Sol 2

El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional

Olivia aterrizó en la editorial con el presentimiento de que aquel sería un lunes fatídico. Se había pasado el fin de semana encerrada en casa, viendo películas tristes y lamentándose de su mala suerte. Se sentía mal por todo lo ocurrido, con el libro y con Javier, pero encontraba cierto placer en aquel ritual de regodearse en su propia tristeza y aislarse de todo. Después de los acontecimientos de la semana anterior, le hubiera gustado hibernar varios meses como un oso, o recluirse en un monasterio budista como hizo Jon en momentos difíciles. Lamentablemente, tenía asuntos que atender, y de las tres respuestas posibles en situaciones de peligro: lucha, resistencia o huida, Olivia era de las resistentes. Como un junco salvaje en mitad de un vendaval, su naturaleza era dejarse mecer por los acontecimientos, sin llegar nunca a quebrarse. La primera prueba de la semana le llegó en forma de e-mail de su jefe, convocándola a una reunión urgente.

—Siéntate, Olivia —le pidió Max Costa con un tono más imperativo que cortés. Quería hablarte de Venus Práctica y de Los siete soles.

—¿Ha sucedido algo nuevo? —preguntó con cierta impaciencia.

—El señor Sunman ha firmado esta mañana el contrato.

Olivia dejó escapar un suspiro de alivio.

—Menos mal…

—Sí, la situación está controlada y finalmente será en los términos que negociaste con Goldbooks. Sin embargo… Mira Olivia, yo soy un hombre muy ocupado, no puedo estar en todo… Necesito delegar en alguien de mi entera confianza y, francamente, no te veo preparada todavía para estar al frente de Venus Práctica.

Olivia le miró a los ojos con cierto enojo. No hacía ni seis meses que, en ese mismo despacho, Max le había prometido el puesto si llegaba el ansiado best seller… Y lo había conseguido. Nada menos que a Sunman, por quien luchaban las editoriales más potentes del país.

—Pero me dijiste que…

—Sé lo que dije Olivia y también sé lo que dijo Malena la otra noche en el restaurante. De no ser por ella, lo habríamos perdido.

Desconocía cómo Malena había descubierto aquello, así que se limitó a escuchar en silencio.

—Hasta nuevo aviso, Malena será la directora en funciones de Venus Práctica y Venus Noir. Tú seguirás coordinando las tareas editoriales de los libros y tratando con los colaboradores externos, pero las decisiones importantes las tomará ella.

—Pero eso no es justo… —se quejó Olivia casi en un murmullo.

—Mira, Olivia, en el mundo hay dos tipos de personas: las impacientes, que se dejan llevar por la ambición sin estar preparadas, y casi siempre se estrellan; y las pacientes, que saben esperar su momento.

Olivia no supo qué contestar. Estaba claro que no confiaba en ella y que de poco serviría intentar convencerle de lo contrario. Ahora le tocaba trabajar duro para recuperar su confianza. Sin embargo, tendría que hacerlo a la sombra de Malena, acatando sus órdenes. La idea hizo que se estremeciera en la silla. Max lo interpretó como un gesto de frío e instintivamente subió un par de grados la temperatura con el mando a distancia. La enorme mesa de madera de nogal mantenía un justificado desorden. Sobre ella se amontonaban libros y varias pilas de papeles y documentos con el membrete dorado de la compañía. Olivia pudo ver una copia del contrato de Jon y sonrió al ver la rúbrica. Alrededor de la «O» había trazado varios palitos simulando los rayos de un sol. Le pareció una firma muy infantil, y no pudo evitar pensar en todos los quebraderos de cabeza que le había ocasionado algo tan simple.

«Malena, mi jefa». La idea dolía. Humillaba. Pensó en lo libre que se había sentido durante todos esos meses trabajando sola: persiguiendo libros de éxito, rastreando catálogos extranjeros, buscando títulos, autores… Incluso con su anterior jefe, Ricardo Boix, siempre había tenido mucha libertad de maniobra. Él confiaba plenamente en ella y dejaba que hiciera sus apuestas por autores desconocidos, por temas novedosos… Era la responsable de varios libros de éxito atribuidos a Boix. Y nunca le importó estar a la sombra; la satisfacción personal de su logro y el reconocimiento de su jefe, un editor de renombre, le bastaba. Pero ¿y ahora? ¿Qué podía esperar ahora de alguien como Malena? Por un momento se imaginó haciéndole el trabajo sucio: llamadas, informes de lectura, correcciones ortográficas… Y justo cuando se visualizó sirviéndole el café, la voz de la recepcionista al teléfono le anunció la llegada de Carlos. Habían quedado para ver algunas muestras de la portada en las que había trabajado su amigo.

—Mmm… Sí… Me gusta… —dijo Malena mientras observaba los bocetos que Carlos le mostraba a través de su Mac portátil—. El estilo es bueno y lo haces bien… —Siguió con un tono de felicitación demasiado forzado.

El despacho de Malena seguía la misma lógica elegante y funcional que el resto del edificio: suelo de moqueta gris y muebles de acero y madera blanca. Sin embargo, algunos detalles como una mesa de reuniones de cristal con pie de mármol blanco y unas sillas de oficina con estampado de cebra le otorgaban un aspecto más chic y personalizado. Sobre la estantería, los libros lucían perfectamente ordenados por temas y tamaños. Los del sello que dirigía Malena, Venus Noir, ocupaban un lugar de honor. Casi todos eran ediciones muy cuidadas, libros caros sobre arte, arquitectura o viajes comprados a prestigiosas editoriales anglosajonas y traducidos al español.

Sentada en una de esas sillas, Olivia aplaudió internamente el trabajo de Carlos. Había hecho justamente lo que ella esperaba: una portada moderna, con unas manos abiertas y siete soles brillantes contenidos entre ellas. El título, con una tipografía de palo seco y letras doradas destacaba sobre un fondo oscuro. Era perfecta, delicada y comercial.

—Sí, yo también creo que… —comenzó a decir Olivia para apoyar el trabajo de su amigo.

—Sin embargo… —le cortó Malena en seco—. Yo había imaginado algo más delicado, más artístico… No sé… Quizá te parezca atrevido —le dijo levantando la mirada de la pantalla por encima de sus gafas de pasta y posándola exclusivamente en Carlos—, pero quiero algo rompedor, arriesgado… ¿Conoces algo sobre el barroco español?

—Algo —contestó él lleno de curiosidad por saber adónde quería llegar.

