La trama

Me bastó hojear un par de páginas para darme cuenta de que Jim no me había engañado en algo: yo era la protagonista de su historia. Excepto eso, el resto había sido una gran farsa.

La trama empezaba cuando el cochero recogía en el puerto a la nueva doncella —llamada Luisa— y la conducía a Silence Hill. ¡Ni se había molestado en cambiar los nombres!

Reconocí incluso en los diálogos frases que ambos habíamos pronunciado.

Luisa [defiende a Patrick con vehemencia]: Si el señor Groen fuera un hombre mezquino no me habría contratado. Ni siquiera tengo experiencia.

Jim: Piensa lo que quieras… Pero te apuesto cualquier cosa a que dentro de una semana habrás cambiado de opinión, y estaremos haciendo el camino inverso de regreso al muelle.

Lágrimas de rabia me impidieron seguir leyendo. No podía enfrentarme a aquellas palabras que parecían burlarse de mí.

El hecho de que fuera un guión teatral y no una novela me dio una nueva pista. El actor y director de artes escénicas no era Patrick, sino Jim. Y había interpretado el papel de su vida engañándome desde el principio. Pero ¿por qué?

Miré al muñeco desesperada, como si aquel espantajo tuviera la respuesta… Y de pronto entendí algo fundamental. Mientras el maniquí ocupaba el papel de Jim, el cochero usurpaba el de Patrick.

Una gélida oleada de recelo me embargó al recordar el momento en el que había tocado la cara de Groen. Cerré los ojos y traté de evocar sus rasgos. Mandíbula fuerte, pómulos marcados, labios carnosos, y la nariz… sí, ligeramente aguileña.

Dejé escapar un contenido grito de negación al tomar conciencia de que el rostro que había acariciado a oscuras no era el del amo, sino el del cochero. Y que no había sido Patrick, sino Jim, quien me había hecho suspirar de placer con sus hábiles caricias.

El jinete encapuchado que me había conducido a la cabaña de la playa también había sido Jim. Ahora entendía su recelo a detenerse en la casa del acantilado. De nuevo, la silueta que había visto a través de los visillos era la de aquel estúpido muñeco. Aquel día había estado a punto de descubrir su farsa… Y, sin embargo, había acabado entregándome a él, completamente rendida a la pasión.

Me pregunté en qué momento cochero y amo habían empezado a fundirse. Tenía claro que mi primer encuentro en el ala oeste, el día del diván, había sido con el auténtico Patrick. Ningún empleado podría haberse colado en sus aposentos y ocuparlos con aquella confianza. También era el amo quien había hablado conmigo en el Starbath, la noche del baño de estrellas.

Los dos tenían un físico parecido, de complexión fuerte y fibrada. Con la máscara y las sombras de la noche, a Jim le había resultado fácil engañarme. Incluso imitaba su acento londinense a la perfección.

Me pregunté si Patrick estaba al corriente de todo eso y si había aprobado, o incluso participado, en aquel engaño. Algo me decía que sí. ¿De qué otra manera podría haberse colado Jim en su habitación la noche de los naipes? Además, ¿acaso no trabajaba para él? ¿No era su hombre de confianza? Teniendo en cuenta que le había sustituido en su propia cama, la idea resultaba repugnante.

¿Qué clase de juego cruel era aquél?

Sentada en el suelo, me abracé las rodillas y me abandoné al llanto. Sentía un fuerte dolor en el pecho y no encontraba alivio para la humillación que me embargaba. Se habían burlado de mí. ¡Me habían engañado! Me sentía desgarrada por la traición de ambos, pero, sobre todo, me sentía estúpida por haber confiado en ellos.

La mirada vacía de aquel muñeco, suplantando al cochero, me animó a buscar al original. Sabía dónde encontrarlo y a quién estaría sustituyendo…

Antes de dirigirme al ala oeste, me asomé a la ventana de mi habitación. Había luz en el cuarto de Groen y una figura se movía inquieta de un lado a otro. Tras armarme de valor, guardé el colgante de Asprey en mi bolsillo y me dirigí hacia allí con paso decidido.

Esta vez no me molesté en llamar a la puerta.

—Pasa, te estaba esperando… —Su voz sonó dulce y calmada.

