Ainur

El farero me quitó las bragas mientras me explicaba que ni siquiera para las monjas era fácil escribir libros. La misma santa Teresa estaba siempre a vueltas con la Inquisición y, como todas las hermanas, tenía un confesor al que debía contar incluso los pensamientos más íntimos y secretos.

—¿Como los que yo tengo ahora?

—Peores. Como mujeres, no debían pecar por su cuenta, sus directores espirituales pensaban y pecaban por ellas.

Has hablado de dos libros, ¿cuál es el otro? —pregunta Magic y dibuja símbolos mágicos sobre mis pechos desnudos.

Me levanto y voy hacia un aparador. Vuelvo con un objeto pesado y se lo tiendo con una mirada entre picara y enfadada. Si prefiere esperar, demorar el placer… Si se arriesga a hablar, hablaremos.

—MALLEUS MALEFICARUM.

Al decirlo mi voz sonó como una guitarra rota. Le tendí al farero el libro negro, que se agazapó en sus manos como un gato mimoso.

—El azote de las brujas. En este libro se encuentran las peores mentiras que se han dicho sobre las brujas. Y sobre las mujeres.

Le cuento que, en el tiempo en que este libro se escribió, ambos conceptos eran sinónimos, y unas y otras estaban malditas. Quizá por ello, aquí se describen con detalle treinta y cinco maneras diferentes de torturar a una bruja. Este libro es el catecismo de la misoginia de la Iglesia católica. Lo escribieron dos inquisidores dominicos en 1486. Su prólogo es una bula papal.

El libro cae al suelo a los pies de Magic, que pisotean el aval del Papa.

—«Summis Desiderantes», bula promulgada por Inocencio VIII en 1484 —leí en voz alta.

—Es un libro que mata. Tantas veces se ha matado por un libro… Este libro es el mal, contiene la locura. Fue como un arma cargada contra las mujeres. El libro y el edicto del Vaticano que nunca se ha derogado, por cierto, tilda a las brujas de adoradoras de Satanás. Permitía recurrir a la tortura para arrancar confesiones. Desencadenó la más terrible histeria contra las brujas en toda Europa. Fue el libro más leído de su época, aparte de la Biblia. Era una guía para la caza de brujas y sirvió para cometer algunos de los más espantosos actos de crueldad y violencia que haya podido concebir la mente humana. Todo nació del miedo que infundían las mujeres a la Iglesia.

—Coge la página que quieras y lee.

Magic leyó, con voz tan varonil que las terribles palabras me parecieron susurros obscenos:

«La brujería surge del apetito carnal, que, en las mujeres, es insaciable… Cuando una mujer piensa por sí misma, piensa en el mal… Las mujeres intelectualmente son como niños…».

—Las mujeres son mentirosas —seguía diciendo—, débiles mentales que necesitan el constante control masculino. Ellas son responsables de la impotencia del hombre, A ellas lo seducen y destruyen su alma. La voz del libro es la voz de un sacerdote anciano al que las mujeres han rechazado desde su juventud: acusaba a las brujas de pactar con el Diablo, de tener relaciones sexuales con él, del sacrificio de bebés, de comerse a los niños…

—Esas son casi las mismas acusaciones que se hacían a los primeros cristianos —dice Magic.

—Las mismas acusaciones que en la Edad Media se hicieron contra los judíos; las acusaciones que se hacen cuando alguien necesita un chivo expiatorio, cuando golpean el hambre, la pobreza y la ignorancia y somos incapaces de buscar la culpa dentro de nosotros mismos.

—Y la buscamos en el otro.

—Y las mujeres eran el otro de aquellos hombres que las temían y las deseaban. ¡¡El libro las acusa de volar por los aires y de hacer desaparecer el pene de los sacerdotes!!

Magic se reía más fuerte.

—Ya de niño temía que una bruja se comiera el mío…

—No hagas bromas sobre la sangre de tantas mujeres. Mira cómo acaba el libro, con una alabanza a Dios: «quien hasta entonces ha protegido al sexo masculino de un crimen tan atroz».

Me temblaban las manos cuando cerré de golpe el libro que parecía tener dientes. Yo los había sentido en mi piel, porque las palabras también pueden morder. Lo sé.

«Fue el Holocausto de las mujeres», le digo y le mando callar, como si estuviéramos en clase y yo fuese su profesora. Eso le excita. Me mira con lascivia o adoración.

—No lo sé, pero pronto lo descubriré.

Éramos malditas. Todo el mundo sabe que existió la Inquisición, pero la persecución de los tribunales civiles fue aún más cruenta. Durante unos siglos la locura contra las brujas recorrió Europa. Como mínimo, cien mil personas, casi todas mujeres, fueron ejecutadas basándose en unas «confesiones» arrancadas mediante las más viles formas de tortura. A los que la Iglesia no podía dominar, los destruía mediante la caza de brujas. Si había una guerra y la guerra traía el hambre y tras el hambre la plaga, nunca era culpa de los reyes, de los señores, de los obispos o del mal gobierno. Como no podía ser culpa de Dios y el Diablo era demasiado abstracto, era culpa de las mujeres. Era obra de las brujas.

Había otro libro. Todo está en los libros, incluso el horror: cajas con lanzas en su interior en las que metían a las mujeres perforando sus cuerpos; potros que arrancaban de cuajo las extremidades; camas hechas de clavos; una «silla de bruja», asiento metálico bajo el que se prendía fuego; la «brida fustigadora», dispositivo de hierro que clavaba púas en la lengua de la víctima, y cosas peores. Tenía los grabados en la mano, incapaz de mirarlos y también de desviar la vista hacia otro lado.

