El olor te lleva al pasado. Todavía estoy dormida cuando me llega el olor. Es un tranvía que me lleva al pasado, más deprisa que un cohete al infierno. El pesado aliento del Señor Oscuro sobre mí, un olor a ajo, a tabaco y a alcohol me recuerda el olor de mi jefe, sus manos sobre mí, peludas y finas. Manos pequeñas y barriga grande como embarazado de un monstruo sin nombre.
Quise ser feliz como los demás. O por lo menos cruzar la línea invisible que me separaba de los otros. Me sentía como la cerillera del cuento. Los otros están dentro de la casa viviendo una vida en color, bebiendo y comiendo junto al fuego encendido y yo estoy sola, aquí afuera en un mundo en blanco y negro.
Puedo ver a los demás sólo a través de un vidrio. Separados por una ventana o una pantalla. La del cine, la de la televisión. Pongo mi mano sobre sus caras y no consigo tocar más que el cristal que nos separa. Esto es el frío de las afueras.
Sueño con el calor de la verdadera vida.
Todo lo que quiero es entrar dentro y comer de esa olla humeante que me he cansado de ver sobre la mesa.