Dios

Dios tiene un PC.

Nunca se compraría un Mac. Nah, Dios tiene un ordenador personal compatible.

No es uno de esos HP de diseño ni un Dell baratuzo ni nada que haya podido vender Toshiba. Tampoco es que su PC de escritorio sea de esos chismes compactos que hace Samsung. Nada de eso. Dios encargó las piezas sueltas a Amazon y se ensambló con ellas su propio computador, con un destornillador de estrella y algo de paciencia. Una placa base de Gigabyte, memoria de Kingston, un par de procesadores de Intel y un Linux corriendo por encima de todo; que el Windows es para los mortales.

Dios se monta su propio hardware y luego se compila su propio sistema operativo. Acto seguido, escribe su propio software. Con dos cojones. Faltaría más. Que Dios no quiere la informática para hacer el pavo por internet.

La quiere para crear vida. Para jugar a ser Dios.

Para hacerse sus propios animales. Sus críptidos de diseño. Su fauna de autor.

Su propia pirotecnia.

Y esto es lo que pasa en esta historia, atentos porque ahora viene el capítulo complejo: Dios es un ingeniero en genética que monta monstruos de ocho núcleos; únicos, originales, imposibles. Se sienta frente a su PC, hace doble clic sobre el icono del Eclipse y le pide que ejecute el proyecto «creación».

Y la creación se hace fichero binario, un diseño programado para reconocer y ensamblar patrones genéticos. La creación está escrita en C++. Emplea como base de datos una apabullante colección de cartografía genómica. El código que corre sobre toda esa base de datos es como uno de esos GPS que calculan las rutas, que buscan algo en los mapas de carreteras del infierno. Veamos cual será este paseo. Hum… Hasta aquí empleamos genes de rata, a partir de este punto encajan estas secuencias que obtenemos del genoma del macaco y para rellenar esos huecos emplearemos una buena ligasa con la que empalmar el material genético del coyote. Le inflamos al montaje los genes del crecimiento y ya tenemos la fórmula del ratamacacote (ID: Chupacabras, v1.12).

¿Todo esto parece muy complicado? Pues es lo que tiene, la unión covalente entre fragmentos de ADN bicatenario. Pero eso es lo que se ha hecho aquí. ¿Y cómo hace tanta ciencia y tanta magia un programa cuyo máximo de instrucciones no pasa de las cien mil líneas?

Pues fijándose en el código genético de los híbridos que ha dado la naturaleza.

En ellos está la clave del copia y pega biológico, lo saben en los circos y en los zoos y si preguntas a muchos curiosos del mundo de las ciencias naturales: un león y una tigresa pueden concebir a un ligre. Un tigre y una leona duermen juntos y si no se abren en canal dan como resultado un tigón. Y eso. Si nos fijamos en cómo hace el mundo salvaje, orgánico y sexual para ensamblar especies distintas de mamíferos podremos reconocer patrones, pautas clave a la hora de hibridar, de enlazar la transmisión horizontal, de hacer splicing, de encajar secuencias de ADN poco compatible. El software que se ha hecho Dios para arrojar sus resultados toma como ejemplo a la mula, al cebrasno, al balfín, al pumapardo, al burdégano. Esos curiosos animales estériles que nacen cuando la zoología y la zoofilia se toman cuatro copas de más y amanecen juntas tras una rave en un after. En esas noches en las que se solapan y se entremeten las especies del mismo modo en que se cruzan los cables de la biología. Aquí hay un cortocircuito de los que tiene el mundo animal, vamos a tomarlo como ejemplo y a tratar de repetirlo en un laboratorio.

