Consuelo

No hacía ni siete días desde que llegó al pueblo la pelirroja cuando bandadas de cuervos comenzaron a volar en círculos sobre la vieja casa que había sido de la viuda Rius. Alzaban el vuelo y caían en picado sobre el tejado. Parecía que fueran a estrellarse pero en el último momento echaban a volar.

—Como tú, Ainur. Eres como un pájaro, parece que vas a estrellarte pero sólo vas a levantar el vuelo.

Así era el farero, casi nunca abría la boca pero si decía algo uno era incapaz de olvidarlo.

Yo lo oí claramente, no porque hubiera estado escuchando, me hubiera gustado pero cada vez soy más dura de oído y me cuesta entender lo que dicen.

Esto lo oí porque el farero prácticamente me lo gritó al oído.

El farero nos caía a todos bien, de lo contrario no se lo hubiera permitido. Y la pelirroja era mucho peor de lo que nos imaginábamos, de lo contrario no habría pasado lo que luego pasó.

El caso es que yo fui, como casi siempre, la primera en darme cuenta pero pronto todos me dieron la razón.

No es normal que los cuervos anden en bandadas y mucho menos que vuelen en círculos en torno a una misma casa. Una casa abandonada. Una y otra vez. Más alto y más bajo. Como borrachos. Como enamorados. Como locos.

Una y otra vez dándole vueltas a lo mismo.