El Departamento de Sanidad actuó con rapidez, gracias, seguramente, a la llamada personal de Celia y a su conversación con el representante del municipio. Se dio orden de retirar «temporalmente» la Hexina W, dejando en el aire la posibilidad de ser reintroducida más tarde. De todos modos, una cosa estaba clara: el soñado triunfo de la Hexina W se había ido al agua.
—Es una pena —dijo Alex Stowe en una conversación mantenida con Celia al poco tiempo—. Es un buen fármaco y un gran avance científico, independientemente del lío que por razones personales ha creado Vince. El problema es que en la sociedad actual todos sueñan con medicamentos que no hagan daño, y esto es imposible.
Celia había adquirido la costumbre de conversar regularmente con Stowe, al que había tomado mucha confianza desde el incidente de la Hexina W.
—Verás cómo volverá a aparecer la Hexina W —añadió él—. Tal vez con mayores medidas de seguridad, o después de ciertas mejoras. Pero lo de eliminar los radicales libres es algo absolutamente imprescindible. Hay muchos que trabajan en ello y verás que a cada año que pasa se escribirá y hablará más y más de ello. Y entonces tú, Celia, podrás presumir de que tu compañía ha sido la pionera.
—Gracias, Alex —dijo Celia—. En este momento, comentarios como éste son un consuelo para todos los de la compañía.
A pesar de la tristeza con que se efectuó la operación de la retirada, no hubo demoras innecesarias, en parte porque Celia no había esperado a la decisión de Sanidad para hacer imprimir las cartas de advertencia a los médicos. A las dos semanas, ya no podía encontrarse la Hexina W en el mercado. Celia había intentado que la retirada del fármaco no fuera obligada, sino sólo voluntaria, pero no había logrado convencer a los de Sanidad. Los abogados le habían aconsejado que no insistiera, sobre todo en vista de la situación de ilegalidad en que se encontraba Felding-Roth a causa de la inexcusable demora en mandar los informes.
Respecto a esta cuestión, no se dijo nada inmediatamente, pero al cabo de unas semanas fue mencionada en lo que se conocía como la «Hoja rosa», boletín farmacéutico que se publicaba semanalmente en Washington.
En él se decía.
«En cuanto al asunto de Felding-Roth y la Hexina W, el Departamento de Sanidad ha remitido al Departamento de Justicia la investigación sobre la supuesta infracción de la ley sobre informes adversos, aunque al parecer no se ha recomendado que el asunto sea traspasado a la competencia del Tribunal del Estado».
—Por las noticias confidenciales que yo tengo —les comunicó por teléfono Childers Quentin a Celia y a Bill Ingram— es que dentro del Departamento de Sanidad hay dos facciones.
A petición de Celia, Quentin había utilizado sus numerosos contactos en la capital para descubrir qué se pensaba en Sanidad sobre el asunto. El abogado llamaba regularmente desde Nueva York a Celia para tenerla al corriente de lo que sabía.
—Una facción es la del representante de la junta municipal que no es partidario de llevar las cosas demasiado lejos, porque saben que eso del Tribunal del Estado puede tener repercusiones desagradables contra los mismos de Sanidad, a los que siempre se les puede inculpar de negligencia también. Además, el representante municipal quedó bien impresionado por la llamada personal de Celia y por su honestidad. Pero hay otra facción, que está encabezada por un funcionario influyente, que también es de la junta municipal. Es un tal Gideon Mace. Éste está decidido a apretar lo más posible. Tal vez le recuerde. Declaró como testigo en el Capitolio.
—Me acuerdo muy bien —dijo Celia—. Es el que está resentido contra la compañía, y yo no sé por qué.
—¿Se puede influir de alguna manera sobre los acontecimientos presentes y futuros del Departamento de Justicia? —preguntó Bill Ingram.
—Esperando sentados —contestó Quentin—. En Washington es posible ejercer todo tipo de influencias y hacer cambiar las cosas pero no cuando conciernen al Tribunal del Estado.
De modo que no hubo más remedio que esperar, cosa que no resultó nada fácil.
Lo peor fue cuando una mañana se presentaron los oficiales de la justicia federal en las oficinas de Felding-Roth con una orden de registro. La orden venía firmada por el tribunal federal de Newark, el tribunal federal más próximo a Boonton.
