Cuando sintió los primeros dolores, Selene gritó. No gritaba de dolor sino para atraer la atención de sus carceleros. Podía soportar el tormento pero no la incertidumbre. Nunca en su vida había tenido tanto miedo. El suelo de la celda estaba encharcado, lleno de orines, las ratas corrían libremente por él. Si daba a luz allí sería difícil que el niño y ella sobrevivieran. Siguió gritando a medida que su vientre se movía como un barco a punto de zozobrar. Pasaron las horas. Se quedó ronca de tanto gritar. Nadie vino.
Al caer la noche, el carcelero llegó como todos los días a dejarle en el suelo su ración y la encontró doblada en dos por los dolores que ahora eran como un terremoto.
—Pide ayuda al diablo que te ha preñado.
—No ha sido el Diablo.
Ahora que el carcelero la había visto, había alguna posibilidad de que viniera alguien, de que viniera él. La noche fue larga. La sed y el miedo la atormentaban, tanto como aquellos dolores rítmicos. Eran como una marea, como las olas, entre una ola y otra dio gracias a Dios por conocer el nombre del padre de su hijo, por tener la fortuna de no haberse quedado embarazada de un familiar de la Inquisición o del gigante tuerto que tanto la había atormentado en aquellas prisiones. Había intentado conseguir ruda pero desde su aislamiento le había sido difícil.
—¡Oh, Señor, haz que llegue Samuel!
Sabía que era imposible, que un inquisidor no puede asistir al parto de una prisionera, pero la cabeza le flotaba en la desesperación. El dolor era ahora como un mar, se ahogaba en él. Deseó morir. Morir y acabar con aquella agonía.
Había atendido cientos de partos y ahora estaba sola. Había socorrido a tantas y no sabía cómo socorrerse a sí misma. Dio un alarido y se cogió una muñeca con la otra. Su mano derecha tenía que asistir a la izquierda. Palpó la cabeza del bebé. Gracias a Dios no venía de nalgas ni tenía vuelta de cordón. Le subió a los labios un vómito negro. Estaba vomitando sangre. No tenía con qué cubrir a su hijo. Gritó otra vez el nombre de Samuel. Moriría gritando su nombre.
Hasta el último momento Selene no aceptó que el padre de su hijo no estaría con ella. Que moriría sola.
—Samuel, Samuel, ¿por qué me has abandonado?