—El gato —dije.
—Eso es.
—Archie el gato. Tu gato birmano. Ese Archie.
—Pues claro, Bernie. ¿Cuál iba a ser sino?
—Has dicho Archie Goodwin, y lo primero que he pensado es…
—Ese es su nombre y apellido, Bern.
—Lo sé.
—No me refería a la persona, Bern, porque Archie Goodwin es un personaje de los relatos de Nero Wolfe, y sólo podrían haberlo raptado en un libro. Si hubiera ocurrido eso, no habría venido aquí corriendo a altas horas de la noche para darte la lata. ¿Quieres que te diga la verdad, Bernie? Creo que te hace falta una copa más que a mí, que ya es decir.
—Creo que tienes razón —dije—. No tardo ni un minuto.
En realidad tardé cinco. Salí al vestíbulo, pasé por delante del piso de la señora Hesch y me dirigí al de la señora Seidel. La señora Seidel estaba visitando a su familia en Shaker Heights, según la señora Hesch. Llamé al timbre para mayor seguridad y luego entré en su piso. Se había ido sin echar el cerrojo, de modo que sólo tuve que tarjetear la cerradura de resorte con una tira de plástico. Alguien tendría que hablar con la señora Seidel sobre ese asunto, pensé.
Regresé con una botella casi llena de Canadian Club. Serví dos vasos y Carolyn se bebió el suyo antes de que yo pusiera el tapón en la botella.
—Así está mejor —dijo.
Yo también bebí un trago, y cuando llegó al estómago, me acordé de que lo tenía totalmente vacío. Iba a resultarme más fácil emborracharme que conseguir que Carolyn se despejara, y no estaba seguro de si era una buena idea. Abrí el frigorífico y me preparé un sándwich de jamón polaco y queso Monterey con uno de esos panes de centeno que vienen en pequeñas barras cuadradas. Le di un buen mordisco y me puse a masticar pensativamente. Habría sido capaz de matar a alguien por una botella de Dos Equis.
—¿Qué me dices de Archie? —dije.
—No bebe.
—Carolyn…
—Perdona. No era mi intención emborracharme, Bern. —Inclinó la botella y se sirvió unos cuantos cc. de CC., por así decirlo—. Fui a casa, di de comer a los gatos y comí algo. Luego empecé a sentirme intranquila y salí a dar un paseo. Creo que estaba un tanto alterada por culpa de la luna. ¿No te habrás fijado en ella por casualidad?
—No.
—Yo tampoco, pero estoy segura de que hoy hay luna llena o casi llena. Seguía teniendo la sensación de que no me encontraba en el lugar adecuado. Iba a otro sitio y tenía la misma sensación. Fui al Paula’s, al Duquesa, al Kelly’s West y a un par de bares para heterosexuales que hay en Bleecker Street; luego volví al Paula’s y jugué un poco al billar. A continuación entré en un antro de mala muerte de la calle Diecinueve que no recuerdo cómo se llama y luego regresé al Duquesa…
—Me hago una idea.
—Iba sin rumbo fijo, y, claro, tienes que beber una copa cuando entras en un bar, y yo fui a un montón de bares.
—Y por tanto has bebido un montón de copas.
—¿Qué iba a hacer? Pero mi intención no era emborracharme, ¿sabes? Mi intención era ligar. ¿Conocerá Carolyn Kaiser el verdadero amor alguna vez? Y si esto no llega a ocurrir, ¿conocerá la verdadera lujuria?
—Esta noche no, me temo.
—Nada podía pararme. Llamé a Alison un par de veces, algo que había jurado no iba a hacer. Pero no pasa nada porque no ha respondido. Luego volví a casa. Pensaba meterme en la cama a una hora prudencial y quizá beberme un brandy antes de acostarme. Abrí la puerta y el gato no estaba. Me refiero a Archie. Ubi estaba bien.