—Pues me imaginaba una virgen, de Murillo o de Ribera por ejemplo, en medio de un gran halo de luz y rodeada, no de angelitos, sino de siete soles luminosos y poderosos. Creo que tendría mucha fuerza. Representaría la ingenuidad del lector, casi siempre mujer, que se ilumina gracias a la sabiduría de los siete soles, que le hacen alcanzar un nivel superior de conciencia…

Olivia estuvo a punto de soltar una carcajada. La idea de mezclar una imagen católica en un libro sobre revelaciones budistas le pareció sencillamente disparatada. Tenía a Malena por una mujer inteligente, ¿acaso quería sabotear su propio libro?

—¿Te ves con fuerza para intentarlo? —preguntó Malena desafiante—. Lo que has hecho está bien pero, sinceramente, y no te ofendas, es flojo, no es original, no transmite…

Olivia miró a Carlos con la seguridad de que aquellas palabras le harían reaccionar y defender su trabajo. Las directrices de Olivia le habían hecho trabajar en esa dirección y el resultado era realmente bueno, no había razón para cambiar ahora radicalmente el proyecto.

—Se puede intentar… —respondió Carlos con una sonrisa mientras contemplaba embelesado cómo Malena cerraba su portafolios y se levantaba de la mesa dando por finalizada aquella reunión.

—Perfecto —respondió Malena—. Nos vemos en una semana.

Antes de que bajaran a la cafetería de la esquina a desayunar, como hacían cada vez que Carlos visitaba a su amiga, y una vez que Malena salió de su propio despacho, este sacó la polaroid de su mochila e hizo una instantánea allí mismo.

—No me lo puedo creer —se quejó Olivia mientras mojaba un cuerno de cruasán en su café.

—Yo tampoco. No me habías dicho que tu jefa fuera la mismísima Miss Marvel.

—¡Miss leche! —gritó Olivia enfurecida—. Pero ¿tú te das cuenta de lo que ha hecho? Ha echado por tierra tu trabajo.

—Ha dicho que le gustaba mi estilo.

—Claro y por eso te ha encargado un proyecto totalmente distinto, ¡y disparatado! Sin mencionar nada sobre pagos adicionales.

—Ya sabes que eso nunca me ha importado cuando trabajo para ti.

—Lo sé Carlos, pero a ver si te enteras: yo ya no estoy al mando de Venus Práctica —dijo Olivia con tono lastimero explicándole después con detalle todo lo que había ocurrido esa mañana en el despacho de Max Costa.

Carlos sintió pena por Olivia. Sabía lo mucho que aquel trabajo significaba para ella; sin embargo, Malena había despertado en él una fascinación mucho más poderosa que cualquier sentimiento de compasión por su amiga. Su metro ochenta y su larga melena rubia le habían transportado al mundo de Miss Marvel, también conocida como Carol, en la etapa en la que dejó la Nasa para convertirse en editora de la revista Woman. Su estilo femenino y sensual en contraste con su forma de dirigir, autoritaria y segura, le hacían estar a la altura de cualquier superheroína. Por las palabras de su amiga, se deducía que era dura, ambiciosa y sin escrúpulos, pero Carlos sabía que toda superwoman tiene su punto débil, su corazoncito y sus heridas del pasado… Y él sentía una enorme curiosidad por descubrir el mundo de aquella editora. ¿Tendría también un lado oscuro?, ¿una mente atormentada? De Miss Marvel sabía que poseía superfuerza, capacidad para volar y un gran ingenio.

Esa misma tarde, mientras trabajaba con esmero en la nueva propuesta de portada, Carlos decidió desenmascararla y poner a prueba esa última cualidad en Malena, enviándole un sobre con la primera pieza de su rompecabezas particular: una polaroid de su propia mesa de reuniones.

Para: «Olivia Rojas» orojas@venusediciones.com

De: «Javier Soto» jsoto@gmail.com

Asunto: buena suerte!

Hola Olivia,

Mi gato manco te echa de menos. Dice que eres una chica lista porque te escabulliste de mis tostadas quemadas… También dice que está a tu disposición para recargar tu buena suerte cuando quieras…

Besos,

Javier

Habían pasado tres días desde que Olivia había recibido aquel e-mail de Javier, y aún no había tenido el valor de contestarlo. Se sentía avergonzada. Con la distancia de los días, veía que irse de aquella manera, sin decir nada y con un portazo, no había sido muy delicado por su parte. Sin embargo, también comprendía que aquella aventura debía morir en esa maravillosa noche. Trabajaban juntos, no sabía mucho de él y lo último que quería era complicarse la vida. No quería engancharse y pasarlo mal, no quería sufrir… Ahora, más que nunca, debía centrarse en su trabajo, desbancar a Malena y recuperar la confianza de su jefe. No había espacio ni tiempo para distracciones emocionales que pudieran desestabilizarla.

Faltaba sólo un día para la siguiente conferencia de Jon e, inevitablemente, se verían allí. Al recibirlo, había estado tentada a contestarle con un mensaje amable y neutral. Nada comprometido. Pero todo le sonaba demasiado forzado.

Olivia lo leyó de nuevo y sonrió por la insinuación de aquellas palabras. Desde luego, mucha suerte no le había dado el gatito; desde que había besado a su dueño, su vida había empezado a complicarse día a día. Después, recordó la mirada de gato de Javier y un escalofrío le recorrió por dentro.

Decidió relajar su mente concentrándose en el trabajo, así que abrió un documento de Word y se dispuso a leer el segundo capítulo de Jon Sunman que Javier había traducido. Y, cuando más concentrada estaba en la lectura, las palabras escritas cobraron vida en la voz de su propio creador.

—El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional —leyó el mismísimo Sunman con la mirada fija en el monitor de Olivia.

Olivia se volvió sorprendida y sólo acertó a decir:

—¿Qué haces tú aquí?

—He venido a verte —respondió con naturalidad.

A Olivia le encantó aquella respuesta y le invitó con un gesto a sentarse a su lado.

—¿Cómo lo has hecho? Estaba revisando la traducción del segundo capítulo de tu libro y de repente te has materializado con tus palabras. Ha sido fascinante. No sabía que tuvieras ese don —dijo Olivia divertida.

Jon soltó una carcajada.

—El don es tuyo. Tú me has traído con tus pensamientos.

—¿Qué te hace creer que pensaba en ti? —preguntó ella con cierto coqueteo.

—Leías mi libro…

—Estaba pensando en la frase que acabas de leer.

Las piernas de ambos, sentados muy cerca, se rozaron ligeramente, y Olivia tuvo que hacer un esfuerzo para no pensar en ello. Tenía a su autor favorito ahí, al hombre que admiraba, para ella, rozándole, mirándola a escasos metros… Pudo percibir el olor marino de su piel y su aliento fresco acariciándole el rostro como una brisa muy ligera.

—Es de Buda —dijo Jon sonriéndole con su intensa mirada azul.

—Me cuesta entender que realmente podamos controlar el sufrimiento.