La Hexina W había sido retirada a principios de octubre. A mediados de noviembre, el fiscal del estado del distrito de Nueva Jersey, actuando bajo instrucciones del Departamento de Justicia, había solicitado permiso a un magistrado federal para «registrar y apoderarse de todos los documentos que conciernen al producto farmacéutico conocido con el nombre de Hexina W».
Acción de la que la Felding-Roth no fue advertida, por lo que la orden de registro fue concedida sin que mediara ninguna defensa por su parte.
El registro fue un rudo golpe para Celia y otros de la compañía. Los funcionarios permanecieron varios días en las oficinas y se llevaron una docena de cajas de cartón llenas de documentos. Entre éstos había todas las fichas y hojas encontradas en los archivos del departamento de investigación y del despacho privado de Vincent Lord.
Lord intentó protestar ante la irrupción de los funcionarios en su cuarto, pero en vano.
Desde el día en que Celia había descubierto los informes escondidos por Lord, éste había evitado cruzarse con ella y con otros importantes ejecutivos de la compañía. Nadie dudaba de que los días de Lord en ella estaban contados, pero todos sabían que hasta que no quedara definitivamente resuelto y aclarado el asunto de la Hexina W, toda la compañía tenía que aparecer como un frente unido, en el que se incluía, necesariamente, a Lord. Lo del registro había sido una prueba de ello.
Mientras tanto, Celia hacía planes para reestructurar la organización de la investigación. Su intención era nombrar un presidente de la división, responsable general, y varios vicepresidentes que encabezarían secciones especializadas y que tendrían la obligación de informar periódicamente al presidente general. Entre las nuevas secciones pensaba crear una de ingeniería genética y ya sabía a quién probablemente iba a nombrar vicepresidente.
Durante el resto del año nada más se supo del asunto de la Hexina W. Poco antes de Navidad, Childers Quentin les informó:
—Oficialmente continúa la investigación, pero en Justicia están ocupados con otras cosas y lo de la Hexina W no es urgente.
La sensación era que cuanto más se demorara la investigación, en mejor posición quedaría la compañía.
De todos modos, Quentin les advirtió:
—Normalmente es así, pero no se fíen demasiado.
El nuevo año comenzó con una buena noticia. El rumor de que a Martin Peat-Smith iban a darle un título nobiliario se había convertido en realidad: su nombre había aparecido en la lista de honor de la reina. El Times de Londres informó que el título era el premio de su «excepcional servicio a la humanidad y a la ciencia».
La ceremonia de investidura oficial iba a celebrarse en el palacio de Buckingham, durante la primera semana de febrero. Celia, al saberlo, decidió asistir en compañía de Andrew y celebrar luego una fiesta privada para Martin e Yvonne.
Así fue como, a fines de enero, Celia y Andrew se encontraron en Londres, acompañados de Lilian Hawthorne, a quien Celia había persuadido para que fuera. Desde la muerte de Sam, su marido, Lilian se había acostumbrado a vivir sola y casi nunca viajaba Pero Celia logró convencerla, haciéndole comprender que, en cierto modo, se lo debía a la memoria de Sam, el cual, al fin y al cabo, había sido el iniciador de todo.
Celia, Andrew y Lilian estaban en el hotel de moda de los turistas de lujo, en el Fortyseven Park Street de Mayfair, donde, además de habitaciones, podían alquilarse apartamentos de lujo.
Lilian, a punto de cumplir los sesenta años, continuaba siendo muy atractiva, y durante la visita que los tres habían hecho al instituto de Harlow, la atracción de Rao Sastri hacia ella llamó la atención de todos. Rao Sastri, a pesar de la gran diferencia de edad, era veinte años más joven que Lilian, la invitó luego a un almuerzo a solas con él. A Celia la encantó saber que habían quedado en encontrarse en Londres la semana siguiente, y salir juntos de noche.
El lunes, dos días antes de la ceremonia palaciega, Celia tuvo una llamada telefónica desde Norteamérica. Era Bill Ingram, que la llamaba para informarle de lo que Childers Quentin acababa de decirle.
—Por lo visto en Washington la están armando muy gorda.
Le explicó que los protagonistas del lío eran el doctor Gideon Mace, funcionario de Sanidad, el senador Donahue y la Hexina W.
