El doctor estaba atendiendo a Margot cuando llegamos a su habitación. Tendida en la cama, muy pálida, con los ojos hundidos y sin el brío enérgico que la caracterizaba, parecía un pajarillo asustado.
Me sorprendió ver al huésped de la 214 con bata blanca y un fonendoscopio colgado al cuello. Desconocía que aquel anciano enjuto y silencioso, aficionado al vino, fuese médico. Había sido una suerte contar con él entre los huéspedes de Silence Hill. Su rápida actuación —como recalcó varias veces la señora Roberts— le había salvado la vida a Margot.
Aunque la mirada fija en el techo revelaba que su mente se encontraba muy lejos de allí, me pareció extraño que hablaran delante de ella como si realmente no estuviera.
Seguí su conversación desde la puerta, oculta en un ángulo oscuro.
—Está fuera de peligro, pero debe hacer reposo… ¿Saben si ha sufrido algún disgusto recientemente?
El ama de llaves se encogió de hombros.
—A veces estos ataques se producen después de una situación de mucho estrés —continuó el médico—. Tenía la tensión alta y estaba muy alterada. He tenido que administrarle un calmante.
—Este hotel es un balsa de aceite, doctor. Aquí no pasa nunca nada que altere nuestras tranquilas vidas, ya lo sabe… No creo que ése haya sido el problema. —Suspiró y bajó la voz antes de mirar a Margot de soslayo—. Son los malditos pasteles del Books & Cups. Come demasiados y ya no es una niña para tanto dulce. Ayer mismo estuvo allí.
Entendí en seguida lo que había sucedido y cuál era el disgusto al que se refería el médico. Margot había ido a ver a su hija y, como era de esperar, ésta no la había recibido con los brazos abiertos.
Pensé en madame Perrier y en la conveniencia de avisarla. Margot era su sobrina y tenía derecho a saber que había sufrido un infarto. Sin embargo, la había visto tan derrumbada y triste la tarde anterior, que temí provocarle otro a ella si se enteraba de lo ocurrido.
Tampoco estaba segura de que Margot quisiera verla. La vieja dama había destapado la caja de los truenos contándole a Elisabeth quién era su madre. Su intención había sido buena; quería que madre e hija se reencontraran y se concedieran el lugar que les correspondía… Pero el resultado había sido justo el opuesto. La verdad las había alejado definitivamente, provocando que Margot enfermara y que Elisabeth hiciera las maletas.
Los últimos acontecimientos con Patrick habían hecho que casi lo olvidara. El primer ferry de la mañana no partía hasta las seis, así que aún tenía un par de horas para darme una ducha y salir hacia allí. No había dormido nada, y el cansancio y las emociones vividas estaban empezando a calar en mis fuerzas.
Escuché cómo Patrick daba instrucciones a la señora Roberts para que nadie molestara a Margot, y Rahul ocupara su puesto en la cocina.
Después habló con el doctor sobre la posibilidad de trasladar a la cocinera al hospital de Guernesey y someterla a un chequeo. Parecía muy preocupado por su salud. Hablaba con voz dulce pero firme, haciéndose cargo de la situación.
Al principio, el huésped respondía con recelo, sorprendido de que fuera el cochero quien diera ese tipo de instrucciones. Pero la autoridad con la que lo hacía y, sobre todo, el respeto que le demostraba el ama de llaves acabó de convencerle de que aquel chico no era un simple sirviente.
Supuse que aquélla había sido su primera aparición pública como dueño de Silence Hill, sin la máscara. Y me pareció un acto de dignidad que asumiera el rol en un momento delicado como aquél.
—Margot no tiene familia. —Oí como se lo decía a la señora Roberts—. Ha entregado su vida a Silence Hill y es justo que el hotel le devuelva una pequeña parte de su entrega. Asegúrese de que no le falte nada y esté bien atendida. Si es necesario, contrate mañana mismo a una enfermera y que la cuide día y noche hasta que se reponga.
El ama de llaves asintió y me miró de reojo. Pensé que iba a reprenderme en cuanto pasara por mi lado; pero, en lugar de eso, me sorprendió con un gesto de cabeza a modo de saludo.