O fijémonos en los patrones de expresión, en los interactomas, las ideas abyectas que tiene la naturaleza: en el ornitorrinco («la prueba viviente de que Dios tiene sentido del humor»). Un mamífero con pico de pato electroreceptor, cola de castor chungo, cuatro garras palmeadas que le salen de los costados, cuerpo de nutria, pelo de oso, tetillas sin pezones, unos curiosos dientes que pierde al poco de nacer, pene bicéfalo y un extraño veneno mortal, mucho peor que el de las serpientes más venenosas. El ornitorrinco también pone huevos, hace túneles y… qué demonios, si fuera una persona leería poesía. Malditas criaturas absurdas. Esto del ornitorrinco sí es el patito feo, el colmo de la discordancia. El bicho tiene diez cromosomas sexuales mientras que el resto de los mamíferos nos tenemos que apañar con dos. Posee genes que sólo se han hallado en aves, reptiles y anfibios. Toda una chapuza. La zoología está hecha una aficionada. Improvisemos nosotros unas cuantas cosas de éstas. Hagámoslo como los dioses.

Con un simulador computarizado. Con un PC que es igual que los que usan en Pixar. Splicing como rendering. Empalmar proteínas como el que empalma los porros. Remezclar sampleados mejor que un DJ.

Oh, pero para ello hay un inconveniente bastante molesto: resulta que no tenemos ni flores de cómo irá montada toda esa información genética, por aquello de que la ingeniería que nos ampara es una ciencia en pañales. Vale. Pero es que el conocimiento no es algo que le haga mucha falta al Dios de esta historia. Es un Dios loco, como los del panteón de Lovecraft, o los que suelen adorarse en Wall Street. Este Dios no sabe lo que se hace, sólo va aventurando chapuzas al tuntún, aberraciones peores que el ornitorrinco. Va a ser que el Dios de esta historia juega a los dados con su PC y su cuenta de Gambling Planet. Dios se conecta, hace cuentas y lanza resultados de dudosa viabilidad como el que arroja dardos en un pub de carretera, a las tantas. Dios tiene un PC que ataca los códigos genéticos lo mismo que a las codificaciones estructuradas.

Porque, básicamente, eso es lo que son.

Para Dios.

Así que Dios elabora genomas, sí, pero a fuerza de ensayo y error. Probando millones de combinaciones por segundo como esas aplicaciones informáticas que consiguen jugar al ajedrez mejor que los maestros rusos tras calcular y valorar todas las jugadas posibles. Dios ha escrito un programa que genera mapas genéticos enloquecidos mediante lo que en ciencias de la computación se conoce como «ataques de fuerza bruta», procesos similares a los que sirven para reventar las contraseñas criptográficas tras intentar todas las claves posibles. Dios no sabe la clave de acceso al genoma del centauro, del basilisco y del hipogrifo, pero intenta hackearlos a fuerza de probar todas las respuestas que cabe responder al sistema cuando le pregunta por el apellido de soltera de su madre.

Dios es como un sereno lerdo. Tiene cien llaves y ni idea de cómo va un cerrojo de los buenos.

Pero al final, tras millones de ciclos de computación y meses de cálculo en balde, a Dios le entra un SMS para anunciar que hay un lote de resultados pintones. Un porrón de candidatos a ser el nuevo fichaje de la merca. El monstruo del semestre.

Y Dios, que es coreano, toma esos códigos genéticos que produce el programa con el que crea sus abominaciones y los adjunta a un email que va codificado e indirecto a un laboratorio de Islandia, donde los implementan a nivel embrionario. La Virgen María es un traficante suomi. Hágase la merca en su útero, y en él cruce las aduanas de la realidad transnacional.

Tirando de hidroavión pirata.

La gran mayoría de los embriones que propone y dispone Dios al laboratorio islandés terminan siendo tristes y pecaminosos abortos. O mueren a las pocas horas de gestación, o incubación. Otros diseños nacen, crecen, son alimentados con batidos elaborados por un ingeniero de proteínas y luego son cebados con esteroides, anabolizantes, cortisonas. Devienen bicharracos que se desarrollan dopados como ciclistas. Con el tiempo y si no languidecen y mueren de repente, son chipeados y liberados para su estudio en hábitat. Y el hábitat está en los vastos desiertos.