—Por lo visto Mace no quiso más demoras de Justicia y llevó todos los documentos de la Hexina W al senador Donahue. Éste los ha recibido como si de un regalo de Navidad se tratara. Dicen que al verlos soltó: «Es lo que esperaba».
—Sí, ya me lo figuro —dijo Celia.
—Entonces Donahue llamó al fiscal general y le pidió que actuara. Según Quentin, Donahue llama al fiscal veinte veces al día.
—Bueno: son muchas noticias para una sola llamada. ¿Qué más? —dijo Celia con un suspiro.
—Bastante más, por desgracia. Para empezar es seguro que el asunto de la demora en enviar los informes adversos de la Hexina W va a ser visto por el Tribunal del Estado, y algo más que ha salido últimamente. El fiscal está seguro de que conseguirá presentar una querella y que le será aceptada.
—¿Contra quién?
—Contra Vince Lord, por supuesto, pero también contra usted, Celia. Aducirán que usted ha sido responsable de la demora de Vince. Donahue se ha empeñado en ello. Según Quentin, Donahue quiere su cabeza.
Celia sabía el motivo. Recordó las palabras del abogado después de las sesiones en el Senado. «Le ha hecho quedar como un payaso… En cuanto vislumbre la más mínima posibilidad de perjudicarle a usted o a Felding-Roth, no dude de que saltará y sacará las uñas».
Luego se acordó de que Ingram había dicho otra cosa y preguntó:
—Bill, ha mencionado: «algo más que ha salido últimamente». ¿Qué es?
Esta vez fue Ingram el que suspiró:
—Es complicado: trataré de simplificarla. Verá: cuando se enviaron los documentos y los resultados de las pruebas de la Hexina W junto a la solicitud de autorización, se mandaron los resultados enviados por un tal doctor Yaminer, de Phoenix. Resulta que el estudio de Yaminer es todo falso, es un fraude casi todo.
—Bueno: lo siento, pero ocurre a veces. Cuando se descubre un fraude así, se denuncia a Sanidad y santas pascuas —repuso Celia.
—Sí —asintió Ingram—. Pero lo que no se puede hacer es incluir los datos como buenos en la solicitud que se envía a Sanidad, después de haber descubierto que eran falsos.
—Por supuesto que no.
—Es lo que hizo Vince. Firmó con sus iniciales el informe de Yaminer y lo envió con los otros.
—¿Y cómo saben que Vince se dio cuenta…?
—A eso voy. Cuando se hizo el registro de los archivos, los funcionarios de justicia se llevaron un montón de papeles del despacho de Lord, entre ellos había unas notas en que queda demostrado que Vince se había dado cuenta del fraude de Yaminer antes de enviar el informe a Sanidad. El Departamento de Justicia tiene en sus manos estas notas y el informe de Yaminer.
Celia no dijo nada. ¿Qué podía decir? ¿Hasta dónde llegaría la infamia?
—Esto es todo, salvo…
—¿Salvo qué?
—Bueno: es acerca del doctor Mace. ¿Se acuerda de que usted comentó que no comprendía por qué era tan hostil a la compañía?
—Sí.
—Sospecho que Vince sabe por qué —explicó Ingram—. Me lo huelo. Está muy asustado ante la perspectiva de enfrentarse con Mace.
Celia sopesó lo que acababa de oír. Entonces se acordó de la conversación que había tenido con Lord cuando ella le acusó de haber mentido al dar testimonio en el Senado. Lord había…
Celia dijo apresuradamente:
—Quiero hablar con él. Que venga a verme.
—¿Vince?
—Sí. Dígale que es una orden. Que tome el Inglaterra y que me llame en cuanto llegue.
Se miraron a la cara. Celia y Vincent Lord.
Estaban en el salón del apartamento que los Jordán habían alquilado en Mayfair.
Lord tenía el aspecto cansado, parecía mayor de sesenta y un años. Había adelgazado y su rostro se contraía con mayor frecuencia que de costumbre.
Celia se acordó del incidente que había tenido con él hacía muchos años, cuando ella, desde su puesto de ayudante de director de ventas, consultaba a menudo a Lord y le había propuesto llamarse por los nombres pila. Y Lord había contestado desabridamente que no, que más valía que no olvidaran sus respectivos cargos.
