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No podía acabar así. No podían despedirla.

Abril respiró profundamente y giró la cabeza hacia el reloj de la mesilla de noche. Eran casi las siete menos cuarto de la mañana, lo que significaba que en apenas quince minutos la alarma iba a empezar a sonar.

Se levantó mientras se frotaba los ojos, cansados y legañosos, y se dirigió directamente a la habitación de su madre. Aún estaba en la cama, pero Abril la despertó y le pidió que se encargara de Miguel esa mañana. Ella se encontraba mal. No iría a la universidad ni saldría de casa, al menos hasta que hubiera dormido un poco más.

La angustia era demasiado intensa. Aquel despido podía cambiarlo todo. Sentía el corazón encogido y sabía que sólo lograría calmarse cuando volviera a ver a Víctor, así que arrastró los pies hasta su habitación y se dejó caer en la cama.

Se durmió con una media sonrisa en los labios, preparada para expandirse en cualquier momento.

O para desaparecer.