Escribir es un acto íntimo y solitario, que requiere unas vacaciones a nuestra propia isla interior. Sin embargo, para que una historia no naufrague son muchas las personas que intervienen ayudándote a no perder el norte. A todas ellas, gracias de corazón.
En primer lugar, quiero mencionar a Ismael, mi faro cuando regreso al continente, por entender la naturaleza de mi isla y permitir que me pierda en ella cada vez que escribo.
A Francesc Miralles, mi brújula. Por guiar esta novela hasta tierra firme y no perder la fe cuando el horizonte se alejaba.
A Marta Vilagut, por confiar en esta historia y en mi capacidad para mejorarla con sus sabias indicaciones.
A Gemma Xiol, por animarme a defender la esencia de mi isla en otros mares.
A Luis Tinoco, por la maravillosa portada de este libro y su siempre acertada visión de mis personajes.
A Hypatia, Rocío Carmona y Teo Gómez, primeros lectores y comentadores de lujo.
A Gabriel García de Oro, por recordarme que «todo lo que yo no escriba se quedará sin escribir».
A Elena Mateos, por su preciosa fábula… Y por enseñarme a desplegar las alas para volar sin miedo.
A Sandra Bruna y Georgina Lliró, por su entusiasmo contagioso y su esfuerzo, oteando siempre nuevos horizontes.
Infinitas gracias también a toda mi familia, sin la cual no tendría la energía ni el tiempo necesarios para escribir una sola línea; en especial a mis hermanas y a mi madre, que se pasaron todo un verano reclamándome más páginas de esta aventura.