?

—No tiene importancia. No es nada. Esa chica confundió a Jon con otra persona.

—Peter. Le llamó Peter —intervino Carlos.

—Sólo ha sido una confusión —concluyó Éric mientras se llevaba un trozo de pan a la boca, dando así por finalizada la conversación—. Nada más que eso.

Olivia abrió la boca para preguntar algo más sobre aquella pareja. Por su semblante preocupado y sus evasivas respuestas intuía que Éric sabía más de lo que estaba dispuesto a confesar y no quería dejar la conversación en aquel punto. Podía ser muy persuasiva si se lo proponía… Pero su boca se quedó sin palabras cuando vio a Javier entrar por la puerta de la cocina y ocupar la silla que quedaba libre, justo a su lado.

—¿Qué haces tú aquí? —preguntó sorprendida y algo molesta.

Lo último que esperaba era encontrarlo allí. ¿Con qué derecho se presentaba? Sin avisar, sin consultarlo con ella… Se suponía que ese fin de semana intentaría desengancharse de él, desterrarlo de su cabeza… Pero ¿cómo iba a olvidarlo si lo tenía delante todo el tiempo?

Además, estaba muy guapo; se había cortado el pelo y sus ondas se marcaban justo encima de su nuca, provocando al instante en Olivia un deseo irrefrenable de acariciarlas. También llevaba ropa cómoda, un pantalón tailandés estilo fisherman verde oliva y una camiseta de algodón negra, que le sentaban de maravilla. Lamentablemente en aquel momento estaba demasiado enfadada para apreciarlo… o quizá no tanto.

Javier la miró tranquilo y contestó cortante.

—Dímelo tú Olivia. Creo que estoy obligado por contrato.

Olivia recordó la cláusula que había añadido en el último momento y un ligero rubor se apoderó de sus mejillas. No había sido un detalle muy elegante por su parte, pero ella sólo pretendía asegurarse de que asistiera a las conferencias, aquello era distinto…

—Pero yo no te dije nada de este retiro…

—La actual directora de Venus Práctica me recordó mis obligaciones esta vez —dijo con un intencionado tono impertinente, en voz bajita y señalando a Malena con el mentón.

Olivia no supo qué contestar.

Era evidente que Malena había preferido invitar a Javier que acudir sola al curso. No sabía hasta qué punto Jon podría seguirla en sus juegos y la idea de quedarse sola o, peor aún, que la emparejaran con alguien que no fuera de su agrado, la animaron a proponérselo al joven traductor.

Hasta el momento Malena no fue consciente de la presencia de Javier. No sólo porque estaba demasiado ocupada flirteando con Jon y apurando su copa de vino, sino porque el traductor había entrado sigiloso, como un felino, y se había colocado en la otra esquina de la mesa. Al verlo se levantó enseguida y corrió a saludarlo.

—Por fin llega mi pareja.

Javier se levantó y le tendió la mano a modo de saludo. Sin embargo, Malena le plantó un beso en la mejilla, muy cerca de la comisura de sus labios y añadió sonriente:

—Si vamos a ser pareja tántrica, más vale que pasemos de estos formalismos. —Y rio de forma seductora.

Javier sonrió y se dejó llevar dócilmente de la mano de Malena hacia la salida.

Rabia. Esa fue la emoción que acompañó a Olivia mientras se dirigía a su habitación con Carlos. Contaban con una hora libre hasta el siguiente ejercicio y todos estuvieron de acuerdo en retirarse un rato a descansar. Estaba molesta con Javier. ¿A qué venía recordarle que ella ya no estaba al mando de Venus Práctica? Por no mencionar su tono acusador por el tema del contrato.

—Y seguro que comparten habitación —refunfuñó Olivia en voz alta desde el baño, mientras untaba de dentífrico su cepillo de dientes—. En esta casa hay pocas habitaciones y todas son dobles. Esto es lo último. ¡Qué falta de profesionalidad! ¡Invitar a un colaborador a un curso así! Malena ha perdido los papeles.

—¿Qué ha querido decir con eso de que tú le obligaste por contrato?

Olivia ignoró la pregunta que le dirigía su amigo, tumbado y con los ojos cerrados, desde una de las camas individuales. La puerta del baño estaba abierta, pero ella parecía más interesada en mantener un diálogo consigo misma.

—¿Qué será lo próximo? ¿Tirárselo?

Carlos no pudo reprimir una risita burlona al escuchar a su amiga.

—Bueno, no sería la primera de Venus que lo hace…

—¡Te lo ha contado Elena! —dijo asomando la cabeza por la puerta del baño—. ¡Seréis cotillas!

