Adicto

Chuzo Tieso titirita movido por un titiritero con párkinson. Está hecho una marioneta barata, no controla sus movimientos. Se sujeta con fuerza los tríceps y le acaban saltando los hombros, aprieta los dientes pero incluso así le rechinan.

Ruina de tío.

Cuando los ganchos de la merca lo envuelven se siente lazado por mil cordeles y tramillas que tiran a espasmos de sus brazos, hasta convertirle en la estrella de un guiñol.

Porque su voluntad pende de unos hilos que bailan como San Vito. Chuzo Tieso es un espantapájaros doblado, de esos que únicamente consiguen mantenerse firmes cuando arrecia un vendaval fijo.

Un soplido de horas de fuerza constante y que no cambia de trayectoria.

La garra de la merca. El empujón que es pecado. Le calma cada vez que le allana, le estira, como a un pelele. El resto del tiempo de Chuzo Tieso es ansiedad, parvedad, falta.

Mono.

Chuzo Tieso es un innu mestizo que sólo conoce dos idiomas, el clisteno de los cree montañeses y el tartamudo. Hablar le cuesta casi tanto como estar en reposo. Hace siete inviernos que no duerme. Desde que la merca le abraza que ya no sabe lo que es sosegarse, desaparecer, hallar la paz; se le ha privado de todo eso. Todo. Ahora es un amasijo de trepidaciones, de tormenta interior. Hay una mecha de pólvora que se consume a la velocidad de la luz en sus tripas, en un chispazo artificial muy interior. Chuzo Tieso es una sacudida todo el día y toda la noche; todo el tiempo, de días sin noche y noches sin día… Salvo cuando la merca le pone y lo posee.

Lo hace caprichosa. Las noches en las que le espera, en su tipi.

Chuzo Tieso estuvo en un hospital de Toronto con Flecha Gorda. Desde entonces que tiene diagnosticado un cuadro de tremor idiopático, temblores inespecíficos, lo cual es como decir que en todo el mundo del hombre blanco no hay causa conocida que sea capaz de moverle igual que a una luna en el agua.

Sólo está la merca. Su ausencia.

Su agujero. Debe de ser idiopático.

Pero se lo folla.

Dura varias horas. En ese tiempo Chuzo Tieso serena su espíritu, danza con el silencio, se queda muy quieto… y descansa.

Es su pelotazo. Su benzodiacepina.

Tras él hay más temblores, más terribles. Chuzo Tieso sabe de sobra que no le hace ningún bien la merca, pero se entrega a ella como a cualquier otro mal remedio. Cada vez que le achucha la bestia es como si le atara a la cama uno de los dioses danzantes de los que habla la mitología de los cree.

Chuzo Tieso llega al asentamiento y en cuanto sale de la ranchera y saluda protocolariamente a un par de personas, se larga a su tipi. Tiene una de las pocas tiendas auténticas del clan, un tipi con pértigas de PVC, con tela de cuero pintado. Dentro apenas una pipa de agua, una tetera casi vacía, un pedazo de cecina de caribú envuelta en papel vegetal y un par de pieles de alce sobre las que yacer en el chill out que se abre frente al redondel de piedras, el fuego del hogar.

Pero no hay merca sobre las pieles.

No está. Hoy no. Hoy no es el día ni será la noche en la que desaparecer.

Así que Chuzo Tieso se desata la coleta de color bermejo, se quita los mocasines, enciende la hoguera con dificultad y se sienta frente a ella.

Si la luna no trae mal bajío, el Wendigo le llamará pronto; o le vendrá a visitar.

Cantará una nana para él.

Sobre bestias de latitudes distantes, incompatibles. Que se reúnen en el software de recombinación de un laboratorio genómico clandestino de Corea. Monos aulladores, lémures, hurones, ardillas voladoras. Lobos.

Hombres.

La nana que canta el ejemplar de la merca con el que anda liado este desgraciado suele hablar de una inteligencia ácida, lisiada. Perturbada. De instintos distintos y juntos, de animales disjuntos. De abortos que caminan. De ideas animales. De fiereza razonando.

Porque el Wendigo de Chuzo Tieso no es sino una conjunción de cromosomas obscenos. Biotecnología. Godzilla. Orgía de mamíferos sin control.

Amante hecha zoofilia pura.

Única y estéril. Cargamento extraviado. Despilfarro del gen NSD1, el del gigantismo.

La bestia entra en su amplio tipi, algunas noches. Su cuerpo llena todo el habitáculo. Su esencia lo desborda. Depravación. Bestias amándose con otras bestias. Un hombre por medio. Puro porno enfermo. Pelo por todas partes. Un mastín machacando a una pequinesa. Rugidos.

Cantos. Que suenan a un mono aullador diez veces más grande que un mono aullador, cuyas cuerdas vocales no fueron objeto del estudio del ingeniero genético que parió, en un biorreactor, a la abominación aullante (ID: Banshee, v1.2) que algunos de los cree de este sitio llaman Wendigo.