El cartero siniestro que de día es simpático y jovial y usa un encendedor de yesca me llevó en su furgoneta hasta el autobús de línea. A pesar de que no llevo equipaje me desea buena suerte como si me marchara para siempre.
Le entiendo. Éste no es un lugar donde la gente va y viene. Por unos días, por unas semanas. Aquí la gente vuelve para quedarse o se marcha para nunca volver.
Sin embargo yo sólo quería poner unos días entre mí y el Señor Oscuro. Me animaba no sólo la fútil esperanza de hallar la pista definitiva sobre Selene, sino el deseo de saber algo del farero. Tenía la dirección de sus padres en la ciudad.
Ser vigilante de seguridad es sentirte un policía que no ha tenido que pasar por la Academia, sentirte un policía sin jefes. Un pobre diablo. Quizá. Pero con derecho a toserle a todo el mundo. En los campos de concentración ya se vio el efecto que sobre seres considerados normales y aun elogiados con el apelativo de personas tuvo el uso del uniforme. El vigilante es un ente que no quiere cuestionarse nada. El estudiante está en una época de su vida en la que tiene prácticamente la obligación de cuestionarse todo. Ser estudiante se ha convertido en un título desde Mayo del 68 y hasta Tiananmen, no importa que se estudie mucho o poco y que se aprenda poco o nada. El estudiante estudia o hace que estudia. En el caso del estudiante lo importante es qué estudia. En el caso del vigilante lo importante no es que vigile ni que descubra sino que demuestre todo el rato que lo está haciendo. Su labor no es vigilar sino hacer ver que vigila, molestando a los débiles, importunando a los fuertes y poniendo de manifiesto a todos que está ahí. De ahí el mal humor proverbial del vigilante jurado. El policía podrá sonreírte, el vigilante no. El vigilante trabaja para una empresa de trabajo temporal y sabe que es un pringado. El vigilante de una biblioteca se cree mejor que los estudiantes que van a esa biblioteca, por eso el vigilante se cree en la obligación de mirar mal a todos y cada uno de los que allí entran. Culpables de leer, tan culpables como él lo es de que le paguen para estar sentado vigilándolos. El vigilante podría ser amable, pero no conviene. Es un perro que cree que sus amos sólo le tiran pan si lo oyen ladrar. Cuanto más inútil cree su tarea el vigilante, con más ahínco la desempeña, porque el vigilante sabe que su trabajo es el trabajo del futuro. No tener idea de nada y vigilar a todos. El futuro no es del Gran Hermano sino del Hermano Pequeño, el que se chiva a los padres. El acusica. El guardia de seguridad se sabe miembro de una secta elegida, sin estudios pero elegida, sin educación pero elegida. El mundo es suyo, sólo tiene que esperar. Te dice que leas las reglas y sabe que sólo es cuestión de tiempo que te duermas en los laureles y que él pueda caer sobre ti. Porque los listos como tú son su especialidad.
El guardia de seguridad, el vigilante, puede ser una persona normal en cuanto se quita el uniforme, son casos de sobra conocidos. El problema es el inverso.
¿Qué sucede cuando el vigilante o la vigilante echan un gran polvo con su pareja y a la mañana siguiente no se les ha olvidado? Entonces puede ser que lleven algo de sí mismos al trabajo, podrían sonreírle a alguien, explicarle las reglas con amabilidad, podría ser el principio del fin. Por fortuna eso sucede raramente.