He estado toda la tarde paseando sobre el acantilado. Las nubes eran ballenas negras. Corrían asustadas hacia el sur. Querían irse. No sé adónde. El mar era un agujero oscuro. La tormenta estaba a punto de llegar. Los árboles se doblaban como labriegos y gemían como mujeres. Alto estaba el viento. Bajas las ramas. Baja mi mirada. Cabizbaja. Los grajos chillaban a lo lejos. Vuelvo a casa, apretando el Lazarillo contra mi pecho. He vuelto a llamar a la puerta del faro. Esta vez he dejado un mensaje. Un mensaje en una botella vacía.
Me acosté y dejé la puerta abierta, como hacía todas las noches, esperando que él volviera. Fuera comenzó a llover. Una rama golpeaba la ventana como si llamara a la puerta. Oía pasos en la calle y me preguntaba adonde irían a aquellas horas. Luego dejé de oírlos pero era porque estaba dormida.
Abrí los ojos sabiendo que alguien me estaba mirando. Había una respiración sobre mí, entrecortada, muy cerca de mi boca. No me moví. Vi la sombra oscura inclinarse sobre mi lecho y pensé que el farero había vuelto. Su boca se inclinó y encontró la mía. Me mordió el labio y sólo entonces, un minuto demasiado tarde, supe que no era él. Comencé a retorcerme. Me aplastó contra la cama como si fuera un mosquito. Le mordí la mano, le mordí la lengua. Chilló pero no me soltó. Bajo sus manos, yo ya no existía. Intenté gritar pero me tapaba la boca con la suya. No era un beso, no era un mordisco, era un tapón para que no me fuera por el desagüe. Apartó la manta y se puso a horcajadas sobre mí. Yo sentía su fuerza animal, su aliento de lobo, la náusea.
—Noo —conseguí decir.
—No digas no cuando quieras decir sí.
No era la voz del farero, ni eran sus modos dulces. La voz tartamudeaba al acabar las frases. Le clavé las uñas y me abofeteó.
Me dolió, me dolió mucho hasta que dejó de dolerme.
Todo había terminado. No sabía si había durado un minuto o si había durado siglos.
—No digas que te he violado porque no es cierto. La voz tartamudeaba un poco al inicio de las frases, silbaba y luego se volvía cortante como un cuchillo. Yo veía la escena desde arriba. Me veía acurrucada en la cama en posición fetal y veía cómo el Señor Oscuro me curaba los cortes que él mismo me había hecho con agua oxigenada y la mano izquierda. Ponía su boca donde antes había puesto su fuerza. Había mucha sangre en la cama. ¿Dónde estaba yo? Flotaba sobre mí misma y ya no me importaba lo que me pasase. ¿Estaba muerta? Tenía la sensación de que, si no conseguía regresar a mi cuerpo, pronto lo estaría. ¿Era un sueño? ¿Una pesadilla?
La blancura de la cama iba inundándose de sangre. Había una mancha oscura que formaba un continente desconocido entre el Señor Oscuro y mi cuerpo desmadejado.
Me desperté. Estaba sola con Satán, que me lamía la mano. Todavía era de noche. El Señor Oscuro se había marchado y, por un momento, pensé que todo había sido un sueño. Entonces vi el hilillo de sangre que se escapaba de los labios de mi vulva. Satán gruñía quedamente. ¿Dónde estaba antes? ¿Por qué no había ladrado? ¿Conocía al Señor Oscuro?
Estás viva, tan sólo te ha venido la regla.