Ainur

Él ha vuelto. Ahora es él el que vuelve todas las noches. Pero no ha vuelto a tocarme. Al menos de momento. Y yo no sé por qué dejo la puerta abierta, ni sé por qué le dejo entrar. Quizá porque temo más la soledad que el miedo.

—Te has escondido aquí, en este pueblo, ¿de qué? ¿De quiénes? ¿Por qué huyes?

A veces como ahora, tartamudea. Siempre lleva unas gafas oscuras como para protegerse de la oscuridad.

—Yo nunca he huido en mi vida, ahora necesito huir del aburrimiento. Y eras lo más interesante que había en este pueblo. Te he seguido, conozco tus pasos, tus gustos, los lugares a los que ibas con ese chiquilicuatre.

—¿Le has hecho algo? ¿Sabes algo de él?

—No le he hecho nada, como muchos hombres cuando encuentran una mujer de verdad se asustó. Tú eres una mujer que puede dar miedo. Te vi y supe que merecías la pena. Eres lo único por lo que merecía la pena salir de casa.

—Y tú vas por ahí violando a todas las mujeres que te parecen interesantes.

—Yo no te he violado. Lo que he hecho no es peor que lo que hace la gente de la ciudad. Comprar cosas que no te hacen falta para llenar un agujero que hay dentro de ti, un agujero que es más grande que Norteamérica. En mi caso yo he visto un vacío, un hueco que necesitaba ser llenado. Con el tiempo te alegrarás de haberme conocido.