Desiertos de Canadá, de Rusia, de Australia, de Argentina. Flecha Gorda recibe muchos paquetes. Los que están diseñados para adaptarse a este hábitat le vienen con la orden de que se libere su contenido en cualquier calvero del Caniapiscau. Otros se los dan para que se los entregue a un tercer tío, un trapicha como él. Concretamente a Jesús, el hermanastro de Perla, que se los lleva en una ranchera funeraria para soltarlos en los territorios más intratables de Argentina.

La idea es estudiar la evolución de los diseños en libertad, en un medio salvaje en el que los hombres no molesten… Porque lo cierto es que ningún biólogo de laboratorio que tenga cientos de jaulas llenas de ratones verá cómo confinar en un espacio muestral representativo a un ratón de ochocientos kilos, instintos mestizos e inteligencia incipiente. Aquí hace falta garantizar que el críptido se desarrolle en un hábitat real, eso es lo que requiere el estudio científico que se quiere llevar a término, y eso no se puede hacer en un mundo cada vez más pequeño.

Aunque siempre están los vastos desiertos. La ley de los países cuerdos llega a cada rincón del globo para decir que a los engendros de laboratorio que contengan ADN humano hay que destruirlos a los catorce días de incubadora… Pero la ley de Dios no es la misma que la de los hombres.

Y ése, tan complicado, es el plan de Dios, su línea final de desarrollo de armas biológicas. Dios es que está en todo. Tiene un PC. Y estertores.

Está palmando. En medio del trazado de la Transtaiga. En el kilómetro trescientos treinta y tres.

El convoy en el que iba Dios ha quedado destruido tras la voladura de la merca.

Lo que antes era una caravana de vehículos tácticos y de operaciones ahora es, gracias al C4, un amasijo de tizones humeantes, de cuerpos calcinados, de cenizas que se posan, de chatarra retorcida, negreada.

Han sobrevivido a la explosión algunos de los hombres que viajaban en los carros más blindados. También está vivito y coleando El hombre de la máscara de gas, que viajaba en avanzadilla y no se ha enterado de nada, ahora sabe que han sido atacados pero no alcanza a comprender cómo.

La misma suerte que él, estar desmarcados, es la que han corrido los vehículos que iban a la cola del convoy. Rezagados. Siguiendo la operación a distancia. Pero no de lejos.

En uno de esos Hummer viajaba Dios.

Esposado.

Detenido.

Supieron de sus operaciones y le dieron caza por ellas, varios gobiernos cooperando juntos. Lo que no sabían hasta anteanoche era dónde había estado Dios enviando sus diseños. Solían perder el rastro de las criaturas maduras que Dios había ido liberando en un triste aeroclub de Islandia.

Hubo una redada, una operación.

Esta.

Los de la redada averiguaron que la merca embarcaba en un hidroavión Cessna, modificado, de color verde, sin placas ni luces; que aparecía de la nada. Ni idea de adónde iba con las bestias.

De dónde venía, ni idea tampoco.

Pero gracias a Ian que consiguieron dar con él. Ya lo tenían.

Han venido por él y han venido a morir.

A los que custodiaban a Dios les han pillado a la cola del contingente. La explosión les ha hecho un poco menos de daño. No los ha matado en el acto.

Los está matando ahora.

Dios, por ejemplo, se ahoga. No puede respirar. Tiene los pulmones llenos de sangre.

Y mientras se le encharcan hasta asfixiarle, una enorme sonrisa en la boca y un único pensamiento en la cabeza:

«Pulmones inundables, dependientes del medio gaseoso, pero integrados en un cuerpo recorrido por un tejido fluido: la sangre. Dos simples perforaciones bastan para anegar un sistema respiratorio como el mío, hasta inutilizarlo.

»…

»Ah, mamíferos.

»Qué mal diseño tenemos».