Selene

Estoy postrada en el mismo jergón del que no me he levantado después de la tortura, convencida de que este cuerpo roto y maltrecho ya no vale la pena. Desde que sé que me han condenado sólo me preocupa terminar esta carta, la carta de una maldita que espera que algún día se acaben los malditos, que las mujeres de alguna manera seamos capaces de pactar con un diablo que nos dé el poder de ser libres, de volar por los aires sin pedir permiso a clérigos ni maridos, de salir y entrar sin necesidad de ser invisibles, de curar sin miedo, juzgar con causa y parir sin dolor y todas esas otras cosas que dicen que el Diablo nos ha dado y que espero nos dé Dios, y si así no fuere ruego que este bebedizo redima a este pueblo envidioso y pecador y demuestre a los mal llamados médicos que las mujeres podemos saber de alquimia, al menos tanto como cualquiera que haya nacido varón. Dejaré recado escrito a mi hija de dónde queda escondido y espero que ella se lo diga a la suya, y pondré la fórmula a buen recaudo, a salvo del miedo y del fuego. No temo a la muerte pero temo al dolor, el dolor contra el que he luchado toda mi vida y que ahora se venga de mí. Con la gracia de Dios y la de mi inteligencia cuando vengan a buscarme yo no estaré allí. Desde el otro lado del fuego me reiré de mis enemigos y mis carcajadas pararán el tiempo.