CAPÍTULO XVI

—Estoy totalmente de acuerdo contigo en cuanto a lo del efecto como estimulante sexual —intervino—. Si se llegara a considerar el Péptido 7 como un afrodisíaco, el producto no sería tomado en serio.

—Me figuro que no será difícil mantenerlo en secreto —indicó Martin.

—Yo no estoy muy segura —repuso Celia— pero hemos de intentarlo.

Era el segundo día de su visita al instituto de Harlow, y se entrevistaba a solas con Martin en su despacho. Antes él le había dicho:

—Estoy en situación de poder informar que tengo en mi poder un medicamento no nocivo para retardar el envejecimiento del cerebro y preservar la lucidez. Al parecer no hay indicios de contraindicaciones.

A Celia le pareció muy lejana aquella vez que, por órdenes de Sam, había ido a Harlow con la intención de cerrar el instituto si era necesario, y todavía más lejana aquella primera entrevista de Sam, ella y el joven investigador en Cambridge.

—No cabe duda que has conseguido algo muy importante —reconoció ella.

Hablaban tranquila y cordialmente. De recordar, uno de los dos, las horas de intimidad que habían pasado aquella noche en la cama, no se notaba. No cabía duda que ambos lo consideraban como un momento sin gran trascendencia en sus vidas.

Mientras Celia se entrevistaba a solas con Martin, media docena de ejecutivos de Felding-Roth, que habían viajado con ella, discutían con especialistas del instituto sobre el Péptido 7. Se discutía la manufacturación, el control de calidad, la cuestión de las materias primas y de su obtención, los costos, envase, todo tipo cíe detalles que iban a formar parte del plan básico para regular la introducción y comercialización del producto. Rao Sastri, Nigel Bentley y otros empleados del instituto se encargaban de responder a las preguntas de los de Felding-Roth.

Aunque todavía faltaba un año o más de pruebas clínicas con la droga, antes de poder solicitar los permisos de los diversos gobiernos, había llegado el momento de tomar importantes decisiones acerca del futuro. Una de las más importantes era la suma de la inversión que Felding-Roth debía destinar a su manufacturación, de lo que dependía que el producto fuera un exitazo a escala mundial o sólo un juego en que se iba a perder el dinero.

Era importante, además, decidir la forma en que iba a ser distribuido. Martin dijo a Celia:

—Estamos trabajando en ello. Nosotros recomendamos que se haga en forma de pulverizador nasal; es un sistema moderno y muy cómodo. En el futuro muchos medicamentos serán tomados de esta forma.

—Sí, ya lo sé. Se habla de hacerlo con la insulina. En fin, gracias a Dios que no pensáis administrarlo como inyección.

Ambos sabían que era un hecho indiscutible que los medicamentos vendidos en forma de inyección se vendían mucho menos que los otros.

—Para usarlo como pulverizador nasal —continuó Martín— el Péptido 7 se disolverá en una solución salina inerte mezclada con detergente. El detergente es para asegurar la absorción.

Le explicó que ya habían hecho pruebas con varios detergentes. El mejor, entre los no tóxicos, y que no producía irritación de las membranas de la nariz, había resultado ser uno de los nuevos productos que Felding-Roth había sacado a la venta en Norteamérica.

Celia se puso muy contenta.

—¿De modo que podremos hacerlo todo en casa?

—Sí, como te gusta a ti. La dosis normal —prosiguió él— sería de dos tomas diarias.

Dos médicos, contratados recientemente por el instituto, se encargarían de coordinar las pruebas clínicas en Gran Bretaña. Éstas iban a comenzar en seguida.

—Comenzaremos por las edades que abarcan de los cuarenta a los sesenta. Aunque eso se puede modificar si es necesario. Haremos también pruebas con gente en los primeros estadios del mal de Alzeimer. No hay posibilidad de que revierta la enfermedad, pero es posible que la frene.

Celia le informó sobre los planes de las pruebas en Norteamérica.

—Queremos empezar cuanto antes. Dados los preparativos y el permiso que se requiere de Sanidad, iremos un poco a la zaga de vosotros.

Continuaron haciendo planes, llenos de esperanza y optimismo.

De una de las consultas celebradas en Harlow se sacó el resultado de decidir que el envase consistiría en un pequeño frasco de plástico con tapón. La dosis salaría automáticamente al apretar con el dedo una minúscula bomba.

