Amos

Perla se escondió, si es que podía hacer eso, en casa de su hermanastro.

Volvió a Amos. Tras plantar a su marido y abandonar a su hijo. Preguntando por Jesús, como el que cambia de vida para convertirse al cristianismo, en busca de perdón por la barra del bar de su ciudad natal. ¿Dónde dicen que para mi hermano? Ah, ahora vive en la caravana en la que murió mamá. Tal vez quiera darme cobijo unos días, mientras me arreglo.

Antes de que decida seguir huyendo.

Jesús no es que supiera ni que quisiera saber mucho sobre lo que cabía hacer estando en los pantalones de Perla, tras abandonar el recinto que les había visto crecer. Mamá, su novio del semestre, sus dos hijos. Cuatro desgraciados en una roulotte. A cualquier cosa la llaman hogar familiar.

Pelotudo, ¿sabés si el pibe ese con el que tocabas el bajo sigue haciendo quilombos con los indios?

—¿…?

Los indios esos que podrían arreglar lo mío. Vos hacés que aparezca mi moto bien destrozada, en una carretera dejada de la mano de Dios. Ellos que la acompañe un cuerpo irreconocible; devorado por los cuervos, las raposas, los gerifaltes y demás alimañas. Invadido por los líquenes de la taiga.

»Ya lo identificás vos, mi cadáver.

»Hacés que mi nene me dé por muerta.

»Que mi marido enviude.

»Que me entierren. Que desaparezca. Como hacía mamá.

»Pero yo sin arrastrar la boludez esa. ¿Cómo la llaman?

»Cargas familiares.

»Fuegos artificiales particulares».

Y así lo hizo Jesús.

Tras lo cual ella marchó a Montreal. Allí consiguió un empleo en el metro. Cambió de vida. Fue otra persona.

Otra más.

Con su otro marido al que hacerle otro crío, este montrealés. Con él ya iban tres. Uno más que mamá.

A todos los abandonaría.

De Montreal volvería a Amos, conduciendo una moto, directa al taller de Mac.

De alguna manera se figuró que en el tiempo en que ella había montado y desmontado dos familias Mac no habría hecho nada. Apenas se molestó en darle un telefonazo el día antes de aparecer por la puerta de servicio de su taller.

Lo cual nos lleva al principio de esta historia. A escape libre.

El mundo en un puño y, en el puño, el acelerador.