—Esperaba que lo hicieras tú… pero por lo visto no hay confianza suficiente —se quejó Carlos reincorporándose de la cama y dirigiéndose al baño a toda prisa.

—No es eso. Estoy algo confusa —se justificó apenada—. Pero, de todas formas, lo mío no tiene nada que ver con el comportamiento de Malena. Es una manipuladora y además…

Olivia interrumpió su explicación y contempló asombrada cómo Carlos abría la tapa del inodoro y comenzaba a vomitar hasta caer doblado y de rodillas sobre la taza del váter.

—¿Estás bien?

Olivia puso su mano sobre la frente de Carlos para comprobar su temperatura y apartarle algunos mechones del flequillo.

—Creo que la escudella de Can Ferran no es apta para estómagos delicados —contestó antes de seguir arrojando toda la comida por la boca.

—Será mejor que descanses un poco…

Olivia le ayudó a tumbarse de nuevo. Durante un rato ella también se recostó en la cama contigua hasta que la alarma de su móvil le recordó que era la hora del siguiente ejercicio tántrico.

Antes de bajar al salón, comprobó que su amigo dormía plácidamente. Aunque sintió el impulso de despertarlo, sabía que lo mejor para él era descansar un rato y recobrar fuerzas, así que le cubrió con una manta y salió de la habitación sin hacer ruido.

La idea de enfrentarse sola al siguiente ejercicio no le seducía demasiado. Imaginaba que Jon la elegiría de nuevo como pareja y eso logró tranquilizarla un poco. Le intimidaba la presencia imponente del gurú y la incertidumbre de cuál sería el siguiente reto, pero si algo le incomodaba de verdad era Javier. Hizo un pacto con ella misma y decidió confiar en Jon, relajarse en sus manos, cualquiera que fuese el siguiente ejercicio, e ignorar al traductor.

Lo primero que Olivia sintió al abrir la puerta de la sala fue una bofetada de calor. La leña ardía con intensidad en la chimenea y la estancia estaba muy caldeada. Pasaban cinco minutos de la hora fijada, pero sólo había una pareja en la sala. Durante unos segundos la observó. Era quizá la pareja de mayor edad del curso, rondaría los setenta. A Olivia le gustó su forma de mirarse. Parecían enamorados. Se acercó a saludarles y durante unos minutos se distrajo charlando con ellos. Le explicaron que practicaban Tantra desde hacía años, y cuando se enteraron de que Sunman organizaba aquel retiro no quisieron perdérselo. Habían leído su anterior libro y al igual que Olivia habían quedado fascinados.

Poco a poco el resto de asistentes fue entrando y colocándose sobre los cojines. La sala era lo suficientemente amplia como para que cada pareja dispusiera de su pequeño espacio de intimidad. El suelo era de tablas de madera color avellana y las paredes de piedra estaban decoradas con grabados antiguos de flores y plantas medicinales. Un enorme ventanal comunicaba la estancia con el jardín exterior y la hacía muy luminosa; sin embargo, las cortinas de lino estaban echadas. Había oscurecido ya, y la lámpara antigua de bronce que pendía del techo, con su escasa luz amarilla, junto con los destellos anaranjados y ocres del hogar, creaban un clima acogedor y sugerente.

Los últimos en entrar fueron Malena, Jon y Javier. Hablaban con entusiasmo y sonriendo continuamente. Olivia pensó que quizás estaban comentando algún aspecto del libro y no pudo evitar sentirse mal al verse excluida. Su curiosidad le pedía que se aproximara a ellos y participara en la conversación. Su orgullo le decía que apartara la mirada y se perdiera en cualquier otro punto de la sala. Durante unos segundos se concentró en los troncos crepitando y se perdió en sus pensamientos. Se había sentado bastante cerca de la chimenea y tenía la cara encendida.

—¿Olivia?

Aquella voz conocida la despertó de su ensoñación al tiempo que el corazón le daba un brinco. Olivia se volvió lentamente; no quería sentir lo que sabía que sentiría al contemplar aquel rostro.

—¿Puedo formar pareja contigo? —Los ojos de Javier brillaron a la luz de las llamas.

—Preferiría estar sola… —contestó ella desconcertada, sin saber muy bien a qué se refería—. A no ser que tengamos que hacer otro estúpido ejercicio de parejitas.

—Olivia, esto es Tantra, no clases de yoga. ¿Qué esperabas? —dijo Javier con tono burlón.