—La vida está compuesta de placer y dolor, de alegría y tristeza. Y eso no lo podemos cambiar… Pero sí podemos controlar cómo reaccionamos ante ese dolor.

Olivia le miró con admiración mientras escuchaba sus palabras y se recordó a sí misma lo afortunada que era por compartir ese momento con Sunman.

—Podemos reaccionar maldiciendo nuestra suerte —continuó Jon—, culpando a los demás, sintiendo que se ha cometido una injusticia con nosotros, con rabia, con agresividad…

—Y todo eso se traduce en sufrimiento —añadió Olivia.

—Exacto. Pero también podemos aprovechar el dolor para volvernos más humanos y compasivos, para profundizar en nuestras emociones y conocernos mejor… El dolor es un maestro. Siempre habrá cosas que nos hagan daño, eso es inevitable. Lo que es opcional es la interpretación que hagamos de ese dolor, cómo lo filtremos y cómo nos enfrentemos a él.

Olivia asintió y durante unos segundos pensó en su situación en Venus Práctica. Los últimos acontecimientos le habían arrebatado el lugar por el que tanto había luchado. Sin duda, era algo doloroso para ella; pero también podía aprovechar las circunstancias para aprender de su error y hacerse más fuerte. Lo fácil era maldecir su suerte o culpar a Malena… y sufrir. De repente vio claramente que debía descartar esa opción, y que lo más conveniente era justo lo contrario: bendecir su fracaso y aprender todo lo posible de Malena. Tenía mucho que enseñarle, aunque sólo fueran malas artes.

Al acordarse de ella sintió una enorme curiosidad por saber qué había pasado entre ellos la otra noche.

—¿Lo pasaste bien en el Paradís?

—Maravillosamente… hasta que la chica encantadora desapareció.

—¿Se fue pronto Malena? —preguntó Olivia sorprendida sin procesar correctamente las obvias palabras de Jon.

—Me refería a ti.

Olivia llegó esta vez puntual a la cita. Elena le acompañaba. Le había prometido que le presentaría a su jefe y, aunque al principio la idea no le pareció nada acertada, en esos momentos agradeció la presencia de su amiga. Le hacía sentirse menos vulnerable y, además, le serviría de excusa para no enfrentarse sola a Javier.

Elena se había arreglado, a su manera, para la ocasión. Como era muy alta, su llamativa melena roja, lisa y reluciente, destacaba por encima de todas las cabezas. Llevaba un jersey ceñido de rayas horizontales blancas y negras, y una minifalda verde esmeralda. Olivia siempre había admirado su original estilo y su facilidad para combinar prendas imposibles, pero sólo había que abrir el Vogue en curso para comprobar que seguía las tendencias más de lo que su espíritu libre estaba dispuesto a admitir.

Los ojos de Olivia se detuvieron en el aspecto impecable y clásico de Max Costa, con su traje oscuro reglamentario y su elegante porte, y no pudo evitar sonreír al dirigir la vista a su amiga. Realmente no podían estar más alejados el uno del otro. Y, sin embargo, Elena se sentía atraída por él. Hacía mucho tiempo que insistía en que se lo presentara… Olivia buscó la explicación en la fuerza de los polos opuestos y se preguntó si Max sentiría la misma atracción por Elena. Después, buscó nerviosa a Javier entre la gente justo antes de acomodarse en primera fila.

Antes de empezar su discurso, Jon guiñó un ojo a Olivia desde el estrado y esta le correspondió con una sonrisa. Elena, testigo de la situación, increpó a su amiga con un suave codazo mientras le susurraba al oído.

—¿Hay algo que no me hayas explicado?

—Calla, que va a comenzar a hablar —contestó Olivia cariñosamente cruzando sus labios con el dedo índice para enfatizar sus palabras.

En realidad sí había algo que explicar… Nada demasiado significativo, pero algo al fin y al cabo. A Elena se lo contaba todo. Sin embargo, no había tenido ocasión de explicarle que la tarde anterior, después de repasar en la editorial el segundo capítulo de Jon y sacarle de su equívoco: ni Javier era su marido ni Nora su hija, este le había invitado a tomar algo en el pub irlandés de la esquina. Habían hablado de muchas cosas; sobre todo Jon. Olivia se había limitado a escucharle embelesada, absorbiendo cada una de sus palabras como un delicioso néctar. Y después de dos cervezas, había ocurrido. Jon había besado a Olivia. Fue un beso suave y cálido. Pero ese gesto la había dejado totalmente descolocada. Sencillamente no se lo esperaba. Después, apareció el agente literario de Jon, con el que había quedado, y se despidió de ella con la promesa de continuar con aquella «apasionante charla» en otra ocasión.

La mente de Olivia regresó al auditorio del Hotel Claris y trató de concentrarse en el discurso de Jon. Llevaba un jersey de lana fina, azul marino, que competía en intensidad con sus ojos. En esos momentos hablaba del sufrimiento que causa la muerte y el deseo de conseguir o conservar personas, que son en esencia impermanentes; e ilustraba esta explicación con un cuento tradicional budista.

Una mujer llamada Kisa Gotami fue una vez a ver al Buda, trastornada por la muerte de su hijo. Con el niño muerto entre sus brazos, Kisa imploró al maestro una medicina que devolviera la vida a su pequeño.

—De acuerdo —respondió—, pero primero debes traerme una semilla de mostaza.

—¡Una semilla de mostaza! ¡Qué fácil! —respondió la mujer.

—Pero —agregó el Buda— debes tomarla de una casa donde nadie haya muerto.

Kisa Gotami salió corriendo a pedir una semilla de mostaza y llamó a una casa tras otra. Pero al preguntar si alguien había fallecido en la casa, la respuesta siempre era: «Desgraciadamente, sí».

Kisa estaba totalmente desesperada y se preguntaba dónde podría encontrar la semilla que necesitaba. Finalmente, comprendió el mensaje: la muerte llega a todo el mundo; no existe escapatoria. Así pues, fue a reunirse con el Buda y dejó a su hijo en el suelo, diciendo:

—Ahora sé que no estoy sola en este inmenso duelo. La muerte nos llega a todos.

Jon continuó hablando con su voz pausada y su acento musical sobre el dolor y el sufrimiento hasta que llegó el turno de las preguntas.

Olivia se sorprendió al ver a Elena de pie, reclamando el micro a una azafata.

—¿El amor duele o se sufre? —preguntó con total desparpajo.

La gente sonrió divertida por la pregunta de aquella llamativa chica. Hasta el mismísimo Max Costa estiró el cuello para ver mejor a la artífice de aquellas palabras.

—El amor se siente —contestó Jon.

—Entonces, ¿sufrir por amor es opcional?

