Es una noche con la luna cortada a dentelladas y colgada del cielo frío como un melón que se ha dejado para luego. La niebla no quiere acabar de comerse a la luna y juega con los acantilados. Si se escucha bien, se oye el mar romper furioso contra las rocas. La sombra también está furiosa cuando se recorta contra el copete de la mina de carbón que cerró hace tanto tiempo. La sombra se mueve con determinación hacia la casa dormida. Los hombres hace rato que se han dormido y los pájaros todavía no se han despertado. Sólo el caballo está despierto y ve cómo la sombra se desliza por un boquete en el seto. La sombra se detiene. Comienza a farfullar palabras ininteligibles que suenan bien. Lo importante es el tono hondo y tranquilizador. Íntimo.
Al cabo de unos minutos la sombra volvió a avanzar despacio. Apenas había dado unos pocos pasos cuando el caballo lanzó un breve relincho. Al oírlo, la sombra se detuvo petrificada, pero al poco volvió a avanzar sin dejar de emitir su letanía de disparates con un tono hondo y tranquilizador. La sombra se mantenía erguida y, aun en la oscuridad, el caballo sabía que le estaba mirando a los ojos. La voz seguía sonando como la lluvia; se acompasaba con los pasos, el cuerpo de la voz susurraba todo el tiempo una sola palabra: confianza. El caballo confió, no se movió cuando la sombra llegó junto a él y lo acarició, mientras seguía hablando y ponía las palmas sobre la cerviz caliente y sentía el latido de su corazón desbocado. No se movió ni siquiera cuando la sombra le llevó la mano a la panza ni cuando el gorgoteo de la voz cesó y comenzó a alejarse, callada y culpable.
Y por qué no escribes una novela sobre las brujas?
—No creo en las novelas, yo sólo escribo cosas que han sucedido, que están sucediendo en este momento o van a suceder. No tengo talento para las cosas que no han sucedido de verdad, eso lo dejo para Eugenia.
—¿Qué Eugenia?
—Eugenia Rico, aquella amiga de la infancia, la que me enseñó a no ser escritora.
Y por qué no haces un documental? Podríamos usar mis fotos y tus textos. Haríamos juntos algo que quedase en lugar de besarnos en un desván.
—La fotografía es luz y la novela es tiempo —le digo—. La novela es una trampa para detener el tiempo, un artefacto de tiempo, una bomba de relojería. Una novela honesta sería aquella en la que el tiempo empleado en leerla fuera el mismo que transcurre en la acción. Una novela así suele ser insoportable. Nadie quiere que una novela sea honesta. Las tesis doctorales, la Historia, las matemáticas son honestas, de una novela no esperamos que nos diga la verdad sino que nos engañe.
Las novelas siempre son verdad, son nuestras vidas las que son falsas.
Por eso no escribiré una novela sobre Selene. No podría soportar tanta verdad.
Si hoy no aparece ningún animal muerto, el farero me querrá y los matones no me encontrarán.
Era domingo y las campanas de la ermita de la Magdalena repicaban a muerto cuando apareció el primer anónimo.
Estaba clavado en la puerta de su casa con un cuchillo grande y basto como los que usan los carniceros de mala muerte, un cuchillo de esos que alargan la agonía de las pobres bestias.
Contuvo la respiración mientras leía y acabó tosiendo.
Estás enamorada y no creerás mis palabras pero el hombre al que amas no es bueno, ha violado y matado a mujeres que valían más que tu. Es el mismo Diablo. Pero estás enamorada y no creerás mis palabras.
Bajó por el pueblo con el anónimo arrugado contra su corazón como si fuera una carta de amor. La vieja de la tienda le dijo que nadie acababa de morir. El que enseñó a tocar las campanas al viejo sacristán sólo sabía tocar a muerto.
Si descubro quién ha escrito el anónimo estaré a salvo. Si veo un cuervo esta mañana, descubriré quién ha escrito el anónimo.
Hay una casa. Está en el extremo más alejado del pueblo. Es de piedra y tiene los balcones azules. No puedo dejar de mirarla. Las ventanas están siempre cerradas, los postigos están bajados. Se diría que no vive nadie pero la casa está inmaculada, perfecta como una concha cerrada. Cada mañana dejan el periódico en los escalones y misteriosamente desaparece. Los vidrios de las ventanas cerradas relucen. Dicen que ahí dentro vive un hombre que no deja que entre la luz del día. Un hombre que sólo sale de noche. Dicen de él que fue sacerdote. Yo le llamo el Señor Oscuro.
Dicen que la casa del Señor Oscuro está llena de rostros horribles y negros, dicen que una vez un niño entró y cayó muerto al verlos. Dicen que sólo son máscaras africanas. Dicen que fue misionero. Dicen que fue traficante de armas. En el pueblo nadie se mete con él. Lo ven muy poco y casi lo han olvidado. O no se atreven a recordarlo.
Las mujeres todavía dan miedo, están demasiado cerca de la tierra, son como las cuevas por donde lo oscuro se comunica con la vida. Los hombres maltratan a las mujeres porque las temen como temieron a sus madres. Con deseo. Con desprecio. Con desesperación».
Estoy sola escribiendo y tengo frío. Pienso que ya no tiene sentido que escriba sobre las brujas del pasado, que debería ocuparme de la caza de brujas de hoy en día. Los verdugos tendrán otros nombres, pero serán los mismos. No sé si lo que hago sirve para algo. Es la repetición la que está acabando con el mundo. «Que todo cambie para que todo siga igual», dijo el Gatopardo. El amor sólo merece la pena cuando crea el espejismo de que sucede por vez primera. Cuando la historia se repite demasiado, deja de ser historia para ser cansancio. Tengo frío y tengo miedo. Sin embargo, algo me dice que debo seguir escribiendo. Que debo seguir buscando a Selene. Que la encontraré no sólo en los legajos, en los manuscritos de finísima vitela de polvorientos archivos y legados privados. Siento que encontraré a Selene en algún recodo oscuro de mi vida. Sé que, cuando esté a punto de olvidarla, ella me mostrará el camino. Ese camino que no sé adónde lleva.