—¡No esperaba nada! —explotó Olivia—. Ni siquiera sabía de qué iba este curso. No estaría aquí de haberlo sabido. Lo que no entiendo es qué haces tú aquí…

—Yo sólo…

—Ya lo sé. Tú sólo… estás aquí porque yo te obligué por contrato —continuó furiosa—. Y ahora resulta que Malena es quien manda. Y ella te pidió que la acompañaras. Pero no quiero ser un problema. Así que mejor me voy a mi habitación. Y Malena y tú…

—Yo sólo… quiero ser tu pareja en este ejercicio… si me dejas.

Su voz sonó extremadamente dulce, como el ronroneo de un gatito, y Olivia no supo qué decir.

—Además, yo no me preocuparía por Malena.

Olivia levantó la vista y la vio junto a Jon. Estaba claro que, puestos a elegir, Miss Marvel se quedaba con el gran maestro. Por un momento se preguntó si habría tenido algo que ver con la indisposición de Carlos. ¿Habría puesto algo en su plato para dejarlo fuera de juego y provocar de nuevo que fueran impares? Aquella descabellada idea le hizo sonreír.

La voz pausada y melodiosa de Jon volvió a inundar la sala y, al instante, acalló el murmullo de las conversaciones y las risas de la gente.

—El sexo es una forma maravillosa que el alma tiene de expresarse. Por eso es inocente, es natural, como nuestro cuerpo, y no debe enturbiarse con sentimientos negativos como la culpa o la vergüenza.

Aquellas palabras hicieron que Olivia temiera lo peor: otro ejercicio incómodo de masajes o chakras…

La realidad superó todos sus temores.

—El siguiente ejercicio está pensado para conectar con nuestro interior y liberarnos de cualquier tipo de represión. Para ello desnudaremos cuerpo y alma. Por cada prenda que os quitéis debéis confesar un complejo de la parte que mostréis a vuestra pareja y un dolor que alberguéis en el alma.

Aquello era demasiado. ¿Desnudarse? ¿Delante de Javier? ¡Delante de toda esa gente! No.

—No temáis —continuó Jon—. La cultura de la prohibición y la culpa, y la religión mal entendida, han hecho mucho daño en nuestra sociedad. Han conseguido que nos distanciemos de nosotros mismos, de nuestra esencia, de nuestras emociones. Pero es importante que sintamos nuestro cuerpo como una célula más del universo y no como un instrumento del pecado.

Las miradas de Olivia y Javier se encontraron durante unos segundos. Ella desvió la suya un momento y comprobó cómo algunas parejas ya habían comenzado el ejercicio. Sorprendentemente, y aunque Jon apenas había dejado de hablar hacía unos segundos, Malena ya estaba en sujetador. Llevaba un balconnete de seda, color marfil, muy sexy. Olivia recordó que el suyo era uno de deporte, de esos que comprimían el pecho para evitar que se moviera con el ejercicio. Lo había decidido así por si el siguiente reto de Sunman exigía algún tipo de baile o movimiento brusco. Aquello no era una exhibición, ni siquiera estaba segura de llegar a hacerlo. Sin embargo, se hubiera sentido más segura con ropa interior algo más favorecedora.

Al ver que dudaba, Javier decidió tomar la iniciativa y se quitó la camiseta, mostrando un torso que Olivia ya conocía. No era un pecho muy musculado, como el que se adivinaba bajo las ropas de Jon, pero estaba fibrado y bien definido. Sus brazos eran fuertes y Olivia tembló al recordar lo a gusto que se había sentido acomodada en ellos la noche que pasaron juntos. El juego de luces y sombras que provocaba la iluminación tenue del salón y las llamas de la chimenea contribuyeron a crear una atmósfera irreal cargada de misterio.

—Este no es el torso de un nadador —dijo Javier adivinando los pensamientos de Olivia—. Pero debajo de él late un corazón fuerte.

La mirada curiosa de Olivia se encontró con los ojos de Javier.

—Y eso que últimamente no lo han tratado muy bien… Una editora tiene la culpa.

Olivia se sintió aludida y abrió la boca para emitir una especie de protesta. Sin embargo, Javier sonrió complacido, consciente del error, y le sacó pronto de su confusión.

—Se llama Julia. Estuvimos dos años juntos.

Javier no había pensado mucho en ello desde la ruptura, hacía ya siete meses. Ni siquiera sabía por qué estaba hablando de ella en aquel momento. Tal vez el influjo de aquellos ojos negros y atentos le habían incitado a desnudar su alma.

Le explicó cómo la había conocido y cómo se había sentido absolutamente fascinado por la personalidad soñadora de Julia. Era editora, dirigía una colección de libros de arte y arquitectura, pero su verdadera vocación era ser artista, tenía un don especial para la pintura y la música, y cantaba de maravilla. Dos pasiones que compartía Javier y que le sedujeron de ella desde el primer instante.