Una versión muy distinta de Jim me recibió al otro lado. Estaba sentado en el borde de la cama. Llevaba unos modernos pantalones grises de talle bajo y una camisa negra arremangada a la altura de los codos. No llevaba la gafas y tenía el pelo recogido en una tensa coleta. Aquel peinado explicaba que en su sombra pareciera que lo tenía corto. Pero había otra cosa distinta en él…

—¿Qué ha pasado con tu acento?

No me hizo falta que respondiera para entender que no era escocés. Una mentira más que añadir a su lista.

Aunque me había propuesto ser fuerte y no llorar delante de él, las lágrimas empezaron a pedir paso en mis párpados.

—Sé quién eres. Y lo que has estado haciendo conmigo —solté a bocajarro—. Dime una cosa, ¿él está escuchando? ¿Nos vio también la otra noche cuando te metiste en su cama?

—No sé a qué te refieres…

—¡Deja de fingir! —protesté indignada y le lancé el collar a la cama—. Sé que trabajas para Patrick y que compraste esto en su nombre.

—Eso no es del todo exacto.

—No sigas mintiéndome… —sollocé—. He visto el cheque y la factura de Asprey en tu casa.

—Contaba con eso, Luisa. Ya te dije que eras una gata muy curiosa…

Recordé la conversación que había tenido con Groen al accionar por error el botón que conectaba la sala de baños con su móvil.

—En realidad no fuiste tú quien dijo eso, sino… Patrick.

Antes incluso de pronunciar su nombre, por fin tomé conciencia de algo más terrible aún de lo que había imaginado.

Patrick y Jim eran la misma persona.

No era el cochero quien había usurpado el puesto del amo, sino el amo quien se había hecho pasar por el cochero.

—Siempre has sido tú. —Pronuncié las palabras despacio y casi en un susurro, sorprendiéndome yo misma de aquella verdad que había tardado tanto en emerger a la superficie.

Asintió bajando la cabeza.

Hice un repaso mental de los momentos que había compartido con uno y otro. Desde el primer día, cuando había venido a recogerme al muelle y me había predispuesto en contra del amo, hasta la noche de los naipes, cuando se había quitado la máscara… Recordé el primer encuentro en el ala oeste, las charlas en el Books & Cups, el primer beso en mi habitación, la noche en la cabaña…

Siempre había sido él.

El maniquí le había servido para suplantar a uno y a otro dependiendo del papel que ocupara él. De pronto entendí que la figura que había visto tras el telescopio en su ventana, cuando estaba con Jim en mi habitación, también había sido aquel muñeco.

—¿Por qué? —logré preguntar con lágrimas en los ojos—. Dime una cosa, ¿te lo has pasado bien? ¿Ha sido divertido para ti?

—Al principio sí. —Sonrió con amargura—. Esta isla es muy aburrida y estaba empezando a cansarme de no avanzar en mi búsqueda. Llegaste tú y… fuiste un excitante soplo de aire fresco. Parecías tan ingenua, tan confiada que, pese a ser un mal actor, fue fácil engañarte. Tú me inspiras, Lou. Me devolviste la ilusión por escribir, por fantasear y crear historias, por volver a dirigir… De pronto, abriste esa puerta fantástica a la que hacía tanto tiempo que no me asomaba. Y te convertiste en mi musa… Pero luego las cosas se complicaron y…

—Metí el hocico donde no debía y empecé a ser un obstáculo en tu investigación. Por eso querías que me fuera de la isla. —De pronto entendí para quién era el cheque al portador que había descubierto en la casa del acantilado—. Dieciocho mil libras… Es el dinero que pensabas pagarme por quitarme de en medio, ¿verdad?

—Yo no quería que te fueras… —Se frotó la frente, confundido—. No sabes lo mucho que me alegró que rechazaras mi oferta. Deseaba confiar en ti, explicarte la verdad… Pero todo se complicó cuando te enamoraste del fantasma odioso y no del chico bueno. No estaba previsto que sucediera así, Lou.

—Supongo que me salí del guión, ¿verdad? ¡Has jugado conmigo todo el tiempo! —Tomé aire tratando de recuperar la calma.

