Ainur

Hay dos libros importantes para nosotros —le digo mientras le quito el flequillo de la cara—: uno el Lazarillo de Tormes, el libro que nos unió, el libro que condenó a Selene y que ella misma pudo haber escrito, puesto que es anónimo y bien pudiera haberlo escrito una mujer.

—Es imposible que una mujer escribiera el Lazarillo —dice él mientras busca mis pezones.

—¿Por qué? ¿Son más estúpidas? —le digo, y me escurro bajo su cuerpo sudoroso.

—No lo son, tan sólo es improbable porque la mayoría de las mujeres de ese siglo estaban entregadas a la tarea de parir y fregar o bien a la de rezar. Putas, casadas y monjas, no había otra cosa —dice él mientras pone su boca sobre mis nalgas.

—Estaba Selene, una mujer que vivía de practicar la medicina… —Me deja sin aliento con el suyo, pero consigo apartarle, no quiero acabar así la conversación.

—Casi no había Selenes, ella estaba fuera de lugar y, como todo lo que está fuera de lugar, fue suprimida.

—¿Y si no hubiera muerto en la hoguera, y si es cierto que se refugió en un monasterio y escribió libros? —Busco su boca y el fin de nuestra discusión pero no encuentro ninguna de las dos cosas.