—Me contrató para traducir un libro sobre vanguardismo y…

Javier continuó con su estriptis particular quitándose los pantalones.

—Os enamorasteis —dijo Olivia bajando su mirada de forma distraída hasta sus bóxers negros.

—Sí, congeniamos enseguida.

—Congeniar y enamorase son dos verbos muy distintos.

—Claro, editora, uno es intransitivo y el otro recíproco —bromeó Javier.

Olivia contestó arrugando la nariz en un gesto de burla.

—Supongo que me enamoré —confesó Javier.

Hacía tiempo que no la veía, pero Olivia conocía a Julia. Habían coincidido en alguna fiesta de editores, se habían cruzado por los pasillos de las ferias del libro, en Frankfurt y Londres, habían incluso charlado en alguna ocasión mientras tomaban un café en algún descanso. La recordaba bien: era una chica alta y esbelta, de larga melena rubia, con una sonrisa franca y abierta. En una ocasión recordaba incluso haberla visto actuar, cantando y tocando la guitarra, en alguna reunión privada, en casa de un amigo común.

Al pensar en ella, Olivia no pudo evitar sentirse en desventaja. Desde luego, Julia era una mujer muy atractiva y con unas aptitudes artísticas que ya hubiera querido ella para sí misma; la voz ronca de Olivia le hacía desafinar, a veces, incluso hablando.

—¿Y qué pasó? —preguntó Olivia vencida por la curiosidad.

Javier se quitó los calcetines. Estaban sentados muy cerca el uno del otro y sus rodillas se rozaron durante unos segundos.

—¿Quieres que te confiese algún complejo relacionado con mis pies o sigo con el corazón?

Olivia repasó sus pies distraídamente. Después cogió uno con sus manos y lo miró un poco con más detalle. Eran unos pies bonitos. Los pies de un hombre cuidadoso y pulcro, suaves, sin duricias y con las uñas perfectamente limadas.

—Tus pies son perfectos —dijo Olivia arrepintiéndose al momento de su efusividad—. Sigue con tu historia.

—Se fue. Aceptó un trabajo en Nueva York, con una editorial americana especializada en arte… y se esfumó.

—Pero tú eres freelance, podrías trabajar desde cualquier lugar del mundo, nada te impedía estar con ella.

—Salvo ella misma… No me dio opción.

Javier había luchado por aquella relación. A pesar de su espíritu artístico, Julia era una persona muy rígida e inflexible. Caprichosa y voluble, discutía por casi todo y nada de lo que Javier hacía era suficiente. Compartían cosas importantes, pero en lo esencial no podían estar más alejados. Javier lo intentó… hasta que el jefe de Prensa de aquella importante editorial neoyorquina le tomó el relevo.

Con la distancia del tiempo, era consciente de que no la había echado de menos; al contrario, un incomprensible sentimiento de liberación le acompañó desde las primeras semanas. Enseguida reconoció que eran muy distintos, y que por más que hubieran intentado acercarse el uno al otro, sus almas jamás se habrían rozado.

Entonces, ¿qué hacía explicándole todo aquello a Olivia? ¿Por qué reconocía tener el corazón herido si, en realidad, se sentía mejor sin Julia? Tal vez para protegerse de otra editora. Con ella había intuido una gran conexión, sentía algo muy fuerte cada vez que la tenía cerca. La noche anterior, en su casa, le había sorprendido mucho su entrega y su habilidad para despertar en él sensaciones tan intensas en un primer encuentro. Pero estaba claro que ella no sentía lo mismo, justo después de cada acercamiento había reaccionado corriendo en dirección opuesta.

Después de esperarla en vano en El Séptimo Cielo y de sufrir sus continuos desplantes, había decidido limitar su relación a lo estrictamente profesional. Quería mitigar sus sentimientos, encauzarlos hacia el lugar correcto, con lo que no contaba es con que ellos solos se abrieran su propio camino, como un líquido o un gas, imposible de contener.

Javier se deshizo de la última prenda con rapidez para poner fin a aquel juego. De repente se sintió algo incómodo sin ropa. Trató de improvisar algún tipo de complejo, pero no fue capaz de decir nada. Las palabras no acudían en su rescate.

Después de la confesión de Javier, Olivia se sentía más cerca de su alma. De alguna manera le comprendía. Había sufrido un desengaño amoroso; Julia le había fallado en el momento cumbre de su relación, cuando había decidido dejarlo todo por ella y seguirla hasta donde hiciera falta… Se lo imaginó haciendo planes con ella en Nueva York, antes de la ruptura, y le invadió un profundo sentimiento de ternura. Tal vez le había juzgado mal y, después de todo, Javier era un romántico.