—Sí.

—¿Y cuál sería la otra opción? ¿No amar?

—No… Se puede amar sin sufrir —contestó Jon—. Aunque sufrir por amor también es una opción válida. Nos hace sentir vivos… El problema es cuando anteponemos nuestros deseos a la persona amada y tratamos de transformarla para que esté a la altura de nuestros sueños.

Jon intercaló su explicación con un acertado silencio y continuó:

—El amor incondicional no espera nada del otro. Ama la esencia de la persona, sin el deseo de conseguirla, poseerla o cambiarla. Y de esa manera, el sufrimiento desaparece, porque ya no importa lo que haga. La amaremos por lo que es y no por lo que esperamos de ella.

—¿Qué es lo que más nos hace sufrir? —preguntó otra chica del público con ganas de protagonismo como Elena.

—Depende de cada uno. Cada cual elige libremente su propio motivo de sufrimiento. Pero hay seis emociones negativas que entorpecen especialmente nuestra vida: el deseo o apego, el rechazo, la opacidad mental, el orgullo, la envidia y la avaricia.

El coloquio se extendió unos minutos más con preguntas que la gente iba exponiendo al gran maestro. Después, una azafata trajo una bandeja con copas de cava y la gente empezó a dispersarse y a hacer grupitos.

—¿Con quién has dejado a Nora? —preguntó Olivia distraídamente mientras buscaba con la mirada a Javier.

—Con Carlos —contestó Elena siguiendo la mirada de su amiga y preguntándose a quién estaría buscando. ¿A Jon? ¿A Javier?

—¡Ahí los tienes! —dijo por fin señalando hacia un grupo de personas.

Olivia contempló a Jon, Javier, Max y el jefe de comercio exterior de Venus Ediciones alrededor de Malena. Por la expresión de embelesamiento de los cuatro hombres parecía que aquella mujer les estaba explicando algo interesantísimo.

—Míralos —dijo Elena convencida—. Están completamente purpurizados.

—¿Cómo? —preguntó Olivia sorprendida.

—Que están purpurizados —repitió Elena como si lo que estuviera diciendo fuera de lo más obvio—. Las hadas purpurizadoras son seres que brillan y encandilan a su paso. Lo cubren todo de purpurina… Y todos quedan encantados con sus destellos y su magia. En el mundo Barbie —añadió aludiendo a la revista en la que trabajaba— acuden a las fiestas para hacer que los vestidos de las princesas brillen y deslumbren.

—Necesitas unas vacaciones —contestó Olivia divertida—. El mundo Barbie está dañando tu cerebro.

Olivia se rio por la ocurrencia de su amiga, pero pensó que la definición no podía ser más acertada. Malena era una hada purpurizadora. Podía ser una mujer fría y dura, pero también extremadamente sensual y seductora. Había algo en su forma de expresarse, de mover las manos, de sonreír… que hacía que los hombres la miraran como hipnotizados. Incluso su amigo Carlos, a quien había mostrado su lado más antipático, había caído en sus redes. Olivia sintió una punzada de resentimiento al contemplar a Jon y a Javier, mirándola y siguiendo sus comentarios con una sonrisa.

—Tranquila —dijo Elena comprendiendo enseguida los sentimientos de su amiga—, el efecto purpurina no dura mucho… Tarde o temprano cae, se disipa, y todo deja de brillar.

—No te preocupes. El sufrimiento es opcional y ninguna hada estúpida me va a arruinar la fiesta.

Las dos chicas chocaron sus copas de cava justo antes de que Elena le recordara su promesa.

—Está bien… Te presentaré a Max Costa.

—Míralo, está como un queso, ¿verdad?

Olivia reconocía que tenía buena planta, era alto, con estilo y con una educación exquisita… Sin embargo, nunca se había sentido atraída por él. Su condición de jefe le intimidaba lo suficiente como para ni siquiera planteárselo.

—Y ya no sale con la modelo.

—Actriz —le corrigió Olivia.

—Bueno, con la sosa esa… Han salido unas fotos de ella con Ken Wallen, el tenista.

—Pues no le hagamos esperar más… —dijo dirigiendo sus pasos hacia aquel grupito seguida de su amiga.

Antes de que llegaran a la meta, sorteando varios grupos de personas que charlaban y bebían animadamente obstaculizando el paso, el propio Max Costa se aproximó a ellas.

Max se acercó a Olivia con el pretexto de consultarle un dato que le había preguntado un periodista sobre los libros de Venus Práctica, pero su auténtico propósito era conocer a la joven que la acompañaba.

Su intervención, con aquella ocurrente pregunta, le había impactado casi tanto como sus generosas curvas y su falda corta. Sin embargo, en aquella ocasión jamás hubiera admitido, ni siquiera a él mismo, que Elena le había gustado; era demasiado distinta a las chicas con las que se relacionaba habitualmente: chicas monas de clase alta o modelos espectaculares con aspiraciones de actriz. La última, Mia Smidt, había sido un auténtico fiasco; después de aburrirse mortalmente con ella durante ocho meses, le había humillado públicamente largándose con el tenista de éxito de la temporada.

La belleza salvaje de Elena estaba en las antípodas del canon clásico por el que se regían las conquistas de Max; pero eso fue precisamente lo que más le atrajo de ella. Estaba harto de mujeres aburridas y grises e intuyó, en el pelo rojo fuego de Elena, la nota justa de color que necesitaba su vida.

Después de responder a su consulta, Olivia le presentó a Elena.

—Es periodista —dijo Olivia—. Bueno, redactora jefe de una revista —añadió para hacerla más interesante a ojos de su jefe.

—De dos —le corrigió Elena con cierta soberbia.

—Ah, qué interesante… ¿Estás haciendo algún reportaje sobre Sunman? Por aquí he visto colegas tuyos de El País Semanal y de la revista Quo —dijo Max—. Toda publicidad nos vendrá muy bien para vender su libro…

—Claro, claro… —contestó Elena deseando que la conversación trepara por otras ramas y Max no le hiciera la pregunta lógica que inevitablemente seguía en aquel diálogo.

—¿Para qué revistas trabajas?

Olivia observó cómo su amiga se llevaba la copa a los labios y apuraba lentamente su contenido, antes de contestar muy digna:

Barbie y Pequeño Poni.

Max tardó unos segundos en procesar esa información. Al principio pensó que no la había entendido bien y luego que Elena bromeaba; pero al ver cómo las orejas de aquella chica se teñían del mismo color que su pelo, sintió el impulso de confortarla con un comentario amable.

—De pequeño me encantaban…

—¿Las Barbies? —preguntó Elena sorprendida.

—¡No! ¡Los ponis!

