Vuesa Merced dice que vio a una señora sentada ante un instrumento extraño o ante un espejo sin reflejo, pero que esa mujer no era la Virgen Nuestra Señora.
—No, Señoría, no llevaba manto, ni ángeles, ni me dio mensaje alguno. Vi a una joven con extrañas vestiduras.
—Pero Vuesa Merced sabe que, si no era la Virgen, sólo podía ser una manifestación del Maligno.
—Señoría, yo no soy religiosa. No tengo facultad para juzgar de lo divino y lo humano. Cuento sólo lo que vi y con la mayor sinceridad posible.
—Eso es cierto —dijo el dominico con placer, calándose los lentes—. Es prueba de buena fe buscar el auxilio de sus mayores. —El dominico se acomodó en el sillón de brocado con gesto de satisfacción y supe que era uno de los raros magistrados que prefieren absolver a condenar.
Me impusieron la obligación de prevenir al Tribunal en cuanto viera de nuevo a aquel espíritu y de conminarle con oraciones a revelarme si era un espíritu santo o un demonio. Aunque les conté la verdad, no les conté toda la verdad, sino que tuve el buen juicio de no decirles nada del parecido asombroso que la mujer de los objetos extraños tenía conmigo.
Cerraba los ojos en la prisión y siempre veía lo mismo. Me veía escribiendo de un modo muy extraño y, cuando me fijaba, me daba cuenta de que no era yo sino alguien muy parecido a mí, con más pelo que yo y con todos los dientes. Pensé que había visto a mi doble y me faltaba poco para morir.