El lunes apareció un gallo degollado delante de mi puerta, el martes una gallina en los escalones, el miércoles un gato estrangulado en el hórreo, el jueves un conejo muerto a la puerta de la ermita de Santa Magdalena, que está en la plaza, casi frente a mi casa. El viernes estaba acurrucada en los brazos del farero, que me cantaba bajito y con voz ronca como si entonara una nana y yo fuera un bebé que no podía dormir.
Si me duermo, todo se arreglará. Si ahora me quedo dormida en sus brazos no podrán encontrarme. Estaré a salvo.
Y no me duermo, no puedo dormir desde que apareció el cuervo muerto en mi mesa de desayuno.