Los dos rieron de buena gana y charlaron un rato sobre el público infantil. Max le explicó su deseo de abrir una colección para niños en Venus Ediciones y Elena le dio algunas ideas para el proyecto.

—¿Puedo llamarte algún día para hablar tranquilamente del tema? Veo que el tema niños lo dominas a la perfección…

—Algo sé —contestó Elena viendo entrar en ese momento a Nora de la mano de Carlos.

La pequeña corrió hacia su madre y saltó a sus brazos.

—Te presento a mi hija Nora.

Max no supo disimular su decepción. No porque Elena tuviera una hija; eso jamás le hubiera importado. No era la primera vez que se interesaba por una mujer con hijos. A punto de cumplir los cuarenta, había salido con mujeres de todo tipo… Sin embargo, Nora era la misma niña que la semana anterior había visto con su padre, Javier, el traductor. Recordaba que Olivia le había explicado que había traído a la niña porque su mujer estaba enferma y no podía ocuparse de ella.

—Un placer conoceros a las dos —contestó finalmente Max esforzándose en ser amable. Y se retiró con el pretexto de saludar a unos conocidos.

Olivia, que había presenciado la escena a pocos metros, se acercó enseguida a hablar con su amiga.

—Otro que huye de una madre soltera —se quejó Elena—. Ha sido ver a Nora y salir corriendo. Qué pena, por un momento pensé incluso que tenía posibilidades…

Olivia entendió al momento la situación. Comprendió que su jefe había deducido que si Elena era la madre de Nora, también era la mujer de Javier. Sin embargo, creía firmemente que Elena no tenía nada que hacer con Max Costa y no se vio con fuerzas de deshacer el embrollo. Al fin y al cabo, las posibilidades de su amiga con él eran remotas, por no decir inexistentes… Así que, ¿por qué desvelar la verdad y quedar como una mentirosa ante su jefe?

—Él se lo pierde —se limitó a decir cogiendo la mano de su amiga a modo de consuelo.

Cuando Javier llegó aquella tarde a la segunda conferencia de Sunman, todos los asistentes ocupaban ya sus sillas y el gran gurú había empezado su discurso. Desde atrás, tenía una visión panorámica de la sala y pudo ver a Olivia de espaldas en las primeras filas. La simple visión de su pelo ondulado acariciándole la nuca le transportó a la noche que habían pasado juntos, cuando sus propias manos exploraron la suavidad de aquellas ondas. El recuerdo cobró vida en su cabeza y durante unos segundos le fue imposible concentrarse en las palabras de Jon. En cualquier caso, había traducido ya tres capítulos del famoso best seller y no había hallado ni una pizca de originalidad en su discurso. ¿Cómo conseguía convocar a tantos seguidores? ¿Cómo podía Olivia sentirse tan fascinada por un personaje así? Claro que ella tampoco había demostrado ser muy cabal. Después de acostarse con él, le había evitado irremisiblemente. No contestaba a sus e-mails y ni siquiera se había preocupado de reclamarle más capítulos traducidos. No podía decir que no se lo esperara, por algo era editora y, por consiguiente, lunática y caprichosa; pero lo cierto es que aquella noche se había hecho la ilusión de que era distinta. Se había divertido mucho charlando con ella, explicándose historias personales y riéndose de fracasos comunes. Y el sexo con ella había sido increíble. Infinitamente mejor que con cualquiera de sus conquistas anteriores, incluida la acrobática Laura, con quien se había acostado únicamente la noche anterior a Olivia.

Javier trató de concentrarse en las palabras de Jon. Necesitaba sacarse a Olivia de la cabeza. Desde aquella noche, lo único que había podido hacer era pensar en ella. Mentira. No era sólo desde aquella noche, sino desde mucho antes. Tal vez desde la primera vez que la vio en la editorial. Estaba obsesionado con su belleza exótica, con su sensualidad. Todo en ella le volvía loco…

Justo al acabar el discurso, Malena le hizo un gesto para que se acercara. Había trabajado en alguna ocasión para ella, traduciendo algún libro para Venus Noir, así que pensó que quizá quería aprovechar su presencia para hablarle de algún proyecto. Le sorprendió que le llamara cuando estaba rodeada de varios hombres de la compañía, entre ellos el presidente, y el mismísimo Jon Sunman, pero por sus palabras se dio cuenta enseguida de que sólo quería utilizarlo para su lucimiento personal.

—Sólo quería decirte que soy la nueva directora editorial de Venus Práctica y, por tanto, que llevaré personalmente el libro de Jon —dijo acompañando sus últimas palabras con una sonrisa.

—¿Y Olivia? —preguntó Javier.

—Ella sigue en el proyecto, por supuesto, y puedes seguir enviándole a ella los capítulos traducidos… pero si tienes alguna duda, puedes consultarla directamente conmigo.

Javier entendió al momento que aquella mujer era la causa de que Olivia se presentara la otra noche abatida en su casa. Y aunque sus funciones no cambiaban, intuyó que con aquel nombramiento se había sentido destronada. Sintió pena por ella, pero todo aquello no justificaba su comportamiento. Ahora se sentía descolocado. No sabía si acercarse o esperar a que ella tomara la iniciativa.

Pero lo que acabó de confundirle del todo fue lo que sucedió a continuación. El propio presidente de la compañía, Max Costa, se acercó a él y mirando en dirección a Olivia y a su amiga de pelo rojo, le dijo las siguientes desconcertantes palabras:

—Eres un hombre afortunado.

Ahora sí que no entendía nada. No contestaba a sus e-mails, se iba sin despedirse… y sin embargo, ¿le explicaba su aventura a su jefe? Definitivamente, Olivia era mucho más rara de lo que había imaginado.

Carlos, Elena y Olivia permanecieron un rato apurando sus copas mientras la pequeña Nora revoloteaba a su alrededor. Aunque entre ellos la conversación era distendida, cada uno estaba más concentrado en su propio monólogo interior que en las palabras de sus amigos.

Carlos contabilizó la quinta copa de cava que Malena se llevaba a los labios y se preguntó si, como Miss Marvel, tendría algún problema con el alcohol. Después pensó cómo conseguiría deslizar la segunda pieza de su rompecabezas en su bolso sin que se diera cuenta.

Elena se preguntó si Max Costa la llamaría realmente para hablar de proyectos infantiles, si su intuición no le fallaba y le había gustado como ella creía, y si Nora habría disipado cualquier atisbo de romance con aquel atractivo hombre.

Los pensamientos de Olivia volaban en dirección a Javier. Sus miradas se habían cruzado y esquivado varias veces durante aquella velada. Siempre era atenta con sus colaboradores, pero en este caso no sabía cómo reaccionar. Se sentía torpe. Para colmo, él se había vestido especialmente elegante. Aquella noche tenía actuación en El Séptimo Cielo y llevaba uno de sus trajes a medida. Olivia no pudo evitar preguntarse si se habría vestido así para impresionarla.