También ella había experimentado en sus propias carnes el rechazo. Ramiro nunca la quiso o, al menos, no como ella hubiera deseado. Imposible competir con su gran pasión: su trabajo de publicista. Antes de dejarlo, la relación había estado en punto muerto durante mucho tiempo; no avanzaba en ninguna dirección que no fuera la cama. Imaginó que si le presionaba obligándole a elegir, la balanza se decantaría de su lado; pero ocurrió justo lo contario. Los ultimátums jamás funcionaron con él y después de negarle algo simple pero importante para ella (que la acompañara a un acontecimiento familiar), se precipitó el final de aquella historia.

—Lo siento mucho… —dijo sinceramente Olivia.

—No pasa nada. La vida sigue.

—Y este ejercicio también. Es mi turno.

Olivia se sorprendió de sus propias palabras. Lo último en lo que había pensado aquel día era en desnudarse, en cuerpo y alma, delante de Javier, pero aquella situación, aquellas confidencias, le habían animado a hacerlo. De algún modo, sus sentimientos se habían solidarizado con los de él y querían acompañarlo.

Olivia echó una ojeada rápida a la sala y vio cómo la mayoría de parejas ya estaban desnudas por completo. Su mirada se cruzó un momento con la de Jon. En esta ocasión había adoptado el papel de maestro y su ropa seguía intacta sobre su cuerpo. Sin embargo, una escultural Malena lloraba a moco tendido abrazada a él mientras pronunciaba un discurso incomprensible para Olivia desde la distancia.

Venció su impulso de salir corriendo de aquella escena de locos quitándose la camiseta y los pantalones de forma precipitada. Cuanto antes acabara con aquello, mejor.

—¿No vas a decir nada? —preguntó Javier con dulzura.

Olivia dudó unos segundos antes de empezar su confesión particular.

—Me gusta mi cuerpo —dijo temblorosa pero con voz firme, sin apartar la mirada de aquellos ojos de gato—. No voy a confesar complejos sólo porque este juego lo exija. Me quiero lo suficiente como para no quejarme delante de un hombre por no tener un pecho más grande, un vientre más firme o un trasero más macizo. Quien me quiera tendrá que aceptarme como soy, toda yo, en cuerpo y alma. Siempre. No sólo en sus ratos libres o cuando le vaya bien.

En aquel momento todo el resentimiento que había acumulado durante su relación con Ramiro salió a flote. Su voz sonaba enfadada, había dolor en sus palabras… Pero lejos de contenerlas, Olivia dejó que salieran libremente, que se expresaran y vaciaran de dolor su alma.

Javier la escuchaba asombrado, sin desviar la mirada de sus ojos, negros y cálidos.

Olivia se quitó el sujetador y las braguitas al tiempo que una lágrima traidora descendía por su mejilla. Un sentimiento de tristeza y soledad se apoderó de ella durante unos segundos. Curiosamente también se sintió libre, como si hubiera soltado un pesado lastre.

—Quiero a alguien que me haga sentir importante en su vida. Quiero ser una pieza básica en su rompecabezas, no un accesorio o una distracción más.

Durante un rato los dos permanecieron en silencio. La tentación de tocarle la cara, de acariciarle los párpados y besarle en los ojos se le antojó insoportable a Javier. Olivia reconoció en su mirada un destello de amor y se sorprendió al darse cuenta de que Javier no había apartado la mirada de sus ojos en todo el ejercicio.

Mientras recogía su ropa del suelo, los ojos de Olivia volvieron a cruzarse un instante con los de Jon. Después, para su sorpresa, vio cómo iniciaban un recorrido por su cuerpo desnudo.

Desde el otro extremo de la sala, Olivia advirtió confusa otro par de ojos que la observaban con admiración. El agente de Sunman descargó varios troncos junto al hogar antes de desaparecer de nuevo tras la puerta y dirigir otra mirada rápida a Olivia.

Después de aquel ejercicio, Olivia se sintió confusa y avergonzada. Al pensar en las palabras que había pronunciado, un intenso calor tiñó sus mejillas. Sin embargo, no se permitió subir a su habitación y esconderse de todo lo que estaba sucediendo. En lugar de eso, siguió al resto del grupo hasta la cocina y se dispuso a cenar sin pensar demasiado en todo lo que había ocurrido minutos antes.

—¡Ha sido asombroso!

Oyó exclamar a Malena desde el otro extremo de la mesa.

—Jon es genial. Me siento como nueva… Este ejercicio ha sido liberador.

