Consuelo

Ya le dije, señor periodista, pasó lo que tenía que pasar. Mi amigo el cartero, sí, ya sé que se viste un poco extraño, no es mal chico. Tiene a su mujer en silla de ruedas, como le decía, mi amigo el cartero, el que le trajo a usted. Tiene el único Land Rover del pueblo. Sí, el de la capa negra y el anillo en la nariz, como un toro. Lo vio todo. Estaba con su mujer en una pequeña cueva a la que suelen ir. Qué quiere que le diga, nada bueno harán allí, fumar porros o cosas peores. En fin, hay que disculparlos, pobrecillos. Como ella, aparte de minusválida parece un poco retrasada… Hay que tener caridad con ellos. Debemos ser buenos cristianos. El caso es que los dos lo vieron todo, pero como la mujer no habla, me lo contó él. El pobre hombre estaba solo en el acantilado, con las manos en alto, dando grandes voces, el perro daba vueltas en torno a él. Se desató la tormenta. El cielo parecía una barraca de feria, como si le dieran electroshock a las nubes, me dijo el chico. El hombre se puso a acariciar el pelo largo y negro del can. Un perro muy extraño ése. Si yo le contara. Y vimos, sí yo también es como si lo hubiera visto, vimos cómo el fuego caía del cielo, y dibujaba la figura diabólica del perro antes de caer a tierra. El hombre cayó fulminado. El perro huyó sin sufrir daño. Cuando yo llegué, el Señor Oscuro, bueno, el párroco del pueblo, lo llamamos así. Un buen hombre, tenía sus cosas pero era un buen hombre. No, no hace falta llamar al Obispado. En realidad ya no era sacerdote, pero a nosotros nos protegía, decía misas y eso. Ya sabe que el sacerdocio imprime carácter. Cuando uno ha sido ordenado, nunca pierde el don. Como iba diciendo, el Señor Oscuro todavía respiraba, echaba una espuma verde por la boca, tenía los ojos vueltos hacia dentro, agonizó diez minutos más. Vino todo el pueblo a verle, no sabíamos qué hacer. Enseguida alguien empezó a pedir venganza. ¿Que contra quién? ¡Pues contra quién iba a ser! ¡Contra ella! El perro es de ella. Aparecía y desaparecía en la niebla y ella lo recogió. Raro, lo que se dice raro, es bastante raro. El médico que vino de la capital dijo que había leído una vez un caso, pero nunca había visto ninguno. No si, al parecer, no tiene nada de sobrenatural. El pelo del perro condujo la electricidad, como si fuera un cable, usted me entiende, por eso no le pasó nada, al perro, al perro no le pasó nada. Al hombre lo mató. Digamos que no tenía toma de tierra y se electrocutó. Lo partió un rayo. Pero, claro, es normal que nos hayamos quedado conmocionados. Y luego viene usted preguntando por Ainur, con todas las cosas que han pasado en este pueblo. Realmente Ainur ya no nos parece que haya sido muy importante. Casi nadie la recuerda. Vamos, yo sí, pero yo, señor periodista, es que soy la memoria de este pueblo. Como lo oye, la memoria tuerta y coja, pero memoria al fin.