Una parte de ella le animaba a acercarse y hablar con él, a ser amable y disculparse por su comportamiento. Otra, en cambio, le arrastraba en dirección contraria; se sentía avergonzada por todo lo que había pasado y quería huir. Finalmente, el lado sensato ganó la batalla.

—Hola.

—Hola Olivia, ¿cómo estás? —contestó Javier iluminando su rostro con una sonrisa y agachando la cabeza para darle dos besos en las mejillas.

A Olivia le sorprendió su calidez y al momento se alegró de haberse acercado.

—¿Te apetece salir fuera un rato? —Olivia se sorprendió de su propia pregunta—. El ambiente está muy cargado aquí dentro.

Javier asintió con la cabeza y siguió los pasos de Olivia hacia el exterior. Apenas eran las siete de la tarde, pero ya había oscurecido y el aire era helado. Olivia buscó un rincón resguardado del viento y se apoyó contra una pared del edificio. Ahora tenía a Javier frente a frente, podía decirle lo que quisiera y, sin embargo, su turbación bloqueaba cualquier intento de decir algo razonable.

—Yo… no quería… quiero decir que siento… el otro día… —Su boca empezó a llenarse de palabras inconexas.

—No te preocupes. —Javier sonrió y puso su mano delicadamente sobre los labios de Olivia para silenciarlos.

A él le impresionó su voz temblorosa y su incapacidad para expresar algo parecido a una disculpa. A ella el calor masculino que emanaba su presencia y el roce de su viril mano sobre su boca. Su aroma a cítricos activó su memoria y varios recuerdos ardientes acudieron a su mente. Sus miradas se fundieron y Olivia se rindió al impulso de coger aquella mano entre las suyas y besarla muy despacio. Javier se quedó fascinado ante aquel gesto tierno y provocativo, y sintió cómo el calor empezaba a filtrarse en lo más profundo de su cuerpo.

—He pensado tanto en ti… —dijo Javier con voz ronca—. Deseaba tanto volver a tenerte así…

Olivia sintió la presión cálida de Javier y se acomodó entre sus brazos para aislarse de la fría pared que tenía a sus espaldas. Javier le cubrió la boca con la suya y ambos se besaron con excitación, enredando sus lenguas en un ritual de fuego.

—Olivia… —murmuró él rozándole el cuello con los labios e inundando su suave piel con besos rápidos y ardientes.

Ella se aferró a él enroscando sus dedos entre su pelo castaño y respondiendo con avidez a las exigencias de su boca, incitándole a prender un poco más la llama.

Las manos de él, posadas sobre su cintura, deseaban iniciar un descenso, recorrer su cuerpo, llenarlo de caricias… Pero la razón se impuso y Javier se separó suavemente de Olivia. Estaban en plena calle y no quería empezar nada que no pudieran acabar allí mismo.

—Conozco un restaurante indio, por aquí cerca, buenísimo —propuso ella con voz suave.

—Nada me gustaría más que cenar contigo esta noche… y desayunar a tu lado mañana. Pero me temo que lo primero no va a ser posible —dijo él provocativamente—. Tengo una actuación.

—¿Una actuación? —preguntó ella extrañada.

—Toco el piano en un club de jazz —contestó mientras buscaba alguna tarjeta en el bolsillo de su americana. Encontró un posavasos y, tras comprobar que la dirección del local estaba impresa, se lo entregó a Olivia.

—Quizá me acerque a seducir al pianista —dijo ella alegremente sujetando el cartón con fuerza mientras contemplaba cómo Javier liberaba el candado de su bicicleta.

—Te advierto que es un chico fácil. No tendrás ningún problema…

Y antes de montarse en la bici añadió:

—Por cierto, tu jefe me ha dicho que soy un tío afortunado por lo nuestro.

—¿Quién? —preguntó Olivia atónita—. ¿Max Costa?

Javier asintió con la cabeza antes de empezar a pedalear y Olivia observó petrificada cómo la lucecita de su bici se perdía entre el tráfico. Se quedó un rato inmóvil, pensando en aquellas palabras, sin saber cómo reaccionar. Luego miró con detenimiento las letras plateadas del posavasos del local en el que tocaba y leyó en voz alta.

—El Séptimo Cielo.

Instintivamente giró el cartón y encontró un número de teléfono junto a un beso estampado en carmín rojo.

Aquella noche Javier buscó en vano el rostro dulce de Olivia entre el público, y ella compensó su frustración con medio kilo de Haggen Däzs de chocolate belga.

¡Se había dejado engañar por segunda vez! Y en esta ocasión el batacazo era más fuerte. No sólo le mostraba abiertamente que era un seductor y que se liaba con cualquier admiradora que fuera a verle a El Séptimo Cielo, sino que además ¡se jactaba de haberse enrollado con ella ante su propio jefe! ¡Qué falta de delicadeza!

Si a eso se añadía el hecho de que Max Costa creía que Javier era el marido de Elena, la idea ganaba en repugnancia. ¿Le parecía un tío afortunado por estar liado con dos mujeres a la vez? Increíble. Asqueroso. Eso sí que no se lo esperaba de un hombre como Max… Claro que quizá Javier le había desmentido que era el marido de Elena y entonces, ¿le parecía afortunado por haberse acostado con ella? ¿Significaba aquello que él también tenía algún interés en ella? Y en cualquier caso, ¿quién demonios se había creído que era Javier para airear sus asuntos con su jefe?

Cuanto más pensaba en el tema, más se enfadaba. Estaba harta de hombres egoístas y pretenciosos, que sólo pensaban en ellos sin tener en cuenta sus sentimientos. Ramiro siempre antepuso su trabajo a ella, pero al menos las cosas estuvieron claras desde el principio. De Javier sabía poco, pero lo cierto es que cuanto más le conocía, mayor era la decepción.

Por suerte, aquella noche sucedió algo que le hizo no perder del todo la fe en los hombres: un SMS de Jon en el que la invitaba a un fin de semana de retiro espiritual.

«Por fin un hombre de verdad —pensó—. Jon es diferente a cualquier hombre que haya conocido y traerá a mi vida justo lo que necesito: espiritualidad, calma, sabiduría…».

Y después de contestar a ese mensaje con un escueto: «Sí, será un placer», se fue a dormir preguntándose en qué consistiría exactamente un «retiro espiritual».

El mensaje venía acompañado de un número de teléfono para confirmar asistencia, así que, a la mañana siguiente, Olivia llamó temprano. Sólo le había avisado con un día de antelación y no convenía postergarlo mucho. La voz femenina que atendió su llamada le explicó que era para un grupo muy reducido y que sólo podría asistir si su nombre estaba en la lista.