Ni Jon ni Javier se sentaron a la mesa a cenar. Olivia agradeció la ausencia de ambos y se concentró en la crema de verduras que tenía delante. Se preguntó si tal vez estaban juntos, pero pronto salió de dudas. La dueña de Can Ferran se acercó a ella y le susurró al oído que le acompañara.

Olivia la siguió hasta el exterior. El murmullo del resto de comensales se acalló al cerrar tras de sí el portón de entrada. En contraste con la cálida temperatura de la casa, afuera el aire era helado. Olivia se arrepintió de no haber cogido una chaqueta y se abrazó a sí misma, frotando sus brazos en un gesto instintivo. No había luna y, en la oscuridad de la noche, miles de estrellas brillaban con intensidad en el firmamento. Durante unos segundos, se olvidó del frío y siguió el paso acelerado de la anciana. Atravesaron un bosquecito de castaños y cruzaron un riachuelo a través de un tronco talado. A Olivia le sorprendió la habilidad de la octogenaria para alcanzar el otro lado con paso firme mientras iluminaba el sendero con una linterna. A pesar del asombroso paisaje natural, Olivia suspiró aliviada al descubrir que se dirigían a un lugar cerrado; una especie de cobertizo viejo de piedra.

Había seguido a aquella señora sin cuestionarse nada, sin saber a dónde se dirigían y, por algún motivo, tampoco le sorprendió que la dejara allí y diera media vuelta en dirección a la casa. Aquel pequeño refugio se encontraba a escasos metros de la masía. Sin embargo, al estar rodeado de árboles, se hacía invisible desde el caserón.

Olivia abrió la puerta con sigilo y dejó escapar un suspiro de admiración al contemplar la belleza, insospechada desde el exterior, de aquella estancia rústica y delicada. En apenas treinta metros había todo un despliegue de elegancia y buen gusto, que delataba que aquella era la suite más especial de Can Ferran. Las paredes de piedra gris contrastaban con la calidez del suelo de láminas de roble blanco decapado. Una alfombra color avena, de fibra natural de sisal, presidía la sala y cubría el suelo hasta la chimenea. Las cortinas de lino con ribetes rojos combinaban con los tonos amapola de los cojines de la cama de hierro forjado, cubierta por un mullido edredón perla. Sobre él reposaban cientos de pétalos rojos y Olivia cerró los ojos para dejarse invadir por un agradable olor a rosas. Decenas de velitas dispuestas estratégicamente en los recovecos de la pared de piedra y por toda la sala acababan de conferirle una aspecto romántico. Pero lo más sorprendente de aquella sala era el impresionante lucernario del techo, a través del cual podían verse casi todas las estrellas del firmamento.

Jon avanzó hasta ella desde el extremo opuesto y la invitó a pasar. Hasta el momento Olivia no había reparado en su presencia, pero tampoco le extrañó encontrarlo allí; su belleza no desentonaba en absoluto con el decorado.

—Por fin llega mi Shakti.

—Todo esto es muy bonito —reconoció Olivia.

—No es más de lo que merece una diosa como tú…

—Sólo soy una pobre mortal.

—Para el Tantra toda mujer es Shakti, la diosa del amor, y todo hombre Shiva, el dios. Es la esencia profunda de cada uno. Para sentirlo hay que pensar y actuar como un dios, porque sólo cuando te respetas, te veneras y te llenas de placer estás siendo fiel a tu esencia.

El aire frío del exterior había calado en Olivia y un profundo escalofrío recorrió su cuerpo. Jon la acercó hasta la chimenea y con un movimiento ágil la rodeó con sus brazos.

—Olivia… —le murmuró rozándole el cuello con los labios—. Me gustaría enseñarte tantas cosas… Te deseo mucho.

Al oír aquello, las piernas estuvieron a punto de fallarle. Aquellas palabras, pronunciadas por Jon, las había escuchado antes, pero sólo en sus fantasías más inconfesables. Eran palabras que jamás pensó que pudiera oír de aquel hombre, su adorado gurú, el hombre de sus sueños… Se apoyó en sus brazos y dejó escapar un suspiro de incredulidad.

—¿Olivia? ¿Estás bien?

Movió afirmativamente la cabeza, incapaz de hablar.

Aquel gesto animó a Jon a cubrir su boca con besos impacientes y apasionados. La besó con excitación, con un deseo casi animal. A Olivia le sorprendió su voracidad. Imaginaba que en el sexo tántrico todo era más lento, más calmado. Había oído hablar de largos preliminares y de encuentros que se prolongaban durante horas… Sin embargo, la pasión urgente de Jon le hizo intuir más bien una sesión de sexo rápido y salvaje. Una oleada de placer se apoderó de ella y se sorprendió a sí misma respondiendo con la misma avidez.