Estaba rota por dentro. Pero aun así quería llegar al fondo del asunto y acabar de atar todos aquellos escurridizos cabos sueltos…

—Has dicho que no avanzabas en tu búsqueda —continué, más serena—. Te refieres a tu hermano, ¿verdad?

Asintió sorprendido antes de explicarme:

—Mi padre me lo contó en su lecho de muerte. Le dio tiempo a explicarme que vivía en la isla y que era algo menor que yo, pero no quién era la madre.

—Supongo que te pidió que lo buscaras para hacer justicia.

—En realidad no. Quería que me deshiciera de él. Temía que reclamara parte de la herencia y disolviera el imperio Groen. —Me sorprendió la naturalidad con la que me explicaba aquella atrocidad—. Ya te dije que mi padre era un monstruo.

Ahora entendía por qué había llevado aquella búsqueda en el más absoluto secreto.

—Olvidaste decirme que el hijo ha seguido sus pasos…

—No creerás que yo… —Me miró con dureza—. Busco a mi hermano para darle el lugar que le corresponde, no para causarle ningún mal. Si vive en esta isla y ama Sark, tal vez sea la persona idónea para hacerse cargo del hotel. Mi abuelo le hizo jurar a mi padre que este lugar siempre lo dirigiría un Groen… Y mi padre me hizo repetir el mismo juramento al cumplir la mayoría de edad. Yo odiaba a mi padre y odio Silence Hill. Pero desde que sé que tengo un hermano, no he dejado de buscarle. Por suerte, en la isla, excepto la señora Roberts y Margot nadie sabe la cara que tengo, así que…

—Fingiste ser el cochero para indagar entre los isleños sin levantar sospechas. Pero ¿por qué no hiciste un llamamiento público? Si aquella mujer se lo confesó a tu padre, hubiera venido a ti…

—Quería conocerle primero, llegar a él de una forma anónima. Además, temía provocar el efecto contrario y que huyera de Sark. A saber qué atrocidades le dijo mi padre cuando vino a contarle que había dado a luz a un bastardo suyo. Todavía no entiendo cómo osó colarse en su habitación para darle aquel disgusto. Fue muy valiente por su parte…

—Pero tu padre ha muerto. Ya no hay razón para temerle.

—A él no. —Enarcó una ceja—. Pero sí a mí. Tú misma has tenido ocasión de escuchar las cosas que dicen de mí por la isla. Nadie me conoce en Sark. Me crié en Londres… Y mi padre se encargó de alimentar la leyenda de que yo era incluso peor que él. Sólo si me infiltraba como uno más en la isla, podría llegar a mi hermano y entender qué clase de persona era. Quería conocerle y comprobar si estaba preparado para asumir el mando de Silence Hill.

Aquellas explicaciones cuadraban perfectamente en el gran puzle que se había formado en mi cabeza. Sin embargo, había algo que seguía sin entender… Tanto Jim como Patrick me habían explicado cosas terribles del otro, y ya no sabía qué parte de verdad o mentira había en cada una de sus acusaciones.

—¿Por qué querías que odiara a Patrick? —Sacudí la cabeza al darme cuenta de que estaba hablando con él y no con Jim.

El cochero sólo era un personaje inventado por su maquiavélica y retorcida mente.

—No esperaba que empatizaras con su dolor, con mi pasado… Excepto mi rostro deforme, todo lo demás es cierto. Mi padre me educó para ser un depravado. Era engreído y mezquino, e hice cosas de las que no me siento muy orgulloso. En Londres viví una etapa muy nociva, estuve con muchas chicas y tuve malas experiencias. Tenía la impresión de que la fortuna familiar era el único reclamo para ellas. Y cuando no era así, el viejo se encargaba de espantarlas con amenazas y juegos sucios. La candidata perfecta para él debía tener cierta posición.

—Sin embargo, él se casó con una doncella…

—A veces pienso que murió de pena al descubrir la clase de hombre que tenía al lado. Supongo que ella se creyó la ilusión de que podía transformarlo. —Suspiró con pesar—. Mi padre podía ser muy encantador. Toda la habilidad que empleaba para seducir a sus presas, la utilizaba después para martirizarlas. Mi madre no fue una excepción… Pero él era ya muy viejo cuando la dejó embarazada, no había logrado tener descendencia y se moría por un heredero, así que le propuso matrimonio.

