16

—¿Quién es Víctor?

Abril abrió los ojos, confundida. Le costó unos largos segundos darse cuenta de que estaba en su cama y de que era Miguel quien estaba hablándole con una sonrisa pícara.

—¿Quién es Víctor? —volvió a preguntar el niño—. ¿Es tu novio?

Ella se incorporó y se frotó los ojos, bostezando, antes de negar con la cabeza.

—Sólo estaba soñando.

—¿Con tu novio? —se rio Miguel.

—No seas pesado —gruñó ella, aún aturdida por las imágenes del sueño. Miró el despertador y vio que aún quedaban veinte minutos para la hora de levantarse—. ¿Qué haces despierto?

—Mamá me ha despertado cuando se ha ido y no he podido volver a dormirme. ¿Me haces el desayuno?

La chica asintió con la cabeza y empujó hacia la cocina a su hermano, que no paraba de preguntar quién era Víctor. Sólo cuando le colocó su taza de leche con galletas delante, decidió cambiar de tema.

—Mamá me ha dicho que papá vendrá este fin de semana, pero yo no me lo creo.

—¿Por qué no?

El niño se encogió de hombros y le dio un sorbo a la leche.

—Ya nunca viene, porque no nos quiere.

—No digas tonterías, Miguel. Claro que nos quiere. Va a venir este fin de semana.

Miguel levantó la vista y abrió sus grandes ojos de forma casi intimidatoria.

—¿De verdad? ¿Me lo prometes?

Ella asintió lentamente, rezando para que no tuviera que arrepentirse de haber hecho esa promesa.

Por más que lo había intentado, no había encontrado la forma de evitar aquella situación. Era la tarde del viernes y estaba sentada en la terraza de una cafetería, esperando que ese chico alto, moreno y simpático del que le habían hablado Héctor y Mario hiciera acto de presencia. Si no recordaba mal, se llamaba Arturo, aunque tampoco podría jurarlo. Estaba allí prácticamente por obligación. Acudir a esa cita a ciegas era la condición de Mario para ponerla en contacto con la tarotista de su hermana. No era un precio tan alto a pagar, al fin y al cabo. Además, así conseguiría tranquilizar a los dos chicos, especialmente a Héctor, que cada día estaba más preocupado por ella.

Sabía que les había dado motivos. Era consciente de ello, pero, aun así, no tenía intención de cambiar. Simplemente no podía. Aquella última noche la había pasado por completo en blanco, y al despertarse no pudo sino llevarse una mano al pecho, como si le faltara algo, asustada por la posibilidad de que Víctor hubiera desaparecido para siempre. La desazón que había sentido entonces la inundó de nuevo. Una voz masculina la devolvió a la realidad cuando estaba reuniendo fuerzas para levantarse y desaparecer.

—¿Abril?

Junto a ella estaba el chico que tan fielmente habían descrito Héctor y Mario. Alto, moreno y con una sonrisa de extremo a extremo de la cara. Demasiado exagerada, se dijo Abril mientras asentía. Y demasiado alto.

—¿Puedo sentarme? —preguntó, sin dejar de sonreír—. Soy Arturo, por cierto.

Se acercó a ella y le dio dos besos antes de dejarse caer en la silla. Abril sonrió; al menos se había acordado del nombre. No estaba tan abstraída como sus amigos pretendían hacerle creer.

Pidieron dos refrescos y la conversación fluyó prácticamente sola. Por suerte, Arturo era un gran conversador. Quizás hablaba demasiado, pero en aquellos momentos Abril lo agradeció. Durante media hora se limitó a asentir, sonreír cuando su instinto se lo decía y a hacer algún breve comentario de vez en cuando. Intentó concentrarse en lo que le contaba Arturo, pero, antes de que se diera cuenta, su mente había volado junto a Víctor. O junto a Leo.

Revivió por enésima vez el beso en el centro de la plaza de Catalunya, aquel dulce beso que tan amargo se tornaba al rememorarlo. Cuando se zambullía dentro de sus fantasías, dentro de Marina, el mundo se expandía y las cuerdas que la ataban se desataban. Allí, de algún modo, era quien quería ser. El dolor de Marina era el suyo, y el amor que había empezado a inflamar el corazón de la joven era también parte de ella.

Necesitaba volver a verlo. A Víctor en sus sueños y a Leo en la realidad. Intentó calmar sus deseos diciéndose que al día siguiente había quedado con él, pero en esos instantes, sentada delante de aquel chico parlanchín, el lapso de tiempo que los separaba se le antojaba eterno.

—¿Y tú qué? —dijo de pronto Arturo, bebiéndose el último trago de refresco que quedaba en su vaso.

—¿Perdón?

—¿De qué conoces a Héctor y a Mario?

—Héctor ha sido mi vecino prácticamente desde siempre. Conocimos a Mario en un concierto del grupo favorito de Héctor hará un par de años. Creo que lo suyo fue amor a primera vista, pero deben de ser miopes, porque no se dieron cuenta hasta un año después.

—Están hechos el uno para el otro.

—Y que lo digas.

Se quedaron en silencio unos segundos, hasta que Arturo se rascó la nuca e hizo una mueca divertida.

—Todo esto ha sido idea suya, ¿verdad? —preguntó, y sin esperar a que Abril respondiera, dijo—: Me dijeron que querías conocerme. No quería, pero…

—Insistieron hasta que tuviste que aceptar. Me lo imagino.

—Sea quien sea, no merece la pena —sentenció Arturo. Abril enarcó las cejas y él carraspeó antes de explicarse—. ¿Me equivoco si digo que esos dos te han empujado a quedar conmigo para olvidar a alguien?

—Más o menos —admitió Abril con una débil sonrisa.

—Pero tú no quieres olvidarlo.

Abril se echó hacia atrás y miró al infinito, evitando responder.

—Vamos, sé cuándo alguien está pensando en otra persona. La chica con la que salía era una experta en hacer eso. Siempre pensando en otro, incluso cuando estaba conmigo —dijo con cierto tono lacónico que abandonó al instante, negando con la cabeza y recuperando la sonrisa—. Mira, me gustas y todo eso, pero creo que Héctor y Mario se han equivocado esta vez.

La chica se ruborizó, avergonzada.

—Lo siento.

Arturo movió la cabeza de forma despreocupada.

—¿Por qué? Las citas románticas están sobrevaloradas. Ya verás. —Se levantó, colocó la silla en su sitio y se alejó apenas diez pasos antes de dar media vuelta y volver a la mesa con una sonrisa. Le tendió la mano a Abril y esperó a que ella se la chocara para decir—: Hola. Me llamo Arturo y no quiero nada contigo, te lo juro. Vaya, sin haberlo buscado he hecho un pareado. Soy un poeta. ¿Quieres ser mi amiga?

Abril se echó a reír tan fuerte que la gente que ocupaba las mesas contiguas se volvió hacia ellos.

—Ahora entiendo por qué a Mario le caes tan bien. Anda, siéntate.