Era un sistema de envase que ofrecía atractivas posibilidades.

Lo más probable era que Felding-Roth no manufacturara los frascos, que lo encargara a un especialista. Pero esto último sería definitivamente decidido en Nueva Jersey.

Durante la estancia de Celia en Harlow, Martin organizó una cena con ella y con Yvonne. Celia apreció su sensibilidad al no invitarlas al restaurante del hotel Churchgate, sino a otro que se había inaugurado recientemente, The Saxon Inn.

Al principio, las dos mujeres se examinaron con curiosidad pero al poco rato, y a pesar de la diferencia de edad, hablaron entre sí como amigas de toda la vida. Gracias, tal vez, a la intimidad que las dos disfrutaban con Martin.

Celia admiró la decisión de Yvonne de estudiar para veterinaria. Cuando Yvonne comentó que, si ingresaba en la escuela, sería la más vieja de los estudiantes, Celia bromeó:

—Mejor. Así rendirás más. —Dirigiéndose a Martin dijo—: En Felding-Roth hay un capital destinado a ayudar económicamente a los empleados que desean perfeccionar sus estudios. Estoy segura de que podríamos financiar los gastos de Yvonne durante sus años en la escuela.

—Yvonne —explicó Martin, enarcando las cejas—, parece que te van a pagar la vida.

Yvonne expresó su gratitud y Celia contestó:

—Por lo que me han dicho, tu contribución a los avances del Péptido 7 ha sido decisiva.

Más tarde, al abandonar por un momento Yvonne la mesa, Celia reconoció:

—Es una chica especial, encantadora. Perdona la indiscreción, Martin, pero dime: ¿os vais a casar?

La pregunta le desconcertó.

—No creo. Estoy seguro de que no se nos ha ocurrido.

—A Yvonne sí.

Él no estuvo de acuerdo.

—¿Por qué? Tiene toda una carrera por delante. Tendrá que desplazarse a otros sitios donde conocerá a otros hombres, de su edad. Yo tengo doce años más que ella.

—Doce años no son nada.

Martin insistió con obstinación:

—Hoy día cuenta mucho. Significa toda una diferencia generacional. Además, Yvonne y yo necesitamos estar libres. De momento, el arreglo que tenemos está conforme a la situación en que trabajamos, pero las cosas cambiarán.

—¡Los hombres! —prorrumpió Celia—. Los hay que sacan el máximo partido de sus «arreglos». Pero a veces estáis ciegos.

La discusión terminó al llegar Yvonne. No volvieron a hablar del tema antes de que Celia y su grupo regresaran, unos días más tarde, a Nueva Jersey.

El día en que Celia se marchó, murió la madre de Martin. Abandonó la vida silenciosamente, sin advertírselo a nadie ni crear molestias. Según palabras de un médico del asilo:

—Se ha ido como un barquichuelo arrastrado por la marea de la noche, en un mar en calma.

«Sí —pensó Martin, con tristeza y alivio a la vez—, la calma había durado demasiado». El gusto por la vida proviene de la agitación y la inquietud mental, no de la calma. El mal de Alzheimer había privado a su madre del gusto de vivir, y la idea reavivó sus esperanzas en torno del Péptido 7.

Al entierro sólo asistieron Martin, su padre e Yvonne. Después, el señor Peat-Smith, el viejo, reanudó su trabajo de esculpir el mármol que hacía poco había llegado a sus manos, para la lápida de la tumba. Martin e Yvonne volvieron a Harlow en silencio amistoso.

Durante los meses siguientes fueron tomadas importantes decisiones en Felding-Roth, jalonadas por varias travesías del Atlántico.

El ingrediente principal del Péptido 7 iba a ser manufacturado en la República de Irlanda en una planta nueva emplazada en un sitio recién adquirido por la empresa y para la que los arquitectos ya estaban trazando los planos. La sustancia tendría el aspecto de un polvo blanco y cristalino. La nueva planta sería la primera dedicada a la biología molecular, de Felding-Roth. En ella se dejaría el espacio suficiente para manufacturar la base química de la Hexina W.

La producción final, el líquido acabado y listo para ser envasado, saldría de una planta que Felding-Roth poseía ya en Puerto Rico. Los envases, manufacturados, como se había pensado por un especialista, llegarían en barco allí, lo que tenía la ventaja de ser menos costoso en términos de impuestos que si se manufacturaba en Estados Unidos.