«Bueno —se dijo Celia—: es lo que haré ahora». Con voz helada manifestó:
—No me propongo hablar sobre el lamentable episodio del doctor Yaminer. Sólo le diré, doctor Lord, que es una excelente oportunidad para que la compañía se disocie públicamente de usted, y deje que se defienda por su cuenta, y se costee los gastos de su bolsillo.
Lord contestó con una luz triunfal en la mirada:
—No puede hacerlo porque la querella también va contra usted.
—Puedo decidir organizar la defensa para mí sola, sin meterme en lo suyo.
—Puede decidir… —Lord pareció desconcertarse.
—No me comprometo a nada. Pero por si acaso la compañía decide asistirle en su defensa, exijo saberlo todo.
—¿Todo?
—Hay algo del pasado que desconozco. Algo relacionado con el doctor Mace y de lo que usted está al corriente.
—Bueno, sí, hay algo —concedió Lord—. Pero no le gustará saberlo. Se arrepentirá de haberme forzado a decírselo.
—Desembuche, en el acto.
Y se lo contó.
Se lo contó todo, remontándose a los primeros conflictos con Gideon Mace, con su carácter mezquino, sus tácticas dilatorias con el Acompasón, fármaco absolutamente seguro e imprescindible para salvar vidas… Los intentos de descubrir por dónde sorprender al incómodo doctor, la entrevista en el bar de homosexuales con Tony Redmond, técnico de Sanidad. La compra de los documentos incriminatorios contra Mace que Redmond tenía en su poder. Su precio: dos mil dólares, la complicidad de Sam al entregarle el dinero y estar de acuerdo con él en guardar los documentos, en vez de entregarlos a una agencia legal para que demandara a Mace… La decisión, compartida por Sam, dos años más tarde, de utilizar los documentos para hacer chantaje a Mace y conseguir la autorización de la Montayne, a pesar de las dudas despertadas por el informe australiano. Las dudas honestas de Mace…
Llegó el fin. Celia lo sabía todo y, como había previsto Lord, deseó no haberse enterado. Pero era necesario, para saber a qué atenerse como presidenta de Felding-Roth.
Y entonces comprendió la desesperación de Sam, su suicidio… El extraño papel de Mace durante las sesiones en el Senado y su hostilidad contra Felding-Roth y sus productos.
Celia se dijo: «Yo de Mace también odiaría Felding-Roth».
Y una vez conocida la triste y lamentable historia, ¿qué debía hacer? Su conciencia le decía que sólo podía hacer una cosa: informar a las autoridades. Hacer una exposición pública de la situación. Decir la verdad. Despejar el campo para que todos los implicados cargaran con las responsabilidades que les correspondían.
Y, sin embargo, ¿qué resolvería? Lord y Mace saldrían malparados: cosa que le importaba un comino. Lo que sí le importaba era que la compañía sería arrastrada con ellos, deshonrada para siempre, y no sólo la compañía, sino todo el personal: empleados, ejecutivos, accionistas, los otros científicos, Sólo ella se salvaría del lodo.
Y después de tanto tiempo, no conseguiría cambiar nada revelando la verdad.
Decidió no obedecer el mandato de la conciencia. No revelar la verdad al público. Callarse como los demás, ser cómplice de su corrupción ¡Qué remedio!
Lord lo sabía. Sus finos labios esbozaban una sonrisa.
Celia le despreció. Le odió como jamás había odiado en su vida.
Se había corrompido a sí mismo, había corrompido a Mace, a Sam, y ahora a ella.
Celia se levantó. Con voz emotiva, casi incoherente, gritó:
—¡Salga de aquí! ¡Váyase!
Lord desapareció.
Andrew regresó una hora más tarde de visitar un hospital.
Celia le dijo:
—Una cosa grave ha pasado y tengo que regresar inmediatamente después de la fiesta. Tomaré el avión pasado mañana. Puedes quedarte unos días más si quieres…
—Volveremos juntos —repuso Andrew. Y añadió—: Haré las reservas. Veo que tienes preocupaciones.
Al poco rato le informó que el Concorde del jueves iba lleno, pero había encontrado dos plazas de primera clase en un 747 de la British Airways. Llegarían a Nueva York, y luego a Morristown, el jueves por la tarde.