Desconsolada, subí a mi habitación y me tumbé en la cama hecha un mar de lágrimas. Aunque la bofetada de Margot no era el golpe más duro y doloroso que había recibido aquel día, había colmado el vaso de la desesperación.
Me abandoné a la tristeza y hundí la cara en la almohada hasta que noté un bultito bajo ella. Al deslizar la mano, mis dedos toparon con un sobre y una cajita. La hice girar entre mis dedos, sujetándola por el lazo, antes de decidirme a abrirla.
Contenía una cadenita engarzada con flores amarillas, talladas en piedras brillantes. Reconocí en ellas la flor de la retama, característica de la isla y del emblema de Silence Hill. En el envoltorio aparecía el logotipo de la boutique más exquisita de Londres: Asprey. Mi madre solía mencionarla cuando yo era una niña y jugábamos a que íbamos de compras a Mayfair, el barrio más exclusivo de la capital británica.
La acaricié entre mis dedos sin saber muy bien qué hacer con ella. Y, sobre todo, qué sentido darle a aquel costoso obsequio.
Entendí que era un regalo de cumpleaños… Y que sólo una persona podía haberlo dejado aquella mañana en mi habitación.
Con el corazón en un puño, abrí el sobre lacrado y leí la carta que lo acompañaba:
Querida Luisa:
Acepta este regalo y mis disculpas por haberte dejado sola esta mañana. Dormías tan plácidamente, tan hermosa y apetecible, que ha sido un suplicio alejarme de tu lado. Aun así, temía romper la magia y, sobre todo, que el amor compartido durante la noche se transformara en odio al amanecer.
Me acusaste de ser como mi padre y no te culpo. Te aseguro que esa parte oscura de mi alma es mil veces más horrible que mi rostro. Y no hay día que no me desprecie por ser quien soy, ni sueñe con dejarlo todo atrás… Huir lejos de esta isla.
Si todavía estás dispuesta a permanecer en Silence Hill y no te arrepientes de lo ocurrido esta noche, te espero dentro de siete lunas, en el ala oeste…
Déjame mostrarte que, tras la máscara, late el corazón de un hombre que es capaz de amar.
Tuyo,
P. G.
Cuando bajé a la cocina para empezar mis tareas matutinas, la señora Roberts me esperaba con actitud amenazante y una escoba en la mano. Entendí al momento que Margot me había delatado, pero no me importó. Nada de lo que esa bruja pudiera hacerme destruiría la dicha que sentía tras leer la nota de Patrick.
Me impresionó verla junto a la ventana, con el semblante contraído en una mueca de odio. A sus espaldas, el cielo empezaba a teñirse de negro en el horizonte.
—Me han informado de que no has pasado la noche en Silence Hill… ¿Es eso cierto, muchacha?
—No, no lo es —mentí.
—Lo suponía. —Sonrió con falsa indulgencia—. No eres tan estúpida como para eso… Ni para pensar que el amo haría una excepción contigo, ¿verdad?
Temblé al oír esas palabras de sus labios. Tuve la impresión de que no se refería a pasar por alto ninguna falta.
—¿Verdad que no?
Negué con la cabeza y bajé la mirada, afligida.
—Sería tu segunda infracción grave en menos de un mes —continuó—. Y en tal caso me vería obligada a… Bueno, no importa, has dicho que no es cierto y yo te creo.
—Gracias —murmuré.
Me dio un instante la espalda para asomarse a la ventana. Gotas de lluvia empezaban a chocar contra el cristal de forma insistente.
—¡Qué desastre! Todo el jardín cubierto de hojas secas… Habría que barrerlas ahora mismo. —Extendió el brazo y me pasó la escoba—. Hoy es el día libre de Ingrid, así que tendrás que hacerlo tú sola. Tienes dos horas antes de volver al resto de tus quehaceres.
—Pero si está lloviendo…
—Precisamente por eso. Mojadas se pegan al suelo y es muy difícil barrerlas luego. —Sonrió con sarcasmo—. Yo de ti me daría prisa, se acerca una buena tormenta.
Siguió mis pasos hasta el cuarto de limpieza para cerciorarse de que cumplía su encargo sin demora. Ante su atenta mirada, me abastecí de un cubo, varias bolsas y un rastrillo… Sin embargo, cuando me disponía a colocarme el chubasquero y las botas de agua, negó con la cabeza contrariada.
—Ésa no es la imagen que queremos dar a nuestros clientes… En Silence Hill son las doncellas quienes barren, no los espantajos.
Un fuerte viento me recibió nada más abrir la puerta. Empecé a limpiar el camino adoquinado que serpenteaba hasta la verja. Había hojas secas de frutales —manzanos y perales— y de otros árboles que no supe identificar y que el aire desvestía a medida que barría.
Una gélida cortina de agua caía sobre mi cabeza y empapó mi ropa en cuestión de segundos. La falda se había convertido en un peso muerto que dificultaba mis movimientos.
De pronto, distinguí a lo lejos dos figuras recogiendo las hojas esparcidas por el césped con palos de pincho. Enfoqué la vista y vi que se trataba de Ingrid y Gaspard. Los saludé con la mano y me dirigí hacia ellos para agradecerles la ayuda.
