Lo mejor está por llegar

Tras husmear sin éxito en el baño en busca de algún antitérmico y rastrear en la cocina algo que sirviera para hacer un caldo, me rendí a los clásicos paños de agua fría.

Aparte de telarañas y alguna que otra lata de conservas, no había nada en la despensa. La nevera ofrecía un aspecto igual de lamentable. Un bote de manteca de cacahuete, un yogur caducado y un manojo de zanahorias pochas incitaban a cerrarla de golpe.

Mientras llenaba una palangana bajo el grifo me embobé mirando tras los cristales. La lluvia caía de forma torrencial. Me alegré de haber llegado antes de que la tormenta me sorprendiera por el camino y de no tener que regresar hasta la noche. No era el plan que hubiera deseado para mi día libre pero, en cualquier caso, me alegraba de estar lejos de Silence Hill.

Cuando subí de nuevo a la habitación de Jim, lo encontré con los ojos cerrados. No tuve que tocarlo para saber que seguía ardiendo. Respiraba de forma agitada y tenía las mejillas encendidas. Estaba dormido, pero sus rasgos contraídos delataban un estado de alerta. Supuse que era debido a la fiebre.

Mojé un paño en agua fría y lo escurrí antes de ponérselo en la frente.

Jim se estremeció pero no abrió los ojos.

Luego me quedé un rato mirándole fijamente.

Sin las gafas y con el pelo revuelto resultaba una persona tan distinta, que durante un rato tuve la sensación de estar frente a un desconocido. No pude evitar pensar en Superman y Clark Kent. Siempre me había fascinado que unas simples gafas de pasta pudieran transformar al superhéroe hasta hacerlo irreconocible. Con Jim sucedía algo similar. Con la cara despejada y sin la gorra se multiplicaba su atractivo. Vencí el deseo de acariciar las pequitas de sus mejillas. Aquél era el único rasgo pueril que mostraba su rostro de pómulos marcados y fuerte mandíbula.

Le cambié el paño de la frente un par de veces más, pero la tela se calentaba rápidamente en contacto con su piel; así que decidí probar en el abdomen.

Su mano interceptó la mía cuando descendía por su camisa.

—¿Qué haces?

—Bajarte la fiebre… Los paños húmedos resultan más efectivos en el vientre.

—Gracias… —murmuró incorporándose un poco y abrochándose de nuevo los botones—. Pero no es necesario. Estoy mejor.

—Como quieras…

Me levanté algo cohibida por el tono cortante de su voz. Sin embargo, antes de alcanzar la puerta me detuvo con sus palabras:

—Disculpa, Lou. —Esbozó una lánguida sonrisa—. Tengo frío y esos paños mojados… Imaginarlos en mi barriga…

—Lo sé, no resultan nada agradables. Mi madre solía bajarme así la fiebre cuando era una niña.

—En la frente está bien. Continúa, por favor…

Palmeó el colchón y me senté de nuevo a su lado.

La proximidad de Jim y la intimidad de aquel instante me hicieron sentir extrañamente turbada. Me negué a reconocer que una parte de mí —la más irracional e impulsiva— anhelaba colarse bajo sus mantas y compartir el calor de su lecho y de su cuerpo febril.

Como un cortafuegos, Patrick cruzó mis pensamientos de forma incómoda recordándome la fantasía del Starbath.

Me había pasado toda la adolescencia soñando con un único chico, ¿qué hacía ahora fantaseando con dos a la vez? Aunque sabía que aquello no era muy correcto, algo en mi interior me animaba a dejarme llevar por la curiosidad y el deseo, sin preocuparme por nada más.

Traté de justificarme diciéndome que, en el fondo, aquella actitud no era más que una venganza inconsciente con el sexo opuesto, por el daño que me había causado Román.

Me sacudí esa idea cambiando de tema.

—Háblame de tu novela.

—¿Qué quieres saber? Ya te expliqué lo más importante…

—Sólo me contaste que va de un chico que vive en una casita cerca del acantilado y escribe una novela.

—Y sobre una chica…

—Que es exacta a mí.

—Sí.

Noté sus ojos clavados en los míos, como si quisiera, de algún modo, leer mi mente.

—¿Y qué más? —Tras un silencio insistí—: Dijiste que habías soñado la historia completa: argumento y desenlace.

—¿Me estás pidiendo que te cuente el final?

Asentí y chasqueó los labios.

—Está bien, no me expliques cómo acaba si no quieres. Pero cuéntame al menos qué más pasa. No sé… Qué hace esa chica en la isla, cómo se enamoran, de qué va la novela que escribe el protagonista…

—Conoces las dos primeras respuestas mejor que el propio autor. En cuanto a la novela dentro de la novela… Va sobre ella. De la fascinación que despierta en el escritor y de todo lo que hace por conseguir su amor.

