Lusitania.
Echo a correr hacia casa. Tengo que buscar la carta. Paso corriendo por la cocina, donde mi madre teje, y me encierro en la habitación. Saco mi tesoro de su escondite y lo dejo caer sobre la cama. Abro la caja con la llave que tengo guardada en la almohada y vacío su contenido sobre la cama. El libro original de Peter Pan se abre al rebotar en el colchón, pero las cartas no salen de su escondrijo. Meto la mano bajo la tela verde de la portada y tiro de las cartas cuidadosamente hacia fuera. Las saco de los sobres, las desdoblo, miro las fechas. Marzo, febrero, abril. Cojo la última, cierro los ojos, inspiro, espiro.
Hago de tripas corazón y empiezo a leer la carta. No palabra por palabra, sino que voy saltando de línea en línea hasta que doy con lo que estaba buscando.
Ahí está.
Lusitania.
«Voy a coger un barco el 1 de mayo. Creo que se llama Lusitania. Me gusta el nombre, ¿a ti no?».
No puedo respirar. Mi corazón late embravecido y el mundo da vueltas a mi alrededor. Intento inspirar profundamente, pero todo cuanto consigo es empezar a hipar frenéticamente. Me muerdo el puño en un intento desesperado por contener mi llanto, que logra traspasar todas las murallas. Algo se está rompiendo dentro de mí, algo afilado que consigue arañarme las entrañas a medida que cae. El dolor es tan intenso que me siento incapaz de soportarlo.
La puerta de la habitación se abre de repente y madre entra sin decir nada. Levanto la cabeza y me enjugo los ojos para deshacerme de las lágrimas que me entelan la vista. Por la forma de mirarme, entiendo que lo sabe. Una nueva ola de dolor me golpea. Si madre está enterada, es prácticamente seguro que Víctor iba en ese buque.
Aunque mi corazón sabe la verdad, quiero agarrarme a la esperanza. Madre se sienta a mi lado y susurra, acariciándome el cabello:
—Aún no saben nada. La señora Altarriba está intentando ponerse en contacto con su marido y con las embajadas españolas en Nueva York y en Irlanda. No se sabe nada de los pasajeros.
—Ya lo sé —digo, entre hipido e hipido. No puedo controlarme.
—Puede haber sobrevivido.
Niego con la cabeza en silencio. Esta noche estaba dormida cuando me ha sobrevenido un sobresalto. Desde entonces, no he podido volver a pegar ojo ni a sentirme en calma. Ahora entiendo que he sentido el preciso momento en que…
Ni siquiera puedo pensarlo. Es irracional, pero sé que tengo razón. Hay cosas que simplemente se saben. Se sienten.
La vida de Víctor se ha hundido en las profundidades del océano, como ahora se está hundiendo la mía.
Los días siguientes se suceden en un sinfín de imágenes confusas. La certeza de haber perdido a Víctor de la forma más cruel inimaginable nubla todos mis sentidos. La vigilia y el sueño se entremezclan: la sonrisa de Víctor, su aroma, sus besos… Todo ha desaparecido para siempre, pero mi mente sigue reproduciéndolo para mí una y otra vez. La crueldad de mi inconsciente es infinita.
La noticia de la confirmación de su muerte llega una semana después de la catástrofe. Nadie tenía esperanzas de encontrarlo con vida, no a estas alturas. Por lo que escucho escondida tras la puerta de la cocina, la señora Altarriba está destrozada. Su marido ha cogido un barco y ya está rumbo a Barcelona, lo que no hace más que agravar la ansiedad de la mujer. Deseo preguntar por Clara y Gabriel, pero ni siquiera lo intento. Mi familia ha hecho un pacto de silencio. Creen que no hablar de Víctor hará que lo olvide más pronto. Incluso Cisco se ha sumado a ese silencio colectivo.
No entienden que jamás voy a olvidarlo, por muchos días, meses o años que pasen. No olvidaré la forma en que me miró después de que Carme chocara con él en el portal, o la vez que me ofreció la primera sonrisa. Me cuesta asimilar que jamás volveré a sentir sus labios acariciando mi piel, ni a escuchar su voz regalándome las palabras más dulces que he oído nunca. Sé que aunque no quiera voy a cumplir la promesa que le hice la última vez que nos vimos: lo querré mientras la luna siga colgada ahí arriba.
Él tenía razón, y ahora lo veo más claro que nunca. El tiempo no tiene suficientes días para separarnos.
Sé que algún día volveremos a estar juntos. En el cielo, en el infierno, en la tierra o en las profundidades del océano. El lugar es lo de menos.