Para fastidio de la señora Roberts, aquél era su día libre y podían emplearlo en lo que quisieran…
Entre los tres, la tarea resultaba más asumible.
El viento y la lluvia nos atacaban desde todos los ángulos, pero una hora después habíamos acabado.
Tras ducharme y ponerme ropa seca, me refugié un rato en el cuarto de Ingrid. Tenía tiempo antes de volver a mis tareas, así que decidimos birlar una botella de licor de la despensa y entrar en calor en su habitación.
Sentada en la cama, en vaqueros y con las Converse cruzadas, ella parecía una chica distinta. Sin embargo, más allá de su indumentaria juvenil, había algo en su expresión sonriente que la alejaba mucho de la doncella estirada que yo había conocido semanas atrás.
Intuí que el amor tenía algo que ver en aquella transformación.
—Gaspard y tú habéis sido muy amables ayudándome, más aún en vuestro día libre. Apuesto a que teníais mejores planes que barrer bajo la lluvia.
—Sí, es cierto… Pero el agua helada nos ha venido muy bien para bajar el calentón. —Bebió a morro y me pasó la botella para que echara un trago.
Ambas reímos.
Sentí cómo el alcohol me quemaba la garganta y me subía a la cabeza.
A continuación, pensé en su extraña relación con los chicos y me pregunté si el francés estaría tratándola como ella merecía.
—¿Estás bien?
—Sí. Jamás lo hubiera pensado de ese engreído. Llevo años viendo cómo seduce a cualquier mujer que se le pone a tiro… Y ahora me dice que está enamorado de mí. —Puso los ojos en blanco—. Que siempre lo ha estado. ¿Te lo puedes creer?
No supe qué contestar.
—Pues yo sí, Louise —continuó—. Por una vez en la vida he decidido creer en el amor. Gaspard me trata como a una princesa… Y eso es algo que jamás me ha ocurrido con ningún otro chico.
Me alegré por ella. Después de todo lo que había sufrido entre aquellas paredes se merecía recobrar la ilusión y la confianza en el sexo opuesto. Había visto cómo el francés la miraba en varias ocasiones… Quizá fuera cierto que estaba enamorado de ella y que sólo había entretenido su espera con otras chicas para llamar su atención. ¿No era acaso lo que había hecho ella la noche de Halloween?
Pero ahora estaban juntos y algo me decía que habían encontrado en el otro la horma justa de su zapato.
—¿Qué has hecho esta vez para enfadar tanto a la señora Roberts? —me preguntó finalmente.
—He pasado la noche fuera.
A ella no podía contarle que había estado con Patrick, así que no le saqué de su error cuando dijo con una sonrisa pícara:
—Te he visto llegar esta mañana, con Jim.
—No has sido la única… Margot también me ha visto, y se ha chivado a la señora Roberts.
—Ella no ha sido —dijo antes de dar otro trago—. No le ha hecho falta. El ama de llaves estaba asomada a la ventana cuando has llegado a caballo con Jim.
Tal vez la cocinera no me había delatado, pero su bofetada todavía ardía en mi mejilla.
—¿Qué les pasa a estas mujeres, Ingrid? ¿Por qué están tan amargadas?
—Margot es sólo una vieja frígida que morirá virgen. En cuanto a la señora Roberts… —Bajó la voz hasta convertirla en un susurro—. ¿Quieres que te explique un secreto?
—¡Claro! —respondí, consciente de que el alcohol había soltado su lengua—. Cuenta.
—Estaba enamorada del viejo. Fue el gran amor de su vida, pero él nunca le correspondió. Siempre ha sido una mujer muy trabajadora, capaz de llevar las riendas del hotel con eficiencia y disciplina. El amo no quería que eso cambiara y la respetaba… La pobre se amargó viendo cómo él seducía y se acostaba con todas la doncellas del hotel menos con ella.
Aquel disparate me arrancó una carcajada.
—Te juro que es así… Y si lo piensas bien, no es tan raro. Sólo una bruja malvada podría amar a un diablo como Groen.
—¿Cómo estás tan segura?
—Escuché una conversación entre ellos cuando él ya estaba muy enfermo. Yo estaba limpiando su baño personal cuando el ama de llaves entró muy nerviosa a su habitación y le confesó que siempre le había amado.
—¿Y cómo reaccionó él?
Echó un trago largo antes de responder:
—Muriéndose.
Ambas reímos de nuevo.
—Pero antes de eso, al viejo le dio tiempo de darle un nuevo disgusto…
—¿Cuál?
—Le contó que, tras fallecer su esposa, había tenido una aventura con alguien de la isla y que, fruto de aquel romance, había nacido un bebé. Groen recibió la visita de esa mujer del pasado ya en su lecho de muerte y fue entonces cuando se lo confesó…
—¿Estás diciendo que logró colarse en su habitación sin que nadie la viera?
—Suena raro, pero así sucedió.
—Eso significa que hay otro descendiente de Groen en Sark.
—Sí… Un hijo bastardo —susurró Ingrid—. Un joven que quizá no sepa que también es heredero de Silence Hill.