—Hasta ahora lo único que ha hecho es llevarla al mismo lugar adonde lleva a todas sus conquistas, causarle problemas por una botella de whisky y… ah, sí, ponerse enfermo para que ella le cuide.

—Siento mucho haberte metido en líos. —Tomó mi mano y la besó con ternura—. Pero esta historia no ha hecho más que empezar… Lo mejor está por llegar.

Aquella insinuación, junto al calor de sus labios en mi palma, hizo que mis mejillas se encendieran. Me levanté de la cama algo confusa con la excusa de dejarle descansar un poco.

Él no protestó. Se dio la vuelta y, en cuestión de segundos, volvió a respirar de forma profunda y acompasada.

Decidí leer un rato mientras él dormía, pero aquel austero salón no invitaba a acomodarse.

Subí la escalera hasta el último piso buscando la habitación donde le había visto leyendo a través de los visillos.

Sólo había una puerta en el rellano del piso de arriba y estaba entreabierta. Desde el umbral, eché una rápida ojeada. Era un pequeño estudio con el techo a dos aguas y vigas de madera. Junto a la ventana, había un sillón orejero y una lámpara de pie.

Una de las paredes estaba oculta por lienzos y dibujos a carboncillo. Contemplé las láminas una a una. En algunas reconocí el estilo delicado y suave de Elisabeth. En otras, un trazo más enérgico revelaba la mano de otro artista. Supuse que eran de Jim y no pude evitar una punzadita de envidia al imaginarlos pintando juntos por la isla.

En el lado opuesto había un escritorio antiguo con un ordenador de mesa y varias pilas de papeles. Emocionada, deduje que allí era donde escribía. Al acercarme tropecé con una pila de libros. Casi todos eran ediciones antiguas, relacionados con el mundo del mar: pesca y navegación en su mayoría. Me costó imaginar a un intelectual como Jim con aquel tipo de lecturas.

Sobre el escritorio descubrí una carpeta negra de fuelle. Pensé que contendría nuevos dibujos, o incluso capítulos de su novela, y la abrí con curiosidad.

Me sorprendió encontrar varios recortes de prensa, con fechas que se remontaban hasta la segunda guerra mundial, y fichas de personas clasificadas por orden alfabético. Todas ellas incluían una fotografía, una descripción detallada de sus rasgos y personalidad, y un cuestionario de varias páginas sobre su origen, su trayectoria y sus gustos personales. En algunas había incluso documentos oficiales fotocopiados, como el pasaporte o la partida de nacimiento.

Me senté en el sillón y las ojeé con calma. Tardé un rato en darme cuenta de que todas aquellas fichas pertenecían a jóvenes de Sark con una edad similar a Jim.

Algunas de ellas estaban tachadas. Otras tenían interrogantes. Y unas pocas estaban marcadas con signos de exclamación.

Lo primero que cruzó mi mente fue que Jim era un detective implicado en algún tipo de investigación secreta… Luego pensé que quizá estudiaba algún tipo de suceso para realizar un reportaje. Al fin y al cabo, él era periodista. Pero ¿acaso no era aquélla una isla tranquila dónde no sucedía nada? El propio Jack había mencionado como único incidente, en años, aquel intento frustrado de invasión por parte de una sola persona. ¿Qué relación podían tener todos esos chicos con ése o con cualquier otro suceso delictivo? Y, sobre todo, ¿qué diablos hacía el escocés con toda aquella información?

Volví a pensar en el viejo del parche y en algo que había dicho sobre Jim: «Apenas se le ve por el pueblo. No es muy hablador que digamos…». En un lugar pequeño como Sark, donde resultaba imposible no toparse varias veces al día con las mismas personas, no relacionarse requería un esfuerzo. Estaba claro que Jim ocultaba algo.

Pensé en Elisabeth… Ella, en cambio, sí estaba integrada en la vida del pueblo. Conocía bien a sus vecinos. La había visto esa misma mañana en su local atendiendo a la gente de Sark con una confianza que se notaba forjada a fuerza de roce y de días.

¿Y si ella era su cómplice? Pero… ¿en qué?

Tal vez estaba exagerando en mis conclusiones.

Me serené pensando que Jim era escritor y que quizá toda aquella información no era más que material literario para su novela. En cualquier caso, él me había asegurado, en varias ocasiones, que su libro trataba de una chica… Una musa sobre la que giraba toda la historia.

Seguí pasando las fichas hasta que di con una foto que reconocí al instante. Era de John, el tabernero del Black Dog. Había un círculo verde alrededor de su foto y varias preguntas sin respuesta, como su fecha de nacimiento o su grupo sanguíneo.

