5

A esas horas de la tarde, el centro de la ciudad era un hervidero. No podían dar diez pasos seguidos sin tener que sortear a alguien. Héctor y Mario ni lo notaban. Abril, sin embargo, se movía entre soplido y soplido, preguntándose por qué la gente tiene la obsesión de agolparse en los mismos sitios.

Y los turistas. Les diría cuatro cosas, empezando por explicarles que pasear por las calles más comerciales no es la mejor forma de conocer un país.

Un chico con pantalones caídos, sudadera y gorra se puso delante de ella y le alargó un papel. Aunque quiso negarse, el chico insistió y Abril terminó por aceptarlo de mala gana. Le echó un vistazo. La misma tienda de deportivas de siempre.

—Voy a hacer colección de estos. No hay día en que no me den uno.

—Podríamos hacer confeti con ellos y venderlo —bromeó Mario.

—Saldrían toneladas, te lo aseguro —respondió Abril mientras se guardaba el papel en el pantalón—. Y bien, ¿adónde vamos?

Mario enseñó las tres bolsas que llevaba en la mano de forma triunfante. Traje, camisa y zapatos. El kit del asistente a una boda al completo. Casi al completo.

—Sólo me falta una corbata.

—Parece que seas tú el novio —resopló Abril.

Estaba cansada de andar y de buscar ropa para Mario. Además, la carta parecía arder en el bolsillo de su chaqueta, impidiendo que olvidase sus palabras, grabadas a fuego en su mente.

«Este sábado a las ocho en el centro de plaza de Catalunya», había escrito.

Se impuso a la tentación de mirar su reloj. No iría. Era una locura.

—Es la boda de mi hermana. Tengo que estar guapo.

—Tú siempre estás guapo —lo agasajó Héctor.

—Qué pastelosos sois. Suerte que no soy diabética; me daría un telele con tanto azúcar.

—No seas tan gruñona.

—No soy gruñona. Sólo estoy cansada.

Mario soltó un largo soplido y miró a Héctor sonriendo.

—Cansada.

—Sólo dice eso cuando…

—… algo la preocupa —concluyó Mario.

—A veces dais miedo, chicos.

—Pero tenemos razón. Vamos, dinos qué pasa por esa cabecita tuya —dijo Héctor.

—¿Otra vez el Chico Sartén?

El Chico Sartén: así había bautizado Mario al Víctor de los sueños de Abril y al desconocido de la biblioteca. Según él, la razón era más que obvia. A ambos les gustaba Peter Pan, y pan significa «sartén» en inglés. De modo que los dos eran el Chico Sartén.

Abril asintió pesadamente y se detuvo. Héctor y Mario se colocaron delante de ella, expectantes.

—He vuelto a soñar con él.

—¿Otra vez?

—Y eso no es lo peor. —Suspiró, sacó la carta de la chaqueta y se la alargó a los dos chicos.

Fue Héctor quien la cogió y la leyó para sus adentros antes de pasársela a Mario.

—¿Es de…?

—Me la dio la bibliotecaria. Dijo que era del chico que acababa de coger Peter Pan, así que supongo…

—¡Te cita hoy! —la interrumpió Mario sin ninguna contemplación. Miró el reloj y gritó, exaltado—: ¡En menos de quince minutos!

—Lo sé.

—¡Y es aquí al lado!

—Lo sé.

—Llegamos de sobra.

—No.

—¿Cómo que no? —intervino Héctor—. ¿Es que no piensas ir?

—Claro. Para decirle: «Oye, no estoy loca ni nada por el estilo, pero tengo la terrible manía de soñar contigo noche tras noche. Si pudieras dejar de aparecer en mis sueños, sería un puntazo. Ya sabes, empieza a darme miedo. Gracias por tu atención».

—No seas tan dramática. Tu subconsciente está un poco alterado, nada más. Quizás si lo conoces dejas de soñar con él. Y quién sabe, a lo mejor os…

—No quiero ir —lo cortó ella.

—Pobre Chico Sartén. ¿Vas a mandarlo a freír espárragos antes de conocerlo? —Mario rio—. Vamos, Abril, no seas cobarde. Tienes que ir.

—Por una vez estoy de acuerdo con el payaso —dijo Héctor, que había pasado por alto el chiste de Mario, que seguía riendo—. Ve. Yo creo que es lo que necesitas para librarte de los sueños.

—Pero…

—Sin objeciones. Andando.

Abril se dejó arrastrar hasta allí sin abrir la boca. En el fondo, sabía que sus dos amigos tenían razón. Si no acudía a la cita, se arrepentiría. No es que no quisiera: simplemente, no se atrevía. ¿Qué haría cuando lo tuviera delante? ¿Saludarlo al más puro estilo de principios de siglo XX?

