21

Tras aquel último sueño, se había despertado de repente, como si un resorte invisible hubiera empujado su inconsciencia hacia la realidad. Había vuelto a dormirse, pero los minutos y las horas habían transcurrido en la más absoluta negrura. Aquella noche no había soñado nada, ni tampoco la siguiente. No era la primera vez que le pasaba, pero, en aquella ocasión, la incertidumbre de no saber si al irse a dormir vería o no a Víctor era más fuerte que su lógica. Por eso, cuando aquel miércoles se despertó con la mente completamente en blanco, la tranquilizó acordarse de que aquella misma tarde vería a Leo.

No había elegido el lugar de la cita al azar. Incluso había comprobado la dirección concreta en Internet. Había pasado por allí miles de veces y nunca se había parado a observar aquel hotel, uno más de los muchos que llenaban las calles de Barcelona. Pero no era uno cualquiera: aunque el tiempo hubiera cambiado el aspecto de las calles y los edificios, Abril podía reconocer perfectamente aquel lugar. La cuestión era si Leo también lo haría.

Pasase lo que pasara, aquella tarde obtendría una respuesta a los quebraderos de cabeza que la acosaban desde el fin de semana. Ni siquiera se había atrevido a buscar el nombre de Víctor en la hemeroteca del periódico. Si de verdad Marina y Víctor habían sido reales, no quería que se lo confirmara una máquina. Quería verlo en la mirada de Leo.

Cuando torció la esquina y vio a lo lejos el hotel, desaceleró el paso e intentó localizar al chico, pero no lo vio por ninguna parte. Se acercó más a la puerta principal, abriéndose paso entre los huéspedes que entraban y salían, y se quedó de pie junto a uno de los dos pequeños árboles plantados en dos tiestos que flanqueaban la entrada. Lo observó con detenimiento. La copa era completamente redonda y el tronco estaba formado por lo que parecían media docena de finos troncos independientes que habían sido forzados a cruzarse y unirse en una única estructura, creando una suerte de reja natural cilíndrica.

Se fijó en que entre los huecos había alojado un papel, doblado de forma cuidadosa. No había caído ahí por casualidad.

Volvió a mirar a su alrededor. No había más que turistas y personas de negocios demasiado estresadas como para fijarse en ella. Ni rastro de Leo. Alargó una mano de forma vacilante y sacó el papel del extraño tronco. Lo desdobló y reconoció en el folio la impecable letra de Leo.

Cada vez escoges sitios más extraños, chica primaveral, y sólo se me ocurren dos motivos por los que hayas decidido citarme justo delante de este hotel. Tres en realidad, pero, dado que ni siquiera te atreves a acercarte a mí, no creo que tu intención sea coger una habitación para tener algo más de intimidad, ¿cierto?

Así que me dejas con dos opciones:

1. Eres fan incondicional de los Beatles. Si lo eres, sabrás que en este hotel se hospedaron la única vez que estuvieron en Barcelona, en 1965. Aún conservan la que llaman «The Beatles Suite», lo que no deja de ser un poco raro y morboso, ¿no crees? Está llena de fotografías de la banda y creo que hasta hay un bajo que perteneció a McCartney.

2. Una opción más rebuscada, quizás, pero tengo el presentimiento de que es la acertada. Dime si me equivoco. Es un lugar especial. O lo fue, mejor dicho. Hasta 1953, este edificio estuvo ocupado por el Cine Ideal. No tiene nada que ver con el hotel, sino con los cines, ¿me equivoco? Dime que no, porque estoy al borde de la locura.

No me malinterpretes, pero no puedo más con esto. Podría decir que no es por ti… Mentiría. Sí es por ti, y por mí. Es por todo. La próxima vez que te vea, Abril, quiero que sea real. Sin mediadores, sin cartas.

En la calle València, esquina con rambla de Catalunya. Dos portales hacia la derecha. Nos vemos ahí a las siete de la tarde.

I saw a girl in my dreams

And so it seems

That I will love her[1]

Leo

Leyó la carta una, dos y tres veces, e incluso se detuvo a releer los versos del final hasta que le pareció asociarlos a una canción de los Beatles. Asintió lentamente, sin apartar los ojos del papel, segura de que Leo estaba observándola desde el abrigo de algún portal. Se guardó la carta en el bolsillo trasero del pantalón y se alejó de la entrada del hotel, demasiado concurrida, mientras repetía una y otra vez los versos en su cabeza, como un mantra.

I saw a girl in my dreams, I saw a girl in my dreams

A veces la ignorancia es el mejor escudo contra aquello que la gente desconoce. Negar la realidad se convierte en el modo de mantener el equilibrio sobre la fina línea que separa la cordura y la locura. Avanzar por esa cuerda es tortuoso, y son muchos los que temen caer hacia el lado incorrecto. Abril había andado por encima de esa frontera con los ojos vendados, guiada por el eco de unos sueños con sabor a nostalgia, sin darse cuenta de que bajo sus pies siempre había habido suelo firme y que el temor a la demencia no era más que el miedo a aceptar la realidad.

And so it seems that I will love her.

Respiró profundamente y le echó un último vistazo al lugar donde años atrás había estado el Cine Ideal. Pensar que había estado allí tanto tiempo atrás, aunque fuera bajo otro nombre y otra vida, la hacía estremecer.

Por primera vez en mucho tiempo, sentía que caminaba sobre algo sólido. Antes de entregarse completamente, sin embargo, había algo que debía hacer. Sacó el móvil del bolso y le dio a uno de los botones de marcación rápida. Cuando oyó la voz adormilada al otro lado, se limitó a decir:

—Necesito tu ayuda.