Patrick tomó la mano de la cocinera y se la llevó a los labios.
—Cuídese, Margot. En Silence Hill, la necesitamos pronto recuperada.
La cocinera suspiró con amargura sin dejar de mirar al techo.
—A mí ya no me necesita nadie…
—No diga eso.
—Todo lo que tenía que hacer en esta vida, ya lo hice.
A pesar de lo mal que me había tratado siempre, me entristeció verla tan abatida.
Sin soltar su mano, Patrick se sentó en el borde de la cama y le habló con tono dulce y conciliador.
—Sé que le debo una explicación… No hemos tenido ocasión de hablar mucho desde mi regreso, y hace ya un año desde entonces. —Respiró hondo—. Soy consciente de que ni usted ni la señora Roberts entienden, ni aprueban, el doble papel que he llevado desde entonces. Cochero de día y fantasma de noche…
—Usted es el amo y no me debe ninguna explicación. Yo sólo soy una simple doncella.
—Se equivoca. Usted no es una simple doncella, ni la señora Roberts tampoco. Ambas son el alma de este hotel, han dedicado su vida a Silence Hill, y merecían saber por qué el hijo del amo se comportaba como un perturbado.
—Yo no merezco nada.
Pasaron varios segundos antes de que Patrick volviera a hablar:
—Sé que mi padre se portó mal con todas las doncellas… Pero a usted debió de hacerle algo terrible. —Respiró hondo—. Puedo ver el odio en sus ojos cada vez que me mira, y le ve a él.
Por primera vez, Margot bajó la mirada del techo y la posó en el joven que tenía delante. Una sonrisa amarga surcó sus labios.
—Ahora estoy viendo a su madre. Yo le ayudé a nacer, ¿lo sabía?
Él negó con la cabeza.
—Era una mujer fuerte, pero tuvo un embarazo complicado…
—Sé que murió después del parto —le interrumpió con voz ronca y condescendiente.
—El médico aconsejó que pasara el último mes cerca de algún hospital, pero su padre se negó. Tenía asuntos en Sark y quería estar cerca cuando usted naciera. —Suspiró y puso los ojos en blanco—. Su único heredero.
Desde mi rincón, junto a la puerta, sentía la respiración agitada de Patrick mientras escuchaba esa terrible historia.
—Su madre tuvo el tiempo justo de abrazarle y de darle un beso. Yo misma le separé de sus brazos… Y le crié hasta que su padre le llevó a Londres. Apenas tenía cuatro años y ya parecía todo un hombrecito.
—Estaba muerto de miedo. ¿Qué clase de bestia aleja a un niño tan pequeño de su hogar? —Suspiró—. Aun así, me acuerdo muy bien de usted, Margot. Sus tortitas y los cuentos que me leía antes de dormir son los únicos recuerdos bonitos que tengo de mi infancia en Silence Hill.
La mujer parecía al borde del llanto. Como si las palabras de Patrick no hubieran logrado aligerar el enorme peso que acarreaba.
—Él decía que era por su bien, por su educación, que su hijo estaba en el mejor colegio de Londres… —Se perdió un instante en sus recuerdos—. Y él parecía tan solo que yo… pensé que él… que él y yo… —Respiró hondo y se enjugó unas lágrimas con el dorso de la mano—. No importa.
Leí entre líneas lo que había ocurrido entre ellos.
Las palabras de Margot despertaron en mi mente una posibilidad que no había contemplado hasta el momento, un giro en la historia que completaría aquel rompecabezas de una manera mágica e inesperada.
Con el corazón en vilo continué escuchando su historia, deseosa de que llegara al momento clave al que habían llegado mis deducciones.
—Su padre empezó a pasar largas temporadas en Londres, en su casa de Lake District, y apenas volví a saber de usted… Cada vez que regresaba, decía que algún día dirigiría este lugar con la arrogancia de un Groen. Presumía de lo terrible y cruel que se había vuelto.
—Y así era en cierto modo —reconoció Patrick—. Me comportaba como él quería. Buscaba su aprobación. Deseaba que me quisiera… Era muy joven y todavía no había entendido que él era incapaz de hacerlo.