—¿Está por ahí?

Habían llegado sin que se diera cuenta. Abril volvió en sí en el instante justo para detener a Héctor y Mario, que se encaminaban de forma decidida hacia el centro de la plaza.

—Esperad, aún quedan cinco minutos —dijo, mirando a su alrededor. El centro de la plaza estaba rodeado por dos hileras de árboles, separadas por un paseo cubierto de hojas doradas. Abril señaló uno de los bancos que había y dijo—: Vamos a sentarnos.

Héctor fue el último en dejarse caer sobre la gastada madera. Se volvió hacia la chica, que tenía la mirada perdida, y sonrió.

—Así que has vuelto a soñar con él.

—No es un buen tema de conversación —susurró ella sin mirarlo.

—A veces eres muy insensible —lo amonestó Mario en voz baja.

No habían pasado ni tres minutos cuando Abril dio un respingo. Ahí estaba, en el bello centro de la plaza, justo encima de la gran estrella del suelo.

—Está ahí. El del sombrero ocre.

—¿Ese? ¿El de la camiseta naranja? Oye, no está nada mal. No me extraña que no te lo quites de la cabeza. Yo también soñaría con él.

—¡Mario!

Abril escondió sus manos en la chaqueta y encerró en su puño derecho la nota que la citaba encima del mosaico de la estrella en apenas un minuto.

—Nos vemos luego, ¿vale?

—¡Ni hablar! Queremos verlo.

—Y no me fío de ti —añadió Héctor—. Quiero ver cómo vas hacia ahí.

—Vosotros mismos. No quiero tener público, así que o desaparecéis o no me muevo de aquí. —Abril se cruzó de brazos y, al ver que la pareja se miraba con complicidad, añadió—: Y nada de quedarse por aquí. Id a comprar la corbata. Luego os llamo.

Ninguno de los dos se atrevió a replicar. Se despidieron y se alejaron mirando hacia atrás cada pocos segundos.

Abril se quedó sola, observando desde el banco al desconocido. Víctor, Chico Sartén o L., como había firmado la nota. Respiró hondo e intentó ponerse de pie. Fue en vano. No se sentía capaz de acercarse a él.

Víctor.

Ahí estaba, mirando a su alrededor esperando verla aparecer, sin saber que estaba escondiéndose de él, aterrada como una niña pequeña delante de su peor pesadilla. Miraba el reloj, el móvil y de nuevo a su alrededor. Los minutos iban pasando, uno tras otro, imparables, mientras ella se hundía cada vez más en el fango de sus sueños. Víctor andando apresurado bajo la lluvia, llegando a casa de Marina con el doctor, los niños en sus camas escuchando los cuentos de su niñera.

Y ahí delante estaba él, quien fuera que fuese. El chico que la acosaba en sueños. Miró su móvil. Pasaban casi veinte minutos de las ocho. Levantó la cabeza hacia el chico, que seguía de pie en el centro de la plaza, y sus miradas se cruzaron. Fue sólo un instante, pero el mundo empezó a temblar bajo los pies de Abril, que de forma instintiva se tumbó en el banco para evitar que la viera. Acudir a la cita había sido un error. Un error garrafal. Cruzó los dedos y rezó para que no la hubiera reconocido. Dejó pasar unos minutos antes de reincorporarse lentamente.

Seguía ahí, esta vez con una pierna doblada y el cuerpo encorvado hacia delante. Parecía un flamenco. La chica estiró un poco el cuello y vio que estaba escribiendo algo. A los pocos minutos se sentó y siguió escribiendo cerca de un cuarto de hora ante la atenta mirada de Abril, que había quedado hechizada bajo el onírico recuerdo de Víctor.

De pronto se puso de pie y se volvió tan rápidamente hacia ella que no fue capaz de reaccionar. Esta vez no tuvo dudas: la había visto. Sin embargo, en lugar de acercarse a ella, todo cuanto hizo fue alzar su mano derecha, con la que sostenía un papel doblado. Esperó unos segundos y lo dejó caer al suelo.

Sin hacer nada más, dio media vuelta y echó a andar en dirección contraria.

Abril parpadeó y comenzó a reír. Surrealista, aquella situación era completamente surrealista. Una bandada de palomas echó a volar y la hizo reaccionar. El papel. Tenía que cogerlo antes de que otra persona lo hiciera o saliera volando por el viento.

Echó a correr hacia el centro del mosaico. Ahí estaba: una mancha blanca en la estrella color crema del suelo. Se abalanzó sobre él segundos antes de que una paloma lo convirtiera en su pista de aterrizaje particular.