Dicen que Selene siguió al perro negro que era mitad perro, mitad lobo. Se tendió a sus pies y ella lo acarició. Eso acabó de sellar el pacto. El perro echó a andar hacia el sur y ella le siguió. Pronto el suelo estuvo nevado y sus zapatos rotos. Era de noche y tenía miedo, pero el perro parecía saber adónde iba. Dicen que la condujo a su guarida, a una cueva en la montaña con sus hermanos lobos. Dicen que allí encontró refugio, y allí pasó todo un invierno. Los lobos cazaban y ella cazaba con ellos. Se abrigó con pieles e hizo fuego para sus nuevos amigos. No quería tener nada que ver con los seres humanos. Algunas noches intentaba decir algo. Abría la boca pero de su garganta no salía ningún sonido. Todavía veía una neblina roja. Se dejaba lamer las manos por su nuevo amigo. Lo llamó Satán. Y a él le juró no volver a vivir nunca con los hombres. Cuando el invierno arreció estuvieron a punto de morir de hambre, entonces Selene puso algunas trampas como le había enseñado la vieja loca del páramo. Consiguieron pequeños animales: conejos, tejones, gracias a ellos fueron sobreviviendo. Un día oyó los gritos de los hombres, cerca, muy cerca de su guarida. Daban una batida, podía oler sus grasientas vestiduras y oír sus terribles gritos. Los hombres mataban por matar. Toda la carnada se apretujó junto a ella. Satán daba vueltas en la entrada de la cueva, como si vigilara. Pasaron de largo, iban a la caza o a la guerra y ella no tenía nada que ver con ellos. El frío se hizo más intenso, tenía sabañones en los pies y a menudo le dolía la garganta. Vivía en un mundo blanco, que a ella le parecía un mundo puro, no contaminado por la maldad del hombre y sus estúpidos preceptos. Se hubiera quedado allí para siempre y juró hacerlo.
Llegó un momento en que el mundo no podía ser más frío. El sol viró. La nieve comenzó a fundirse, aquí y allá había islotes verdes donde brotaban unas flores pequeñas y anémicas como enfadadas por tener que vivir en un lugar tan inhóspito.
Una mañana Satán le mordisqueó la manga para obligarla a levantarse. La tierra fuera de la cueva exhalaba un vapor blanco como si la acabasen de cocinar. Cuando se disipó la niebla el mundo ya no era blanco sino verde y en la claridad Selene vio el humo que se elevaba hacia el cielo. El humo de las hogueras que hacían unos seres viles llamados humanos.
Abrió la boca y por primera vez en mucho tiempo salió un sonido. Era un sonido terrible, un grito animal, estertor de todos los gritos, de todos los sollozos. Los cachorros lo oyeron y temblaron, las perras en celo salieron despavoridas y las madres huyeron llevándose a sus pequeños. Todos los pelos de Satán se erizaron en su lomo mientras ella gritaba, pero no la abandonó.
Volvió.
Pero nunca volvió del todo.
Porque una parte de ella se quedó para siempre en la montaña.