—No diga eso… Él le quiso a su modo.
—Era un monstruo, Margot. Y usted lo sabe…
—¡Yo también lo soy! —Rompió a llorar.
—Que haya servido a un monstruo no quiere decir que usted también lo sea… —Patrick la abrazó con ternura y la meció con suavidad antes de mirarla a los ojos—. Incluso aunque lo amara… Créame, sé de lo que hablo. Yo me he sentido así toda la vida.
Ella negó con la cabeza antes de replicar con un hilo de voz:
—Usted mismo lo ha dicho hace un momento: ¿qué clase de bestia alejaría a un hijo de su hogar?
Él la miró sin comprender.
—Yo lo hice. —Las lágrimas anegaban su rostro—. Tuve un bebé. Y lo aparté de mi vida.
Su pena era tan intensa que yo misma podía sentirla en el aire, como una nube pesada que dificultaba la respiración.
Patrick la abrazó fuerte y se fundió un instante con su tristeza. Cuando se separaron, ella tomó aire y continuó:
—No soportaba la idea de haber engendrado un descendiente suyo. Pero, sobre todo, temía que al enterarse lo repudiara… O algo peor.
—Margot…
—Por eso me fui dos años a Londres y dejé al bebé con un familiar. —Tomó aire y enmudeció varios segundos mientras él la miraba impresionado—. Regresé para no levantar sospechas. Tampoco tenía otro lugar adonde ir. He vivido toda mi vida en esta isla. Llevo fregando estos suelos desde que tengo uso de razón. Mi madre ya sirvió en Silence Hill… Y yo no deseaba ese futuro para…
Me sentí apenada al entender que Margot había renunciado a su hija por amor. Quería un destino mejor para ella y sabía que allí no podía dárselo. Ese hotel, en aquella preciosa isla, se había convertido en su prisión particular. Un infierno ubicado en el mismo cielo.
—Durante el último año no he hecho otra cosa que buscar a mi hermano —le explicó Patrick con voz dulce—. Llegué a pensar que el viejo se lo había inventado para martirizarme… Él me dijo que vivía en la isla.
—¿Por eso se hacía pasar por cochero?
—No quería que nadie supiera que el hijo de Groen buscaba a su hermano bastardo. Suponía que desconfiarían de mis intenciones. Todo el mundo sabe cómo el viejo protegía su patrimonio.
Aquella historia me hizo pensar en una frase que decía mi madre: «Solemos buscar lejos lo que tenemos delante». Patrick se había alejado del hotel para buscar una verdad que se hallaba entre sus muros. Tenía gracia además que se hubiera disfrazado para pasar inadvertido y que Margot —la única persona que podía ayudarle— conociera su doble identidad. Tampoco dejaba de ser curioso que hubiera hecho amistad con la única persona que había descartado desde el principio. Si no había pensando en la dueña de Books & Cups era básicamente por dos motivos: no había contemplado que pudiera ser una chica, y venía de Londres.
—¿Quién es, Margot?
—No puedo decírselo.
—¿Por qué?
—¡Porque me odia! —sollozó—. Ayer se enteró de que soy su madre y me rechazó. Me dijo cosas horribles…
—Ahora no piense en eso… —Patrick tomó de nuevo su mano y trató de tranquilizarla—. Tiene que descansar. Ya habrá tiempo…
Pero en realidad no lo había.
Miré el reloj de pared que había en su cuarto y salí de mi rincón.
—Díselo, Margot. Confía en él… Si busca a su hermano es porque quiere hacer justicia y darle el lugar que le corresponde.
—No entiendo a qué vienen las prisas… —Patrick me miró sin comprender—. Podremos hablar de todo esto tranquilamente cuando se recupere.
Miré a Margot desesperada.
—Tu hija está a punto de marcharse de la isla.
—¿Has dicho hija? —preguntó Patrick extrañado.
—Tenéis que impedirlo. No soportaría perderla de nuevo.
La cocinera me miró y asintió en señal de aprobación.
Me acerqué a Patrick para revelarle esa verdad que había buscado con mentiras, y que tanto ansiaba conocer:
—Tu hermana es Elisabeth.