Planetario

Planetario. Dícese de aquello relativo a los planetas. También de todo ingenio que muestre a los cuerpos celestes en movimiento. Y del lugar donde se escenifican las conjunciones de astros más interesantes.

Ian. Perla. Mac.

Excursión escolar de secundaria. Todos a hacer un trabajo sobre el Sistema Solar.

Ian pasaba sus mejores fines de semana en el Planetario, pese a que visitarlo suponía muchos kilómetros de autobús. Hasta que llegaba el sábado en que conseguía desplazarse a la ciudad del Planetario, Ian era el chaval de los telescopios. Sus gafas montaban un par de vidrios densos, lo mismo que su equipo de astrónomo aficionado. Cuando miraba a través de las lentes de la montura que reposaba sobre sus narices veía mucho menos que cuando lo hacía a través de los tubos de un catalejo cósmico. Observando a las estrellas podía palpar a los ángeles con los dedos del infinito. Mirando los lados del pasillo del instituto ni veía tres en un burro ni por dónde le pegaban las collejas, los burros, de tres en tres.

Así los años. De los trece a los dieciocho fue aumentando tanta miopía y tanta dioptría, lo mismo que el zoom de los telescopios de Ian. Cada curso agigantaba la potencia de sus lupas. Todas ellas. La vida le aproximaba al mundo de los cielos y le sacaba los pies de los suelos. Le hacía volar. Le convertía en el tío que se pasaba los años de instituto hablando de Carl Sagan a todo el mundo, pero en todo el mundo de Ian no había un solo interesado en Carl Sagan.

Ian era un cuerpo celeste que no encajaba en el cosmos del instituto. Él carecía de gancho, de personalidad, de influencia. No tenía órbitas ni atmósfera. Tenía fotosfera.

Y una camiseta de Jar Jar Binks.

Frikazo. Befas. Mofas. Puteo estudiantil. Algo de bullying. Pero qué zumbado estás, chaval.

—Y no te nos pongas estupendo ni te flipes si vamos a ver eso tuyo del Planetario —le dijo Mac a Ian. Y sonó como una amenaza.

Entonces Mac no tenía muchas neuras ni tenía apenas vitíligo (es una enfermedad que se desarrolla durante la adultez). No tenía pintado en blanco el mapa de Grecia sobre la boca y el de Islandia a un lado de la frente. Proyectaba bastante autoridad en el ecosistema de secundaria.

Les pusieron unos vídeos y unas proyecciones en la visita escolar. Que si en Júpiter todo es gaseoso. Que si Mercurio está calcinado por la radiación. Que si nuestro sol es muchísimo más masivo que nosotros y todo nuestro mundo. Que si las enormes distancias en el tiempo y el espacio.

Luego les habló un astrónomo. Vino un tío metido dentro de una bata blanca y despachó con los chavales.

Fue como si un ángel bajara de los cielos y les explicara cómo era todo más allá de las nubes. Ian quedó prendado por cuanto decía aquel hombre del Planetario.

El resto de la clase siguió con los bostezos. Mac apenas escuchó mientras rodeaba con sus manos la cintura de Perla, al fondo de la clase. Perla escuchó la lección con cierta curiosidad.

Hubo ronda de preguntas tras la conferencia magistral. La gente preguntó al astrónomo si se podía mirar a las chicas de la playa por el telescopio. Uno que se había fumado un canuto quiso saber por qué las polillas no vuelan hacia la luna si viajan atraídas por la luz. Alguien que si para ser astronauta había que saberse todo aquello de las masas, las atmósferas y las órbitas.

Ian fue el último de la clase en preguntar.

Lanzó una pregunta obesa. Y acostumbrada a comer astrofísica. Preguntó por el sitio más increíble del cosmos conocido: los Pilares de la Creación.

Ian hizo su pregunta críptica y el astrónomo obedeció a la voz de la ciencia astral, como por ensalmo.

Klaatu barada nikto.

El funcionario cascó en el monstruoso proyector una foto de Los pilares de la creación.

El corazón del infinito.

Tres torres de humo estelar coronadas por un halo de santo. Inmensos chorros de polvo y gas a millones de grados Celsius en cuya cúspide tiene lugar el nacimiento de las nuevas estrellas.

La foto de una escena que está a siete mil años luz de la Tierra, cortesía del titánico, ciclópeo, telescopio Hubble. El ojo de vidrio más poderoso de la humanidad, mirando por el coño del cosmos. El quinto coño. Que, en rigor, anda por la región astronómica NGC6611.

Los Pilares de la Creación.

Cada uno mide entre dos y cuatro años luz de longitud. Entre los tres son un panorama de belleza animal, sobrenatural. Dioses eyaculando. El motor de la realidad. La fábrica de las galaxias.

El lugar donde los soles se adensan, se encienden, empiezan a arder con una furia inmortal, a vivir consumidos, a ser un incendio permanente. A brillar por sí mismos. A girar sobre sus ejes. El lugar del que salen despedidos, como semillas. Semillas capaces de poner a danzar a otros astros en torno a su órbita.

—Esta es la hormiga reina del universo.

»Aquí es donde se están pariendo las cosas más grandes. Esto lo arma todo. Mirad a Dios ejerciendo».

No se supo si aquello sirvió para poner a la clase en antecedentes. Para que todos entendieran lo que preguntaba Ian.

Astronomía profunda.

Porque… Aquí la pregunta, yendo al detalle: Ian quiso saber cómo podemos ver los pilares si los enfocamos ahora y al mismo tiempo sabemos que hace seis mil años una supernova los dejó destrozados, al estallar.

Porque parece que Los pilares de la creación han caído hace mucho, aunque aquí todavía no podamos ver eso.

Estamos lejos, en el tiempo. La muerte de Dios todavía no nos ha alcanzado. Pero viene de camino. Dentro de unos pocos siglos miraremos los Pilares de la Creación desde la Tierra y los veremos caer bajo el peso de uno de sus hijos.

Y la respuesta: sabemos eso porque tenemos otro telescopio divino. El XMM-Newton. Que únicamente ve los rayos x, una luz que viaja a otra velocidad, por lo tanto el catalejo ese puede contemplar las poderosas expulsiones de radiación de las nuevas estrellas. Y ha visto a una de ellas estallar hasta arrasar con sus padres.

Y esa luz viene ahora hacia aquí, a una velocidad brutal. Llega en muchos años, que están por venir.

De repente todo es desoladoramente enorme, largo, profundo. La realidad se ha vuelto colosal.

Ian ha dejado pequeño todo el lugar, la clase, el orador invitado. Ha puesto al creador supremo a bailar en la tarima y luego lo ha matado, pero la gente no se cosca. Y todo eso con una pregunta de veintidós palabras:

—¿Cómo podemos saber que los Pilares de la Creación han quedado medio destruidos hace poco si la luz que nos llega de ellos es de hace seis mil años?

Y la magia se ha servido.

Perla alucina.

Mac no entiende nada. Ni la pregunta ni la respuesta.

Ian decide hacerse astrónomo, tras escuchar la respuesta.

En cuatro o cinco años estará al frente del XMM-Newton. Midiendo auroras. Fotosferas.

Se va a doctorar en unos fuegos artificiales que pocos ojos humanos han conocido. Todo para acabar ocupando la plaza del funcionario al que hoy acaba de zarandear.