Y era él. Por supuesto que era él, el mismo con el que jugué de niña hasta que me lo prohibieron, me enseña el Lazarillo que yo le regalé, el que le di cuando nos separaron para siempre. Mi madre no quería que yo fuera una desgraciada como ella; mi abuela no quería que yo fuera una desgraciada como mi madre, había algo que no funcionaba en mi cabeza, me decían, y yo oía que las fuentes, que los riachuelos, que los pájaros cantaban mi nombre y le daban la razón a mi madre y a mi abuela. No paré hasta que se callaron, no me detuve hasta que pacté el silencio de las fuentes, esa misma tarde me vino la primera sangre y supe que se habían acabado la magia y la infancia. Quizá fueran lo mismo.