Ainur

Ha muerto.

Mi vecina tenía arañazos en la cara y los ojos enrojecidos, como si no hubiera dormido en una semana. Tenía los cabellos revueltos y enmarañados y llevaba un zapato de cada color; aparte de eso nada hacía traslucir que estaba a punto de volverse loca.

—Me dijiste que iba a morir.

Era cierto. A veces hablo demasiado.

Podría haber dicho que era una coincidencia, en lugar de ello pregunté:

—¿Qué le ha sucedido? Estaba bien ayer por la noche, me lo crucé en la escalera y como de costumbre no me devolvió el saludo.

—El es así —respondió mi vecina olvidando por un momento que había venido para comunicarme una noticia horrible y no para justificar a su marido por una de sus frecuentes faltas de tacto.

—Te pegaba —añadí.

—Sabes que no me pegaba, a veces se enfadaba y me empujaba con fuerza y a veces yo me caía, pero él no me pegaba. —En ese momento mi pobre vecina recordó lo inevitable—: ¡Dios mío! ¡Está muerto! Ya no volverá a empujarme —gimió, mesándose los cabellos.

—¿Cómo sucedió? —repetí con suavidad como si le hablara a un niño.

—Esta mañana, al levantarme, lo sacudí y no se movió. Pensé que le daba pereza. Me espabilé y le hice el café y las tostadas, incluso le hice un zumo de naranja y le colé la pulpa como a él le gustaba y se lo llevé a la cama. A veces eso le pone de buen humor. Volví a tocarlo y entonces me di cuenta de que estaba frío como una cerveza en la nevera… ¡Oh! ¡Dios mío! —sollozó. Y luego de nuevo—: Tú me lo dijiste, lo dijiste.

—Oye, yo no he tenido nada que ver, y además ya no volverá a pegarte.

—No podré vivir sin él —sollozó, y comenzó a arañarme la cara mientras gritaba—: Tú lo has matado, bruja, más que bruja…

Ese fue el día en que constaté que tener visiones de cosas que luego acaban ocurriendo puede ser un verdadero problema. Por entonces carecía de imaginación para saber hasta qué punto…

Al principio era divertido. Estaba segura de que le ocurría a todo el mundo. Pensaba que yo no era distinta.

Seguro que os ha pasado. Piensas en alguien y al cabo de un rato te llama por teléfono o te lo encuentras por la calle. Pensaba en un conocido y esa persona me llamaba por teléfono. O me la encontraba en el metro. Sabía que el teléfono iba a sonar unos minutos antes de que lo hiciera. Y luego, como si esa nueva habilidad fuera como conducir, sonaba el teléfono y sabía quién me estaba llamando antes de cogerlo. Alguna vez soñé con las preguntas de un examen. Saqué matrícula en Historia de la Antropología habiéndome estudiado una sola pregunta, porque ésa fue la pregunta que hicieron.

Estaba segura de que le pasaba a todo el mundo, de hecho no hacía más que encontrarme con gente que aseguraba que también le ocurría. Todo había empezado haciendo unos ejercicios para mejorar la miopía. Más tarde me dijeron que lo que hacía con aquellos ejercicios era meditar. Nunca supe si era cierto porque cuando empecé a tener la sensación de que flotaba por encima de mi cuerpo y salía de la habitación tuve también la dolorosa sensación de que mi cuerpo se quedaba huérfano cada vez que yo partía de viaje astral. Sospeché que después de uno de aquellos paseos no podría volver a mi cuerpo. Estaba segura de que eso me mataría. Así que dejé la meditación, dejé los ejercicios para corregir la miopía, dejé el yoga y hasta dejé de fumar marihuana. Vosotros también lo habríais hecho.

Nunca más salí de mi cuerpo, aunque a partir de aquel momento hubo muchas situaciones en las que me hubiera gustado hacerlo.