Me pregunté si, de seguir viva, su madre hubiera acabado como la señora Roberts. El ama de llaves también había amado en silencio al viejo Groen y se había convertido en una anciana amargada y huraña.

—Entiendo que quisieras huir de todo lo que te recordaba a tu padre, e incluso que te metieras en la piel de un simple cochero para encontrar a tu hermano, pero sigo sin comprender por qué jugaste conmigo, me hiciste el amor y llevaste tu engaño tan lejos.

—Deseaba enamorarme siendo una persona sencilla. Y sentir que yo también podía inspirar ese amor.

No pude evitar acordarme de la librera…

—¿Y Elisabeth?

—Es una buena chica, pero nunca hubo esa chispa que saltó entre nosotros desde el primer instante en que nos conocimos. Cuando te llevé a Silence Hill, en ese primer trayecto, me estremecía cada vez que nuestras rodillas se rozaban. Luego nos besamos en tu habitación y… todo parecía ir sobre ruedas.

—Hasta que me salí del guión… y me entregué a la persona equivocada en aquella cabaña.

—Me confundiste mucho, Lou. No sabía qué pensar. Pero luego comprendí que si eras capaz de amar mis sombras, aun imaginando que era un monstruo, significaba que tu amor era auténtico y que habías logrado atravesar la máscara y tocar mi corazón.

El mío latía confundido. Incapaz de razonar, me abandoné a las emociones que me embargaban en aquel instante: rabia y odio.

—¡Me enamoré de una mentira! —exclamé—, de un personaje que no existe… Me has estado mintiendo todo el tiempo.

Patrick me estiró del brazo para estrecharme entre sus brazos, pero yo le esquivé.

Por un momento me sentí como Zobeida, atrapada en las redes de una historia inventada. Sonreí apesadumbrada al recordar que el protagonista de Calvino, lejos de acorralar a la chica entre los muros que construye, sólo consigue distanciarla.

—Te quiero —me dijo casi en un susurro—. Nunca te he mentido en eso.

—Jamás me lo habías dicho hasta ahora.

—Supongo que me reservaba para este momento. Quería decírtelo sin máscara ni disfraz. —Se acercó a mí y me alzó el mentón obligándome a mirarle—. Te quiero, créeme.

Mi alma tembló al escuchar aquellas dos palabras. Sin embargo, el dolor y la humillación del engaño escocían demasiado para rendirme a ellas.

—Pues yo te odio, Patrick Groen. Tu juego ha sido cruel, humillante e innecesario. —No pude hacer nada por contener las lágrimas—. Después de tantas mentiras, me resulta imposible perdonarte. Y dudo que pueda hacerlo algún día.

Me limpié las mejillas con el dorso de la mano y bajé la mirada al suelo.

—No te creo —replicó con dulzura—. Me prometiste no odiarme cuando vieras mi rostro, así que no soy el único que dice mentiras.

Patrick rodeó mi cintura con su fuerte brazo y me estrechó contra su pecho. Traté de mostrarle mi desprecio manteniéndome pasiva. Sin embargo, tan pronto como sus labios rozaron los míos aflojé toda resistencia. La atracción dulce y confiada que había sentido por Jim se fundió en aquel instante con el deseo arrebatador que me producía Patrick. Sus labios se fundieron con los míos en un beso capaz de detener el mundo y decir, sin palabras, aquello que me resistía a creer.

Me percaté de que había alzado las manos para rodearle el cuello con fuerza y que le estaba devolviendo el beso con una pasión y un deseo imposibles de frenar.

No hicieron falta más palabras para entender que ninguno de los dos mentía y que los sentimientos que nos unían no formaban parte de ninguna farsa.

Aun así, la rabia por todo lo que me había hecho pasar, me arrancó una bofetada.

Patrick abrió la boca para protestar, pero un ruido de pisadas en el pasillo y la llamada a la puerta se lo impidió.

Su reacción tranquila me hizo sospechar que sabía quién era. Sólo a dos personas podía abrirles con la cara descubierta.

—Señor Groen… —El ama de llaves me miró con más curiosidad que sorpresa—. No le molestaría si no fuera algo urgente.

—¿Qué ha pasado?

—Margot ha sufrido un infarto.