El plan en conjunto requería una fuerte inversión de capital que Felding-Roth no estaba en situación de adelantar, por lo que era necesario solicitar créditos. De fracasar el producto y no poder devolverse el dinero, Felding-Roth se iría al agua.

En palabras de Celia a Andrew:

—La atmósfera que se respira en la prensa es una suerte de «ahora o nunca», es como si hubiéramos apostado toda la empresa.

Hubo de tomarse otras decisiones menores, pero de importancia, como por ejemplo el nombre del Péptido 7 como producto comercial.

La agencia publicitaria de Felding-Roth, todavía Quadrille-Brown de Nueva York, emprendió un costoso estudio de los nombres de marcas ya existentes y sugirieron varios nombres nuevos, muchos de los cuales fueron rechazados casi en el acto. Al cabo de varios meses de trabajo, se celebró una reunión a alto nivel en el cuartel general de Felding-Roth. Como representante de la compañía asistió Celia, Bill Ingram y media docena de ejecutivos más.

El pequeño grupo de la agencia publicitaria fue encabezado por Howard Bladen, actual presidente de Quadrille-Brown, que asistió según él «más para recordar viejos tiempos que por otra cosa». Antes de comenzar la sesión, Celia y él pasaron unos momentos evocando el recuerdo de aquella reunión de hacía años, en que decidieron aquel famoso anuncio «de la mamá feliz» que tantos beneficios iba a producir a la compañía.

En la sala de reuniones se instalaron una serie de pizarras y de caballetes para exponer los nombres, y su presentación, propuestos para el nuevo medicamento.

—De entre los posibles a que nos hemos reducido —comenzó diciendo el ejecutivo encargado de la exposición— existen los que evocan el cerebro y la facultad comprensiva del hombre.

Siguió la lista: Apercep, Compre, Percip y Braino. Se señaló que los tres primeros eran derivados de «apercepción», «comprensión» y «percibir».

El cuarto nombre fue retirado en el acto al señalar Ingram que era muy similar al de un producto de uso doméstico: Drano.

—¡Qué vergüenza! —reconoció Bladen—. No entiendo cómo se nos ha podido pasar por alto.

Luego siguieron los nombres que «sugerían algo brillante, reluciente, evocador de la inteligencia». Eran: Argent y Nitid.

Otros dos eran: Genus y Compen. El segundo sugería que el fármaco podía compensar algo que faltaba desde el nacimiento.

Se discutió durante una hora. A Bill Ingram le gustó Apercep, no le gustó Nitid y los otros le eran bastante indiferentes. Tres ejecutivos favorecieron Argent. Bladen se puso a favor de Compen. Celia no decía nada, esperaba a ver qué sugerían los otros, y reflexionando de vez en cuando en los miles de dólares que todo aquello iba a costar.

Por fin Bladen preguntó:

—¿Qué opina usted, señora Jordán? Usted es famosa por sus brillantes ideas.

—La verdad —arguyó Celia— que no sé por qué no lo llamamos Péptido 7, tal cual.

Sólo Ingram tenía la experiencia y el suficiente conocimiento de Celia para no reírse a carcajadas.

Bladen vaciló, luego con una sonrisa dijo:

—Su idea me parece excesivamente brillante.

—Bueno —indicó Celia con coquetería—: no necesito adular a sus clientes, ¿sabe? A mí no me parece brillante, pero sí muy sensato.

Después de una discusión sumamente breve, se acordó que el producto denominado Péptido 7 se vendería con el nombre de Péptido 7.

Pasó un año.

Las pruebas clínicas del Péptido 7 con mayor rapidez de lo esperado, y habían dado excelentes resultados en Gran Bretaña y en Estados Unidos. Los pacientes de más edad habían reaccionado magníficamente. No habían aparecido efectos secundarios nocivos. Por lo que se habían enviado los datos junto a la solicitud de autorización al Comité para una Medicina Segura de Londres y al Departamento de Sanidad norteamericano.

En Harlow y en Boonton se celebraron consultas en las que se concluyó que no se pediría reconocimiento o indicación oficial de los efectos de antiobesidad del Péptido 7. Lo cual significaba que se informaría de ello a los médicos cuando se vendiera el fármaco, pero no se vendería específicamente para ello.