—Es la primera vez que hace un retiro en España y hay mucha gente en lista de espera —le explicó desde el otro lado del teléfono.

—Me ha invitado él personalmente —contestó Olivia impaciente, temiendo por un momento quedarse fuera de algo tan exclusivo.

—Olivia Rojas… Sí. Aquí estás. ¿Acudirás acompañada? El señor Sunman te ha inscrito con acompañante, si lo deseas.

—Sí —respondió Olivia pensando que quizás a Carlos le haría ilusión ir. Él también era seguidor de Sunman y estaba segura de que la idea le encantaría.

Una hora después recibió un fax con la dirección de la casa rural y algunas indicaciones sobre cómo llegar. Jon había reservado una masía del siglo XVIII, rodeada de bosques, a hora y media de Barcelona, en un pequeño valle del Montseny. Junto a aquella información, esperaba recibir algún tipo de programa con las actividades del retiro, pero aquello continuaba siendo una incógnita.

Aquel viernes Olivia pudo concentrarse en su trabajo sin interferencias. Malena no la molestó con preguntas o exigencias absurdas de libros en curso. Así que, después de llamar a varios colaboradores externos para las entregas de aquel mes y repasar la última maqueta de un libro sobre citas inspiradoras, abrió por fin el e-mail que Javier le había enviado a primera hora de la mañana. Si no lo había leído antes, no había sido por falta de curiosidad, sino porque quería mantener su mente serena todo el día. Sospechaba que aquel mensaje tocaría su corazón, por eso se sorprendió tanto al comprobar que era exclusivamente de trabajo. Javier se había limitado a enviarle el tercer capítulo traducido y alguna indicación al respecto, y sólo se había permitido una escueta pregunta personal al final: «¿Todo bien?».

Olivia no supo cómo interpretar que no mencionara su plantón. Pensó que no la habría echado mucho en falta y que cualquier otra chica habría ocupado su lugar: la dueña de las bragas horteras o tal vez la del beso en el posavasos. Eso daba igual… Ignoraba que Javier la había esperado hasta que cerraron el local, que rechazó la invitación de Laura porque ya no tenía sentido acostarse con nadie más que no fuera ella, y que aquella mañana, antes de enviarle aquel impersonal e-mail, mandó tres mensajes de amor a la papelera de su ordenador. La cabeza de Javier no había parado de elucubrar teorías que explicaran aquel desaire, sin embargo, sabía que sólo había una razonable: no le interesaba lo suficiente… Esperó todo el día con impaciencia alguna señal de ella, una disculpa o una excusa como: «Me quedé encerrada en un ascensor o mi piso ardió en llamas…». La respuesta de Olivia no le llegó hasta última hora de la tarde y confirmó todos sus temores.

Para: «Javier Soto» jsoto@gmail.com

De: «Olivia Rojas» orojas@venusediciones.com

Asunto: Ok. Traducción recibida. Gracias.

Estaba claro que pasaba de él y cuanto antes empezara a sacársela de la cabeza, mucho mejor.

Después de llamar a Carlos y quedar con él para el día siguiente, Olivia se tomó la tarde libre. Tenía mucho tiempo acumulado en su saldo positivo de horas trabajadas y pensó en hacerle una visita sorpresa a Ricardo Boix. Aunque vivía a pocos pasos de la editorial, y se habían llamado en alguna ocasión, hacía más de un año que no se veían. Quería explicarle todo lo sucedido en Venus Práctica.

Antes de jubilarse, Ricardo le había asegurado que ella ocuparía su silla, que era la persona más preparada para hacerlo y que él mismo se había encargado de hacérselo saber a Max Costa. Con aquella visita, Olivia buscaba consuelo por la injusticia del nombramiento de Malena, pero también temía que su mentor pudiera enfadarse o regañarla por no haber sabido defender aquello que tanto les había costado construir juntos.

Ricardo Boix no se sorprendió al encontrar a Olivia al otro lado del videoportero y, como si hubiera estado esperándola, en menos de cinco minutos se plantó en la portería. Ella le esperaba leyendo un libro, sentada en el sofá de piel de la entrada, y corrió a abrazarlo en cuanto le vio. No había pasado ni un año, pero Olivia le había echado muchísimo de menos. Durante diez años, no sólo había sido su jefe sino también su amigo. Él solía bromear diciéndole que tendría que pagarle un sueldo extra por lo que se ahorraba en psicoanálisis. Los ojos siempre atentos y centelleantes de aquella chica le inspiraban confianza y le animaban a hablar; pero lo cierto es que ella disfrutaba como nadie de sus confidencias y excentricidades. Cada día le hacía el parte de su situación doméstica: sus problemas con su ex y con su hija adolescente, los conflictos con su novia veinte años más joven… o le explicaba curiosidades de su recorrido profesional hasta llegar a ser un editor reconocido.

Por primera vez en muchos años, los papeles se invirtieron y Olivia se encontró hablando sin parar sobre sus problemas en la editorial, mientras Ricardo la escuchaba atentamente. Le había pedido que le acompañara a hacer una gestión cerca de allí y ambos disfrutaron de un agradable paseo por la zona alta de Barcelona, mientras los plátanos formaban una alfombra de hojas secas a su paso y el viento ya frío de noviembre acariciaba sus rostros.

—Te felicito, Olivia. Sunman era un peso pesado y lo has conseguido tú solita.

—Gracias —contestó ella con una sonrisa—. Pero también he estado a punto de perderlo. Cúspide casi nos lo quita de las manos.

—Vamos, Olivia, no me puedo creer que te hayas tragado esa milonga…

Olivia le miró fijamente esperando la explicación que hasta el momento se le había escapado. Tenía la intuición de que alguna pieza no encajaba, pero le había resultado más fácil creer que ella había fallado en algo.

—Las cosas no funcionan así. Tenías un acuerdo con Goldbooks, la agencia literaria que representa a Sunman, ¿verdad?

—Verdad.

—Te enviaron incluso el contrato.

—Sí, pero Sunman no había firmado todavía.

—Eso es lo de menos. Probablemente decidieron aprovechar su estancia en Barcelona para que lo hiciera. Enviar un contrato ya es un acuerdo en sí, tan válido como su palabra de que aceptaban tu oferta. Las agencias nunca se echan atrás cuando hay un contrato por medio, firmado o no. Si lo hicieran, perderían la confianza del editor y, muy probablemente, futuras negociaciones.

—Sí… —confirmó Olivia entendiendo por fin el razonamiento de Ricardo.

—El trato ya estaba cerrado con Venus, no tiene sentido que negociaran en paralelo con Cúspide.