—La mayoría de las pruebas para encontrar una bruja eran aberraciones sexuales. Para efectuarlas siempre se desnudaba a la mujer. Así nace el oficio de cazador de brujas.

—¿Cazadores de brujas?

—Cazadores de brujas profesionales. Para ganarse la vida con ello estaban obligados a descubrir brujas en cada esquina. Recibían una suma de dinero con cada condena. Y cualquier información se pagaba con un buen dinero.

—Los vecinos denunciaban a sus vecinos y los hermanos a sus hermanas.

—Era como el estalinismo.

—Era como han sido siempre las persecuciones. Nadie es inocente, hasta que se demuestre lo contrario.

—¿Y cómo puede alguien demostrar que es inocente? ¿Qué hacían para «desenmascarar» a las supuestas brujas?

—Pinchaban con agujas y atizadores candentes el cuerpo desnudo de la víctima. Ninguna mujer estaba a salvo. Las pobres y las que no tenían un protector poderoso, las hermosas y las huérfanas y las viudas, miles de viudas, eran las primeras en caer. Cualquiera podía ser una bruja. Todas éramos sospechosas. Fueron siglos de terror.

—No eran cazadores de brujas. Eran sádicos que disfrutaban sexualmente con su sufrimiento.

—Puede ser. Muchos eran frailes. Justificaban sus salvajadas afirmando que las brujas llevan una señal en el cuerpo. La señal del Diablo. Un punto donde el dolor no existe.

—O sea, que el Diablo te quitaba el dolor, y los mensajeros de Dios debían infligírtelo.

—Practicaban también la prueba del agua. Ataban a la mujer y la echaban al agua. Si se hundía era inocente.

—Inocente pero muerta.

—Si se movía para mantenerse a flote o lograba flotar, era culpable y moría en la horca o en la hoguera.

Así murieron muchísimas mujeres. La mayoría eran curanderas o parteras. En Francia, Aldegonde, de setenta años, harta de las habladurías sobre su supuesta condición de hechicera, se entregó para limpiar su nombre. Fue estrangulada y arrojada a la hoguera. Chiara Signorini era una campesina italiana que curaba la mayor parte de los males, crimen tan grave que mereció la cárcel de por vida.

—Entonces no todas acababan en la hoguera.

—No siempre. En Cataluña las ahorcaban. Hay que decir que en España la Inquisición era muy benévola con las brujas. La mayoría recibían una pequeña penitencia e incluso el Santo Oficio salvó a muchas de las iras de los lugareños. Las grandes persecuciones ocurrieron en Francia, en Alemania y en Inglaterra. Sin embargo, aquí no faltaron grandes procesos y brujas famosas como las de Zugarramurdi…

—Y Selene, tu bruja.

—Y Selene, mi bruja, un caso especial, inusual, extraño. Estuve a punto de dedicar mi tesis a la terrible historia de Walpurga Hausmanin. Era una comadrona que vivía en Dillingen, un apartado pueblo de Alemania. Le destrozaron los pechos con hierros candentes, luego la dejaron sin brazos. Cortaron su mano derecha y después fue quemada en la hoguera. Todo ello por orden del obispo de Augsburgo, que se quedó con todas sus propiedades. También parece que, antes de morir, la violó y la sodomizó.

—El Diablo era él.

—Era un diablo que decía actuar en nombre de Dios. Torturaban a las mujeres hasta que confesaban y en el tormento todas confesaban lo que querían los jueces. Por eso todas las confesiones se parecen. Los cazadores de brujas eran seres diabólicos. Como ocurre a menudo con los perseguidores, encarnaban todo lo que decían perseguir y se valían de la mezquindad, de la envidia, de lo pequeño, oscuro y vil que atesora el alma humana. Murieron, sin duda, las mejores, las más sabias. «Bruja» en inglés es witch, que tiene la misma raíz que wise y significa «mujer sabia». Lucharon contra el saber en las mujeres, sobre todo el saber médico porque la sabiduría era el poder. La principal persecución no tuvo lugar en la Edad Media, como se cree, sino en los siglos XVI y XVII. Al crearse las universidades, que estaban prohibidas a las mujeres, los hombres se arrogaron el poder de la medicina; el poder de curar que, como el de cuidar niños, enfermos y heridos en el combate, había sido siempre de las mujeres. Ahora los hombres descubrieron la importancia que tenía y echaron a las mujeres del templo de la medicina. Todas las que curaban eran brujas. Del último lugar de donde alcanzaron a echar a las mujeres fue del parto.

—Se dieron cuenta de que las mujeres ya tenían el poder de dar la vida. Si se les permitía arrogarse el poder de evitar la muerte, no habría manera de someterlas.

—Por eso les quitaron la vida.

—Sí, les quitaron la vida y el saber, para que siguieran siendo esclavas, vientres que se hinchan, piernas que se abren ante el amo. Labios que chupan el poder del amo. Culos que se inclinan. Para que hicieran a los hombres lo que los hombres les acusaban de hacer al Diablo. Porque el Diablo eran ellos. Los hombres, los amos, los hombres que querían suprimir a las mujeres y el aquelarre era su sueño de orgía sexual con rito sado-maso.

—Interesante.

—Verdadero.

—No puedes probarlo.

—Lo probaré.