Ainur

Ainur sentía que la estaban mirando. Miró de nuevo a su alrededor. No vio a nadie y eso en lugar de tranquilizarla le hizo sentir aún más indefensa. Alguien estaba observándola y ella no lo veía. Por unos momentos, soñó que el farero estaba a punto de aparecer tras una esquina para abrazarla. Entornó los ojos para que el fuerte sol de la tarde no la cegase. Estaba a pleno día en medio de un pueblo desierto, no había motivo para sentirse así como si estuviera sola de noche en un callejón oscuro. Deseó que Satán estuviera a su lado. Entonces vio la sombra, las gafas negras, la gabardina oscura. Echó a correr, sin motivo, sin razón, como una niña, corrió hasta sobrepasar el crucero que antaño señaló el final del pueblo, el comienzo de lo desconocido, y ahora marcaba el centro exacto de la población, allí tropezó y cayó al suelo. Miró hacia atrás y no vio a nadie. Pero ella estaba segura de haber oído unos pasos que la seguían y de haber visto al Señor Oscuro avanzando hacia ella a grandes zancadas. Llevaba algo en la mano, algo brillante que daba miedo. Como él.