Cerré la carpeta confusa y bajé a la habitación de Jim con la intención de preguntarle.

Dormía.

Puse la mano sobre su frente. La temperatura había descendido, pero no me atreví a despertarle. Además, bien pensado, ¿qué iba a decirle? ¿Qué había husmeado entre sus cosas y había encontrado aquella carpeta con información confidencial sobre gente de la isla?

Sólo había una manera de despejar mis dudas: regresar al Black Dog. Aunque esa misma mañana me había prometido no pisar aquel antro en mucho tiempo, la curiosidad encaminó mis pasos de nuevo hacia allí.

El cielo me concedió una tregua y pude regresar a Sark sin que la lluvia entorpeciera mi descenso colina abajo.

Antes de irme le había subido a Jim una bandeja con la comida del pub y un vaso de agua. Le había dejado también una nota explicándole que tenía que irme y que esperaba verle pronto. Tras despedirme con un beso, dudé antes de escribirle en la posdata una frase que él mismo había pronunciado: «Lo mejor está por llegar».

Tanto el Black Dog como su propio dueño presentaban a media tarde un aspecto muy distinto al de la mañana. Lleno a rebosar, en las mesas, grupos de hombres de todas las edades fumaban, bebían pintas y jugaban a los naipes.

Una nube de humo envolvía el ambiente y camuflaba con tabaco otros olores.

Tres chicos de mi edad interrumpieron su partida de dardos para mirarme con descaro. Me pareció reconocer a uno de ellos en las fotos que había visto en la carpeta de Jim.

Mientras tiraba unas pintas, John les guiñó un ojo y se acercó a mí. Llevaba puesto el delantal marrón y la misma camisa, con manchas de sudor en las axilas.

Sentada en un taburete raído, me sorprendí siguiendo el ritmo de I Will Wait, de Mumford & Sons, con el pie.

John se acodó sobre la barra y me dirigió una sonrisa.

—¿Qué te trae de nuevo por aquí, preciosa?

—Tus pintas, por supuesto —repuse de forma encantadora—. Las mejores de Sark, dicen.

—Y no mienten.

Decidida a obtener la información que buscaba, opté por una estrategia de amabilidad y seducción.

—Hoy es mi día libre, pero no sé muy bien qué hacer en esta isla. ¿Cómo se divierte aquí la gente joven?

—Si esperas a que acabe mi turno puedo explicártelo…

—En realidad estoy esperando a alguien —mentí—. Pero no sé si vendrá.

—Si es alguna amiga tuya del hotel, puede unirse a la fiesta…

Observé cómo uno de los chicos de los dardos le daba un codazo a otro.

—En realidad es un chico. Jim. ¿Lo conoces?

—¿El novelista? —Su cara se torció en una mueca de fastidio cuando asentí—. Apenas viene por aquí.

—Yo casi no lo conozco, pero trabaja como cochero en Silence Hill y prometió enseñarme la isla.

—Pues yo no iría muy lejos con él. Es un tipo muy raro… El otro día estuvo aquí. Llegó a última hora, justo cuando estaba cerrando y me pidió que le contestara a algunas preguntas.

—¿Sobre qué?

—Sobre mí. —Arrugó la frente—. Eso fue lo más extraño del asunto. Quería saberlo todo sobre mí: dónde nací, quiénes son mis padres, a qué se dedican… y otras cuestiones de lo más indiscretas.

—¿No le preguntaste para qué quería saber todo eso?

—Claro. Me dijo que estaba escribiendo una novela. Una historia ambientada en Sark donde salen muchos personajes, y que recopila información de la gente para documentarse bien sobre los isleños y hacerla más realista…

Después de aquella conversación, pagué la pinta y salí del Black Dog. Quería respirar aire fresco, pero, sobre todo, necesitaba aclarar mis ideas.

El argumento que me había explicado John no coincidía en absoluto con la versión del propio autor. Tal vez les daba cierto sentido a las fichas, pero había algo inquietante en ellas que no acababa de cuadrarme. ¿Realmente necesitaba toda aquella información confidencial para una historia de ficción? Y lo más inquietante: no había encontrado ni una sola página de la novela, ni un apunte, guión o borrador de capítulo que acompañara a aquellas fichas.

Me respondí que ningún escritor joven redacta una novela a mano y que todo aquello estaba con seguridad en el disco duro del ordenador que había visto en su estudio.

Pero aun así… Si realmente estaba escribiendo esa historia coral y costumbrista sobre Sark, ¿por qué me había dicho que su novela trataba sobre una chica idéntica a mí?