Las manos de Jon, posadas sobre las nalgas de ella, se deslizaron sigilosamente hasta la cinturilla de sus pantalones y, en un movimiento rápido, se los bajó hasta los tobillos, deslizando al mismo tiempo con ellos sus braguitas. Olivia gimió con fuerza, estremeciéndose ante aquella sorpresa, y se deshizo de las dos prendas apartándolas con los pies.

Pero antes de perder del todo la noción de lo que estaba ocurriendo, trató de recuperar la compostura. ¿Qué estaba haciendo? Era la segunda vez aquel día que se desnudaba frente a un hombre… Y no estaba muy segura de querer que las cosas sucedieran así, de ese modo tan precipitado. ¿O tal vez sí? Se había imaginado muchas veces haciendo el amor con Sunman. ¿Por qué simplemente no podía dejarse llevar y disfrutar del momento? Unos ojos de gato cruzaron su mente y Olivia luchó por apartarlos de sus pensamientos. «Vive el ahora», ¿acaso no era ese el tercer sol, la tercera revelación que debía acercarle a la felicidad completa? Con esa idea logró relajarse y siguió su impulso de deslizar las manos por debajo de su jersey y acariciar su pecho, duro como el acero.

—Rodéame con tus piernas.

Temblando ante lo que estaba a punto de suceder, cruzó las manos en su nuca y enlazó las piernas por detrás de su cintura con un movimiento rápido. Jon la sostuvo como si se tratara de una pluma y la apuntaló contra la pared. La sangre corrió a toda velocidad por su cabeza cuando sintió la imponente erección de Jon todavía bajo sus finos pantalones de algodón. Y justo cuando se disponía a liberarse de esa prenda, unos golpecitos en la puerta sorprendieron a los amantes.

Olivia recogió sus pantalones a toda velocidad del suelo y se los puso antes de que Jon abriera. Era su agente.

—Perdonad la intromisión, pero tu amigo Carlos no se encuentra bien. Hay que llevarlo a un hospital.

Olivia tardó unos segundos en procesar aquella información. No conseguía apaciguar su respiración y el corazón todavía le palpitaba a una velocidad trepidante.

Después de decirle a Olivia que la esperaba en la casa, Éric cerró la puerta con sigilo.

—No te vayas… —le imploró Jon con voz dulce pero apremiante.

—Todo esto es muy precipitado. Quizás es mejor esperar…

—¿Esperar? ¿Esperar qué, Olivia? Hoy, ahora, es lo único que cuenta. Tú y yo. Shakti y Shiva. El universo entero ha conspirado para que estemos juntos en este instante. Lo sabes desde que diste el primer paso hacia Los siete soles. Lo has deseado desde entonces. Y aquí estoy. Para ti. Este momento debe ocurrir, sólo tienes que dejar que suceda.

Olivia contempló una vez más la perfección de aquel rostro y pensó que era un ángel quien le hablaba. La escena, con cientos de destellos luminosos de velas y estrellas filtrándose a través de la claraboya, le hizo pensar que se encontraba en el mismo cielo.

—Carlos me necesita… —dijo sin mucha convicción.

—Vamos, hay más de diez personas en esa casa. Yo también te necesito.

—Intentaré volver un poco más tarde…

Olivia cerró la puerta con cuidado. Una parte de ella lamentaba no quedarse en aquel escenario de amor; otra, en cambio, le decía que hacía lo correcto. Claro que deseaba a Jon, estaba enamorada de él desde mucho antes de conocerlo, pero aquella presión había logrado ponerla un poco nerviosa ¿Por qué no podía esperarla un poco? El concepto de «vivir el ahora» era algo más flexible para ella. Pensó en Carlos y aceleró el paso. En la oscuridad de la noche, y sin linterna, no podía ver dónde pisaba, y sus pies aterrizaron varias veces en las aguas fangosas del riachuelo. Aunque sólo le cubría hasta los tobillos, sintió el frío calarse en sus huesos.

Oyó risas que provenían de la gran sala e imaginó que en ella no encontraría ni a Éric ni a Carlos, pero sus pasos se dirigieron hacia allí para cerciorarse. Javier vio su rostro de preocupación y se acercó para preguntarle.

—¿Estás bien? —Se fijó en su pelo revuelto y en sus piernas cubiertas de barro hasta las rodillas. Con las prisas se había puesto el pantalón al revés. Su voz dulce se volvió cortante al ver las mejillas encendidas de Olivia y comprender lo que ocurría.

—¿Buscas algo o a alguien?