—Pero Malena…

—Malena se ha inventado todo eso para desbancarte y erigirse como la auténtica ganadora del best seller, ¿no lo ves? Sabía que una vez Sunman firmara el contrato tú no mencionarías el tema a Goldbooks por prudencia. Fue muy lista al deciros que «una persona de su confianza le había filtrado la información».

—Es cierto —reconoció Olivia—. Así no se puede demostrar su engaño. Aun en el caso de que su agente confirmara que nunca planeó venderlo a un mejor postor, Max Costa seguiría creyendo a Malena. Es más lógico pensar que Goldbooks no puede reconocer una cosa así después de haber cerrado el acuerdo.

—Exacto —dijo Ricardo.

Olivia se enfadó consigo misma por haberse dejado engañar de aquella manera. ¿Cómo podía haber sido tan ingenua?

—No te castigues —dijo él adivinando sus pensamientos—. Estás atravesando curvas de nivel.

Olivia sonrió al escuchar aquella frase que tantas veces le había oído decir cuando la situación se ponía difícil o la edición de un libro se complicaba.

—Sí, pero con Malena al frente poca cosa puedo hacer…

—Al contrario, nada tan fácil como señalar sus fallos. Los dos sabemos que los libros de Venus Práctica no le interesan en absoluto. No tardará en meter la pata, y tú, en lugar de tapar sus deficiencias tienes que esmerarte en que resalten más.

—¿Insinúas que debo cruzarme de brazos mientras se carga el sello editorial?

—Chica lista.

—Pero…

—Cuando ya nada pueda ir peor… Ahí estará Santa Olivia para tomar el timón y salvar el barco. Eso sí, algunos libros tendrán que ser sacrificados por la causa.

Olivia entendía su razonamiento. Malena contaba con ella para que solucionara los temas, mientras ella se colgaba las medallas. Su intervención se limitaría a decidir portadas y poca cosa más… pero ¿significaba aquello que debía sabotear sus propios libros para ponerla en evidencia?

Los siete soles de la felicidad es la víctima perfecta.

—¡No! —contestó Olivia alarmada—. No podría… Siento ese libro como algo mío, si algo saliera mal, me moriría.

Ricardo soltó una carcajada y le dijo con voz dulce:

—Lo entiendo, eres una idealista… pero no debes tomarte todo tan en serio. Hazme caso, la vida es un juego y no pasa nada por hacer trampas de vez en cuando. —Rio de nuevo—. Si quieres ganar esta partida, debes ponerte a la altura de tu rival y jugar sucio. Si no puedes hacerlo con el libro de Sunman, hazlo con otros… No te queda otra alternativa con Malena.

Olivia permaneció unos segundos en silencio, pensando en las palabras de Ricardo. Desde luego, nadie le había dado nunca un consejo así. «Pórtate mal». ¡Cómo si eso fuera tan fácil! Toda la vida procurando ser honesta y hacer lo correcto, y ahora ¿se trataba de ser mala? Pensándolo bien, tampoco era tan descabellado; dar a Malena un poco de su propia medicina podría ser hasta divertido.

Mientras empezaba a animarse con la idea de Ricardo, los dos entraron en un edificio. Estaba tan centrada en sus propios pensamientos que no se percató de que se trataba de un centro médico. A juzgar por la elegancia del interior, parecía más un hotel que un hospital. Sólo las batas blancas y verdes del personal sanitario acabaron de confirmar a Olivia dónde se encontraban.

—Puedes esperarme aquí un momento. Sólo serán unos minutos —le pidió Ricardo acompañando a Olivia a una sala de espera.

—Claro.

Ella miró esta vez con atención a Ricardo y un mal presentimiento cruzó su mente. Hasta ese momento no se había percatado de su aspecto desmejorado y su cara de cansancio. Siempre había sido un hombre menudo, pero enérgico, y en aquellos momentos su delgadez era un desafío a la gravedad. Durante aquel breve paseo no había dejado de resoplar y ahora Olivia se sentía mal por no haberse dado cuenta de que algo serio le pasaba. Estaba tan preocupada por sí misma, que todas aquellas evidencias de su delicado estado de salud le habían pasado inadvertidas.

—Instituto Oncológico Teknon —leyó Olivia en una placa azul con letras plateadas, confirmando así sus malos presagios.

Cuando Ricardo salió de la consulta, le explicó a Olivia que tenía cáncer y que hacía dos semanas que había empezado un tratamiento con radioterapia. Cada viernes debía acudir a la clínica para controles periódicos o para continuar con las radiaciones. Aquel día sólo era una visita de control, pero a Olivia le pareció mucho más abatido que media hora antes, cuando llegaron al centro.

—Tranquila, el tumor está controlado —le dijo sonriendo al ver la cara de estupor de ella.

Después, entraron en una cafetería cercana a la clínica y estuvieron un rato charlando. A Olivia le costó varios minutos recuperar su semblante habitual. Estaba muy impresionada por la noticia, pero Ricardo fue tranquilizándola poco a poco.

—¿Qué tipo de cáncer tienes?

—Próstata —contestó él sin dejar de mirarla.

A Olivia le pareció una injusticia del destino. Sabía que era una enfermedad muy relacionada con la edad y los malos hábitos, y Ricardo siempre había llevado una vida ordenada: comía sano, no fumaba, corría media hora todos los días…

—¿Cómo te encuentras?

—Bien, sólo estoy un poco cansado. Desde que me diagnosticaron la enfermedad me he vuelto hiperactivo. Hay tantas cosas que quiero hacer antes de…

—Pero has dicho que está controlado…

—Tengo sesenta y seis años y una enfermedad con la que lidiar. No las tengo todas conmigo… Aun así, no me preocupa. La muerte es sólo un cambio de domicilio.

Olivia sonrió ante aquella reflexión y siguió escuchando con atención a Ricardo.

—Todos moriremos un día u otro. La enfermedad me hace más consciente de eso y me ayuda a vivir cada día como si fuera el último. En realidad, pese al mal trago, nunca había estado mejor en toda mi vida: mi hija me llama todos los días… Valoro cosas que antes me pasaban desapercibidas… como por ejemplo tu presencia, que estés aquí charlando conmigo un viernes por la tarde. ¡Como si una chica guapa como tú no tuviera mejor plan que hacer compañía a un viejo!

—Estar contigo siempre ha sido un plan perfecto —contestó Olivia amablemente—. ¡Y no eres viejo!

—Gracias Olivia, eres un cielo. Y gracias por aguantarme durante diez años en Venus Ediciones.

—¿Hay algo que pueda hacer por ti? —preguntó ella con una sonrisa.

Y Ricardo contestó con otra pregunta:

—¿Haces algo los viernes por la tarde?