Claro que habría médicos que lo recetarían con ese propósito. Pero en estos casos sería responsabilidad del médico, no de Felding-Roth.

En cuanto al efecto afrodisíaco, aunque en los animales había sido constante, en las pruebas con seres humanos no se le había prestado atención y fue incluido en la lista de datos lo más disimuladamente posible.

En ambos casos la idea era todavía que el Péptido 7 era un medicamento serio, para retardar el envejecimiento del cerebro. Los usos «frívolos» obrarían en detrimento del uso serio y en el buen nombre del producto.

En vista de la excelencia de los resultados clínicos y del hecho de que no se quería sacar provecho de las otras dos posibles indicaciones, no se esperaban problemas ni demoras con la autorización.

Mientras tanto, la planta de Irlanda estaba a punto de ser terminada y la de Puerto Rico casi ya estaba a punto.

En Harlow, Martin, aunque muy interesado por los resultados clínicos, había optado por dejarlos en manos de los médicos, y él se dedicaba a estudiar posibles modificaciones del Péptido 7, con el propósito de producir otros péptidos cerebrales.

Martin e Yvonne todavía vivían juntos. En enero de 1980, Yvonne había pasado con éxito los exámenes preuniversitarios y el de ingreso de la Universidad de Cambridge, porque había solicitado entrar en el colegio de Lucy Cavendish y había sido aceptada, con la condición que pasara el previo examen de ingreso. Yvonne había sido atraída por el texto del folleto de introducción del colegio, en que se autodescribía como «una sociedad de mujeres con particular interés por las que han tenido que aplazar sus estudios».

En septiembre, después de abandonar el instituto de Felding-Roth, comenzó a asistir a las clases de la escuela de veterinaria y a frecuentar el colegio de Lucy Cavendish.

Había llegado ya octubre y estaba muy acostumbrada a la rutina de ir a diario a Cambridge, lo que significaba una hora de ida en coche y otra de vuelta.

Además de los estudios, un motivo de dicha para Yvonne era el idilio entre el príncipe de Gales y Lady Di, como ya la llamaban los ingleses. Yvonne discutía el tema con Martin.

—Ya lo dije yo, que era cuestión de esperar a que apareciera la rosa inglesa.

Martin continuaba escuchando los chismes de Yvonne, que actualmente versaban principalmente sobre el mundillo de Cambridge, con igual cariño.

En enero del año siguiente, mientras Reagan subía al poder a miles de kilómetros de distancia, en Gran Bretaña se concedía la autorización para producir el Péptido 7 para la venta. Dos meses después se concedía la licencia norteamericana y al poco tiempo la canadiense.

En Gran Bretaña se iba a lanzar el producto en el mes de abril, y en Estados Unidos y en Canadá, en junio.

Pero en marzo ocurrió una cosa que estuvo a punto de hundir todo el proyecto.

Todo comenzó con una llamada telefónica del Daily Mail, conocido periódico londinense, al instituto de Harlow. El periodista que llamó pidió por el doctor Martin Peat-Smith o por el doctor Rao Sastri. Cuando fue informado que ninguno de los dos estaba en el instituto en aquel momento, dejó el siguiente encargo para Martin: «El Mail acaba de enterarse que existe una droga milagrosa que es capaz de rejuvenecer a las personas sexualmente, que las hace adelgazar y ayuda a los de mediana edad a sentirse jóvenes de nuevo. Pensamos escribir sobre ello en el número de mañana por la mañana y nos convendría tener una declaración de su compañía al respecto lo más pronto posible, hoy mismo».

Martin leyó la nota un poco antes del mediodía y reaccionó con un ataque de pánico. ¿Iba un maldito periódico sensacionalista a estropear todo el trabajo que había hecho durante tantos años?

Su primer impulso fue telefonear a Celia, cosa que hizo. La llamó a su casa. En Morristown eran las seis y media de la mañana y pilló a Celia en la ducha. Martin esperó pacientemente a que se secara y se arropara con una bata.

Al oír la voz de Celia, soltó la historia de lo sucedido, con la voz llena de angustia. Celia mostró preocupación y sentido práctico:

—Bueno: conque ya se sabe lo del estímulo sexual del Péptido 7, ¿eh? Ya me figuré que un día u otro iba a pasar.