—Sí, a Carlos. Éric me ha dicho que se encontraba mal.

—A Carlos no le he visto desde el almuerzo. Éric entró en la sala hace un rato preguntando por Jon y por ti…

Olivia corrió escaleras arriba hacia su habitación en busca de Carlos. Encontró su cama vacía y una nota en la que le decía que había ido con Éric al pueblo más cercano, en busca de un médico, pero que no se preocupara por él, que estaba bien.

Saber que estaba acompañado y en manos de algún médico logró tranquilizarla. Lo más probable es que se tratara de una gastroenteritis, un corte de digestión o algo así… Nada grave. No había motivos para preocuparse más de la cuenta. Lo que no acababa de entender era por qué Éric había ido a buscarla a aquella cabaña para luego no esperarla. Tal vez el propio Carlos había insistido en ir sin ella para que no se preocupara. Sí, seguro que era eso.

El cansancio tras las fuertes emociones vividas en escasas horas hizo presencia en Olivia y decidió darse una ducha. El potente chorro de agua templada hizo que se sintiera mejor al instante. Cerró los ojos e inclinó la cabeza hacia atrás, esperando que el agua arrastrara hacia el desagüe todo su agotamiento. Al salir de la ducha se enrolló una toalla y comprobó aliviada en el espejo que tenía mejor cara. El agua caliente había encendido sus mejillas y de nuevo se sintió con ánimos para enfrentarse a su suerte. Volvería al cobertizo y hablaría con Jon. No estaba segura de que aquel encuentro acabara tal y como había empezado hacía apenas unas horas, pero sentía que debía hablar con el gurú. Por si acaso, optó por un elegante conjunto de ropa interior negro. Después se puso unos vaqueros ceñidos y gastados, una botas camperas y un jersey de lana y cuello vuelto color frambuesa. Con el secador se quitó la humedad del pelo y domesticó sus ondas.

Esta vez pasó sigilosa por delante de la sala hacia la salida. No quería encontrarse con nadie, especialmente con Javier. Desde luego no tenía por qué justificarse ante él; no había ningún compromiso entre ellos. Sin embargo, por algún motivo, prefería mantenerle al margen de su escarceo amoroso con el gurú.

Durante un rato trató de localizar el cobertizo. No recordaba la dirección que había seguido y todo estaba muy oscuro. Un segundo antes de darse por vencida y entrar de nuevo en el caserón divisó una tenue luz a lo lejos, tras el bosquecito de castaños, y siguió la señal como si se tratara de un faro.

Cruzó el riachuelo con cuidado, pisando esta vez el tronco con paso firme para no resbalar. Antes de llamar, respiró hondo y se dijo a sí misma una frase de ánimo. Pero cuando su puño estaba a punto de aterrizar en la puerta, unas voces llamaron su atención. Aguzó el oído y, esta vez, más que voces le parecieron gemidos. Por un momento pensó que tal vez Jon habría dejado la habitación a alguna pareja del curso; era una suite demasiado bonita para desaprovecharla… Pero algo en su interior le hizo presagiar lo peor.

Se odió a sí misma por lo que estaba a punto de hacer, pero la curiosidad era tan fuerte que sus pasos no estaban dispuestos a obedecer la orden de retirada a menos que echara un vistazo al interior. Las ventanas eran altas, así que buscó algo para alzarse. Encontró un tronco partido y se subió a él de puntillas.

El brillo incandescente de las velitas dificultaba su visión. Estaba bastante oscuro; sin embargo, aquella melena rubia era inconfundible. Olivia reconoció a Malena al momento. Sólo su pelo era visible bajo el edredón perla de la enorme cama, pero no tuvo ningún tipo de duda de que era ella. Tardó algo más en reconocer la figura del hombre que retozaba bajo su cuerpo. ¿De quién eran aquellas manos bronceadas? La respuesta era obvia, pero Olivia quería cerciorarse antes de pisar tierra. Por un momento pensó que podría ser Javier y una punzada de dolor atravesó su corazón.

Reconoció a Jon cuando se incorporó un momento para cambiar de postura con su amante y no pudo evitar una carcajada, mezcla de alivio y tensión nerviosa. «Vivir el ahora». Estaba claro que el «ahora» de Jon no había podido esperar al «un poco más tarde» de Olivia.

Lejos de enfadarse con la situación, Olivia dirigió su ira hacia sí misma. De no ser por Éric, ella, y no Malena, estaría calentando la cama de Jon en aquel instante. ¿Cómo podía haber sido tan ingenua de sentirse «la elegida»? La identidad de Shakti era lo de menos para el gurú. Si toda mujer era una diosa, ¿qué más daba una u otra?