Archie, nombre y apellido Archie Goodwin, era un birmano bien alimentado dado a maullar con frecuencia. Ubi, nombre completo Ubicuidad o Ubicuo, se me ha olvidado cuál, era más cariñoso y bastante menos tajante que su amigo birmano. Durante la primera etapa de su vida ambos fueron machos, pero a una tierna edad recibieron la clase de atención quirúrgica que le deja a uno ronroneando con voz de soprano.
—Se habrá escondido en alguna parte —sugerí.
—En absoluto. He mirado en todos sus escondites. Dentro, debajo y detrás de todo. Además he puesto en funcionamiento el abrelatas eléctrico. Eso es como una alarma de incendios para un dálmata.
—Puede que se haya ido a hurtadillas.
—¿Cómo? La ventana estaba cerrada, y yo había cerrado la puerta con llave al salir. Ni John Dickson Carr hubiera podido sacarlo de allí.
—¿La puerta estaba cerrada con llave?
—A cal y canto. Siempre cierro con dos vueltas y echo el cerrojo cuando salgo. Has conseguido que acabe creyendo en este tipo de cosas. Y no pienses que me he olvidado de la Fox: sé que las he cerrado todas porque luego he tenido que abrir todas para entrar.
—Entonces se habrá ido cuando has salido. O quizá se escabulló cuando entraste.
—Me habría dado cuenta.
—Bueno, tú misma has dicho que has bebido unas cuantas copas de más para celebrar que hay luna llena. Quizá…
—No ha sido para tanto, Bern.
—De acuerdo.
—Y además Archie nunca hace esa clase de cosas. Ninguno de los dos gatos intenta escaparse jamás. Escucha, tú puedes decir esto y yo puedo decir lo otro y lo único que conseguiremos será marear la perdiz, porqué sé a ciencia cierta que el gato ha sido robado. Me han llamado por teléfono.
—¿Cuándo?
—No lo sé. No sé a qué hora he llegado a casa y no sé cuánto tiempo me he pasado buscando al gato y con el abrelatas eléctrico en funcionamiento. Tenía brandy, y al final me serví un poco, me senté y sonó el teléfono.
—¿Y?
Se sirvió más whisky, y se detuvo con el vaso a medio camino de la boca. Entonces dijo:
—¿Bern? No habrás sido tú, ¿verdad?
—¿Cómo?
—Puedo entender que hayas querido gastarme una broma y que el asunto haya ido un poco lejos, pero si así es, dímelo ahora, ¿vale? Si me lo dices ahora no te guardaré rencor, pero si no me lo dices ya puedes ir preparándote.
—¿Crees que me he llevado al gato?
—No, no lo creo. No creo que tengas el sentido del humor de un hijo puta. Pero la gente hace cosas muy extrañas, y ¿qué otra persona puede abrir todas esas cerraduras y volver a cerrarlas al salir? Lo único que quiero que digas es: «Sí, Carolyn, he robado tu gato» o «No, so tonta, no he robado tu gato», para que podamos seguir adelante.
—No, so tonta, no he robado tu gato.
—Gracias a Dios. Aunque si lo hubieras robado, sabría que el gato está a salvo. —Miró el vaso que tenía en la mano como si lo viera por primera vez—. ¿Acabo de servirme esto?
—Pues sí.
—Bueno, seguro que sabía qué estaba haciendo —dijo, y se lo bebió—. La llamada.
—Exacto. Cuéntame.
—No sé si era un hombre o una mujer. Una de dos: o era un hombre poniendo voz aguda o una mujer poniendo voz ronca, pero no sabría decírtelo. Fuera quien fuese, tenía un acento como el de Peter Lorre, sólo que sonaba realmente falso. «Tenemoss tuu catitoo». Esa clase de acento.
—¿Eso ha dicho? ¿«Tenemoss tuu catitoo»?
—O algo parecido. Si quiero volver a verle, bla, bla, bla…
—¿Qué significan esos bla bla?
—No vas a creértelo, Bern.
—¿Te ha pedido dinero?
—Un cuarto de millón de dólares para volver a ver a mi gato.
—Un cuarto de…
—Eso es.
—Doscientos cincuenta mil.
—Dólares. Eso es.
—Por…
—Un gato. Eso es.