—¿Se puede hacer algo para que no se propague?

—Evidentemente, no. Hay una base cíe verdad y no podemos negarla. Además ningún periódico se dejaría perder una noticia de este tipo.

Martin, más desamparado que nunca, preguntó:

—¿Qué hago yo ahora?

—Llama al periodista y concédele una entrevista. Contesta con la mayor honestidad posible a sus preguntas y acentúa el hecho de que el efecto sexual sólo ha sido observado entre los animales. Y que por eso no se recomienda a los hombres con este fin. Y lo mismo con lo de la pérdida de peso. Quién sabe, tal vez conseguirás que no escriban más de un párrafo y que pase inadvertido —añadió Celia.

—Lo dudo —dijo Martin lúgubremente.

—Yo también, pero inténtalo.

Tres días después, Julián Hammond se personó en el despacho de Celia con un resumen de lo que los medios de comunicación habían dicho sobre el Péptido7.

—La noticia del periódico inglés ha sido como abrir las compuertas de la presa. Estamos inundados.

El Daily Mail había encabezado el artículo así: «Increíble avance científico. ¡Muy pronto! Un medicamento milagroso que le rejuvenecerá, le hará más sexy y más esbelto».

Las líneas que seguían hacían hincapié en el efecto de estimulante sexual del Péptido 7 y mencionaba muy someramente el hecho de que sólo se hubiera observado en animales. La palabra «afrodisíaco», que tanto horror causaba a Martin y a otros de Felding-Roth, salía repetidamente. Lo peor era que el periódico se había enterado de lo experimentado por Mickey Yates y había impreso una fotografía de éste, y publicado una entrevista. Bajo la foto se leía: «¡Gracias, Péptido 7! », y se veía a un avejentado Mickey sonriendo radiante de satisfacción con su mujer al lado, sonriente.

En el artículo se mencionaba algo que los de Felding-Roth desconocían, y era que otros de los voluntarios que habían tomado la droga también habían experimentado un inhabitual estímulo sexual. A ellos también se los entrevistaba.

La vaga esperanza de Celia de que la noticia se limitara a un solo periódico se había probado totalmente falsa. Toda la prensa británica se hizo eco de ella, además de la televisión y de la radio. En Estados Unidos se experimentó un súbito interés por el Péptido 7 en la prensa y en la radio y televisión no se habló de otra cosa, durante un tiempo, que de sus efectos contra la obesidad y como estímulo sexual.

A partir de entonces, los teléfonos de Felding-Roth no pararon de sonar: periodistas ávidos de más detalles sobre el Péptido 7. A pesar de las suspicacias que despertaba tanta avidez de sensacionalismo, no pudo negarse a dar información.

Muy pocos de los que llamaron se mostraron interesados por los efectos de retardamiento del envejecimiento mental, el auténtico objetivo por el que se había producido el medicamento.

A la invasión de los medios de comunicación siguió la del público: sus preguntas fueron principalmente sobre los dos efectos secundarios, como estimulante sexual y contra la obesidad. La compañía decidió grabar una advertencia contra el uso del fármaco con estos dos propósitos. Pero las telefonistas tuvieron la impresión de que tal respuesta no resultaba bastante convincente.

Algunos de los que llamaron eran locos, no cabía duda. Otros eran obsesos sexuales o personas con propósito de soltar obscenidades. Como observó Bill Ingram:

—De pronto, el trabajo que tan meticulosamente hemos hecho se ha convertido en un número de circo.

Este aspecto de número circense preocupaba a Celia. Se preguntó si los médicos se tomarían en serio un medicamento vinculado a aspectos tan poco merecedores de respeto. Y si no se negarían a recetarlo a sus pacientes.

Lo consultó a Andrew y éste le confirmó sus temores:

—Siento tener que decírtelo, pero muchos médicos reaccionarán así. Por desgracia se está creando la impresión de que eso del Péptido 7 es una suerte de moderno bálsamo de caballo o ungüento de serpiente.

Celia exclamó de mal humor:

—¡Ojalá no te lo hubiera consultado!

Y así fue como, a menos de un mes de lo que se había proyectado como un digno lanzamiento del nuevo fármaco llamado Péptido 7, el desánimo y los malos presentimientos hicieron presa de Celia.

En Inglaterra, Martin estaba desesperado.