Selene

Pensaba que no volvería a ver a Samuel. La ultima noche antes de la ejecución se abrió la puerta de la celda y vi entrar a un fraile dominico. La capucha le cubría la cara, su voz era ruda, su andar el de un borracho. Agitó una gran cruz como si fuera un látigo. Yo le escupí y me que dé quieta esperando el castigo. No quería saber nada de los que fingían ser hombres y eran bestias. Dejó caer la capucha y vi a Samuel, como una aparición: más delgado, consumidos sus ojos por raíces rojas. Se arrodilló junto a mí.

—Sabía que vendrías —le dije, pero no era cierto, había pensado hasta el último minuto que moriría sola, que no volvería a verlo.

—Les he convencido de que yo te convencería para confesar tus pecados y admitir tus culpas. Yo mismo no puedo permitir que mueras sin confesión. —Su voz se quebró—. No puedo permitir que mueras.

Nos quedamos quietos como árboles, juntos, muy juntos, buscando echar raíces y huir a través del suelo.

—¿No hay ninguna esperanza de escapar? —le pregunté.

—Sólo un milagro —sollozó Samuel—. He implorado en vano que te reconcilien; si no fueras tan testaruda, habrías confesado que eres bruja. Te quebraron la muñeca en el potro y ni siquiera así confesaste. Ante esto, para ellos fue claro que Lucifer te ayuda.

—No puedo confesar lo que no he hecho, y de todas formas no te equivoques, ellos han confiscado mis bienes; haga lo que haga me abrasarán.

—No importa, podrían imponerte el sambenito, confiscación de bienes, el destierro, no la muerte, no una muerte tan terrible.

—Si haces lo que te digo, si no me abandonas y me consigues esta noche las hierbas que te he explicado. Si haces todo lo que te digo y como lo digo y luego huyes con nuestra hija, no viviré pero triunfaré sobre mis enemigos.