—Los…
—Padres que me engendraron. Eso es.
—Pero es un disparate… —exclamé—. En primer lugar, el gato no vale dinero. ¿Tiene calidad como para que lo lleven a una exposición?
—Probablemente, pero qué más da. Es estéril.
—Y tampoco es una estrella de la televisión como Morris. No es más que un gato.
—No es más que mi gato —dijo ella—. No es más que un animal al que casualmente quiero.
—¿Quieres un pañuelo?
—Lo que quiero es dejar de portarme como una estúpida. Mierda, no puedo evitarlo. Dame el pañuelo. ¿Dónde voy a conseguir un cuarto de millón de dólares, Bern?
—Podrías empezar por devolver todos los cascos a la tienda.
—Acaban acumulándose, ¿verdad?
—Como granos de agua o gotas de arena. Ese es otro disparate. ¿A quién se le ha podido ocurrir que eres capaz de reunir todo ese dinero? Tienes un piso muy acogedor, pero el veintidós de Arbor Court no es el Carlomagno. Cualquier persona lo bastante inteligente para entrar, salir y cerrar con llave… ¿Es cierto que ha cerrado al salir?
—Te lo juro por Dios.
—¿Quién tiene las llaves de tu piso?
—Sólo tú.
—¿Y Randy Messinger?
—Ella no me haría una cosa así. Además cambié la cerradura Fox cuando dejamos de ser amantes. ¿No recuerdas que la instalaste tú?
—Y tú la has cerrado al salir y la has abierto al volver.
—Sin lugar a dudas.
—No sólo has girado el cilindro. La barra se ha movido y todo lo demás.
—Bernie, créeme: estaba cerrada con llave y tuve que abrirla.
—Eso excluye a Randy.
—Ella no es capaz de hacer algo así.
—No, pero puede que alguien haya hecho copias de las llaves. ¿Tengo todavía tu juego?
Fui a mirar, y todavía las tenía. Me giré y vi mi cartera apoyada contra el sofá. Si vendía su contenido por su precio de mercado, quizá tuviera las dos quintas partes de lo que vale un gato birmano de segunda mano. Vaya por Dios, pensé.
—Tómate dos aspirinas —sugerí—. Y si quieres otra copa, tómatela con agua caliente y azúcar. Así dormirás mejor.
—¿Que dormiré mejor?
—Eso es, y cuanto antes mejor. Duerme tú en la cama, que yo lo haré en el sofá.
—No digas tonterías —dijo—. Soy yo quien va a dormir en el sofá. Aunque en realidad no quiero dormir y de todos modos no puedo quedarme aquí. Me han dicho que volverán a llamar por la mañana.
—Por eso quiero que vayas a dormir. De ese modo tendrás la cabeza despejada.
—Bernie, permíteme que te diga una cosa. No voy a tener la cabeza despejada por la mañana. La voy a tener como el balón de fútbol con el que se cabreó Pelé.
—Bueno, pues yo sí la tendré despejada —dije—, y una cabeza es mejor que ninguna. Las aspirinas están en el botiquín.
—Un lugar muy adecuado. Seguro que eres la clase de persona que tiene la leche en el frigorífico y el jabón en la jabonera.
—Voy a prepararte un ponche bien caliente.
—¿Pero no has oído lo que te acabo de decir? Tengo que estar en mi piso para cuando llamen.
—Llamarán aquí.
—¿Por qué habrían de hacerlo?
—Porque tú no tienes un cuarto de millón de dólares —dije— y nadie ha podido confundirte con David Rockefeller. Si quieren un rescate elevado por Archie es porque seguramente esperan que lo robes, y eso significa que seguramente saben que tienes un amigo que está metido en el negocio del robo, lo cual significa que llamarán aquí. Bébete esto, tómate tu aspirina y prepárate para ir a la cama.
—No he traído pijama. ¿Tienes una camiseta?
—Claro.
—No tengo sueño. Voy a dar vueltas y más vueltas, aunque supongo que da igual.
Al cabo de cinco minutos estaba roncando.